viernes, 1 de noviembre de 2019

El Nahual


Antonio Sardina Cecine

Terminó de limpiar los cuartos en el hotel Punta Placer donde trabajaba, guardó los cubos y trapeadores en el cuarto de aseo, pasó a cobrar con la señora Claire —la dueña— y como siempre, se quedó un momento platicando con ella en la pequeña cafetería donde se servían los desayunos y los huéspedes pasaban el rato cuando se hartaban del sol.
El hotel estaba en el pueblo de San Agustinillo, en la Riviera de Huatulco, Estado de Oaxaca, muy cerca de las otras ocho bahías que la conformaban, entre ellas Mazunte y Zipolite, las más conocidas.
Era un lugar paradisiaco y muy buscado sobre todo por turistas europeos, ya que no tenía hoteles de gran tamaño sino solo pequeños hoteles boutique, que estaban directamente en la playa.
Claire y su esposo David habían llegado de Francia recién casados en calidad de turistas hacía ya diez años y se hospedaron en Punta Placer, en ese tiempo conocieron al dueño del hotel, un rico comerciante de Pochutla, que les ofreció encargarse del lugar. Lo hicieron tan bien que lo habían podido comprar y se quedaron a vivir en San Agustinillo.
Claire lo administraba, mientras David daba clases de surf, además, se encargaba de hacer remodelaciones y diseñar casas para sus compatriotas y clientes de otros países que decidían quedarse a vivir o solo querían tener una casa alternativa en ese mágico lugar. A estos viajeros les convenía contar con la experiencia de David, ya que se había convertido en un experto en aprovechar las corrientes de aire y orientar las habitaciones al mejor punto, para disfrutar de amaneceres y puestas de sol del lugar.
Habían tenido dos hijos, Paula, una niña preciosa que actualmente tenía ocho años y David de cinco, a quien todos conocían como Viernes, apodo que le habían puesto los lancheros, con base en la novela de Robinson Crusoe,  porque era un niño con una pinta salvaje y facha de náufrago, con esa melena rubia que le llegaba hasta los hombros y que cuando no estaba en traje de baño, era porque estaba desnudo; solo hablaba a base de rugidos y exclamaciones, tal vez porque vivía confundido entre el español de los lugareños y el francés que hablaban en su casa. 
Claire había fundado junto con otros extranjeros avecindados en el pueblo, una escuela con educación Montessori, donde se impartían clases en inglés, español y francés y asistían no solo sus hijos, sino también, gratuitamente, los niños del pueblo cuyos padres se animaban a mandarlos, pese a que esa educación no era compatible con las otras escuelas del pueblo ni con sus costumbres.
Esa mañana Claire le contaba a Ramón, que verdaderamente estaba atribulada, porque su hijo David (Viernes), era el niño más travieso de la escuela, no solo se negaba a hablar en cualquiera de los tres idiomas, sino que además, por su carácter salvaje e incontrolable, no podía estar sentado y molestaba todo el tiempo a los otros niños; sus únicos amigos eran los lancheros, que lo llevaban a sus expediciones de pesca desde las seis de la mañana, y según le comentaban, era el niño más feliz ayudándolos con sus redes y bártulos y viendo a las ballenas que llenaban esa bahía gran parte del año  y nadando con los delfines que las acompañaban.
Su padre, David, era el primer promotor de ese comportamiento, ya que desde que nació quiso que fuera un niño apegado a la naturaleza y no respetaba las reglas de la educación tradicional, eso no pasó con Paula, ya que Claire se hizo cargo de su educación, pero a cambio dejó que David disfrutara a su hijo como quisiera, eso había causado un comportamiento preocupante en el niño, que se iba haciendo más salvaje al pasar el tiempo, y aunque ella estaba segura de que en algún momento iba a adoptar las costumbres normales de los otros niños, eso hasta la fecha no sucedía y se había agravado de tal forma, que ayer mordió a una compañera de la escuela y arrancándole un pedazo de oreja, y para escándalo de todos los presentes, se lo tragó sin ningún miramiento ni asco.
Ramón le dijo a Claire que eso estaba muy mal, y que era una lástima que no se lo hubiera contado antes ya que le hubiera dicho el remedio que usaba la gente del pueblo para que los niños tuvieran un buen comportamiento:
—Aquí en San Agustinillo los papás les dicen a sus hijos que deben portarse bien, pues a los niños que se portan mal se los lleva el nahual, que es un brujo con poderes sobrehumanos, que se convierte en animal en las noches de luna, eso se sabe desde antes de que los españoles llegaran aquí, vaya, desde siempre.
—Gracias, Ramón —le dijo Claire con una sonrisa, no sé si me vaya a entender o eso lo asuste, pero se lo voy a decir, ojalá funcione.
Ramón se fue a su casa en la montaña muy dentro de la selva, un jacal de buen tamaño donde vivía solo, pero tenía todo lo necesario; la casa estaba llena de figuras de barro, piedra y materiales que se veían muy viejos, representando figuras prehispánicas.
Había llegado a San Agustinillo después de realizar el «robo del siglo» en la ciudad de México, como se conocía a la tremenda aventura del asalto al museo de antropología, una verdadera tragedia para la nación y que se había resuelto, después de darse cuenta de que no lo habían realizado ladrones internacionales expertos, sino que habían sido un par de estudiantes aficionados a la arqueología y que habían entrado al museo por los ductos de ventilación el día de Navidad, encontrando a todos los guardias borrachos y dormidos y aprovechando para llevarse las principales piezas, invaluables, del acervo nacional.
Solo metieron a la cárcel a su socio Parches, ya que a Ramón, gracias a un trato que hizo con el presidente de la república, devolviendo todo lo que se había llevado y por ser amigo de su hija, lo dejaron marchar con la condición de desaparecer del país, dando la noticia en los periódicos de que lo habían matado en una balacera al capturarlo.
Pero él decidió no salir del país, tomando el puesto de ayudante en Punta Placer, y aprovechándose para seguir aprendiendo con los chamanes de la región, las distintas formas de utilizar las pocas piezas que había conservado, como la máscara de jade y el cuchillo de oxidiana, de los cuales no pudo desprenderse por una necesidad que no sabía de dónde venía, pero la sentía en la sangre.

Comió e hizo las labores que requería la casa, y llegando la noche prendió una fogata en la puerta del jacal, sacó la máscara de jade de un baúl que guardaba bajo la cama y se sentó junto al fuego. Cuando la luna llena estuvo justo sobre él se la puso, percibiendo el olor a moho potente y ancestral, y cantó con una voz profunda en un lenguaje fonético… primigenio.
Empezó a llenarse de pelo, sus extremidades mutaban en patas y las manos en garras. Al final, empujó la máscara y descubrió la cara de jaguar mezclado con lobo —la cara de Nahual—, y se dispuso a realizar su tarea aunque no le gustara: tendría que ir por Viernes.

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