Miguel Ángel Salabarría Cervera
Era un día que para
Aránzazu iniciaba con prisa y estrés, se había desvelado estudiando para su
primer examen de la Licenciatura en Abogacía, no quería tener una mala nota,
porque se mezclaban: su disciplina de estudiante, el reto de una nueva meta y
la superstición de iniciar con el pie izquierdo.
El recorrido del bus
de su domicilio a la universidad se le hizo eterno, en cada parada, miraba su
reloj y veía si subía algún condiscípulo para entrar juntos al examen de
Introducción al Estudio del Derecho, programado para las ocho de la mañana.
Llegó al paradero de
la Facultad de Jurisprudencia, descendió corriendo, subió de dos en dos las
escaleras hasta el tercer nivel; miró su reloj y vio que faltaban cinco minutos
antes de las ocho de la mañana, sintiéndose tranquila, entró buscando su
habitual sitio con sus compañeros que ya estaban preocupados por su retraso.
Los saludó e
intercambiaron palabras sobre su preparación para el examen que presentarían en
unos minutos, todos se sentían nerviosos por ser su primera prueba de
licenciatura.
Los minutos pasaron
de la hora prevista, hasta que uno de ellos decidió que fuera alguien a
preguntar a la dirección sobre la ausencia del maestro esperado, todos
estuvieron de acuerdo y decidieron que el de la propuesta realizara la
encomienda.
Fue informado que el
maestro había sido convocado con urgencia, a una junta a las ocho de la mañana
a la rectoría y que el examen sería hasta la otra semana en el mismo día,
miércoles. La noticia causó alegría, por la fama que tenía el maestro de ser
riguroso.
Los compañeros de la
estresada Aránzazu, le propusieron ir a tomarse un café para que se relajara y
charlaran de temas que no trataran nada de clase, ella aceptó de buen modo y se
dirigieron a una cafetería fuera del espacio universitario.
Las tres chicas y los
dos jóvenes entraron al local Aromas de Leyes, era el más concurrido por los
estudiantes de derecho, quizás por su nombre o la identidad que les causaba a
los estudiantes. En el ambiente se mezclaban el olor de los diversos cafés con
el humo de los cigarros, la música moderna, los fuertes murmullos de las
pláticas y carcajadas de los asistentes. Aránzazu, a quien también era llamada
Arantxa, mostró sorpresa por el contexto del lugar, porque nunca había asistido,
haciéndoselos saber a sus acompañantes, quienes le dijeron que ellos eran
asiduos clientes. Se sentaron a la mesa, todos pidieron el café de su
preferencia, uno de los jóvenes extrajo de entre sus ropas una cajetilla
apachurrada de cigarros que ofreció a sus amigos, quienes fueron tomando uno,
al llegar a quien asistía por primera vez, se negó argumentando que no fumaba,
los demás intercambiaron miradas y sonrisas pícaras.
—No has probado el
sabor de la vida ―le dijo Daniel, al tiempo que encendía y aspiraba con fuerza
el humo del cigarrillo.
—Nunca he fumado
—respondió Arantxa.
Terció Verónica para
comentar:
―No te preocupes, ya
aprenderás a fumar, y vas a sentir que es muy bueno para relajarse en momentos
de tensión como los exámenes, o en otra situación que ni te imaginas que
vivirás
―Además el cigarro es
un compañero —con expresión espiritual comentó Verónica― que está contigo en
las malas, en las buenas… ¡y en las mejores!
Al unísono todos
soltaron estruendosas carcajadas.
―Quizás con el
tiempo, fume y diré lo mismo que ustedes ―concluyó Arantxa.
En este ambiente
transcurrieron sus primeros tiempos como estudiantes, después de cursar el
quinto semestre la vida fue llevándoles por diferentes derroteros debido a que
empezaron a hacer sus pinitos laborales en despachos jurídicos, juzgados, u
otra instancia relacionada con el ámbito de la carrera que cursaban. Sin
embargo, seguían manteniendo comunicación en la facultad y convivencia de fin
de semana.
Finalizaba su décimo
y último semestre de la formación académica, cuando en el juzgado del ramo
penal donde laboraba Arantxa, conoció a un abogado algunos años mayor a los
veintitrés que ella tenía. Renombrado por sus habilidades como litigante para
ganar juicios de presuntos culpables de delitos relacionados con el
narcotráfico; se impresionó por su personalidad y trato con que la diferenciaba
de las otras mujeres que ahí laboraban.
Al concluir las
clases a las ocho de la noche de un jueves, los amigos se despedían a la
entrada de la facultad, cuando Arantxa les propuso ir a la cafetería que
acostumbraban:
«Mejor vamos mañana, y
podemos quedarnos hasta la una de la madrugada cuando cierran», dijo
Daniel.
Todos estuvieron de
acuerdo y se marcharon a sus domicilios.
Al día siguiente,
estando en su trabajo absorta leyendo unos expedientes Arantxa no se percató de
la presencia del licenciado Rodolfo; quien se acercó a su escritorio para darle
los buenos días, ella se sobresaltó tanto que dio un grito inesperado.
—Discúlpame, no fue
mi intención asustarte ―se justificó.
Ella ruborizada,
sintiendo la mirada de los presentes respondió apenada:
—A mí, por mi grito a
su saludo.
―Para borrar este mal
momento, te invito a cenar hoy en la noche.
Ella se quedó en
silencio, recordando el compromiso hecho con sus amigos, para platicarles lo
que le había ocurrido al conocer a quien en ese momento la invitaba a cenar esa
noche. Por su mente pasaron las palabras de Verónica: «No te preocupes, ya
aprenderás a fumar, y vas a sentir que es muy bueno para relajarse en momentos
de tensión como los exámenes, o en otra situación que ni te imaginas que
vivirás»… y deseó fumar en ese instante.
Al no responder a la
invitación, le dijo:
―Imagino que tienes
compromiso para esta noche, pero espero que aceptes mi invitación para el
próximo viernes. ―Dio media vuelta y la dejó sin responder.
Perpleja se ensimismó
en los expedientes que consultaba, pero su mente vagaba pensando en las últimas
palabras de Rodolfo, que parecían que era una orden de la que no podía negarse.
Así transcurrió su día de trabajo, hasta que llegó a clases, en la que se
mostró distraída, siendo percibido por sus compañeros.
Cuando terminaron las
clases en una calurosa noche de abril, los cinco amigos se dirigieron cruzando
palabras informales de sus actividades, hasta llegar al «Aromas de Leyes» y
buscar una mesa que estuviera próxima al enfriador del ambiente y apartada para
escuchar la esperada historia de Arantxa.
Daniel, tomando
ceremoniosamente la palabra dijo:
―Se abre la sesión,
se le concede la palabra a la sospechosa Arantxa.
Todos rieron de la
ocurrencia y miraron a la que fue nombrada.
Ella sonrió nerviosa,
e inició su relato desde que conoció en la Sala Penal al licenciado Rodolfo
Barrientos, su fama como litigante que ganaba todos sus casos, relacionados con
narcotráfico. Además lo que más le impactó fue su recia personalidad que le
atraía sin sabérselo explicar. Ruborizada contó lo ocurrido en la mañana sin
ocultar detalle y el desenlace que tuvo el encuentro, así como también, la
incertidumbre en que la dejó sumida el compromiso en que se vio envuelta.
Sus compañeros le
dieron sus opiniones, sin embargo, coincidieron en advertirle que estuviera muy
atenta con él, porque era un «viejo lobo de mar».
—Tú te distingues por
ser una excelente estudiante, mas no por saber «litigar en estos juicios de
amor y pasión», —le dijo Daniel a Arantxa.
La hilaridad brotó
estruendosa rompiendo la seriedad de la conversación, para pasar a platicar
cosas triviales hasta la media noche en que se despidieron, tomando cada uno
caminos diferentes a sus casas.
La vida continuó para
todos en sus rutinas, mas no para Arantxa, porque en su trabajo se veía
asediada por quien le resultaba un brillante abogado; al fin accedió a salir a
cenar el próximo viernes de esa semana.
Esa noche, se arregló
con esmero, pero conservando su sencillez e inocencia natural; puntual a las
ocho de la noche escuchó golpes a la puerta que indicaban la llegada de quien
iría a buscarla, llena de pena abrió la puerta escuchando el saludo del
licenciado Barrientos que le tendió el brazo invitándola a que lo entrelazara
con el de ella e iniciaran el compromiso ansiado por él y tan evadida por ella.
Cerró la puerta y aceptó la invitación caballerosa pasando su brazo al de
Rodolfo.
Salieron sin
pronunciar palabras, hasta detenerse frente a un lujoso auto, él le abrió la
portezuela delantera, ella se acomodó, luego se dirigió al otro lado del
vehículo para abordarlo y emprender rumbo a un restaurante; en el trayecto
encendió el estéreo poniendo música romántica instrumental; le preguntó si
tenía algún restaurante de su preferencia para cenar, Arantxa le respondió que
no tenía, a lo que él le dijo que la llevaría a un lugar agradable, donde
miraría la ciudad y las estrellas.
Pasados unos treinta
minutos, llegaron a un elegante restaurante en la parte alta y exclusiva de la
ciudad, al descender la invitó a acercarse al barandal del mirador, desde donde
se apreciaba la impresionante vista de la metrópoli iluminada centellando por
infinidad de luces que daban al panorama un ambiente de ensueño.
Al entrar, la
recepcionista lo saludó por su nombre, miró de reojo a su acompañante sonriendo
con disimulo y picardía e inmediatamente los condujo a una apartada mesa, que
tenía privilegiada vista hacia el cerro que permitía observar el titilar del
estrellado cielo.
Un mesero presuroso
se acercó a la pareja y de nueva cuenta él fue saludado por su nombre, les
ofreció una bebida de cortesía, mientras les dejaba la carta para que
posteriormente eligieran su cena.
Al concluir la bebida
de cortesía, el mesero se acercó para tomar la orden, ella miraba la carta sin
saber qué elegir, hasta que escuchó la sugerencia de Rodolfo que aceptó a pesar
de que la cena iba acompañada de una botella de vino. Se resistía a tomar más
de una copa de vino, sin embargo, a las insistencias de él se vio comprometida.
―Cuéntame de tu vida
—le dijo Rodolfo.
―Es muy sencilla,
vivo con mis padres, ambos están jubilados, somos de un rancho del interior del
Estado.
―Muy interesante —le
comentó él y agregó― tengo entendido que estás por egresar de la universidad y
que te otorgaron tu nombramiento definitivo en el Juzgado por tus excelentes notas
y buen desempeño.
Apenada respondió:
―Es verdad,
—continuó― quiero hacer una gran carrera en la fiscalía, así como usted es un
brillante abogado.
Sacó su cigarrera y
se la ofreció a Arantxa.
―Gracias, no fumo. —Sonriente
le contestó.
―Ha sido un gran
esfuerzo llegar hasta el sitio en que me encuentro —muy ufano entre bocanadas
de humo, contaba Rodolfo― pero es necesario tener buenas relaciones de todo
ámbito para ser un triunfador.
—¿Y su familia,
licenciado? —con ingenuidad ella le cuestionó.
Ante la inesperada
pregunta, aspiró su cigarro y exhaló con lentitud el humo.
―Arantxa—le dijo al
tiempo que le ponía su mano sobre la de ella, — por seguridad de la persona que
es mi familia, prefiero una relación discreta, porque lo más importante es
vivir.
Sorprendida por la
respuesta, como sentir la mano de él sobre la de ella, solo sonrió sin quedarle
claro el significado de sus palabras.
—Te quiero pedir algo
—le expresó al tiempo que tomaba la mano de ella y la besaba— que me llames
Rodolfo, en privado… como este momento.
―No puedo —musitó
ella.
―Dilo… por favor —le
contestó.
—Rodolfo ―al fin dijo
ella.
—Esto es para
celebrarse —al tiempo que alzaba el brazo y acudía inmediatamente el mesero—
traiga el mejor champagne.
Le enviaron lo
ordenado, acompañado por dos copas, que fue servida por el mesero, quien se
retiró con discreción.
―Brindemos porque
entre nosotros inicia un relación que será maravillosa —dijo voz sugestiva
Rodolfo― ¡Salud!
Arantxa asintió y
bebió el líquido espumoso sintiendo que se nublaba su vista, pero trató de
controlarse manifestando una sonrisa nerviosa.
Él se percató de la
situación y le preguntó:
—¿Quieres que nos
vayamos?
—Sí, me siento
indispuesta.
Llamó al mesero pidió
la cuenta y dejó una generosa propina que hizo sonreír con excesivo
agradecimiento al empleado, que presuroso los despidió hasta la puerta. Rodolfo
tomó por la cintura a Arantxa, la condujo hasta el mirador le enseñó la luna
llena que se ocultaba con discreción tras una nube; ella la miraba, no se
percató de que él la abrazaba y depositaba un cálido beso en los labios, ella
sintió un recorrer nervioso por su cuerpo, al principio se resistió, pero se
dejó llevar por la caricia inesperada.
—Vámonos, me siento
aturdida por lo que he tomado —le dijo a Rodolfo.
La llevó de la
cintura hasta el auto, le abrió la portezuela al acomodarse ella, la beso de
nuevo. Se instaló al volante, puso música instrumental, enfilando por un rumbo
desconocido. Al percatarse ella, le preguntó que para dónde se dirigían; él
trató de tranquiliza diciéndole que irían a buscar el regalo que le tenía
preparado.
Se detuvieron en un
edificio de departamentos en una zona exclusiva; la invitó a descender
pidiéndole unos minutos mientras subían a recoger el regalo; al entrar se
escuchó música acogedora, él la invitó a sentarse en amplio y mullido sofá, él
abrió un librero, llevándole un estuche rectangular, se puso a sus espaldas
entregándoselo al tiempo que le besaba el cuello, ella tomó el obsequio
sintiendo el beso apasionado, con cuidado lo extrajo era un gargantilla
valiosa, quedándose admirada por tal presente, mientras él continuaba besando
el cuello de Arantxa.
—Te la pondré, para
que adorne tu belleza —tomó la prenda, le hizo a un lado su cabellera
colocándosela al tiempo que le besaba el cuello.
—Gracias, pero...
—Debemos brindar
porque has aceptado este obsequio ―Rodolfo le dijo.
―Es que… se me hace
imposible aceptarlo.
―No digas más ―le
replicó él.
Se dirigió a un
rincón donde estaba una elegante mesa con una hielera metálica con una botella
de champagne, la destapó, llenó las dos copas que ahí estaban, regresó a donde
ella lo esperaba, le ofreció con firmeza una de ellas, Arantxa la agarró y le
dijo:
―Me siento un poco
mareada.
―Es imposible que no
brindemos, por esta noche y por tu regalo ―le dijo Rodolfo.
—Está bien, pero solo
una copa —dijo ella.
—¡Brindemos por esta
noche, que es el inicio de una nueva vida! —exclamó emocionado.
No supo qué ocurrió,
ni cuándo dejó atrás la pureza de su feminidad, tampoco el momento en que sus
ilusiones juveniles fueron mancilladas, desconoció el instante en que su
virginidad voló como un ave se aleja y desaparece en el horizonte.
Arantxa despertó
sobresaltada, no sabía en dónde se hallaba, se sintió en una mullida cama que
no era la suya, cubierta con sábanas blancas que cubrían la desnudez de su
cuerpo y alma, miró a un lado para encontrarse con Rodolfo que le sonreía; ella
tuvo la sensación que se hundía en un pozo sin fondo, mientras brotaban de sus
ojos lágrimas acompañadas de gemidos que nacían de su inocencia diluida en esta
forma, sin existir la soñada «noche de bodas» que imaginó desde su juventud.
—Vamos, no te pongas
así —le dijo Rodolfo con expresión dominadora— es lo más normal, entre dos
personas que se atraen.
—No esperaba esto
—decía entre sollozos Arantxa— ¿qué voy a hacer?
—No te preocupes, me
haré cargo de ti y te tendré como mi esposa —le decía mientras acariciaba la
cabellera de ella.
—¿Qué dirá mi mamá?
—Replicó para añadir— ¡No puedo vivir así!
Se levantó de la cama
envuelta en la sábana, buscando sus ropas por el cuarto, al encontrarlas se
dirigió al baño para vestirse, mientras Rodolfo sonreía sin preocupación, para
también ponerse de pie y vestirse. Al salir ella del baño le dijo que la
llevaría a su casa.
En el camino casi no
cruzaron palabras, al aproximarse a la puerta del domicilio de Arantxa, Rodolfo
le dijo:
—Te llamaré.
Ella descendió en
silencio, se detuvo en la puerta de su casa, sintió ansiedad y recordó las
palabras de Verónica: «No te preocupes, ya aprenderás a fumar, y vas a sentir
que es muy bueno para relajarse en momentos de tensión como los exámenes, o en
otra situación que ni te imaginas en tu vida». Se armó de valor y entró
explicando a su madre con mentiras, la razón de su ausencia.
Sabía Arantxa de las
condiciones de la relación que sostenía, sin embargo, se sentía atraída por la
personalidad de Rodolfo, quien manejaba a su antojo la situación; haciendo que
ella se distanciara de sus amigos.
Una mañana, al levantarse
de su cama, sintió que su cuarto giraba de ella, corrió al baño y tenía
vómitos, al fin se controló entró al baño a ducharse ya alistada, bajó a
desayunar para irse a su trabajo.
Al llegar, solicitó
audiencia con el juez, para pedirle su cambio al juzgado del Ramo Laboral con
el argumento que quería aprovechar la oportunidad de una beca que se ofertaba
para estudiar una Maestría en esta área. A regañadientes, pero con los
argumentados dados y los méritos por su trayectoria aceptó su remoción para el
primer día del mes siguiente.
Los doce días que
faltaron para cambiar de trabajo, le parecieron una eternidad, más cuando
llegaba el licenciado Rodolfo Barrientos a quien evitaba y cuando le era
imposible evadirlo, se justificaba diciéndole que su madre estaba enferma. Él
se encogía de hombros y le decía:
—Cuando necesites saber
de mí, hablarme, ya sabes dónde buscarme.
—No se preocupe
licenciado Barrientos, «que esto es el inicio de una nueva vida». Respondió con
sorna.
Él sonrió al recordar
que esas fueron sus palabras en su primera noche.
Al llegar el último
día del mes que era lunes, se despidió de todos sus compañeros de trabajo, les
agradeció su apoyo y salió, para darle un giro a su vida.
Desde el miércoles
los celulares de Verónica, Julieta, Pablo y Daniel, no dejaban de repiquetear y
de recibir mensajes de Aránzazu citándolos urgentemente, para reunirse a las
ocho de la noche del próximo viernes en el café Aromas de Leyes, ofreciendo que
ella pagaría el consumo y prometiendo llevar los cigarrillos.
Los cuatro convocados
intercambiaron llamadas y mensajes, llenos de chascarrillos de todos los
colores sobre la insistencia de Arantxa. Todos respondieron afirmativamente su
presencia para el próximo viernes.
A la hora señalada,
llegó uno a uno, sorprendidos de que Aránzazu fuera la primera en arribar,
teniendo sobre la mesa dos cajetillas de cigarros, cuando todos estaban ya
juntos, luego de intercambiar cariñosos saludos acompañados de bromas, Verónica le
preguntó:
—¿Fumas, ya?
Respondió la aludida:
—No, no fumo.
Verónica le dijo sus
palabras de siempre:
—No te preocupes, ya
aprenderás a fumar, y vas a sentir que es muy bueno para relajarse en momentos
de tensión como los exámenes, o en otra situación que ni te imaginas en tu
vida.
—¿Por qué dices esto?
—le inquirió Arantxa.
Intervino Julieta
para decirle:
—Porque tienes cara
de querer contarnos algo importante.
Daniel, lacónico
dijo:
—Tienes cara de…
ansiedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario