Javier Oyarzun
Sintió un jadeo intenso desde la oficina de gerencia. Trató de calmarse pensando en otra cosa, pero no le fue posible. Su cuerpo empezó a tiritar de rabia, lanzó un grito ensordecedor, y de un puntapié destrozó la cerradura de la puerta.
Sorprendido el jefe dejó de besar el
pezón derecho de su secretaria. Ella soltó el miembro erecto del gerente, que
sostenía con ambas manos. Las paredes del despacho estaban decoradas con fotos
familiares, diplomas y artículos deportivos.
El hombre infiel pedía la presencia
de los guardias a viva voz. La mujer trataba de detener al joven, pero este no
reaccionaba. Enceguecido de ira desprendió un palo de golf desde el tabique que
lo sostenía y acertó un certero golpe en la cabeza de su jefe, quien cayó desvanecido
al piso.
La sangre salía a borbotones de la
cabeza y manchaba la alfombra verde pistacho que decoraba la oficina. La amante
lloraba sentada en una esquina alejada del cuerpo del que había sido su pareja
furtiva. El joven permaneció inmóvil absorto en sus pensamientos.
Desde pequeño, fue un niño demasiado tranquilo, no lloraba mucho. Comenzó a hablar cerca de los dos años, si bien reaccionaba a los estímulos externos, no les daba mayor importancia. No le agradaba la compañía de otros infantes, prefería estar tardes enteras armando puzles o coloreando figuras. Aprendió a leer rápido, desde ese instante, los libros comenzaron a ser su refugio. Sacaba muy buenas notas, y muchas veces sus razonamientos dejaban perplejos a sus profesores, por la profundidad de sus análisis.
Practicaba deportes por obligación en las clases del colegio, su desempeño era deficiente, le parecía absurdo correr detrás de una pelota para meter goles o encestar tiros. La despreocupación por su entorno le trajo problemas en la adolescencia. Fue calificado de pedante y cerebrito por sus compañeros, que comenzaron a hostigarlo. Siempre reaccionó con tranquilidad ante los ataques. Hasta que un día, un compañero rompió uno de sus libros, lo que le valió una fractura del tabique nasal, desde ese momento nadie lo molestó más.
Desde pequeño, fue un niño demasiado tranquilo, no lloraba mucho. Comenzó a hablar cerca de los dos años, si bien reaccionaba a los estímulos externos, no les daba mayor importancia. No le agradaba la compañía de otros infantes, prefería estar tardes enteras armando puzles o coloreando figuras. Aprendió a leer rápido, desde ese instante, los libros comenzaron a ser su refugio. Sacaba muy buenas notas, y muchas veces sus razonamientos dejaban perplejos a sus profesores, por la profundidad de sus análisis.
Practicaba deportes por obligación en las clases del colegio, su desempeño era deficiente, le parecía absurdo correr detrás de una pelota para meter goles o encestar tiros. La despreocupación por su entorno le trajo problemas en la adolescencia. Fue calificado de pedante y cerebrito por sus compañeros, que comenzaron a hostigarlo. Siempre reaccionó con tranquilidad ante los ataques. Hasta que un día, un compañero rompió uno de sus libros, lo que le valió una fractura del tabique nasal, desde ese momento nadie lo molestó más.
Las clases de computación fueron un
gran hito en su vida, a poco empezar, se obsesionó con el lenguaje de las máquinas.
Comenzó a desarrollar complejos programas, su notebook fue su compañero inseparable.
En la universidad sacó adelante su carrera de ingeniería informática con
facilidad, sus calificaciones fueron de excelencia. Al principio le costó
encontrar trabajo, a pesar de sus aptitudes, no tenía ningún amigo que lo
recomendara. Sus entrevistas laborales fueron poco satisfactorias, debido a sus
nulas habilidades sociales.
Samanta siempre fue una niña encantadora, por ser la menor de cuatro hermanos, hasta ese momento, recibió el cariño y cuidados de toda su familia. Risueña y muy sociable, en el colegio siempre fue elegida reina por su belleza y simpatía. Comprensiva y cariñosa, le gustaban mucho los perros, a los cuales rescataba de la calle y cuidaba en el hogar a regañadientes de su padre.
Samanta siempre fue una niña encantadora, por ser la menor de cuatro hermanos, hasta ese momento, recibió el cariño y cuidados de toda su familia. Risueña y muy sociable, en el colegio siempre fue elegida reina por su belleza y simpatía. Comprensiva y cariñosa, le gustaban mucho los perros, a los cuales rescataba de la calle y cuidaba en el hogar a regañadientes de su padre.
Ya adolescente nació su último
hermano bajo la condición de síndrome de Down; su amor y entereza la
traspasó al cuidado del más pequeño de la familia, desde ese momento averiguó
todo al respecto en internet y ayudó al resto a sobrellevarlo. Su barrio no era
de los mejores, cuando creció evitaba juntarse con los vecinos, rechazando a
todos los pretendientes del sector, no quería quedar embarazada como varias de sus
amigas de infancia. Soñaba con estudiar psicología o educación diferencial para
ayudar a su hermano, pero la pésima condición económica de su familia, la hizo
optar por secretariado.
A Tomás nunca le faltó nada, estudió en los mejores colegios y como muchos de su generación se recibió de ingeniero comercial de la universidad católica. Estuvo de novio desde los catorce años con su actual señora, con la cual se casó apenas se tituló. Parecían una pareja perfecta ante los ojos de todos. Su luna de miel duro dos años; recorrieron el sudeste asiático, China, Japón, Australia y casi toda América.
A Tomás nunca le faltó nada, estudió en los mejores colegios y como muchos de su generación se recibió de ingeniero comercial de la universidad católica. Estuvo de novio desde los catorce años con su actual señora, con la cual se casó apenas se tituló. Parecían una pareja perfecta ante los ojos de todos. Su luna de miel duro dos años; recorrieron el sudeste asiático, China, Japón, Australia y casi toda América.
Al regresar con la ayuda de su
familia instaló un holding de
empresas que logró ser uno de los más importantes del país. Siempre fue muy
competitivo, lo demostraba en el trabajo y en los deportes. Los practicaba
todos los fines de semana, para mantener un buen estado físico.
Ya a sus cuarenta años y con tres
hijos a cuestas, su mujer dejó de ser la perfección que él necesitaba, sus
encuentros sexuales se fueron distanciando, dando paso a un excesivo culto por
su figura. Su libido despertó cuando esa bella muchacha de curvas pronunciadas
entró a su oficina para su entrevista, quedó embobado, poco le importaron su
experiencia laboral y sus capacidades, la contrató de inmediato.
Cuando Juan Olmedo dio su entrevista de trabajo, estuvo a punto de ser rechazado otra vez, el psicólogo de la empresa lo consideraba no apto. Samanta al verlo con la mirada perdida, vio en él la viva imagen de su hermano. Intercedió ante su jefe y se le brindó la oportunidad de dar una prueba técnica, la cual aprobó de manera sobresaliente. A partir de ese momento pasó a ser miembro de la empresa.
Cuando Juan Olmedo dio su entrevista de trabajo, estuvo a punto de ser rechazado otra vez, el psicólogo de la empresa lo consideraba no apto. Samanta al verlo con la mirada perdida, vio en él la viva imagen de su hermano. Intercedió ante su jefe y se le brindó la oportunidad de dar una prueba técnica, la cual aprobó de manera sobresaliente. A partir de ese momento pasó a ser miembro de la empresa.
El joven aunque recibía un sueldo
muy por debajo de lo que ofrecía el mercado, realizaba un trabajo de excelencia,
respondiendo a todos los requerimientos tecnológicos de la empresa, si era
necesario se quedaba hasta altas horas de la madrugada. Nunca faltaba, llegaba
primero que todos y era de los últimos que se iba, estaba siempre metido en su
computador solucionando problemas. No conversaba con nadie, tampoco llamaba
mucho la atención, todos eran más bien indiferentes con él, lo consideraban raro.
Samanta en una oportunidad lo llamó
para que revisara su computador, mientras trabajaba le preguntó: «¿Cómo te
sientes en la empresa?», este, ensimismado en su trabajo, ni siquiera le
contestó. Desde ese momento se obsesionó con él, debía ayudarlo. Empezó a
averiguar con sus compañeras cómo se comportaba con los demás. Consultó en
internet cuál podría ser su problema. Su plan empezó a resultar, el joven ya le
contestaba algunos monosílabos y comenzaba a ser más amable, al menos con ella.
Logró sentarse con él, en el casino de la empresa, y que este le contara
algunos detalles de su familia.
Pronto el joven inventaba excusas
para pasar por donde se encontraba Samanta, para así verla e intercambiar
pequeñas frases. Poco a poco empezó a soltarse con los demás, aunque sus
respuestas se notaban forzadas y expresaban un poco de incomodidad, el joven
hacía un esfuerzo extraordinario para tratar de encajar dentro de la empresa. Se
veía diferente, cambió las poleras por costosas camisas y los jean por pantalones de vestir. Utilizó
perfumes por primera vez, rasuró su barba y engominó su pelo. Desde el pasillo permanecía
de pie por largos minutos mirando a Samanta.
Le empezó a comprar caros obsequios
a la secretaria de gerencia, esta los recibía sin ocultar su incomodidad. La
actitud de Juan hacia ella, le empezaba a preocupar. Su jefe ya la estaba cortejando
hacía un tiempo, había inventado un sinnúmero de excusas para rechazarlo, pero
en realidad le gustaba, y quizás sería su única oportunidad para subir de
estatus. Juntó fuerzas y en el almuerzo del miércoles decidió confrontar a
Juan, le explicó que se encontraba muy halagada con su galantería, pero que
estaba enamorada de otro y prefería dejárselo claro.
El joven no contestó nada y volvió a
su hermetismo anterior, dejó de usar perfume y volvió a dejarse crecer su
barba.
Las siguientes semanas fueron de
ensueño para Samanta, la relación con su jefe marchaba viento en popa, muy
pronto dejaron de ser prudentes y lo que todo el mundo sospechaba, fue
evidente.
En ese fatídico día, Juan arreglaba
la conexión a internet de una de las ejecutivas. Samanta fue llamada al
despacho del gerente, al entrar giró la manilla y cerró con seguro. Las persianas de la oficina bajaron
para buscar privacidad. El cuchicheo creció por los alrededores. La respiración
de Juan se aceleró y un fuerte dolor de cabeza lo invadió súbitamente. Cerró
sus ojos para tranquilizarse, pero las risas solapadas de los funcionarios ahí
presentes lo sacaron de control.
Apretó los puños con fuerza
causándose daño con unos conectores rj45 que tenía en su palma, temblores
involuntarios sacudieron su cuerpo, su mente viajó a su adolescencia, las risas
burlescas del recuerdo se confundieron con las que escuchaba en ese momento,
volvió a ser el joven de quien todos se mofaban.
Con muy bajo volumen de voz, casi
como un mantra, repitió una y otra vez: «No quise matarlo fue un accidente», la
única mujer que amó lloraba desconsolada en el suelo, el hombre que le dio una
oportunidad de trabajo yacía sin vida. Era su culpa, su madre, a quien había
hecho sufrir toda su vida, quedaría devastada.
Llegaron los guardias a la
oficina, dos de ellos inmovilizaron a
Juan, quien no opuso ninguna resistencia, dos más se abalanzaron a ver al gerente
que yacía sobre la alfombra de la oficina. Al joven lo llevaron a una bodega
para que esperara ahí la llegada de carabineros. Tomás era tapado con una lona,
después de que constataron sus signos vitales. Samanta se desahogaba en el
hombro de una compañera de trabajo.
En una pequeña celda de aislamiento
Juan miraba la blanca muralla que sería su compañera por largos años. En alguna
iglesia de la parte alta de la capital, Tomás era velado por sus familiares y
amigos. En el último banco, lejos de las miradas de los demás, con un vestido
negro y lentes oscuros Samanta lloraba por lo que había perdido.
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