Héctor Luna
¡Plac! se
escuchó un ruido, como si un globo se hubiera pinchado o se hubiera caído algo
de golpe, yo estaba recostado sobre Blacky en el jardín. Nos sobresaltamos un poco pero después pasó
el susto. En el cielo volaban doce
globos rojos, los conté porque no era común ver volar algo por esa zona.
Además,
todos eran iguales de forma y color. La
piel se me puso chinita al ver esos globos que trajeron a mi mente la imagen de
un señor con cara de payaso que había visto en otro lugar unos días antes.
Dos
días después.
Mientras
bajaba las escaleras de forma semicircular de casa de mis abuelos, sonaba en el
estudio “Canon en D mayor” que seguramente estaba escuchando mi abuelo mientras
leía. Casi todos los veranos y
vacaciones de invierno los pasaba en casa de ellos. Me gustaba mucho estar ahí, mi abuelo jugaba
conmigo, me contaba historias fantásticas, me enseñaba música clásica e inculcó
en mí el hábito de la lectura.
Mi
abuela, una mujer muy cariñosa, no dejaba de consentirme todo el tiempo,
siempre tenía un gran abrazo y un tierno beso para mí. Además me cocinaba mis platillos
favoritos. Mis padres por lo general
viajaban mucho y preferían dejarme con ellos a que me cuidara alguien ajeno a
la familia.
Seguí
bajando aquellas enormes escaleras y entre más me acercaba a la planta baja,
más era el olor a un rico café, “claro, son las cinco de la tarde, hora en que
mi abuelo lo tomaba”, pensé. Todos los
días a la misma hora mi abuela preparaba un exquisito café para mi abuelo. Él lo disfrutaba mientras leía y escuchaba
algún cd de música clásica.
Mis
abuelos vivían a las afueras de la ciudad, tenían una casa asombrosa, con un
jardín enorme, la fachada de ladrillos gigantes como los de un castillo, las
puertas de madera y unas antorchas en las paredes te invitaban a pensar que
estabas en la edad media. Todas las casas
de por ahí tenían una arquitectura similar.
Era un fraccionamiento de unas veinte residencias.
Una vez
que me acerqué a la cocina para saludar a mi abuela, escuché a lo lejos los
ladridos de Blacky, el perro labrador negro que mis abuelos habían tenido desde
los dos meses de nacido. Era un perro
increíble, alegre, travieso, tierno, leal,
cada día se ponía más fuerte y grande.
Me encantaba jugar todo el tiempo con él, siempre en vacaciones la
pasábamos juntos corriendo, brincando e incluso descansando en el jardín.
Era muy
raro que Blacky ladrara, lo hacía cuando llegaba algún extraño y también si lo molestabas
por no lanzarle la pelota. Al oír tantos
ladridos decidí ir al jardín para ver qué pasaba.
—¡Blacky!
¡Blacky! ¿Qué pasa? ¡Ven! —le gritaba pero no dejaba de ladrar.
Entre
casa y casa no había una pared de cemento o ladrillos que las separara, eran
más bien, arbustos los que hacían esa tarea.
—¿Blacky,
dónde estás? ¡Ven! —seguía gritándole para que apareciera.
De
pronto, de un espacio que estaba en la parte baja de los arbustos salió Blacky
muy agitado y ladrando.
—¿Qué
pasó Blacky? ¿Por qué estás muy agitado y ladrando tanto? ¿Por qué te andas
metiendo en la casa del vecino? Vamos a la casa, ven —le decía mientras lo
acariciaba pero seguía rugiendo y mirando hacia la casa de junto.
Intenté
mirar por debajo de los arbustos pero no se alcanzaba a ver nada raro.
Con
trabajo logré que el perro de mis abuelos me siguiera a la casa, le di un poco
de agua y sus croquetas pero como que no les hizo mucho caso.
Cinco
minutos después, salí con el labrador por la puerta principal de la casa,
cruzamos la amplia cochera que guardaba los dos coches de colección de mi
abuelo y la camioneta en la que salían continuamente para realizar algunas
actividades fuera de su hogar.
Llegamos
caminando a la casa del vecino, toqué el timbre varias veces y nadie
respondía. Se me hizo raro porque los
vecinos casi siempre estaban en su casa y cuando no, se llevaban alguno de sus
dos carros pero en esta ocasión estaban ahí los dos coches en su patio.
Después
de diez minutos aproximadamente de estar tocando el timbre, de gritarles y de
los ladridos de Blacky, me di por vencido y decidí regresar a casa de mis
abuelos.
Faltaba
menos de una semana para que mis papás fueran por mí para regresar a la casa y
de nuevo a las actividades normales.
Ya en
casa, dejé al perro salir al jardín de nuevo y fui a ayudarle a mi abuela a
preparar la comida. Ese día cenaríamos
uno de mis platillos favoritos: enmoladas.
Un platillo típico mexicano hecho con tortillas fritas dobladas rellenas
de pollo deshebrado y cubiertas con mole, crema y queso rallado que mi abuela
cocinaba con mucho amor.
—Pásame
las tortillas, la crema y el queso por favor —me pedía mi abuela que sacara del
refrigerador.
—Aquí
están abuela —respondí mientras dejaba las cosas sobre una mesa de acero que
tenía a un lado.
—Blacky
estuvo muy raro hoy, lo vi ladrando en la casa de los señores Domínguez, fui a
tocarles también y nadie contestó —le contaba a mi abuela mientras ella seguía
dándole vueltas al mole que estaba preparando en la cazuela. El olor era indescriptible pero al entrar por
mi nariz producía un efecto de alegría y empezaba a salivar.
—Tal
vez fueron a la ciudad a comprar algo —poniendo a freír las tirillas me
respondió.
—Pero
estaban sus dos coches abuela, estuve tocando el timbre, gritando y Blacky ladrando y nada —agregué.
—A lo
mejor su hijo pasó por ellos para llevarlos a algún lado, no debes de
preocuparte, seguramente al rato regresarán —dijo y me pidió que le avisara a
mi abuelo que ya estaba lista la cena.
—Tienes
razón abuela —sonreí y salí de la cocina rumbo al despacho.
Después
de haber leído un poco una novela del detective Sherlock Holmes decidí irme a
dormir.
—Hasta
mañana abuela, hasta mañana abuelo —los besé en la frente y me fui a mi
recámara.
Mientras
intentaba dormir no dejaba de pensar en los vecinos, empecé a tener ideas, me acordé de uno de los
capítulos del libro que estaba leyendo, estaba emocionado, esos días sería un
detective.
Al día
siguiente, después de desayunar jugo de naranja, papaya con limón y huevos con
jamón que había preparado mi abuela, decidí ir a investigar.
Me puse
mi gabardina y un sombrero, tomé unas herramientas: una lupa, un lápiz y una
pluma, una pequeña libreta y mi maletín.
Salí al jardín y me fui caminando a los arbustos que separaban la casa
de los señores Domínguez de la de mis abuelos.
Detrás de mí iba Blacky.
Llegando
a los arbustos el olor era más fuerte, casi vomito. Cruzamos al otro lado, caminamos por el jardín,
a lo lejos se veía un bulto detrás de la mesa del jardín.
Nos
acercamos y Blacky empezó a ladrar, el olor a podrido era muy intenso.
Estando
de frente a la mesa, no pude resistir más, vomité, no podía creer lo que estaba
viendo, no sabía qué hacer, así que corrí de nuevo a los arbustos, los crucé y
seguí corriendo hasta la casa de mis abuelos, me fui directo al baño de mi
recámara. Seguí vomitando.
Cuatro
días antes.
—Ya
casi se acaban tus vacaciones y tendrás que regresar con tus papás — me dijo mi
abuelo— así que iremos a dar una vuelta a la ciudad —continuó.
—¡Sí!
—respondí emocionado.
Me
llevaron a Coyoacán, un lugar muy bonito y colonial en la Ciudad de
México. Fuimos a dar una vuelta al museo
de Frida Kahlo, luego entramos a la iglesia, dimos varias vueltas caminando y
finalmente nos sentamos a comer en uno de los restaurantes que dan a la
plaza. La vista increíble, árboles
enormes, una fuente al centro, la gente caminando, algunos sentados leyendo,
otros platicando.
Terminando
de comer fui con mi abuelo a uno de los puestos de la esquina por un algodón de
azúcar. Mi abuela nos esperó en el
restaurante.
Mientras
le daba una gran mordida a mi algodón rosa, observé, a unos treinta pasos de
donde estaba, a un señor vestido de mezclilla azul con una camisa de cuadros de
colores pero con la cara pintada de payaso.
Tenía en su mano derecha unos hilos, fui siguiéndolos con la mirada, al
final de ellos unos globos rojos. Bajé la
mirada y al hacerlo coincidió con la suya, vi una mirada de miedo, bajé la
cabeza, mordí el algodón, tomé de la mano a mi abuelo y nos regresamos al
restaurante.
Transcurrieron
unos segundos, pero fue impactante su mirada.
Aquél hombre con cara de payaso, estoy seguro que no era uno, pero algo
le pasaba. A su lado estaba otro señor,
pelón, con barba de candado, lentes obscuros y vestía todo de negro.
Después
de comernos nuestro postre fuimos al cine, lo cual me ayudó a borrar esa imagen
del supuesto payaso y su acompañante.
En la
actualidad.
Después
de haber vomitado varias veces, me lavé la cara y me recosté. Estaba muy asustado por lo que había visto.
“¿Les
diré a mis abuelos? ¿Iré con la policía? ¿Qué hacía un globo rojo ponchado ahí
encima? ¿El globo tenía algo que provocó eso? Si les digo y ¿el señor con cara
de payaso de los globos se entera y viene por mí?”, pensaba.
—¡Mateo!
¡Luis! ya está lista la comida —gritó mi abuela.
—¡Qué
rico! —exclamó mi abuelo mientras saboreaba la rica sopa de cebolla.
—Has
estado muy callado Luisito, ¿pasa algo? —preguntó mi abuela.
—No,
nada, respondí. Es sólo que estoy un
poco cansado de jugar y triste porque ya casi me regreso con mis papás.
—Pero
no estés triste, el tiempo se pasa rápido y en las siguientes vacaciones estarás
de nuevo con nosotros —me dijo mi abuelo con una sonrisa acariciándome el
cabello.
Regresé
a mi recámara, no tenía ganas de nada, seguía con miedo y con la imagen
asquerosa que había visto en la casa de los vecinos.
Me
quedé dormido. De repente desperté
gritando. Soñé que el señor de cara de
payaso iba por mí, que me amenazaba, empecé a llorar.
Mis
abuelos se despertaron y fueron a ver qué ocurría.
—¿Qué
sucede Luisito? ¡Tuviste seguramente una pesadilla! No pasa nada —me consolaba
mi abuela y me abrazaba.
—Estás
muy caliente —dijo.
Le
pidió a mi abuelo que fuera por el termómetro.
—Tienes
fiebre —me dijo al ver el resultado.
Me
solté llorando, no podía contener el miedo de que el señor con cara de payaso
viniera por mí.
—Tengo
mucho miedo abuela —le dije abrazándola.
—¿Qué
pasa Luisito? Sólo fue una pesadilla, no pasa nada, no es nada grave —me dijo.
—¿Y si
el señor con cara de payaso viene por mí? —pregunté tartamudeando del miedo.
—¿Qué
señor? Fue un sueño, no es real, no tengas miedo aquí estamos tu abuelo y yo
para defenderte.
¡Guau!
¡Guau! —se escuchaban los ladridos de Blacky a lo lejos.
¡Diiin
dooon! —sonó el timbre un par de veces.
Brinqué
del susto y volví a llorar, mi abuela me abrazó más fuerte.
—¿Qué
raro? ¿Quién será a esta hora? —preguntó mi abuelo.
—No sé,
son las ocho de la noche, mejor ve a ver mientras me quedo con Luisito —dijo mi
abuela.
Después
de diez minutos mi abuelo regresó a mi recámara.
—Era un
señor que vino al fraccionamiento a promocionarse como payaso o mago para fiestas infantiles y mira qué curioso,
sus datos vienen en un globo rojo —contó mi abuelo.
En
cuanto escuché lo del globo rojo, vomité sobre mi edredón. Se me vinieron a la mente muchas imágenes, la
de Coyoacán del señor con cara de payaso, los doce globos volando, la casa de
los vecinos, mi sueño…
—¿Qué
pasó Luisito? ¿Qué tienes? —preguntó mi abuela al verme vomitar y llorar.
“Temblaba
de miedo, el señor con cara de payaso ya sabía que yo conocía lo de los
vecinos, ya me había encontrado y pronto me haría lo mismo”, pensé.
—El
otro día, Blacky estaba muy inquieto y ladrando en la casa de los vecinos, fui
a tocar y nadie respondió —llorando empecé a contarles.
—Sí, me
acuerdo que me dijiste —interrumpió mi abuela.
—Al
otro día, me metí junto con Blacky por los arbustos, el olor era muy fuerte, a
podrido, nos fuimos acercando a la mesa de jardín que tienen y…
Minutos
después.
¡Diiin
dooon! —sonaba el timbre.
—Buenas
noches, soy el detective Barocio y ella la detective García. Venimos en respuesta a su llamada y a
investigar los hechos —se presentó.
El
detective Barocio era de estatura media, delgado, de tez blanca y se peinaba de
raya del lado derecho. Parecía ser un
hombre de mucha experiencia.
La
detective García era un poco más baja que su compañero, de cabello negro, tez
morena clara, delgada y se notaba que hacía mucho ejercicio.
—Adelante
por favor, mi nieto nos ha contado esto, nosotros no hemos entrado. Queremos que ustedes se hagan cargo por favor
—dijo mi abuelo.
Por mi
ventana, que daba al jardín veía como llegaban policías, se escuchaban las
sirenas y las luces de las patrullas iluminaban toda la calle.
Durante
los siguientes días, los detectives estuvieron entrevistando a todos los
vecinos de la privada. Incluidos Luisito
y sus abuelos.
Una
semana después.
Por la
mañana mientras desayunábamos mis abuelos y yo, tocaron el timbre.
¡Diiin
dooon!
—Somos
los detectives Barocio y García de nuevo señor —dijo el hombre— ya que usted
nos avisó del incidente, queremos comentarle nuestro informe preliminar y saber
si usted conoce algún pariente de los señores Domínguez —continuó.
Vamos a
continuar las investigaciones pero nuestro informe preliminar es el siguiente:
Presuponemos que el señor Domínguez estaba arriba de las escaleras
colgando algo en la pared, se resbaló y cayó de espaldas golpeándose la cabeza
con la mesa del jardín, murió inmediatamente.
Su
esposa llegó un poco más tarde y lo encontró ya muerto, al parecer iba a llamar
por teléfono porque lo tenía en la mano pero creemos que antes de hacerlo se
recostó junto a su esposo para abrazarlo, tal vez la impresión de verlo ahí
tirado, sin vida le produjo una especie de impacto muy fuerte en su mente
quedándose junto a él muriendo de un paro cardíaco.
Investigamos
también lo que su nieto nos dijo del hombre con cara de payaso y los globos
rojos, en efecto existe. Resulta que el
mismo día en que los señores Domínguez perecieron, en la casa de junto, la de
los señores Sánchez, había una fiesta de cumpleaños, tuvieron un show de un
payaso que le llevó trece globos rojos a su nieto que justo cumplía los trece
años. Como parte del show, el niño tenía
que dejar volar los trece globos pero uno se enredó en uno de los árboles del
jardín de los señores Domínguez, se ponchó y este cayó sobre los señores que
yacían sobre su césped abrazados.
Finalmente
el hombre sin cabello y con barba de candado vestido de negro que nos describió
también su nieto, es uno de los escoltas de la señora Sánchez que lo enviaron a
contratar al payaso aquel día. Los
señores Sánchez desde hace un año y medio contrataron escoltas para resguardar
su seguridad ya que habían tenido un intento de secuestro.
En
memoria a mi perrito Blacky que se fue al cielo este sábado pasado =(
No hay comentarios:
Publicar un comentario