lunes, 8 de julio de 2019

Abre los ojos


Camila Vera


¿Has intentado alguna vez explicar un color?, tratar de usar las palabras adecuadas para abarcar lo que significa, si no lo has hecho te reto a que lo intentes, no es una tarea sencilla. Mucha gente toda mi vida se ha empeñado en entender lo que hay dentro de mi cabeza, como si ya la mente de cada uno no fuera suficiente embrollo, pero para ellos soy alguien diferente que solo intenta sobrevivir en un mundo que no ha sido diseñado para él. Me preguntan desde que sé mi nombre qué pido al soplar las velitas de mi pastel de cumpleaños, porque dan por sentado que la normalidad es a lo que aspiro de mi vida, pero hay mucho más que lo aburrido de ser normal y todo empezó con querer saber un color.

Me puse a pensar en mi primer recuerdo, no sé cuántos años tenía, pero olía a césped, ese particular aroma a húmedo que inunda tu nariz, la brisa de la mañana caía sobre mi rostro, sentía pequeñas gotitas; estaba acostado sobre algo blando, suave al tacto como una almohada, mis dedos estaban entrelazados con unos más largos y algo fríos y de fondo para completar todo, una melodiosa voz cantando una canción que tenía mi nombre en ella. No estoy seguro de por qué es lo primero que recuerdo, pero sé que esa es la voz de mi madre. Mi mamá es una mujer que luchó sus batallas como en toda guerra, un paso a la vez, no estuvo sola en el camino, siempre dio la cara primero por mí, cada uno de mis problemas médicos los veía como una fortaleza. Es enfermera, me contaba sus historias sobre el hospital; en algunas ocasiones me lleva, huele todo a limpio, como cuando recién asean los baños. No me divertía al comienzo el estar ahí, hasta que descubrí la sala de espera, donde muchas personas se parecen a mí, están sentados a que pasen por ellos, creo que me identifiqué con aquel particular lugar, aprendí a escuchar, a ser parte de las historias, ser un explorador.

Cuando tuve seis años mi madre logró encontrar a la profesora Sol, una mujer que tomaba mi rostro en sus manos cuando quería decirme algo, ella fue mi segunda mamá. Me enseñó tantas cosas que enumerarlas sería una eternidad, gracias a ella ya no sentía que debía siempre esperar por ayuda, me dio la posibilidad de hablar, de opinar, hasta estuvo cuando me metí en mi primera pelea con unos niños más grandes que yo; no mentiré,  me sentía con miedo, pero yo tenía un arma que ellos no, yo soy un príncipe, así es cómo me dice la maestra Sol, cada que me cuenta el libro que tiene como título El principito, una verdadera lección.

—Maestra Sol, ¿por qué la gente me molesta tanto?

—Bueno, mi príncipe, es que ellos quieren entender todo, todo el tiempo.

—¿Se puede entender todo?

—Lamentablemente no, no se puede, y eso a los mayores les causa una gran molestia, como cuando una piedra entra en el zapato.

—¿Soy entonces una gran molestia para los niños grandes?

—Claro que no, la molestia está en que quieren ver con tus ojos.

—Eres muy graciosa, ellos no pueden hacer eso.

—¿Recuerdas el cuento que te conté?

—Sí, claro.

—Bueno, es igual, las personas grandes no pueden entender las cosas por sí solas y da mucha pereza explicarles, ¿no crees?

—Entonces, ¿qué debo hacer?

—No debes olvidar que tú eres un príncipe.

Y así es, soy un príncipe, todo el tiempo estuve encerrado dentro de mi pequeño planeta, no sé qué tan grande son los planetas de los demás, pero el mío siempre se limitó a unas cuantas paredes, puesto que podía hacerme daño, mi mamá repetía eso a diario, pero igual aprendí a amar mi pequeño planeta llamado hogar. Es todo recto con aroma a canela por un líquido que dice mi mamá deja todo impecable, si quiero ir al baño debo pasar una puerta que tiene una cosa del lado derecho, al moverla se abre y así logro entrar. Luego salgo de ahí tocando la larga pared hasta otro hueco que mi mamá dice es mi cuarto, ahí tengo una cama, que choca con otra pared, siempre hay que buscar las paredes así es más sencillo todo. Yo puedo hacer muchas cosas dentro de mi planeta, aprendí a lavar vasos, no era una tarea tan difícil, solo debía seguir con la mano el mesón, hasta llegar a lo que mi madre llama lavadero, pero me gusta decirle piscina de platos, ahí siempre hay cosas, luego del lado izquierdo, esa parte es importante porque al derecho no hay nada, debe ser en el lado izquierdo, ahí hay una cosa que puedes estrujar, eso se llama esponja y luego coges el vaso que siempre coloco dentro de la piscina, metes la esponja y limpias los bordes, olvidé el paso del jabón, eso es algo resbaloso, que huele a limón y crea una sensación pegajosa, si usas suficiente el vaso quedará muy limpio, bueno, después mueves la perilla que está arriba, siguiendo la pared, se moja todo, ahora viene lo más importante, ¿cómo saber que ya terminaste?, pues, se tiene que sentir limpio, suave y una vez que haces eso se pone del lado izquierdo más abajo, así lavas un vaso. Quizás tú crees que no es mucho, pero se debe ser constante, puesto que si te distraes —dice mi mamá— puedes tener un barco de vasos sin lavar, yo quiero un barco, pero sin vasos.

Normalmente siempre tengo ayuda para todo, pero ya estoy creciendo, tengo ocho años y debo aprender a sobrevivir en los planetas más allá del mío, y ahí es donde empieza esta aventura. Sí he salido de casa, como dije antes me gusta la sala de espera del hospital  y claro, ir a la clase de la maestra, pero solo nunca he podido dar más pasos que hasta la esquina del patio de mi casa, cosa que quiero cambiar. Mi bastón blanco y yo fuimos en busca de algo específico, un regalo para mi mamá, quiero sorprenderla y ya sé cruzar calles, eso me servirá para ir por el vecindario.

El exterior no tiene paredes que me guíen, hay muchos ruidos y cosas imprevistas, como rocas, animales y lo más peligroso de todo, autos. Mi camino inició hacia la derecha, mi madre me hace repetir en voz alta los datos para guiarme al momento de regresar, sé que hay una florería a cinco calles en esta dirección, no es tan difícil, sé contar más allá del cinco, así que es un grandioso plan. Mi madre llega del hospital a las siete de la tarde y yo me quedo con una vecina, pero este día no pudo ir a verme así que me pidió que no saliera, pero igual que El principito debo ser un explorador, y yo soy un gran príncipe.

Paso tras paso fui contando, yendo despacio, siempre alerta a lo que puede pasar. Choqué dos veces con unas personas y les pedí disculpas, luego, casi caigo por culpa de uno de mis zapatos que pisó algo resbaloso, mi bastón no puede identificar bien ese tipo de cosas. Me sentía en realidad en un nuevo planeta. Un señor se me acercó y me preguntó si estaba perdido, al parecer no es muy común que niños anden solos por ahí, pero le dije que no iba tan lejos, aun así decidió ir conmigo.

—Pequeño, ¿estás bien?

—Buenas tardes, estoy bien.

—Espera, debes ver que no haya autos, no te muevas.

Ese fue un comentario gracioso, está claro que no puedo ver esas cosas, pero sí puedo escuchar, antes de cada calle me quedo quieto y espero un silencio, es complicado si hay más calles con más autos, pero mi vecindario es muy tranquilo.

 —Estoy bien, gracias.

—¿Dónde está tu mamá?, qué horror las madres de hoy en día que dejan solas a las criaturas y aún peor a alguien como  tú, es indignante.

—Señor, soy un explorador en una misión, estoy bien.

Ahora entendía lo que decía El principito sobre lo difíciles que son los adultos, al parecer nunca había visto a un príncipe como yo. A pesar de que el señor ya no me hablaba sentía como me seguía, ya no debería estar muy lejos de mi destino así que seguí caminando por un atajo. Mi mamá me llevaba a un parque, exactamente a tres calles de mi casa, justo ahí me encontraba ahora, así que decidí entrar. Caminé como siempre, con mi espíritu de aventurero y me senté en una banqueta. Le dije al señor que mi madre me recogería aquí y que podía irse tranquilo. No puedo saber de si lo hizo o no, pero decidí reposar un momento en aquel lugar.

Escuchaba risas con algo de gritos, eran niños, estaba superseguro de eso. Una vez tuve un amigo, la maestra Sol me presentó a Ben, su misión era estar conmigo todo el tiempo, para ese momento recién aprendía a usar el bastón y fallaba mucho, pero Ben estaba conmigo y reíamos, aunque un día mi mamá me dijo que lo cambiaron de escuela y nunca supe más, espero este bien. Las cosas que me gustan del parque es la sensación de estar mareado, mi mamá me da vueltas en una cosa de la que me tengo que sostener muy duro, de repente me siento volar y cosquillas dentro de mi panza, de ahí todo da vueltas hasta que regresa a la normalidad.

—Hola. —Alguien interrumpía mis pensamientos.

—Hola, ¿quién eres?

—Pues, me llamo Sofía, mi mamá está por allá hablando por teléfono y yo me preguntaba si querías jugar.

—Bueno, la pregunta es, ¿tú quieres jugar conmigo?

—Pero eso fue lo que te pregunté.

—¿A qué quieres jugar?

—A las cogidas, tú la traes. —Y me tocó el hombro y la escuché correr.

—Vuelve, yo no puedo jugar así.

–Entonces, ¿cómo juegas tú?

No me había puesto a pensar en cómo juego yo, tengo carritos en mi casa y también me gusta la plastilina, pero nada de esas cosas las había traído conmigo, tampoco tenía tanta confianza como para ir al lugar que da vueltas, mi tía una vez me dejó caer de ahí, simplemente no sé jugar como juegan los demás.

—No lo sé.

—Entonces, yo te voy a enseñar un juego si tú me dices qué es ese palito

—No es un palito, es mi bastón blanco, hace que no me choque por los lugares.

—Mi mamá dice, que si abres bien los ojos, no te chocas con nada.   

—Es que yo no puedo ver.

—¿Nada de nada?

—No veo.

—Entonces, ya sé a qué vamos a jugar. Te voy a contar lo que veo.

Y así empezó relatando lo que sus ojos ven.

—Veo una resbaladera, ya sabes, es una cosa dura donde tu mamá te ayuda a subir por la escalera y te dejas caer, está bien que te resbales por ahí, pero en ningún otro lugar lo intentes, si no, te lastimas como yo que tengo una cicatriz en mi barbilla porque me caí en la lluvia, me llevaron al hospital, había sangre y me cosieron con unos hilos, me dolió mucho, pero fuimos por helado al final.

—¿Qué más ves?

—Bueno, veo el cielo, el cielo es azul con nubes blancas y ahí arriba está el sol que nos da calor y más allá esta Dios que todo lo ve. Es como un lugar donde va la gente cuando ya no se siente bien aquí, mis abuelos viven allá, en el cielo, mi mamá dice que les va bien, a veces les lanzo besitos para que sepan que los quiero, eso es el cielo.

—¿Qué es azul?

—El color del mar, ya sabes azul es azul.

—Mmmmmmmm…

—El azul es cuando estás en calma y respiras, te sientes tranquilo, como ahora, ahora es como el azul, relajado.

—¿Como estar en el césped descansando?

—No, eso es verde, ahora hablamos del azul, debes concentrarte. El azul es así como la tranquilidad, el verde es como el pasto, duro y mojado.

—Entiendo, me siento como azul.

—Ahora, ¿qué ves tú?

—Ya te dije que no veo nada.

—No soy una niña tonta, todos vemos algo, quiero saber qué ves.

—Está bien, veo como algo que no hay nada, como vacío.

—No entiendo

—Dame tus manos.

Coloqué sus manos sobre sus ojos, para que pueda ver lo que veo, pero no dijo nada, solo se quedó ahí, la escuchaba respirar.

—Ves negro, así se siente el negro, es oscuro, solo. ¿Te da miedo?

—Pues, no me siento en un negro de miedo, es un negro de nada.

—Cuando la pantalla se pone en negro, es porque tú puedes dibujar todo encima, no te dan las cosas creadas, tienes la pizarra para dibujar todo lo que quieras en el mundo.

—A veces es confuso, hay tantas cosas en este universo que no sé qué son y tan pocas en el mío, no me puedo imaginar todo, simplemente es vacío.

—Y, ¿qué te gustaría conocer?

—Me gustaría ver el atardecer. Hay un cuento donde al personaje le gusta verlos cuando está triste, y yo me siento así.

—¿Para qué quieres ver algo que ve la gente triste?, mejor crea el tuyo propio, para que lo veas cuando estés feliz. ¿Cómo es tu atardecer?

—Déjame pensar, creo que mi atardecer sería como el chocolate, dulce y con un olor rico, mezclado a lo que se siente estar en un baño caliente y eso sumado a un abrazo de mi mamá, creo que mi atardecer es como cuando El principito quería un cordero y recibió una caja con el perfecto, porque dentro estaba eso que anhelaba, mi atardecer es lo mismo, eso que solo está en mi cabeza y que solo yo entiendo.

—Tiene mucho sentido, me gustan más las princesas, pero si Alladín tiene una alfombra mágica, no veo nada de malo en tener una caja con lo que deseas. Espera, te contaré mi atardecer, el mío sería como el algodón de azúcar, suave, rosa y muy rico, creo que ahora el negro se ve más cálido. —Seguía la niña con los ojos cerrados.

Luego de eso una voz se escuchó, al parecer su mamá dejó de hablar por teléfono.

—Ya me tengo que ir, amigo.

–¿Soy tu amigo?

—Claro que sí, mi amigo que puede ver las cosas sin necesidad de los ojos. Recuerda que se vale sentirse en negro, puedes aprovechar en poner un sol, en realidad tú creas lo que pueden ver tus ojos, es increíble, espero también me den una caja con lo que yo quiero, me encantó conocerte, amigo, recuerda abrir bien los ojos.

La niña se fue, así que me paré y regresé las tres calles que me separaban de mi casa, no sabía la hora que era, pero estaba seguro de que mi madre no había regresado, fui con cuidado imaginando entre las sombras sobre mi pizarra en negro, abriendo los ojos.

Cuando mi madre llegó a la casa seguí el camino habitual tocando las paredes hasta encontrarme con el cuerpo de ella, la abracé fuerte y le dije:

«Mamá, eres como el atardecer».

Es complicado explicarles a los adultos que solo quieren razones, lo básico que es la vida, cómo vemos cada día sin necesidad de usar los ojos, creo que soy afortunado, la vida me dio la bendición de ser un principito que está merodeando este planeta, descubriendo cada día entre las ideas lo magnífico que nos rodea, en esta tarde que cuento mi historia me siento más azul que nunca, porque descubrí que puedo ver y espero nunca dejar de hacerlo, no importan los años, los retos y las circunstancias, tú escoges cómo quieres ver tu propio atardecer.

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