miércoles, 3 de julio de 2019

Acoso


Yadira Sandoval Rodríguez


Estoy en la parada del camión, son las 3:20 p. m; el calor es intenso. Alrededor de mí están varias personas esperando el autobús que nos llevará a nuestros hogares; unos con rostros de cansados, algunos ensimismados en sus celulares, otros platicando con sus compañeros de trabajo. Yo, al igual que ellos, estoy agotada y con hambre; miro el peñasco que tengo enfrente de mí, recuerdo las historias que mi abuelo me narraba sobre ese lugar; al costado de él está la Casa de la Cultura y a un lado, el Centro de Gobierno donde trabajo, alrededor hoteles, restaurantes, atrás de mí Musas, un centro cultural de exposiciones de arte, y Galería Mall.

A esta hora el lugar se congestiona de carros, debido a ello y al calor intenso, los conductores manejan con cara de enojados. La ruta tarda de veinte a treinta minutos en llegar, los rayos del sol pegan directamente en mi piel y empiezo a enfadarme por el ardor que siento en mis brazos aunado a los olores que emanan de los hombres sudados. En ese instante recuerdo los regaños de mi madre: «¿Cuándo empezarás a usar una sombrilla?». Y a la par se viene a mi mente mi rutina al salir del trabajo: cargar a mano con una computadora, un bolso donde guardo el uniforme, mi bolso de mano y todavía sumarle a eso, ¡una sombrilla! Deberían los gobiernos ofrecernos paradas dignas o un transporte público acorde a las temperaturas de esta región, o más bien, plantar árboles para darnos sombra. Son pocos los que quedaron después de la pudrición texana, un hongo que acabó con varios árboles denominados yucatecos.

De niña recuerdo cuando iba con mi madre al parque madero, por donde caminabas el color verde salía a relucir sobre los edificios, ahora solo queda el color gris del concreto, es deprimente. El clima se siente diferente en cada punto de la ciudad por las islas de calor que se forman, la combinación de concreto con metal concentra altas temperaturas en las estructuras permitiendo la elevación de esta, volviéndose insoportable el Vado del Río, a quién se le ocurre hacer un corredor de negocios sin diseño de zonas verdes, es por eso que se vuelve insoportable a esta hora. Hace dos años protestamos para que no quitaran un parque el cual era representativo de nuestra sociedad, todos los conocíamos como el parque hundido, tenía muchos árboles, varias personas luchamos para que lo mantuvieran, pero fracasamos, es terrible la planificación urbana de esta ciudad.

Las temperaturas son más altas en los meses de junio, julio, agosto y septiembre, hemos llegado a los 49 grados centígrados hasta sientes que te asfixias, dicen que ni en el desierto de Sahara se siente así. Las personas que vienen de otros lugares suelen decirnos: «¿Cómo pueden soportar este calor?». Aparte de que no veo apoyo ciudadano por ningún lado, veo a todos metidos en sus celulares, aislados del mundo que les rodea, no hay duda, lo inhumano se tolera con un móvil en la mano. La resignación es frustrante para algunos. Trato de evadir mis pensamientos. A lo lejos veo el camión, hago señas con la mano para indicar que se pare; subo dos pequeños escalones, le sonrío al camionero, entrego el dinero, este me recibe con cara de enojado porque olvidé feriar. Entre los pasajeros una señora saca su bolso y me facilita dos monedas de diez pesos, le devuelvo el billete de veinte pesos que le había entregado al camionero, le doy las gracias. Afortunadamente encuentro un asiento, pongo encima de mí el maletín y mis bolsos. En eso, lo veo a él a través de la ventana siguiendo el camión en donde iba, mi instinto de protección no acepta la coincidencia, me alarmo, en un momento quise imaginar que daría vuelta en alguna calle, pero iba a toda velocidad tratando de no perder el camión. Pasaron diez minutos, adelante se encuentra el centro histórico, pido la bajada para agarrar otro ómnibus, así es todos los días, pero esta vez me introduzco en una tienda, salgo por la puerta trasera y me sorprende por el mismo lugar, lo tengo a unos metros de mí, mis piernas empiezan a temblar, camino hacia una taquería, aguardo unos minutos sentada, hasta que el susto pase. Pido un taxi, llego a casa y mi madre me recibe asustada al verme llorar.  

—¿Qué te pasa, hija?

—Me siguió hasta el centro, mamá.

—Pero ¿quién?

—El estúpido, cabrón, hijo de la chingada, el gachupín.  

—Tranquilízate, para que me expliques bien. Te haré un té.

—No sé, por qué me siguió, el tipo.  

—Lo que sospechabas sí es cierto, hija. Tendrás que renunciar.

—¿Renunciar? No puedo, mamá, tengo que pagar mi deuda de la universidad. Voy saliendo y no tengo otra opción de trabajo, ando muy atrasada en los pagos. Y lo más importante debo mantenerme allí por el seguro, necesito operarme la rodilla el dolor es intolerable, mamá.

—Yo te puedo ayudar.

—No tenemos dinero, mamá.

—Pedimos dinero prestado en algún banco.

—No, gracias. No es justo. Suficiente con la deuda de la universidad.

—¿Qué vas a hacer?

—Mañana hablaré con mi jefe.

—Bueno, te apoyo en lo que tú decidas. Pero tendrás que tener cuidado, hija, ya me dio miedo ese señor.

—No te preocupes, tengo apoyo de mi jefe.  

Al día siguiente, Irma no se quiere levantar de la cama, solo piensa en la confrontación que tendrá con el español, siente coraje, pero sabe que lo debe hacer. La mamá le preparó su desayuno favorito, enchiladas verdes para animarla. Termina de desayunar, platica con su madre mientras se termina la segunda taza de café:

—Hija, ya sabes con quien estás tratando, así que cuídate mucho, estaré orando por ti.

—Gracias, mamá. —Se despide con un beso.

Durante trayecto de su casa al trabajo sigue pensando en lo sucedido, une esos pensamientos con anteriores intrigas: registraba sus cajones en los días en que no iba a trabajar, estaba al pendiente de su vida privada, la observa constantemente. Toleraba ciertos comentarios como: «Qué bonita piel tienes, tú no puedes tatuar ese cuerpo tan bello; aquí te traigo estas películas para que aprendas, tiene algunas escenas de sexo, pero sé que te gustarán». La rivalidad y la competencia entre los dos la estaban desgastando moralmente. A Jorge le molestaba la incredulidad de Irma, mientras las demás le festejaban todo comentario. La formación de Irma en Ciencias Políticas aunado a su inclinación con el movimiento feminista le exigía seriedad en el trabajo, mientras él con sus aires de grandeza de europeo subestimaba al equipo, cosa que hacía enfadar a ella. Los demás lo toleraban porque les fascinaba las historias que contaba sobre su ascendencia de alta alcurnia, siempre hablaba de sus torneos de equitación, mostraba fotos de eventos, hablaba de sus lujos de juventud como una forma de diferenciarse del resto, por más que Irma trataba de entablar empatía con él no podía, había algo que le incomodaba en él: «Posiblemente hizo algo en España y salió huyendo. Aparte de que no veo interés por obtener la ciudadanía. Si yo estuviera trabajando en otro país estaría agradecida y respetaría, eso es ser congruente. Tuvimos suficiente con la conquista, no aprenden los españoles o más bien nosotros».

Varias veces lo cachó hablando morbosamente de sus compañeras, desde entonces la idea de macho no la pudo desplazar de su mente, tal pensamiento la alimentó de prejuicios al enterarse del caso La Manada: la violación en grupo de una chica en España. Los compañeros se daban cuenta del trato, pero no podían a hacer nada. Alguna vez, escuchó decir de una compañera: «Qué feo el departamento en donde estás». Ella sonreía a los comentarios para no dar pie a más chismes, suficiente tenía con las miradas de todos cuando la veían trabajar agachada enfrente de su computadora. El estrés la evidenciaba: a veces la encontraban irritable y con rostro de cansada, dejó de asistir a las reuniones de la oficina, empezaba a olvidar las cosas, como los recados que le dejaban en su escritorio, costos que no gestionaba y los dimitía a último momento.

Bajó del camión, cruzó la calle; mientras caminaba se iba diciendo a sí misma: «Irma, tranquila, solo habla con tu jefe; la buena vibra está contigo», recordó a su maestra de yoga, hizo tres respiraciones profundas y estiró los brazos hacia arriba para contener el llanto. Caminó hacia el Centro de Gobierno, subió al tercer piso por el elevador, lo vio de lejos y se fue directamente hacia él: «Te vi ayer, me seguiste, hablaré con el jefe de lo sucedido». Los demás compañeros escucharon la discusión, voltean a mirar a Jorge, este niega lo que dice Irma, con la mano hace una señal indicándoles a todos que ella estaba loca, eso la enfurece más. El jefe llega, los ve discutir, los invitan a pasar a su despacho. Irma narra los hechos, se desahoga. Entre ellos está un abogado quien, después de terminar, le pide a Irma salir de la oficina para tomar un café y platicar:

—Compañera, sé que estás muy enojada, pero yo le aconsejo que no proceda con el acta administrativa, se puede meter en problemas. Mejor olvide lo ocurrido.

—¿Olvidar?

—Sí.

—¿Estás de acuerdo que eso no se le hace a nadie?

—Así es, pero nadie vio lo acaecido, es decir, posiblemente lo estás inventando a causa de las rivalidades que ustedes tienen.

—¿Rivalidades? Yo no tengo la culpa de que le hayan quitado el departamento de Difusión a él, no le explicaron los cambios de la oficina. Estoy asumiendo irresponsabilidades de ustedes, cuando debieron haberle dicho sus planes. El hombre cree que le estoy quitando su cargo, cuando eso no es verdad. La intimidación es un daño a mi persona, por lo tanto, se tiene que corregir. Están violando mis derechos; merezco respeto. Yo no puedo trabajar con alguien así. No hay confianza. Desde ahora tendré que cuidarme y mantenerme alerta. ¿Eso es justo para mí?

—Así son las reglas del juego y las debes aceptar.

—¿Me estás pidiendo que tolere la situación?

—Mira, Irma, el señor está grande y es amigo del jefe, tiene un sentido del humor pesado, posiblemente estaba jugando contigo. Tienes que verlo así. ¿Comprendes el mensaje?

Irma regresa a su trabajo, se dirige a su oficina, Jorge la aborda en el pasillo, le pide disculpas por los conflictos que han tenido y le dice: «Mijita, disculpa si pensaste que yo te iba siguiendo ayer, pero la verdad coincidió tu salida del trabajo con un pendiente en el centro, fui a buscar un material para el evento que tenemos la próxima semana, La Voz del Pueblo, ¿no recuerdas?» Irma tranquilamente lo mira a los ojos y le contesta: «Está bien, entraré al juego maquiavélico, Jorge, pero recuerda estas palabras: El castigo ejemplar no necesariamente es signo de maldad». El señor Jorge se queda serio, la mira, y se dice a sí mismo: «No es una chiquilla, me gusta jugar con ella». 

Irma entra a su oficina, se tranquiliza, abre su laptop, recuerda algo, lo busca por internet: «Artículo 33. Son personas extranjeras las que no posean las calidades determinadas en el artículo 30 constitucional y gozarán de los derechos humanos y garantías que reconoce esta Constitución. El Ejecutivo de la Unión, previa audiencia, podrá expulsar del territorio nacional a personas extranjeras con fundamento en la ley, la cual regulará el procedimiento administrativo, así como el lugar y tiempo que dure la detención. Los extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos del país». Se queda reflexionando unos minutos, recuerda a su madre, cierra la computadora y se dice a sí misma: «Es absurdo, esperaré unos meses mientras me opero y después a buscar otro trabajo, mientras recurriré a lo políticamente correcto».

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