jueves, 14 de noviembre de 2019

Premonición


Frank Oviedo Carmona


Sandra, una adolescente de doce años, no lograba conciliar el sueño por temor a unas pesadillas que han comenzado a presentarse desde hace unas semanas; hasta que sin darse cuenta, se quedó dormida, sin embargo, a media noche despertó asustada y llorando.
–¡Mamá, mamá!
Al escuchar los gritos, la madre subió corriendo las escaleras.
–¿Qué pasa, hija? Tranquila, es solo una pesadilla –dice Josefa.
La abrazó y arrulló unos minutos hasta que se durmió otra vez.
Sandra era una joven de mediana estatura, espigada, de cabello lacio y largo, generalmente se peinaba con un moño por sus clases de ballet.
Desde temprana edad había tenido pesadillas y muchas de ellas se habían hecho realidad, como cuando atropellaron a su perro; ella lo soñó y le contó a su mamá, pero ella no le creyó y le dijo que había sido una coincidencia.
Hasta que una noche, Sandra se fue a su habitación a dormir algo inquieta como si algo fuera a ocurrir, pero no se lo comentó a su madre; quizá para no inquietarla ya que siempre estaba pendiente de ella y de sus pesadillas.
 –¡Mamá, se va a caer la araña! Ahora sí he visto dónde –lo dice llorando.
–¡Hija, qué araña! ¿De qué hablas? No te entiendo nada.
–¡Mamá, vi que la araña del salón se caía!
–Sandra, querida hija, tranquilízate, ha sido una pesadilla.
La abrazó para que vuelva a dormir.
–No, mamá, vi que se caía la araña –lo dice con voz entrecortada. Luego de un período corto de tiempo, volvió a dormirse.
Al día siguiente, se levantó a ducharse, desayunar, ir al colegio y al regreso, tomar su clase de ballet.
–¡Sandra, date prisa por favor que llegó tu profesora! ¿Por qué demoras tanto en alistarte? –dice Mary, la nana.
–¡Ya bajo, Mary! Estoy terminado de ponerme los zapatos.
–No demores, que tu profesora te espera.
Ella bajó corriendo la escalera alta, amplia, de fierro negro y pasamanos marrones, con paredes de color amarillo y cuadros de la familia. Al bajar se encontró con Romina, su profesora de ballet, vestida de blanco y sentada en un sofá de color ocre, al lado derecho había una mesa esquinera y en ella el retrato de un familiar. Se saludaron y caminaron hacia la izquierda para dirigirse a un salón con una puerta grande y ovalada, que fue abierta por Mary para que entraran a practicar. Al ingresar se observa unas paredes cubiertas de espejos amplios y retratos de famosos bailarines de ballet. En el techo y en el centro, hay una araña grande de cristal que había pasado ya dos generaciones. Los sofás eran de terciopelo gris y otros marrones con cojines de color negro y amarillo, mesas esquineras con lámparas antiguas y paredes blancas.
Romina preparó la música para que Sandra comenzara a estirar los músculos. Una vez realizado el calentamiento, se puso al centro del salón a practicar los pasos ya indicados.
Durante el baile, la profesora comenzó a enseñarle cierta técnica para que no se mareara al dar los giros, pero al parecer Sandra no la oyó.
En ese momento entró Antonio, su padre, quien se recostó en el sofá para ver bailar a su hija.
Pero algo raro estaba ocurriendo, Sandra no acataba las indicaciones de Romina.
–Para ya de girar, Sandra –dijo con voz enérgica, Romina.
Volvió a repetirlo, pero no la escuchó.
Sandra continuaba dando vuelvas mirando la araña sin poder detenerse.
–¡Sandra, detente! ¡Sandra, he dicho que pares, ya!
Hasta que cayó desmallada; el padre y la profesora corrieron a levantarla del piso, le hicieron oler alcohol para reanimarla.
–Papá, vi como caía la araña –lo dijo llorando.
–No, mi amor, esa araña está fija –le respondió su padre.
–Tienes que creerme papá, yo vi esa araña que caía y no podía dejar de dar vueltas, ¿me crees, papá? –cogiéndolo del brazo, le dijo.
–Está bien, hija, te creo. ¿Qué te parece si hago que revisen la araña para ver si está algo floja?
–Gracias, papi –lo abrazó sonriente.
Su madre vino muy nerviosa preguntando qué había sucedido, cuando se lo explicaron decidió llamar a su médico de cabecera.
El doctor dijo que había sufrido un ataque de nervios, que quizás estaba muy tensa por múltiples ocupaciones, le mandó un sedante para que se relaje y duerma mejor.
Pero ello no sucedió así, Sandra continuó con pesadillas, sin embargo, ya no se levantaba llorando, solo le comentaba a su madre, de una forma tranquila.
Las pastillas la calmaban mientras hacían su efecto, cuando dejaba de tomarlas se alteraba un poco y no conciliaba el sueño con facilidad.
Ella ya no volvió a bailar en el salón, sino en otra habitación.
Al cumplir los quince años, no quiso fiesta, sino una cena.
Estuvo en tratamiento con el psicólogo, ello le ayudó mucho ya que podía hablar de lo que le sucedía con toda libertad. Con el paso del tiempo aprendió a manejarlo mejor ya que las pesadillas nunca cesaron.
Al cumplir los veintitrés años ya tenía enamorado; esperaban dos o tres años para casarse.
Trascurrido ese tiempo y ya pedida, su novio trató de convencerla de bailar en el salón.
–Por favor, Sandra, ya han pasado muchos años y no ha sucedido nada, la araña está fija como un árbol –le dijo.
–Luis, pensarás que soy una niña engreída y temerosa, pero yo he visto una y otra vez caer esa araña desde los doce años.
Él le pidió bailar juntos antes de la ceremonia principal. Sandra se negó muchas veces hasta que logró convencerla, diciéndole que la araña caía cuando ella bailaba sola, mas no con él.
Ella con nerviosismo terminó aceptando, haciéndole prometer que si veía caer la araña, jamás volvería a entrar a esa habitación.
–Por supuesto, mi amor, te doy mi palabra que si eso ocurre yo tampoco entraré y nos mudaremos a un departamento –tomándola de las manos y con una sonrisa se lo dijo.
 Y así lo hicieron, bailaron, dieron vueltas y vueltas alrededor de la araña y nunca cayó.
Sandra emocionada hasta las lágrimas lo abrazó y agradeció.
–No tienes nada que agradecerme, soy tu futuro esposo y haré todo lo que esté a mi alcance para hacerte feliz.
–Gracias Luis por creerme y estar a mi lado.
Pasaron quince años, tuvieron una hija que para ese entonces estaba alrededor de los doce años. Pero Sandra no era del todo feliz, siempre tenía pesadillas.
Un día leyó un anuncio en El Comercio de un parasicólogo que explicaba cómo a veces una persona podía ver el futuro, con muchos años de anterioridad.
A escondidas fue a verlo sin que se entere su esposo ya que en unos días su hija empezaría una nueva etapa de ballet y lo haría en el salón.
Cuando fue a la cita establecida con el parasicólogo, le explicó todo lo que le había pasado desde los doce años.
El doctor le dijo que podría haber profetizado el futuro de otra persona, quizás la hija de una tía, o algún pariente lejano.
–Le recomiendo que piense en sus parientes lejanos y los llame por si ha ocurrido algún accidente.
Y así lo hizo y todo estaba bien.
Una tarde fría y gris, Sandra se encontraba sentada en la terraza tomando una taza de té, no sabía por qué estaba nerviosa como si algo fuera a ocurrir.
–Señora Sandra, ¿por qué no entra a tomar el té? Hace mucho frío aquí –le dijo Mary.
–Sí, tienes razón ya corre mucho aire.
Inesperadamente, se levantó del asiento, soltó la taza, dio un grito y salió corriendo al salón donde su hija estaba haciendo sus prácticas de ballet.
Al parecer, relacionó la edad en la que ella se desmayó en el salón con la edad actual de su hija.
Abrió la puerta y vio a su hija dando vueltas debajo de la araña.  Inmediatamente comenzó a notar que la araña poco a poco se iba desprendiendo del techo.
–¡Hijaaa, corre que se va a caer la araña!
La niña miró hacia arriba y se quedó paralizada sin poder moverse.

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