lunes, 22 de abril de 2019

Ansiedad

Miguel Ángel Salabarría Cervera

Era un día que para Aránzazu iniciaba con prisa y estrés, se había desvelado estudiando para su primer examen de la Licenciatura en Abogacía, no quería tener una mala nota, porque se mezclaban: su disciplina de estudiante, el reto de una nueva meta y la superstición de iniciar con el pie izquierdo.
El recorrido del bus de su domicilio a la universidad se le hizo eterno, en cada parada, miraba su reloj y veía si subía algún condiscípulo para entrar juntos al examen de Introducción al Estudio del Derecho, programado para las ocho de la mañana.
Llegó al paradero de la Facultad de Jurisprudencia, descendió corriendo, subió de dos en dos las escaleras hasta el tercer nivel; miró su reloj y vio que faltaban cinco minutos antes de las ocho de la mañana, sintiéndose tranquila, entró buscando su habitual sitio con sus compañeros que ya estaban preocupados por su retraso.
Los saludó e intercambiaron palabras sobre su preparación para el examen que presentarían en unos minutos, todos se sentían nerviosos por ser su primera prueba de licenciatura.
Los minutos pasaron de la hora prevista, hasta que uno de ellos decidió que fuera alguien a preguntar a la dirección sobre la ausencia del maestro esperado, todos estuvieron de acuerdo y decidieron que el de la propuesta realizara la encomienda.
Fue informado que el maestro había sido convocado con urgencia, a una junta a las ocho de la mañana a la rectoría y que el examen sería hasta la otra semana en el mismo día, miércoles. La noticia causó alegría, por la fama que tenía el maestro de ser riguroso.
Los compañeros de la estresada Aránzazu, le propusieron ir a tomarse un café para que se relajara y charlaran de temas que no trataran nada de clase, ella aceptó de buen modo y se dirigieron a una cafetería fuera del espacio universitario.
Las tres chicas y los dos jóvenes entraron al local Aromas de Leyes, era el más concurrido por los estudiantes de derecho, quizás por su nombre o la identidad que les causaba a los estudiantes. En el ambiente se mezclaban el olor de los diversos cafés con el humo de los cigarros, la música moderna, los fuertes murmullos de las pláticas y carcajadas de los asistentes. Aránzazu, a quien también era llamada Arantxa, mostró sorpresa por el contexto del lugar, porque nunca había asistido, haciéndoselos saber a sus acompañantes, quienes le dijeron que ellos eran asiduos clientes. Se sentaron a la mesa, todos pidieron el café de su preferencia, uno de los jóvenes extrajo de entre sus ropas una cajetilla apachurrada de cigarros que ofreció a sus amigos, quienes fueron tomando uno, al llegar a quien asistía por primera vez, se negó argumentando que no fumaba, los demás intercambiaron miradas y sonrisas pícaras.
—No has probado el sabor de la vida ―le dijo Daniel, al tiempo que encendía y aspiraba con fuerza el humo del cigarrillo.
—Nunca he fumado —respondió Arantxa.
Terció Verónica para comentar:
―No te preocupes, ya aprenderás a fumar, y vas a sentir que es muy bueno para relajarse en momentos de tensión como los exámenes, o en otra situación que ni te imaginas que vivirás
―Además el cigarro es un compañero —con expresión espiritual comentó Verónica― que está contigo en las malas, en las buenas… ¡y en las mejores!
Al unísono todos soltaron estruendosas carcajadas.
―Quizás con el tiempo, fume y diré lo mismo que ustedes ―concluyó Arantxa.
En este ambiente transcurrieron sus primeros tiempos como estudiantes, después de cursar el quinto semestre la vida fue llevándoles por diferentes derroteros debido a que empezaron a hacer sus pinitos laborales en despachos jurídicos, juzgados, u otra instancia relacionada con el ámbito de la carrera que cursaban. Sin embargo, seguían manteniendo comunicación en la facultad y convivencia de fin de semana.
Finalizaba su décimo y último semestre de la formación académica, cuando en el juzgado del ramo penal donde laboraba Arantxa, conoció a un abogado algunos años mayor a los veintitrés que ella tenía. Renombrado por sus habilidades como litigante para ganar juicios de presuntos culpables de delitos relacionados con el narcotráfico; se impresionó por su personalidad y trato con que la diferenciaba de las otras mujeres que ahí laboraban.
Al concluir las clases a las ocho de la noche de un jueves, los amigos se despedían a la entrada de la facultad, cuando Arantxa les propuso ir a la cafetería que acostumbraban:
«Mejor vamos mañana, y podemos quedarnos hasta la una de la madrugada cuando cierran», dijo Daniel.
Todos estuvieron de acuerdo y se marcharon a sus domicilios.
Al día siguiente, estando en su trabajo absorta leyendo unos expedientes Arantxa no se percató de la presencia del licenciado Rodolfo; quien se acercó a su escritorio para darle los buenos días, ella se sobresaltó tanto que dio un grito inesperado.
—Discúlpame, no fue mi intención asustarte ―se justificó.
Ella ruborizada, sintiendo la mirada de los presentes respondió apenada:
—A mí, por mi grito a su saludo.
―Para borrar este mal momento, te invito a cenar hoy en la noche.
Ella se quedó en silencio, recordando el compromiso hecho con sus amigos, para platicarles lo que le había ocurrido al conocer a quien en ese momento la invitaba a cenar esa noche. Por su mente pasaron las palabras de Verónica: «No te preocupes, ya aprenderás a fumar, y vas a sentir que es muy bueno para relajarse en momentos de tensión como los exámenes, o en otra situación que ni te imaginas que vivirás»… y deseó fumar en ese instante.
Al no responder a la invitación, le dijo:
―Imagino que tienes compromiso para esta noche, pero espero que aceptes mi invitación para el próximo viernes. ―Dio media vuelta y la dejó sin responder.
Perpleja se ensimismó en los expedientes que consultaba, pero su mente vagaba pensando en las últimas palabras de Rodolfo, que parecían que era una orden de la que no podía negarse. Así transcurrió su día de trabajo, hasta que llegó a clases, en la que se mostró distraída, siendo percibido por sus compañeros.
Cuando terminaron las clases en una calurosa noche de abril, los cinco amigos se dirigieron cruzando palabras informales de sus actividades, hasta llegar al «Aromas de Leyes» y buscar una mesa que estuviera próxima al enfriador del ambiente y apartada para escuchar la esperada historia de Arantxa.
Daniel, tomando ceremoniosamente la palabra dijo:
―Se abre la sesión, se le concede la palabra a la sospechosa Arantxa.
Todos rieron de la ocurrencia y miraron a la que fue nombrada.
Ella sonrió nerviosa, e inició su relato desde que conoció en la Sala Penal al licenciado Rodolfo Barrientos, su fama como litigante que ganaba todos sus casos, relacionados con narcotráfico. Además lo que más le impactó fue su recia personalidad que le atraía sin sabérselo explicar. Ruborizada contó lo ocurrido en la mañana sin ocultar detalle y el desenlace que tuvo el encuentro, así como también, la incertidumbre en que la dejó sumida el compromiso en que se vio envuelta.
Sus compañeros le dieron sus opiniones, sin embargo, coincidieron en advertirle que estuviera muy atenta con él, porque era un «viejo lobo de mar».
—Tú te distingues por ser una excelente estudiante, mas no por saber «litigar en estos juicios de amor y pasión», —le dijo Daniel a Arantxa.
La hilaridad brotó estruendosa rompiendo la seriedad de la conversación, para pasar a platicar cosas triviales hasta la media noche en que se despidieron, tomando cada uno caminos diferentes a sus casas.
La vida continuó para todos en sus rutinas, mas no para Arantxa, porque en su trabajo se veía asediada por quien le resultaba un brillante abogado; al fin accedió a salir a cenar el próximo viernes de esa semana.
Esa noche, se arregló con esmero, pero conservando su sencillez e inocencia natural; puntual a las ocho de la noche escuchó golpes a la puerta que indicaban la llegada de quien iría a buscarla, llena de pena abrió la puerta escuchando el saludo del licenciado Barrientos que le tendió el brazo invitándola a que lo entrelazara con el de ella e iniciaran el compromiso ansiado por él y tan evadida por ella. Cerró la puerta y aceptó la invitación caballerosa pasando su brazo al de Rodolfo.
Salieron sin pronunciar palabras, hasta detenerse frente a un lujoso auto, él le abrió la portezuela delantera, ella se acomodó, luego se dirigió al otro lado del vehículo para abordarlo y emprender rumbo a un restaurante; en el trayecto encendió el estéreo poniendo música romántica instrumental; le preguntó si tenía algún restaurante de su preferencia para cenar, Arantxa le respondió que no tenía, a lo que él le dijo que la llevaría a un lugar agradable, donde miraría la ciudad y las estrellas.
Pasados unos treinta minutos, llegaron a un elegante restaurante en la parte alta y exclusiva de la ciudad, al descender la invitó a acercarse al barandal del mirador, desde donde se apreciaba la impresionante vista de la metrópoli iluminada centellando por infinidad de luces que daban al panorama un ambiente de ensueño.
Al entrar, la recepcionista lo saludó por su nombre, miró de reojo a su acompañante sonriendo con disimulo y picardía e inmediatamente los condujo a una apartada mesa, que tenía privilegiada vista hacia el cerro que permitía observar el titilar del estrellado cielo.
Un mesero presuroso se acercó a la pareja y de nueva cuenta él fue saludado por su nombre, les ofreció una bebida de cortesía, mientras les dejaba la carta para que posteriormente eligieran su cena.
Al concluir la bebida de cortesía, el mesero se acercó para tomar la orden, ella miraba la carta sin saber qué elegir, hasta que escuchó la sugerencia de Rodolfo que aceptó a pesar de que la cena iba acompañada de una botella de vino. Se resistía a tomar más de una copa de vino, sin embargo, a las insistencias de él se vio comprometida.
―Cuéntame de tu vida —le dijo Rodolfo.
―Es muy sencilla, vivo con mis padres, ambos están jubilados, somos de un rancho del interior del Estado.
―Muy interesante —le comentó él y agregó― tengo entendido que estás por egresar de la universidad y que te otorgaron tu nombramiento definitivo en el Juzgado por tus excelentes notas y buen desempeño.
Apenada respondió:
―Es verdad, —continuó― quiero hacer una gran carrera en la fiscalía, así como usted es un brillante abogado.
Sacó su cigarrera y se la ofreció a Arantxa.
―Gracias, no fumo. —Sonriente le contestó.
―Ha sido un gran esfuerzo llegar hasta el sitio en que me encuentro —muy ufano entre bocanadas de humo, contaba Rodolfo― pero es necesario tener buenas relaciones de todo ámbito para ser un triunfador.
—¿Y su familia, licenciado? —con ingenuidad ella le cuestionó.
Ante la inesperada pregunta, aspiró su cigarro y exhaló con lentitud el humo.
―Arantxa—le dijo al tiempo que le ponía su mano sobre la de ella, — por seguridad de la persona que es mi familia, prefiero una relación discreta, porque lo más importante es vivir.
Sorprendida por la respuesta, como sentir la mano de él sobre la de ella, solo sonrió sin quedarle claro el significado de sus palabras.
—Te quiero pedir algo —le expresó al tiempo que tomaba la mano de ella y la besaba— que me llames Rodolfo, en privado… como este momento.
―No puedo —musitó ella.
―Dilo… por favor —le contestó.
—Rodolfo ―al fin dijo ella.
—Esto es para celebrarse —al tiempo que alzaba el brazo y acudía inmediatamente el mesero— traiga el mejor champagne.
Le enviaron lo ordenado, acompañado por dos copas, que fue servida por el mesero, quien se retiró con discreción.
―Brindemos porque entre nosotros inicia un relación que será maravillosa —dijo voz sugestiva Rodolfo― ¡Salud!
Arantxa asintió y bebió el líquido espumoso sintiendo que se nublaba su vista, pero trató de controlarse manifestando una sonrisa nerviosa.
Él se percató de la situación y le preguntó:
—¿Quieres que nos vayamos?
—Sí, me siento indispuesta.
Llamó al mesero pidió la cuenta y dejó una generosa propina que hizo sonreír con excesivo agradecimiento al empleado, que presuroso los despidió hasta la puerta. Rodolfo tomó por la cintura a Arantxa, la condujo hasta el mirador le enseñó la luna llena que se ocultaba con discreción tras una nube; ella la miraba, no se percató de que él la abrazaba y depositaba un cálido beso en los labios, ella sintió un recorrer nervioso por su cuerpo, al principio se resistió, pero se dejó llevar por la caricia inesperada.
—Vámonos, me siento aturdida por lo que he tomado —le dijo a Rodolfo.
La llevó de la cintura hasta el auto, le abrió la portezuela al acomodarse ella, la beso de nuevo. Se instaló al volante, puso música instrumental, enfilando por un rumbo desconocido. Al percatarse ella, le preguntó que para dónde se dirigían; él trató de tranquiliza diciéndole que irían a buscar el regalo que le tenía preparado.
Se detuvieron en un edificio de departamentos en una zona exclusiva; la invitó a descender pidiéndole unos minutos mientras subían a recoger el regalo; al entrar se escuchó música acogedora, él la invitó a sentarse en amplio y mullido sofá, él abrió un librero, llevándole un estuche rectangular, se puso a sus espaldas entregándoselo al tiempo que le besaba el cuello, ella tomó el obsequio sintiendo el beso apasionado, con cuidado lo extrajo era un gargantilla valiosa, quedándose admirada por tal presente, mientras él continuaba besando el cuello de Arantxa.
—Te la pondré, para que adorne tu belleza —tomó la prenda, le hizo a un lado su cabellera colocándosela al tiempo que le besaba el cuello.
—Gracias, pero...
—Debemos brindar porque has aceptado este obsequio ―Rodolfo le dijo.
―Es que… se me hace imposible aceptarlo.
―No digas más ―le replicó él.
Se dirigió a un rincón donde estaba una elegante mesa con una hielera metálica con una botella de champagne, la destapó, llenó las dos copas que ahí estaban, regresó a donde ella lo esperaba, le ofreció con firmeza una de ellas, Arantxa la agarró y le dijo:
―Me siento un poco mareada.
―Es imposible que no brindemos, por esta noche y por tu regalo ―le dijo Rodolfo.
—Está bien, pero solo una copa —dijo ella.
—¡Brindemos por esta noche, que es el inicio de una nueva vida! —exclamó emocionado.
No supo qué ocurrió, ni cuándo dejó atrás la pureza de su feminidad, tampoco el momento en que sus ilusiones juveniles fueron mancilladas, desconoció el instante en que su virginidad voló como un ave se aleja y desaparece en el horizonte.
Arantxa despertó sobresaltada, no sabía en dónde se hallaba, se sintió en una mullida cama que no era la suya, cubierta con sábanas blancas que cubrían la desnudez de su cuerpo y alma, miró a un lado para encontrarse con Rodolfo que le sonreía; ella tuvo la sensación que se hundía en un pozo sin fondo, mientras brotaban de sus ojos lágrimas acompañadas de gemidos que nacían de su inocencia diluida en esta forma, sin existir la soñada «noche de bodas» que imaginó desde su juventud.
—Vamos, no te pongas así —le dijo Rodolfo con expresión dominadora— es lo más normal, entre dos personas que se atraen.
—No esperaba esto —decía entre sollozos Arantxa— ¿qué voy a hacer?
—No te preocupes, me haré cargo de ti y te tendré como mi esposa —le decía mientras acariciaba la cabellera de ella.
—¿Qué dirá mi mamá? —Replicó para añadir— ¡No puedo vivir así!
Se levantó de la cama envuelta en la sábana, buscando sus ropas por el cuarto, al encontrarlas se dirigió al baño para vestirse, mientras Rodolfo sonreía sin preocupación, para también ponerse de pie y vestirse. Al salir ella del baño le dijo que la llevaría a su casa.
En el camino casi no cruzaron palabras, al aproximarse a la puerta del domicilio de Arantxa, Rodolfo le dijo:
—Te llamaré.
Ella descendió en silencio, se detuvo en la puerta de su casa, sintió ansiedad y recordó las palabras de Verónica: «No te preocupes, ya aprenderás a fumar, y vas a sentir que es muy bueno para relajarse en momentos de tensión como los exámenes, o en otra situación que ni te imaginas en tu vida». Se armó de valor y entró explicando a su madre con mentiras, la razón de su ausencia.
Sabía Arantxa de las condiciones de la relación que sostenía, sin embargo, se sentía atraída por la personalidad de Rodolfo, quien manejaba a su antojo la situación; haciendo que ella se distanciara de sus amigos.
Una mañana, al levantarse de su cama, sintió que su cuarto giraba de ella, corrió al baño y tenía vómitos, al fin se controló entró al baño a ducharse ya alistada, bajó a desayunar para irse a su trabajo.
Al llegar, solicitó audiencia con el juez, para pedirle su cambio al juzgado del Ramo Laboral con el argumento que quería aprovechar la oportunidad de una beca que se ofertaba para estudiar una Maestría en esta área. A regañadientes, pero con los argumentados dados y los méritos por su trayectoria aceptó su remoción para el primer día del mes siguiente.
Los doce días que faltaron para cambiar de trabajo, le parecieron una eternidad, más cuando llegaba el licenciado Rodolfo Barrientos a quien evitaba y cuando le era imposible evadirlo, se justificaba diciéndole que su madre estaba enferma. Él se encogía de hombros y le decía:
—Cuando necesites saber de mí, hablarme, ya sabes dónde buscarme.
—No se preocupe licenciado Barrientos, «que esto es el inicio de una nueva vida». Respondió con sorna.
Él sonrió al recordar que esas fueron sus palabras en su primera noche.
Al llegar el último día del mes que era lunes, se despidió de todos sus compañeros de trabajo, les agradeció su apoyo y salió, para darle un giro a su vida.
Desde el miércoles los celulares de Verónica, Julieta, Pablo y Daniel, no dejaban de repiquetear y de recibir mensajes de Aránzazu citándolos urgentemente, para reunirse a las ocho de la noche del próximo viernes en el café Aromas de Leyes, ofreciendo que ella pagaría el consumo y prometiendo llevar los cigarrillos.
Los cuatro convocados intercambiaron llamadas y mensajes, llenos de chascarrillos de todos los colores sobre la insistencia de Arantxa. Todos respondieron afirmativamente su presencia para el próximo viernes.
A la hora señalada, llegó uno a uno, sorprendidos de que Aránzazu fuera la primera en arribar, teniendo sobre la mesa dos cajetillas de cigarros, cuando todos estaban ya juntos, luego de intercambiar cariñosos saludos acompañados de bromas, Verónica le preguntó:
—¿Fumas, ya?
Respondió la aludida:
—No, no fumo.
Verónica le dijo sus palabras de siempre:
—No te preocupes, ya aprenderás a fumar, y vas a sentir que es muy bueno para relajarse en momentos de tensión como los exámenes, o en otra situación que ni te imaginas en tu vida.
—¿Por qué dices esto? —le inquirió Arantxa.
Intervino Julieta para decirle:
—Porque tienes cara de querer contarnos algo importante.
Daniel, lacónico dijo:
—Tienes cara de… ansiedad.

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