lunes, 15 de junio de 2015

Trece globos rojos

Héctor Luna


¡Plac! se escuchó un ruido, como si un globo se hubiera pinchado o se hubiera caído algo de golpe, yo estaba recostado sobre Blacky en el jardín.  Nos sobresaltamos un poco pero después pasó el susto.  En el cielo volaban doce globos rojos, los conté porque no era común ver volar algo por esa zona. 

Además, todos eran iguales de forma y color.  La piel se me puso chinita al ver esos globos que trajeron a mi mente la imagen de un señor con cara de payaso que había visto en otro lugar unos días antes.
 
Dos días después.

Mientras bajaba las escaleras de forma semicircular de casa de mis abuelos, sonaba en el estudio “Canon en D mayor” que seguramente estaba escuchando mi abuelo mientras leía.  Casi todos los veranos y vacaciones de invierno los pasaba en casa de ellos.  Me gustaba mucho estar ahí, mi abuelo jugaba conmigo, me contaba historias fantásticas, me enseñaba música clásica e inculcó en mí el hábito de la lectura.

Mi abuela, una mujer muy cariñosa, no dejaba de consentirme todo el tiempo, siempre tenía un gran abrazo y un tierno beso para mí.  Además me cocinaba mis platillos favoritos.  Mis padres por lo general viajaban mucho y preferían dejarme con ellos a que me cuidara alguien ajeno a la familia.

Seguí bajando aquellas enormes escaleras y entre más me acercaba a la planta baja, más era el olor a un rico café, “claro, son las cinco de la tarde, hora en que mi abuelo lo tomaba”, pensé.  Todos los días a la misma hora mi abuela preparaba un exquisito café para mi abuelo.  Él lo disfrutaba mientras leía y escuchaba algún cd de música clásica.

Mis abuelos vivían a las afueras de la ciudad, tenían una casa asombrosa, con un jardín enorme, la fachada de ladrillos gigantes como los de un castillo, las puertas de madera y unas antorchas en las paredes te invitaban a pensar que estabas en la edad media.  Todas las casas de por ahí tenían una arquitectura similar.  Era un fraccionamiento de unas veinte residencias.

Una vez que me acerqué a la cocina para saludar a mi abuela, escuché a lo lejos los ladridos de Blacky, el perro labrador negro que mis abuelos habían tenido desde los dos meses de nacido.  Era un perro increíble, alegre, travieso, tierno, leal,  cada día se ponía más fuerte y grande.  Me encantaba jugar todo el tiempo con él, siempre en vacaciones la pasábamos juntos corriendo, brincando e incluso descansando en el jardín.

Era muy raro que Blacky ladrara, lo hacía cuando llegaba algún extraño y también si lo molestabas por no lanzarle la pelota.  Al oír tantos ladridos decidí ir al jardín para ver qué pasaba.

—¡Blacky! ¡Blacky! ¿Qué pasa? ¡Ven! —le gritaba pero no dejaba de ladrar.

Entre casa y casa no había una pared de cemento o ladrillos que las separara, eran más bien, arbustos los que hacían esa tarea.

—¿Blacky, dónde estás? ¡Ven! —seguía gritándole para que apareciera.

De pronto, de un espacio que estaba en la parte baja de los arbustos salió Blacky muy agitado y ladrando.

—¿Qué pasó Blacky? ¿Por qué estás muy agitado y ladrando tanto? ¿Por qué te andas metiendo en la casa del vecino? Vamos a la casa, ven —le decía mientras lo acariciaba pero seguía rugiendo y mirando hacia la casa de junto.

Intenté mirar por debajo de los arbustos pero no se alcanzaba a ver nada raro.

Con trabajo logré que el perro de mis abuelos me siguiera a la casa, le di un poco de agua y sus croquetas pero como que no les hizo mucho caso.

Cinco minutos después, salí con el labrador por la puerta principal de la casa, cruzamos la amplia cochera que guardaba los dos coches de colección de mi abuelo y la camioneta en la que salían continuamente para realizar algunas actividades fuera de su hogar.

Llegamos caminando a la casa del vecino, toqué el timbre varias veces y nadie respondía.  Se me hizo raro porque los vecinos casi siempre estaban en su casa y cuando no, se llevaban alguno de sus dos carros pero en esta ocasión estaban ahí los dos coches en su patio.

Después de diez minutos aproximadamente de estar tocando el timbre, de gritarles y de los ladridos de Blacky, me di por vencido y decidí regresar a casa de mis abuelos.

Faltaba menos de una semana para que mis papás fueran por mí para regresar a la casa y de nuevo a las actividades normales. 

Ya en casa, dejé al perro salir al jardín de nuevo y fui a ayudarle a mi abuela a preparar la comida.  Ese día cenaríamos uno de mis platillos favoritos: enmoladas.  Un platillo típico mexicano hecho con tortillas fritas dobladas rellenas de pollo deshebrado y cubiertas con mole, crema y queso rallado que mi abuela cocinaba con mucho amor.

—Pásame las tortillas, la crema y el queso por favor —me pedía mi abuela que sacara del refrigerador.

—Aquí están abuela —respondí mientras dejaba las cosas sobre una mesa de acero que tenía a un lado.

—Blacky estuvo muy raro hoy, lo vi ladrando en la casa de los señores Domínguez, fui a tocarles también y nadie contestó —le contaba a mi abuela mientras ella seguía dándole vueltas al mole que estaba preparando en la cazuela.  El olor era indescriptible pero al entrar por mi nariz producía un efecto de alegría y empezaba a salivar.

—Tal vez fueron a la ciudad a comprar algo —poniendo a freír las tirillas me respondió.

—Pero estaban sus dos coches abuela, estuve tocando el timbre,  gritando y Blacky ladrando y nada —agregué.

—A lo mejor su hijo pasó por ellos para llevarlos a algún lado, no debes de preocuparte, seguramente al rato regresarán —dijo y me pidió que le avisara a mi abuelo que ya estaba lista la cena.

—Tienes razón abuela —sonreí y salí de la cocina rumbo al despacho.

Después de haber leído un poco una novela del detective Sherlock Holmes decidí irme a dormir.
—Hasta mañana abuela, hasta mañana abuelo —los besé en la frente y me fui a mi recámara.

Mientras intentaba dormir no dejaba de pensar en los vecinos,  empecé a tener ideas, me acordé de uno de los capítulos del libro que estaba leyendo, estaba emocionado, esos días sería un detective.

Al día siguiente, después de desayunar jugo de naranja, papaya con limón y huevos con jamón que había preparado mi abuela, decidí ir a investigar.

Me puse mi gabardina y un sombrero, tomé unas herramientas: una lupa, un lápiz y una pluma, una pequeña libreta y mi maletín.  Salí al jardín y me fui caminando a los arbustos que separaban la casa de los señores Domínguez de la de mis abuelos.  Detrás de mí iba Blacky.

Llegando a los arbustos el olor era más fuerte, casi vomito.  Cruzamos al otro lado, caminamos por el jardín, a lo lejos se veía un bulto detrás de la mesa del jardín.

Nos acercamos y Blacky empezó a ladrar, el olor a podrido era muy intenso.

Estando de frente a la mesa, no pude resistir más, vomité, no podía creer lo que estaba viendo, no sabía qué hacer, así que corrí de nuevo a los arbustos, los crucé y seguí corriendo hasta la casa de mis abuelos, me fui directo al baño de mi recámara.  Seguí vomitando.   

Cuatro días antes.

—Ya casi se acaban tus vacaciones y tendrás que regresar con tus papás — me dijo mi abuelo— así que iremos a dar una vuelta a la ciudad —continuó.

—¡Sí! —respondí emocionado.

Me llevaron a Coyoacán, un lugar muy bonito y colonial en la Ciudad de México.  Fuimos a dar una vuelta al museo de Frida Kahlo, luego entramos a la iglesia, dimos varias vueltas caminando y finalmente nos sentamos a comer en uno de los restaurantes que dan a la plaza.  La vista increíble, árboles enormes, una fuente al centro, la gente caminando, algunos sentados leyendo, otros platicando. 

Terminando de comer fui con mi abuelo a uno de los puestos de la esquina por un algodón de azúcar.  Mi abuela nos esperó en el restaurante.

Mientras le daba una gran mordida a mi algodón rosa, observé, a unos treinta pasos de donde estaba, a un señor vestido de mezclilla azul con una camisa de cuadros de colores pero con la cara pintada de payaso.  Tenía en su mano derecha unos hilos, fui siguiéndolos con la mirada, al final de ellos unos globos rojos.  Bajé la mirada y al hacerlo coincidió con la suya, vi una mirada de miedo, bajé la cabeza, mordí el algodón, tomé de la mano a mi abuelo y nos regresamos al restaurante.

Transcurrieron unos segundos, pero fue impactante su mirada.  Aquél hombre con cara de payaso, estoy seguro que no era uno, pero algo le pasaba.  A su lado estaba otro señor, pelón, con barba de candado, lentes obscuros y vestía todo de negro. 

Después de comernos nuestro postre fuimos al cine, lo cual me ayudó a borrar esa imagen del supuesto payaso y su acompañante. 


En la actualidad.

Después de haber vomitado varias veces, me lavé la cara y me recosté.  Estaba muy asustado por lo que había visto.

“¿Les diré a mis abuelos? ¿Iré con la policía? ¿Qué hacía un globo rojo ponchado ahí encima? ¿El globo tenía algo que provocó eso? Si les digo y ¿el señor con cara de payaso de los globos se entera y viene por mí?”, pensaba.

—¡Mateo! ¡Luis! ya está lista la comida —gritó mi abuela.

—¡Qué rico! —exclamó mi abuelo mientras saboreaba la rica sopa de cebolla.

—Has estado muy callado Luisito, ¿pasa algo? —preguntó mi abuela.

—No, nada, respondí.  Es sólo que estoy un poco cansado de jugar y triste porque ya casi me regreso con mis papás.

—Pero no estés triste, el tiempo se pasa rápido y en las siguientes vacaciones estarás de nuevo con nosotros —me dijo mi abuelo con una sonrisa acariciándome el cabello.

Regresé a mi recámara, no tenía ganas de nada, seguía con miedo y con la imagen asquerosa que había visto en la casa de los vecinos.

Me quedé dormido.  De repente desperté gritando.  Soñé que el señor de cara de payaso iba por mí, que me amenazaba, empecé a llorar.

Mis abuelos se despertaron y fueron a ver qué ocurría. 

—¿Qué sucede Luisito? ¡Tuviste seguramente una pesadilla! No pasa nada —me consolaba mi abuela y me abrazaba.

—Estás muy caliente —dijo.

Le pidió a mi abuelo que fuera por el termómetro.

—Tienes fiebre —me dijo al ver el resultado.

Me solté llorando, no podía contener el miedo de que el señor con cara de payaso viniera por mí.

—Tengo mucho miedo abuela —le dije abrazándola.

—¿Qué pasa Luisito? Sólo fue una pesadilla, no pasa nada, no es nada grave —me dijo.

—¿Y si el señor con cara de payaso viene por mí? —pregunté tartamudeando del miedo.

—¿Qué señor? Fue un sueño, no es real, no tengas miedo aquí estamos tu abuelo y yo para defenderte.

¡Guau! ¡Guau! —se escuchaban los ladridos de Blacky a lo lejos.

¡Diiin dooon! —sonó el timbre un par de veces.

Brinqué del susto y volví a llorar, mi abuela me abrazó más fuerte.

—¿Qué raro? ¿Quién será a esta hora? —preguntó mi abuelo.

—No sé, son las ocho de la noche, mejor ve a ver mientras me quedo con Luisito —dijo mi abuela.

Después de diez minutos mi abuelo regresó a mi recámara.

—Era un señor que vino al fraccionamiento a promocionarse como payaso o mago  para fiestas infantiles y mira qué curioso, sus datos vienen en un globo rojo —contó mi abuelo.

En cuanto escuché lo del globo rojo, vomité sobre mi edredón.  Se me vinieron a la mente muchas imágenes, la de Coyoacán del señor con cara de payaso, los doce globos volando, la casa de los vecinos, mi sueño…

—¿Qué pasó Luisito? ¿Qué tienes? —preguntó mi abuela al verme vomitar y llorar. 

“Temblaba de miedo, el señor con cara de payaso ya sabía que yo conocía lo de los vecinos, ya me había encontrado y pronto me haría lo mismo”, pensé.

—El otro día, Blacky estaba muy inquieto y ladrando en la casa de los vecinos, fui a tocar y nadie respondió —llorando empecé a contarles.

—Sí, me acuerdo que me dijiste —interrumpió mi abuela.

—Al otro día, me metí junto con Blacky por los arbustos, el olor era muy fuerte, a podrido, nos fuimos acercando a la mesa de jardín que tienen y…


Minutos después.

¡Diiin dooon! —sonaba el timbre.

—Buenas noches, soy el detective Barocio y ella la detective García.  Venimos en respuesta a su llamada y a investigar los hechos —se presentó.

El detective Barocio era de estatura media, delgado, de tez blanca y se peinaba de raya del lado derecho.  Parecía ser un hombre de mucha experiencia.
La detective García era un poco más baja que su compañero, de cabello negro, tez morena clara, delgada y se notaba que hacía mucho ejercicio. 

—Adelante por favor, mi nieto nos ha contado esto, nosotros no hemos entrado.  Queremos que ustedes se hagan cargo por favor —dijo mi abuelo.

Por mi ventana, que daba al jardín veía como llegaban policías, se escuchaban las sirenas y las luces de las patrullas iluminaban toda la calle.

Durante los siguientes días, los detectives estuvieron entrevistando a todos los vecinos de la privada.  Incluidos Luisito y sus abuelos.

Una semana después.

Por la mañana mientras desayunábamos mis abuelos y yo, tocaron el timbre.

¡Diiin dooon!

—Somos los detectives Barocio y García de nuevo señor —dijo el hombre— ya que usted nos avisó del incidente, queremos comentarle nuestro informe preliminar y saber si usted conoce algún pariente de los señores Domínguez —continuó.

Vamos a continuar las investigaciones pero nuestro informe preliminar es el siguiente:
Presuponemos que el señor Domínguez estaba arriba de las escaleras colgando algo en la pared, se resbaló y cayó de espaldas golpeándose la cabeza con la mesa del jardín, murió inmediatamente.
Su esposa llegó un poco más tarde y lo encontró ya muerto, al parecer iba a llamar por teléfono porque lo tenía en la mano pero creemos que antes de hacerlo se recostó junto a su esposo para abrazarlo, tal vez la impresión de verlo ahí tirado, sin vida le produjo una especie de impacto muy fuerte en su mente quedándose junto a él muriendo de un paro cardíaco.

Investigamos también lo que su nieto nos dijo del hombre con cara de payaso y los globos rojos, en efecto existe.  Resulta que el mismo día en que los señores Domínguez perecieron, en la casa de junto, la de los señores Sánchez, había una fiesta de cumpleaños, tuvieron un show de un payaso que le llevó trece globos rojos a su nieto que justo cumplía los trece años.  Como parte del show, el niño tenía que dejar volar los trece globos pero uno se enredó en uno de los árboles del jardín de los señores Domínguez, se ponchó y este cayó sobre los señores que yacían sobre su césped abrazados.
Finalmente el hombre sin cabello y con barba de candado vestido de negro que nos describió también su nieto, es uno de los escoltas de la señora Sánchez que lo enviaron a contratar al payaso aquel día.  Los señores Sánchez desde hace un año y medio contrataron escoltas para resguardar su seguridad ya que habían tenido un intento de secuestro.




En memoria a mi perrito Blacky que se fue al cielo este sábado pasado =(

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