jueves, 25 de abril de 2019

Sincretismo religioso


Yadira Sandoval Rodríguez

El amor los unió en la edad adulta; ella, madre de dos hijos varones, secretaria de un bufete de abogados, edad treinta y siete, él soltero de la misma edad comprometido con su trabajo. Los dos se conocieron en una exposición de cine de culto. Sus miradas se encontraron mientras miraban la cartelera; él inmediatamente miró su mano izquierda, cerciorándose de si encontraba algún anillo de casada o de compromiso, al no ver nada le coqueteó esperando ser correspondido. Ella, segura de haberle gustado, aprovechó para preguntarle la hora y hacerle plática.
—¿Qué hora tienes? —dice ella.
—Las ocho —responde él.
—Gracias. Mucho gusto, mi nombre es Sofía.
—Es un placer, el mío es Gonzalo.
—¿Te agrada el cine de culto? 
—Sí, en especial la película, El ladrón de bicicletas.
—Coincido contigo, también entraré a ver esa.  
—Perfecto, nos haremos compañía.  
Sofía, entre emocionada y desconfiada por no conocer a Gonzalo, intenta disimular sus nervios, ya que el hombre le había gustado mucho. Por el otro lado, él no intentó despistar su emoción, le resultó tan atractiva que hizo lo posible por conocerla. Tuvieron treinta minutos para platicar antes de que empezara la función, los cuales los aprovecharon. A Sofía le dio confianza escucharlo hablar, la apantalló el conocimiento que tenía del cine italiano. Gonzalo habló del director Vottorio de Sica, al igual de Federico Fellini en especial de la película la Strada, los dos coincidieron en Cinema Paradiso y La vida es bella. Gonzalo no podía creer que sus gustos concordaran con otra persona, ya que en donde viven son pocos quienes se inclinan por amenidades culturales, debido a que la cultura ganadera predomina sobre las humanidades en el Estado de Sonora, algo muy criticado por él. Los dos viven en el norte de México, en la ciudad de Hermosillo, Sonora, unas de las regiones más calurosas del país, con temperaturas en verano que han llegado a los 49.5 grados centígrados. Al momento de entrar a unas de las salas de la Casa de la Cultura de la ciudad, el celular de Sofía suena, era su madre preguntándole si iba a llegar tarde, ya que Daniel su hijo menor deseaba quedarse a dormir con ella. Gonzalo escuchó que hablaban de un niño, en eso pensó: «Ha de ser divorciada». Sofía le contesta a su madre que podían quedarse a dormir con ella. Después de colgar le muestra una foto a Gonzalo de sus dos hijos: «Ellos son mis amores, Felipe y Daniel». Gonzalo sonríe y dice: «Igualitos a la mamá». Ella le da las gracias. Estando adentro de la sala buscan dos asientos, él opta por la parte de arriba, ella dice que sí. Al terminar la función, Gonzalo invitó a cenar a Sofía, cada quien llevaba su propio carro y quedaron de verse en el restaurante Está Cabral, situado en el centro histórico de la ciudad. Ella dijo: «Es un excelente lugar, me gusta el ambiente bohémico y la música de trova que siempre tienen». Llegaron al restaurante, estacionaron los carros, a lo lejos se escucha la canción Mujeres de Silvio Rodríguez mientras caminaban un tramo por un callejón que los dirigía al lugar; a Gonzalo le fascina la arquitectura colonial, era una casa de unos cien años de antigüedad y la adaptaron tipo cenaduría, no tiene techo, solo la cocina y la barra, la estructura da una impresión como si estuviera derribándose; la luz de las velas sobre botellas de vinos sostenidos en ladrillos de adobe incrustados en las paredes, dan el ambiente bohémico que le gusta a Sofía. Gonzalo empezó a platicarle de su vida, es ingeniero en electrónica, pero su madre desde niño le inculcó la parte artística; siempre estuvo en talleres de arte: pintura, música, literatura y teatro. Esto último le fascinó a Sofía. Ella aceptaba que le daba pavor hablar en público cosa que no comprendía, ya que su madre era buenísima para relacionarse con las personas. Sofía le dice: «No heredé eso de mi madre» y se ríen los dos. Terminan de cenar, Gonzalo le comenta que desea seguirla viendo, que le encantó su compañía, ella acepta.
Los meses pasaron entre salidas al cine, a cenar, conocer familiares y amigos, hasta que Gonzalo le pide matrimonio.
Felipe y Daniel estaban encantados con la noticia de que su mamá se iba a casar, ellos querían mucho a Gonzalo. Eso la hacía sentir segura a Sofía, sus hijos son lo más valioso, y Gonzalo lo sabe. A él le fascina la relación que tienen ellos tres, por lo tanto, se esmeraba por hacerlos sentir bien. A donde salían, todos los reconocían como familia, se veían tan felices. Hasta que un día, Gonzalo no pudo tolerar las prácticas del chamanismo que ejercía la mamá de Sofía. Era algo que empezaba a incomodarle, aunque tenía nociones teóricas de brujería porque reconocía que su sociedad empleaba mucho esas prácticas, razón por la cual leyó el libro Las Enseñanzas de Don Juan, un antropólogo que desea conocer en que consiste el chamanismo a través de un indígena Yaqui. Esas historias las veía muy lejanas, su formación no le permitía creer en esas cosas, pero las respetaba sabiendo que eran parte de la cultura indígena, el pensamiento crítico para él era de suma importancia para enfrentar una sociedad con altísimo rezago educativo. Un día Gonzalo pasaba a casa de Sofía para invitarlos a comer en eso encontró a su suegra con unas velas en el piso rodeando un pentáculo, con el objetivo de poner al niño más pequeño en el centro para protegerlo de las entidades maléficas. Gonzalo sintiéndose responsable de ese niño reaccionó al impulso de la sobreprotección, en tanto la mamá de Sofía de forma impulsiva empezó a gritar:
—¡Tú no eres el papá de estos niños, y nunca lo serás! ¡Yo los he educado, así que son mis hijos!
—No son sus hijos, son de Sofía, y ahora, yo soy su padre para protegerlos.  
Esa repuesta enfureció a la señora, y no pudiendo controlar la ira se abalanzó contra él a golpes. Gonzalo no quería tocarla y aceptó los rasguños, el niño menor empieza a llorar al igual su hermano mayor, Sofía iba llegando de la tienda, escuchó los gritos, vio la situación en la que estaban los dos, marcó a la policía porque sus palabras no eran escuchadas por su madre. La policía llega, los niños empiezan a llorar más fuerte, Sofía trata de tranquilizarlos, los gritos de su madre están fuera de control, Gonzalo se queda quieto al ver a los niños llorar. Nadie puede controlar a la señora, hasta que Gonzalo decide irse del lugar para ayudar. Sofía le da las gracias. Ella junto con la policía tratan de tranquilizar a la mamá, no se deja, esta habla de que Gonzalo la lastimó, los oficiales voltean a mirar a Sofía, ella dice que es mentira, explica que está enferma de los nervios, estos comprenden la situación y se retiran.
Gonzalo llega a su casa abatido por la confrontación con su suegra; mira el atardecer que empieza a caer en el semi-desierto, todas las tonalidades del naranja pintan el cielo. Esa intensidad atmosférica la siente en su corazón. No deja de pensar en Sofía y en los niños, el percance le permite reflexionar sobre la situación de gravedad en la que se encuentra la madre de su prometida. El sentimiento de culpabilidad sale a relucir junto con otros que tenía guardados, como la soledad. En vez de salir, se encierra en sí mismo. Al día siguiente, Sofía se reporta con él, le comenta que su madre está delicada de salud y como hija única tenía la responsabilidad de ayudarla, le dijo que la disculpara, pero tendría que distanciarse por algún tiempo hasta encontrar alguna solución al problema de su madre. Gonzalo le pide disculpas por lo sucedido. Ella sabía que tarde o temprano iba a suceder algo así:
—No te preocupes, después de la muerte de mi papá mi madre se refugió en el chamanismo para curar su soledad. Mi padre era el único que sabía cómo controlar en ella esas prácticas. Solo sé que es descendiente de un grupo indígena, la verdad, ni sabemos de a cuál, alguna vez le llegué a preguntar y eludió la respuesta. Es mínima la información de su pasado.
—Comprendo la situación, pero en este caso, ¿los niños? ¿Tú crees que es lo mejor para ellos?
—¿Y qué puedo hacer, Gonzalo?
Gonzalo se queda callado. Sofía insiste en darse un tiempo hasta que su madre regrese con el psicólogo y empiece con un tratamiento para sus nervios, luego cuelga y permanece indecisa entre iniciar o no un matrimonio. Se siente culpable por sentir a su madre como una carga, trata de luchar contra esos pensamientos, su carácter pragmático le ha ayudado a salir adelante, después de perder a su padre, bien sabe que no puede depender de la protección varonil. Aunque sabía que tenía a Gonzalo en ese momento, también siente una especie de soledad. Sus familiares empiezan a verlo mal y el niño mayor no lo quiere ver. La madre no deja de hablar de la situación, se empieza a quejar de su brazo derecho en donde según ella la lastimó el prometido. Sofía no la contradice, solo calla. La psicóloga le comenta que no puede estar sometida bajo los caprichos de su madre, que tenía que ser fuerte con ella. Al escuchar eso, se siente incomprendida, sale enojada del consultorio, aceptando que no tiene el carácter para enfrentar a su madre o más bien, ya no quiere otro conflicto en su vida.
Pasaron los días, Gonzalo se comunica con Sofía la convence para que se vean en un café, ella acepta. Son las 6:00 p.m. y se quedan de ver en la Plaza Bicentenario. Sofía va acompañada con los dos niños, saludan a Gonzalo, el más grande le pide una explicación de lo sucedido en casa de su abuela, su mamá lo interrumpe diciéndole que no era el momento, Gonzalo le pide disculpas al niño, la madre se queda callada, los niños se van a jugar con otros peques para dejarlos hablar. Los dos están nerviosos, se abrazan, Gonzalo toma la mano de Sofía, la mira a los ojos y le dice: «Acepto las condiciones».   

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