jueves, 11 de abril de 2019

Nunca es tarde

Frank Oviedo Carmona


Stefano conversaba cómodamente sentado en un sofá tipo Luis XV de color gris con su tía Catalina, quien estaba detrás de él con las manos en sus hombros. En ese instante, la empleada los interrumpió para entregar una carta que había llegado de Miami, era de Leticia, madre de Stefano. Sin embargo, él no pudo leerla por sí mismo, por lo que le pidió a su tía que lo hiciera por él.


«Querido hijo, cómo estás.

Tienes todo el derecho de preguntarte por qué después de veinticinco años he decidido ir a verte si nunca lo hice antes, quizás no deseas verme o me odies por el daño que te hice al abandonarte, pero tengo respuestas para tus preguntas; deseo de una vez por todas aclararte todo, créeme que como madre imagino la soledad que debes haber sentido y no he venido a pedirte perdón, sino a que me entiendas y luego decidas.

Estoy de gira por Sudamérica, irónicamente llego el segundo domingo de mayo que es el día de las madres. Por favor no pienses que yo lo planeé así para manipularte y me creas lo que te diré, no es así. Mi visita será de dos días.

Nunca he dejado de amarte ni de pensar en ti, hijo. Ni un solo día.  También deseo solucionar varios problemas que hay en donde vives. Estoy informada de todo lo que te ocurre y sé que las cosas no van bien en tu matrimonio. Ya que te has refugiado en el trabajo.

Trataré de ayudarte en todo lo que pueda, a pesar del corto tiempo que estaré ahí, ya tengo los medios, que es el dinero y muchos amigos que desde ya me están ayudando a buscarte un departamento para que salgas de esa casa.

Te quiere Leticia, tu madre».


Mientras escuchaba la lectura de la carta, a Stefano se le comenzó a transformar el rostro.

–No puede ser, tía, esa señora es una descarada y a qué va a venir después de tantos años, tiene que estar completamente loca y, ¿cómo sabe todo lo que me ocurre?

–A mí también me sorprende que venga inesperadamente. Al parecer tus tíos la han mantenido informada.

–Sí, no había pensado en ello.

–Entiendo tu ira, pero es una oportunidad para que hables y aclares todas tus dudas con Leticia.

–Tía, no quiero que me explique nada, ya es muy tarde, bueno no sé qué hacer, siento rabia de no haberla tenido a mi lado.

Stefano seguía sentado y se cubrió los ojos para ocultar sus lágrimas, Catalina se arrodilló junto a él y le pidió que la mirara a los ojos.

–Créeme que entiendo todo lo que sientes, pero es una oportunidad para que sepas la verdad, ¿no lo crees?

–Está bien, pero ella no sabe todo lo que he sufrido por no tenerla a mi lado, preguntándome cada día por qué no viene, o si nunca me quiso.

–Sí te quiere, escúchala cuando venga.

–Ya no sé qué pensar; pero no soy feliz, nunca lo he sido, a pesar de que vivo cómodamente y tengo una profesión, pero me gustaría irme de esta casa tétrica y el dinero no me alcanza.

–¿Ves, Stefano? Tienes todas las comodidades que tu madre nunca descuidó y una esposa que te ama. Más adelante quizá podrás comprarte un departamento.

Ambos se pusieron de pie y Catalina lo abrazó y acarició su espalda.

Stefano era un joven de mediana estatura, ojos claros, pelo castaño y de vestimenta formal.

La casa donde vivía con su tía y esposa era antigua y grande. Había sido de sus abuelos, ya fallecidos. Tenía techos altos, mesas de mármol, muebles tipo Luis XV, cortinas largas y pesadas que a su tía no le gustaba correr; tampoco abrir las ventanas porque decía que los muebles costaban una fortuna y con la luz y polvo se malograrían.

Él odiaba esa casa porque todo se veía gris y olía a humedad, y aún no le era suficiente el dinero para mudarse, esperaba más adelante poderlo hacer ya que no soportaba esa casa antigua.

Daniela, su esposa, era una joven sencilla, amaba a Stefano pero estaba aburrida porque no salían a ningún lugar, salvo algunas excepciones. Él trabajaba hasta altas horas de la noche, y llegaba cansado del trabajo, se duchaba, cenaba y dormía. Casi no compartían momentos juntos.

Stefano se dirigió a su habitación donde se encontraba Daniela y le  contó que Leticia vendría el día de la madre.

–¡Después de tanto tiempo vendrá a verte! ¡No lo puedo creer! –exclamo Daniela.

–Así dice la carta.

Ambos se acostaron y Stefano pasó la noche en vela preguntándose si hacía bien en no recibir a Leticia, pero a la vez lo ilusionaba verla y abrazarla porque era su madre. Además aunque no deseara, ella vendría de todas maneras y no sabía cuál sería su reacción.

Hasta que llegó el día de la madre.

 Estaban en casa la tía Catalina, Daniela y Stefano cuando la empleada anunció la llegada de Leticia.

Leticia era una mujer alta, delgada, llamativa, de cabello largo, vestida con un pantalón negro de cuero ceñido al cuerpo, botines marrones de gamuza y una blusa blanca con un chaleco negro con flecos y una chalina de piel.

Al entrar, la quedaron mirando.   

Leticia, un poco nerviosa, saludó con unas «Buenas tardes».

En tanto que la tía y Daniela se acercaron rápidamente a abrazarla.

Le dieron la bienvenida y alagaron lo bien que se le veía, a lo que ella agradeció dándole un abrazo a ambas.

Mientras tanto, Stefano estaba de pie.

–¿Qué desea usted, señora?

–¿Puedo pasar y tomar asiento?

–Ya está adentro –respondió Stefano con ironía–. Comprenderá que no la puedo llamar madre, nunca he hablado con usted. Ni siquiera por teléfono o carta.

–Te entiendo hijo, perdón, Stefano.

–No me vuelva a llamar hijo, señora.

–Perdón, estoy nerviosa, durante nuestra conversación quizás se me escape, pero por favor por unos minutos no me interrumpas para poder explicarte, el porqué de mi ausencia en toda tu vida.

–Ya señora, hable.

Leticia le explicó que su padre fue un narcotraficante el cual ella amó mucho pero al casarse todo cambió, quiso que abortara porque él no deseaba tener hijos.

Viajaban mucho, ella era joven, inmadura y llena de miedos. Cuando Stefano nació, su padre quiso matarlo pero ella no lo permitió, a sus espaldas lo entregó a su tía Catalina y le juró que ella correría con todos los gastos de la educación en el mejor colegio y universidad, y así fue como lo hizo. A los dos años de entregar a su hijo, asesinaron a su esposo. Tarde o temprano lo matarían pues era un hombre sin escrúpulos. Siempre se preguntó, cómo pudo enamorarse de él, fue ahí que después de unos meses conoció al que ahora es su compañero, un productor millonario que la escuchó cantar y la hizo conocida y estuvo de gira por Las Vegas, Los Ángeles, Nueva York, etcétera. El peor error que cometió fue no llevarlo a Las Vegas y a las giras; pero pensaba, ¿qué haría con un niño de dos años durante las giras?

Todo sería muy complicado, qué iba a hacer con su carrera, cómo lo mantendría. Muchas preguntas se hizo. Decidió dejarlo con su tía por unos años.

–Fue dura para mí esta decisión, créeme por favor, Stefano –con lágrimas en los ojos lo decía.

Todos los presentes oían sin hacer preguntas.

–Pero nunca estuviste para mis primeros cumpleaños, para mi graduación de colegio ni de la universidad. Todos iban con sus padres menos yo.

–Lo sé y me dolía en el alma, quería venir y algo pasaba y postergaba la visita, siempre algo sucedía.

Stefano caminaba de un lado a otro, hasta que tomó asiento en el filo del sofá con la cabeza gacha, conteniendo las lágrimas.

–No sabía por todo lo que habías pasado, pero comprende la cólera que siento porque no estuviste a mi lado.

Le decía que muchas veces miraba a la puerta imaginándose que entraría, lo abrazaría y le diría que venía a quedarse.

–Me rompes el corazón hijo, pero no supe qué hacer, te juro que tuve miedo.

–Nunca te pedí dinero, ni el mejor colegio o una excelente universidad, te quería a ti, a mi lado. –Stefano ya no podía contener las lágrimas.

–Lo sé hijo, créeme que hasta mis últimos días me arrepentiré de lo que hice.

En medio del llanto, Leticia hizo una pausa para beber un vaso con agua y luego continuó.

–Como te dije, hijo, hice varias llamadas antes de venir a aquí y he comprado un departamento en el Golf de San Isidro para ustedes dos para que ya no vivan en esta horrible casa que parece un museo. Hijo, nunca dejé de pensar en ti, solo Dios sabe todo lo que pasé con tu padre.

Le explicaba que el mundo de las estrellas no deja ver la realidad de la vida; todo es rápido, giras y giras, no hay tiempo para pensar en tu vida personal y cuando ya lo haces, han pasado muchos años.

–Créeme que me arrepentí de la decisión que tomé de dejarte, pero ya era tarde, no sabía cómo arreglar las cosas e ir a verte, tenía miedo a tu rechazo –lo decía con voz temblorosa.

–Madre, trataré de entenderte quizás he sido duro en juzgarte y solo he pensado en mí y no me he dado cuenta de todo lo que has sufrido tú, me gustaría que te quedaras para conocernos más.

Se abrazaron fuertemente y Leticia le pidió que esté donde esté ame a su madre y que por supuesto se quedaría; cancelaría sus giras.

La empleada interrumpió para decirle a Leticia que tenía una llamada.

–¡Ah! Debe de ser mi esposo que ya llegó del aeropuerto.

Al responder el teléfono escuchó un breve mensaje y presa de pánico empezó a gritar.

–Nooooo, no puede ser.

Leticia se tapó la boca con su mano y cayó sobre el sofá.

–¿Qué pasa madre?

Leticia balbuceando explicó que el vuelo en el que venía su esposo chocó contra las rocas y que no había sobrevivientes.

Stefano trató de reanimar a su madre, mientras llegaban los paramédicos que ya había llamado la empleada.

Pero era muy tarde, Leticia falleció por la impresión; tuvo un paro cardíaco.

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