Yadira Sandoval Rodríguez
Estoy en la parada del camión, son las
3:20 p. m; el calor es intenso. Alrededor de mí están varias personas esperando
el autobús que nos llevará a nuestros hogares; unos con rostros de cansados,
algunos ensimismados en sus celulares, otros platicando con sus compañeros de
trabajo. Yo, al igual que ellos, estoy agotada y con hambre; miro el peñasco
que tengo enfrente de mí, recuerdo las historias que mi abuelo me narraba sobre
ese lugar; al costado de él está la Casa de la Cultura y a un lado, el Centro
de Gobierno donde trabajo, alrededor hoteles, restaurantes, atrás de mí Musas,
un centro cultural de exposiciones de arte, y Galería Mall.
A esta
hora el lugar se congestiona de carros, debido a ello y al calor intenso, los conductores manejan con cara
de enojados. La ruta tarda de veinte a treinta minutos en llegar, los rayos del sol pegan directamente en mi piel y empiezo a enfadarme
por el ardor que siento en mis brazos aunado a los olores que emanan de los hombres sudados. En ese instante recuerdo los regaños de mi
madre: «¿Cuándo empezarás a usar una sombrilla?». Y a la par se viene a mi
mente mi rutina al salir del trabajo: cargar a mano con una computadora, un bolso
donde guardo el uniforme, mi bolso de mano y todavía sumarle a eso, ¡una
sombrilla! Deberían los gobiernos ofrecernos paradas dignas o un transporte
público acorde a las temperaturas de esta región, o más bien, plantar árboles
para darnos sombra. Son pocos los que quedaron después de la pudrición texana,
un hongo que acabó con varios árboles denominados yucatecos.
De niña recuerdo cuando iba con mi madre
al parque madero, por donde caminabas el color verde salía a relucir sobre los
edificios, ahora solo queda el color gris del concreto, es deprimente. El clima
se siente diferente en cada punto de la ciudad por las islas de calor que se
forman, la combinación de concreto con metal concentra altas temperaturas en
las estructuras permitiendo la elevación de esta, volviéndose insoportable el
Vado del Río, a quién se le ocurre hacer un corredor de negocios sin diseño de zonas
verdes, es por eso que se vuelve insoportable a esta hora. Hace dos años
protestamos para que no quitaran un parque el cual era representativo de
nuestra sociedad, todos los conocíamos como el parque hundido, tenía muchos
árboles, varias personas luchamos para que lo mantuvieran, pero fracasamos, es
terrible la planificación urbana de esta ciudad.
Las temperaturas son más altas en los
meses de junio, julio, agosto y septiembre, hemos llegado a los 49 grados
centígrados hasta sientes que te asfixias, dicen que ni en el desierto de
Sahara se siente así. Las personas que vienen de otros lugares suelen decirnos:
«¿Cómo pueden soportar este calor?». Aparte de que no veo apoyo ciudadano por
ningún lado, veo a todos metidos en sus celulares, aislados del mundo que les
rodea, no hay duda, lo inhumano se tolera con un móvil en la mano. La resignación
es frustrante para algunos. Trato de evadir mis pensamientos. A lo lejos veo el
camión, hago señas con la mano para indicar que se pare; subo dos pequeños
escalones, le sonrío al camionero, entrego el dinero, este me recibe con cara
de enojado porque olvidé feriar. Entre los pasajeros una señora saca su bolso y
me facilita dos monedas de diez pesos, le devuelvo el billete de veinte pesos que
le había entregado al camionero, le doy las gracias. Afortunadamente encuentro
un asiento, pongo encima de mí el maletín y mis bolsos. En eso, lo veo a él a
través de la ventana siguiendo el camión en donde iba, mi instinto de
protección no acepta la coincidencia, me alarmo, en un momento quise imaginar
que daría vuelta en alguna calle, pero iba a toda velocidad tratando de no
perder el camión. Pasaron diez minutos, adelante se encuentra el centro
histórico, pido la bajada para agarrar otro ómnibus, así es todos los días, pero
esta vez me introduzco en una tienda, salgo por la puerta trasera y me sorprende
por el mismo lugar, lo tengo a unos metros de mí, mis piernas empiezan a
temblar, camino hacia una taquería, aguardo unos minutos sentada, hasta que el
susto pase. Pido un taxi, llego a casa y mi madre me recibe asustada al verme
llorar.
—¿Qué te pasa, hija?
—Me siguió hasta el centro, mamá.
—Pero ¿quién?
—El estúpido, cabrón, hijo de la chingada,
el gachupín.
—Tranquilízate, para que me expliques
bien. Te haré un té.
—No sé, por qué me siguió, el tipo.
—Lo que sospechabas sí es cierto, hija.
Tendrás que renunciar.
—¿Renunciar? No puedo, mamá, tengo que
pagar mi deuda de la universidad. Voy saliendo y no tengo otra opción de
trabajo, ando muy atrasada en los pagos. Y lo más importante debo mantenerme
allí por el seguro, necesito operarme la rodilla el dolor es intolerable, mamá.
—Yo te puedo ayudar.
—No tenemos dinero, mamá.
—Pedimos dinero prestado en algún banco.
—No, gracias. No es justo. Suficiente con
la deuda de la universidad.
—¿Qué vas a hacer?
—Mañana hablaré con mi jefe.
—Bueno, te apoyo en lo que tú decidas.
Pero tendrás que tener cuidado, hija, ya me dio miedo ese señor.
—No te preocupes, tengo apoyo de mi jefe.
Al día siguiente, Irma no se quiere levantar
de la cama, solo piensa en la confrontación que tendrá con el español, siente coraje,
pero sabe que lo debe hacer. La mamá le preparó su desayuno favorito,
enchiladas verdes para animarla. Termina de desayunar, platica con su madre
mientras se termina la segunda taza de café:
—Hija, ya sabes con quien estás tratando,
así que cuídate mucho, estaré orando por ti.
—Gracias, mamá. —Se despide con un beso.
Durante trayecto de su casa al trabajo sigue
pensando en lo sucedido, une esos pensamientos con anteriores intrigas:
registraba sus cajones en los días en que no iba a trabajar, estaba al
pendiente de su vida privada, la observa constantemente. Toleraba ciertos comentarios
como: «Qué bonita piel tienes, tú no puedes tatuar ese cuerpo tan bello; aquí
te traigo estas películas para que aprendas, tiene algunas escenas de sexo,
pero sé que te gustarán». La rivalidad y la competencia entre los dos la estaban
desgastando moralmente. A Jorge le molestaba la incredulidad de Irma, mientras
las demás le festejaban todo comentario. La formación de Irma en Ciencias
Políticas aunado a su inclinación con el movimiento feminista le exigía
seriedad en el trabajo, mientras él con sus aires de grandeza de europeo
subestimaba al equipo, cosa que hacía enfadar a ella. Los demás lo toleraban
porque les fascinaba las historias que contaba sobre su ascendencia de alta
alcurnia, siempre hablaba de sus torneos de equitación, mostraba fotos de
eventos, hablaba de sus lujos de juventud como una forma de diferenciarse del
resto, por más que Irma trataba de entablar empatía con él no podía, había algo
que le incomodaba en él: «Posiblemente hizo algo en España y salió huyendo. Aparte
de que no veo interés por obtener la ciudadanía. Si yo estuviera trabajando en
otro país estaría agradecida y respetaría, eso es ser congruente. Tuvimos
suficiente con la conquista, no aprenden los españoles o más bien nosotros».
Varias veces lo cachó hablando
morbosamente de sus compañeras, desde entonces la idea de macho no la pudo
desplazar de su mente, tal pensamiento la alimentó de prejuicios al enterarse
del caso La Manada: la violación en grupo de una chica en España. Los
compañeros se daban cuenta del trato, pero no podían a hacer nada. Alguna vez,
escuchó decir de una compañera: «Qué feo el departamento en donde estás». Ella
sonreía a los comentarios para no dar pie a más chismes, suficiente tenía con
las miradas de todos cuando la veían trabajar agachada enfrente de su
computadora. El estrés la evidenciaba: a veces la encontraban irritable y con
rostro de cansada, dejó de asistir a las reuniones de la oficina, empezaba a
olvidar las cosas, como los recados que le dejaban en su escritorio, costos que
no gestionaba y los dimitía a último momento.
Bajó del camión, cruzó la calle; mientras
caminaba se iba diciendo a sí misma: «Irma, tranquila, solo habla con tu jefe; la
buena vibra está contigo», recordó a su maestra de yoga, hizo tres
respiraciones profundas y estiró los brazos hacia arriba para contener el
llanto. Caminó hacia el Centro de Gobierno, subió al tercer piso por el
elevador, lo vio de lejos y se fue directamente hacia él: «Te vi ayer, me
seguiste, hablaré con el jefe de lo sucedido». Los demás compañeros escucharon
la discusión, voltean a mirar a Jorge, este niega lo que dice Irma, con la mano
hace una señal indicándoles a todos que ella estaba loca, eso la enfurece más. El
jefe llega, los ve discutir, los invitan a pasar a su despacho. Irma narra los
hechos, se desahoga. Entre ellos
está un abogado quien, después de terminar, le pide a Irma salir de la oficina
para tomar un café y platicar:
—Compañera, sé que estás muy enojada, pero
yo le aconsejo que no proceda con el acta administrativa, se puede meter en problemas.
Mejor olvide lo ocurrido.
—¿Olvidar?
—Sí.
—¿Estás de acuerdo que eso no se le hace a
nadie?
—Así es, pero nadie vio lo acaecido, es
decir, posiblemente lo estás inventando a causa de las rivalidades que ustedes
tienen.
—¿Rivalidades? Yo no tengo la culpa de que
le hayan quitado el departamento de Difusión a él, no le explicaron los cambios
de la oficina. Estoy asumiendo irresponsabilidades de ustedes, cuando debieron haberle
dicho sus planes. El hombre cree que le estoy quitando su cargo, cuando eso no
es verdad. La intimidación es un daño a mi persona, por lo tanto, se tiene que
corregir. Están violando mis derechos; merezco respeto. Yo no puedo trabajar
con alguien así. No hay confianza. Desde ahora tendré que cuidarme y mantenerme
alerta. ¿Eso es justo para mí?
—Así son las reglas del juego y las debes aceptar.
—¿Me estás pidiendo que tolere la
situación?
—Mira, Irma, el señor está grande y es
amigo del jefe, tiene un sentido del humor pesado, posiblemente estaba jugando
contigo. Tienes que verlo así. ¿Comprendes el mensaje?
Irma regresa a su trabajo, se dirige a su
oficina, Jorge la aborda en el pasillo, le pide disculpas por los conflictos
que han tenido y le dice: «Mijita, disculpa si pensaste que yo te iba siguiendo
ayer, pero la verdad coincidió tu salida del trabajo con un pendiente en el
centro, fui a buscar un material para el evento que tenemos la próxima semana, La
Voz del Pueblo, ¿no recuerdas?» Irma tranquilamente lo mira a los ojos y le
contesta: «Está bien, entraré al juego maquiavélico, Jorge, pero recuerda estas
palabras: El castigo ejemplar no necesariamente es signo de maldad». El señor
Jorge se queda serio, la mira, y se dice a sí mismo: «No es una chiquilla, me
gusta jugar con ella».
Irma entra a su oficina, se tranquiliza, abre
su laptop, recuerda algo, lo busca
por internet: «Artículo 33. Son personas extranjeras las que no posean las
calidades determinadas en el artículo 30 constitucional y gozarán de los
derechos humanos y garantías que reconoce esta Constitución. El Ejecutivo de la
Unión, previa audiencia, podrá expulsar del territorio nacional a personas
extranjeras con fundamento en la ley, la cual regulará el procedimiento
administrativo, así como el lugar y tiempo que dure la detención. Los
extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos
del país». Se queda reflexionando unos minutos, recuerda a su madre, cierra la
computadora y se dice a sí misma: «Es absurdo, esperaré unos meses mientras me
opero y después a buscar otro trabajo, mientras recurriré a lo políticamente
correcto».
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