lunes, 8 de junio de 2015

La foto

Carlos Reynafé


Renzo deja de dar vueltas y toma la decisión. Hace tiempo viene masticando la idea y siempre, por una cosa u otra, encuentra motivos para posponer. Esta vez lo hizo. Recibió una invitación de ese curso sobre fotografía, leyó el programa, calculó el tiempo, el costo y se inscribió.

─Una hora y media, una vez por semana, no es tanto. Voy a despuntar un viejo vicio ─dijo al momento de llenar la solicitud.

Se encontró con un reducido grupo: Jorge, Elio y tres mujeres más completan el conjunto de compañeros en la clase. Es dirigido por el “profe Fer”, así se hace llamar Fernando, un joven locuaz y entretenido. La escuela está situada en el segundo piso de un edificio de barrio general Paz, vecino al centro de la ciudad con bastante facilidad para el estacionamiento. Tiene un aula general para pocos alumnos y un espacio más grande, donde se efectúan las prácticas de iluminación. El primer día, al ingresar, le pareció ver mientras esperaba, algún entredicho entre el profe y uno de los alumnos. Un tipo alto, melena larga, cabello brillante, sumamente cuidado. Ropas de marca, intencionadamente desprolijas que generan un aspecto modelo publicitario. Le restó importancia y en seguida queda a gusto entre todos. Desde chico soñaba con descubrir los secretos de las fotos.

Los primeros pasos son tediosos ya que la introducción se basó en fundamentos teóricos. Domó su ansiedad a medida que pudo ir descubriendo los vericuetos de la cámara, metiendo mano y obteniendo tomas que lentamente colmaban la inquietud. 

Al poco tiempo participa en un safari urbano acompañado por el grupo, bajo la dirección del profe que indica, aconseja y corrige: encuadres, distancias focales, apertura de diafragma, luces, sombras. Repasa el catálogo de instrucciones técnicas. Fernando aportó distintos objetivos para la práctica: un gran angular, otros de focos medios y tomas macros. También experimentó con un tele objetivo de trecientos milímetros. Quedó fascinado.

El grupo se reunió en el predio del Buen Pastor y Fer delimitó un área de cuatro cuadras a la redonda. Cada uno tomó un rumbo diferente, tendrían unas tres horas para el recorrido. Por mensaje de texto se realizan las consultas. Al caer la luz del día, despedirían la tarde en un bar relatando la experiencia, cervezas de por medio.

Por cuestiones laborales no encontró tiempo para bajar las fotografías a la notebook hasta unos días después. Una vez instaladas en el disco, abrió el explorador de imágenes ampliando a pantalla completa cada toma. Revisó, quedando contento por su trabajo.

Clasificó cada una de las fotos de acuerdo a las técnicas utilizadas. Separó en carpetas diferentes aquellas que le desagradan. Esas serían analizadas en clase. En total sumó unas ciento veinte durante el recorrido.

─Por ser la primera vez, no está nada mal ─satisfecho, listó las consultas que realizaría en la clase del próximo miércoles.

El martes, en un alto a media mañana, ingresa al bar de costumbre, pide lo de siempre, toma el periódico. Elige sentarse en una de las mesas del fondo, un ritual habitual. Escoge ese rincón como refugio del ruido y el tránsito de otros clientes que a esa hora, colman el lugar.

Mientras degusta el desayuno: un café con leche, tostadas untadas en manteca y dulce de ciruelas, navega visualmente por los títulos del diario. Se detiene en lo que escriben dos columnistas a los que sigue. No le importa mucho el tema que tratan, le agrada la manera cómo lo hacen. Es su estilo, dejar para el último los policiales, después la sección del humor. Pero esta vez no llegó al humor. Su mirada se clavó en una de las notas policiales. Lo que atrapó su atención fue la ilustración de esa noticia. 

─¡Pero si es igual a una de las mías!

Da un salto y aparta la silla. De la taza que reposa sobre la mesa, derrama parte del contenido, mancha un rincón del periódico. Busca la notebook entre sus cosas, no la tiene con él. Toma asiento y se pone a leer:

La nota informa sobre un homicidio. En síntesis dice más o menos así: “Encontraron el cuerpo de una fémina de aproximadamente veintitrés años, causa probable de muerte: asfixia por estrangulamiento. Desconocen los motivos y autor, las primeras pericias presuponen un crimen pasional. El cuerpo se descubrió a causa de los malos olores emanados del departamento ubicado en el quinto piso “A” del edificio…Precisan la fecha y hora del deceso…”

La fecha y hora probable de la muerte coinciden con el momento en que Renzo recorre los alrededores. Su corazón es un potro indomable dentro del pecho. Está convencido que esa foto publicada, es idéntica a una de las suyas. Deberá esperar llegar a su piso para verificar.

Mirando la hoja, su mente lo transporta al lugar del hecho. Tomó la imagen cuando probaba el lente de trescientos milímetros que le facilitó Fernando. Hizo varias sobre ese edificio, enfocando los últimos pisos desde distintos ángulos sobre el mismo objetivo. Llamó su atención, los detalles constructivos del bloque. A esa altura, las dos plantas superiores tienen unas columnas con formas de dioses del Olimpo, simulando sostener una viga superior, enmarcando ventanales del piso al techo y sus rostros miran dentro. Da como resultado una hermosa vista digna de una postal. Arrancó la hoja del diario y terminó el día ansioso, con muchas ganas de llegar para revisar sus exposiciones.

En su escritorio, fue directamente a la carpeta que las contiene y revuelve los archivos hasta encontrar lo que busca. 

─Es parecida, la mía tiene una sombra al centro del ventanal ─dice algo preocupado.

Revisa las otras, encuentra cuatro tomas, todas con el mismo tele objetivo. Hay dos con sombras, las otras no la tienen. “Tal vez por el ángulo. ¿Será algún reflejo de otro edificio?... ¡Cómo saberlo!”

En la nota, el vidrio refleja una pequeña nube blanca sobre un cielo azul profundo. En las de Renzo, están las manchas oscuras sobre un fondo claro. 

“Ese día estaba parcialmente nublado, no puede ser una sombra de otro edificio”─ medita mientras carga las instantáneas al editor de imágenes.

─Las tomas deben hacerlas con el máximo de calidad de imagen que la máquina permita ─aconseja el profe Fernando en clase y todas las exposiciones fueron realizadas de esa manera.

Con el editor es posible visualizar cada detalle en primer plano, ampliar o reducir partes a voluntad. Con la primera fue directamente a la mancha. La amplifica gradualmente, de la misma forma fue tomando cuerpo. La poca práctica que Renzo tiene sobre el programa la traslada con su impericia a través de sus dedos, transformando la investigación en un fracaso. Vuelve atrás y retoma nuevamente la tarea. Lenta y progresivamente va ampliando ese borrón oscuro, esta vez con mucha cautela. La amplificación denota finalmente una contextura femenina, no muy nítida, pegada al vidrio, de espaldas, en apariencia desnuda, cabello a los hombros, las piernas flexionadas hacia adentro. Otro cuerpo a su frente, en pantalones con el torso presumiblemente desnudo. Observa manchas imprecisas entre ambas siluetas. Un rostro indefinido con tonos grises de fondo, supone un rostro masculino. Falta nitidez. Pobre resultado.

Lo que esa mancha sugiere lo deja perplejo. Sus ojos como plato, mandíbula caída, incrédulo, no termina de digerir lo que está presenciando.

Toma el móvil y llama a Fernando, no lo consigue. Uno, dos intentos. No contesta. Mira la hora:

─¡Es demasiado tarde, no es hora! ─se increpa 

─¿Qué hago ahora? 

Da vueltas alrededor de la mesa, mira la hoja del diario, mira la pantalla, compara, se rasca la cabeza. Se sienta. Vuelve a levantarse. Inquieto no logra liberar esa ansiedad que lo carcome. Es una brasa que le quema hasta las entrañas. 

─¡Mierda! ─pega al grito queriendo descargar la congoja que lo aqueja.

Se mete bajo la ducha y deja el agua helada correr por su cuerpo. Cambia por caliente hasta el límite de no aguantar más la temperatura para moderar a templada. Termina sentado en el piso de la bañera. Rato después, más calmo, refriega con fuerza una toalla sobre la cabeza, queriendo aclarar sus ideas. Esa mancha sigue dando vueltas en sus neuronas negándose a desaparecer.

Fernando devuelve la llamada y Renzo tiene la oportunidad de comentar lo que acaba de descubrir. No da muchos detalles inicialmente, antes quiere mostrar lo que tiene. Pregunta si se puede inspeccionar la toma en otro editor más avanzado, más profesional,  si hay alguna manera de armar con mayor nitidez los detalles que hasta ahora permanecen ocultos. Quedan en encontrarse al día siguiente, a las diecinueve horas, un rato antes de comenzar la clase.

Llega con tiempo. Mientras espera que el portero del edificio le abra, aparecen juntos Jorge y Elio. Con Jorge ha tenido más conversación, con Elio no tanto. Éste es arrogante, engreído y pagado de sí mismo,  no cae dentro de la estima de Renzo. Lo soporta por buenas costumbres. Con las mujeres, hay una notable brecha generacional, son las “ancianas” del grupo, solo trato social y cordialidad.

Hablando pavadas y riendo ingresan al elevador los tres juntos. Renzo da paso a los otros dos que se apoyan sobre el fondo. Al presionar el botón del piso y cerrarse las hojas de las puertas aceradas del ascensor, las imágenes de los otros se reflejan ante sus ojos, (a los que les da la espalda) cómo una sombra sobre la superficie. Un frío glacial recorre por dentro de su columna vertebral, queda ahogado, sin aliento. Una fuerte punzada en la boca del estómago hace que se retuerza de dolor, sintiendo ganas de vomitar. Los segundos que tarda en abrirse en la planta indicada, parecen largas horas. No bien las hojas dejan el paso libre, Renzo corre al sanitario a pura arcada. Seguido por los otros.

Repuesto y con dificultad en la respiración, desiste que llamen a un servicio de emergencia, con la excusa que su estado es nervioso. No miente.

Habla en presencia de ellos (no tiene más remedio) con Fernando sobre su duda respecto de las sombras en las fotos. Este explica cómo se puede modificar, con la edición, una toma original. Jorge interviene y se muestra experto en el manejo del Photoshop. Lo usa para transformar un rostro en caricatura. Con eso se divierte. Elio no se inmuta, permanece desinteresado. Esto genera dudas en Renzo, calla sobre el particular que quiere dilucidar, desvía la conversación mostrando otra toma que no tienen ninguna referencia con su preocupación.  

Al finalizar la jornada, tendido en su cama, la luz apagada, mirando sin mirar en la oscuridad hacia el techo piensa: “No es el lugar donde deba preguntar sobre mis sospechas.”

Continuó los días siguientes intentando seguir la noticia en todos los medios que tuvo acceso, incluso por Internet. Su investigación le permitió saber cuál juzgado tiene el caso, que fiscales intervienen, cuáles son los abogados involucrados, el nombre de la muchacha, su vida. No quedó calmo cuando fue detenido un supuesto autor del hecho. Algo en esa fotografía suya hay que no logra definir, algo permanece oculto a sus ojos a pesar de haber sido filtrado por su editor. Es consciente que le faltan herramientas para llegar al hueso. También conocimientos.

Ese supuesto autor está a punto de llegar al final de su juicio, todo indica que será declarado culpable. Han pasado seis meses de ese hecho. Sus estudios han avanzado pero le falta práctica para manipular una imagen. El tema lo sigue obsesionando.

Desistió de la ayuda de Jorge, es demasiado inmaduro, todo es un juego para él. No contó toda su preocupación, solo trató de sacar información, algo obtuvo pero no alcanzó. A las mujeres solo les importa hacer buenas fotos en sus frecuentes viajes. Ese camino no conduce a nada. Habrá que tomar otra ruta.

La sombra de su foto lo acompaña como fantasma durante sus días, queriendo transmitirle algo. Al comienzo era un zumbido, ahora se ha convertido en un mudo grito que retumba, es eco en las manchas del reflejo en esas hojas aceradas del ascensor.

Y piensa que cuando se dice que la foto es un lenguaje, tiene algo de falso y verdadero. Falso porque la imagen es la reproducción analógica de la realidad, literalmente no hay ningún equivalente con el lenguaje. Ahora, en la medida de la composición, el estilo de la foto funciona como mensaje segundo, informa sobre la realidad, la connotación, que es lenguaje. En ese punto no alcanza a leer, a interpretar ese anuncio.

Pasan días. Renzo es tímido con bastante falta de iniciativa, hace tiempo que llegó del interior para estudiar y trabajar. Proviene de una familia media donde nunca sobró nada y siempre estuvo el esfuerzo involucrado en cada una de las acciones de la vida familiar. Debió, con el correr del tiempo, convertirse en un ser autónomo sin ayuda externa. Eso tal vez le hace analizar y desmenuzar cada paso que da en su existencia, resolviendo las cosas con cierta lentitud. Solo que el tiempo de la justicia discurre a otro ritmo y el juicio está a punto de tener sentencia. Al enterarse de ese hecho, quizás haya sido la chispa que falta para que madure una decisión final.

Graba las fotos referidas al hecho en dos cd. Los mete en un sobre de papel, toma sus documentos y parte para los tribunales esa mañana. 

Se presenta en la barandilla del juzgado que tiene el caso y pide hablar directamente con el juez. Le informan que debe concurrir acompañado con un abogado, dice que no tiene ni conoce ninguno, pero que urge hablar con el juez de la causa, citando la sospecha que tiene sobre el juicio por el que se presenta. Le asignan un abogado de oficio que lo atiende. A él le comenta su preocupación. Este doctor Méndez recibe los discos y los revisan en su presencia. Llegan al punto donde Renzo se trabó, aclarando que le faltan instrumentos para continuar. 

─Interesante ─dice el abogado Méndez─ Deje este material, lo tendremos informado. Muchas gracias.

Algo más calmo queda. El curso ha finalizado hace unas semanas. Elio no ha mostrado ningún interés por él, a su criterio cree que asistió para matar el tiempo, sin más preocupaciones. Se comportó con la inmune soberbia de siempre. Jorge continúa dedicándose con mucho esmero a las caricaturas, logrando una renta por ello. Una de las mujeres anda por Tailandia y las otras por alguna playa caribeña. Fernando con nuevo grupo de alumnos. La vida parece discurrir apacible, de acuerdo a los destinos del universo.

Dos días después lo llaman del juzgado. Se presenta. De pronto aparece sentado en medio de una sala llena de pantallas, técnicos varios manipulan y desmenuzan las fotos, como si les realizaran una autopsia. El doctor Méndez lo acompaña, hay funcionarios judiciales que no conoce, escribientes y personajes adicionales que no sabe qué función cumplen. Un ambiente amplio de características sobrias y apariencia fría. Unas pequeñas banderolas a lo alto de paredes blancas y unas aspas de ventiladores de techo inertes. Algunas con filamentos que brillan con los reflejos de la luz. Sospecha que son telas de araña. 

Inician un acto judicial que es tipografiado, grabado y filmado. En un momento determinado lo hacen sentar frente a una gran pantalla. Operadores informáticos van presentando varias capas de las fotos. Tienen analizado el día, la hora. Saben con qué máquina las tomó, desde que distancia. Precisan el lugar donde estuvo parado para realizar cada toma. Detalles que nunca se imaginó pudieran determinarse a partir de una modesta foto. Informan con lujo de ingredientes una serie de elementos técnicos como profundidad de campo, ángulo del foco, velocidad del obturador y otros datos.

─Esta es la ventaja de tener un trabajo en alta definición. Con las normales, no se podría tener tanta información disponible ─aclara el doctor Méndez. 

Cada paso del acto procesal es acompañado con preguntas que contesta sin temor sobre el modo que realizó las fotos, confirmando las precisiones de los peritos. De a poco va aclarando la mancha que ya no es tan mancha. Ha adquirido entidad. El cuerpo de la joven está desnudo, nítido, real. Luego van cargando otras capas del fondo, hasta componer el cuerpo de la persona que la sostiene desde el frente.

En esa situación su corazón da un vuelco. El eco en su mente cesa, recibió el mensaje.

La foto es un testigo, pero un testigo de lo que ya no existe. Incluso si el sujeto está todavía vivo, se trata de un sujeto que ha sido fotografiado, en un momento que ya pasó, es historia. Cada acto de captura y lectura de una foto es implícitamente, de manera reprimida, un contacto con lo que no está, es decir con la muerte.  Es como siente la fotografía en esta ocasión, un enigma fascinante y fúnebre.

El bosquejo del rostro de la persona que sostiene a la joven no es el del acusado, coincide en sus rasgos generales con el de Elio, hoy tiene el cabello corto, con reflejos rubios que no se aprecian en la extraída de su mancha. Allí está con melena, como en las hojas del ascensor.

Renzo mientras espera que se terminen de redactar las actas, tiene oportunidad de conversar con el  abogado Méndez. Se entera en profundidad del caso. La chica asesinada, una vieja novia de Fernando, estuvo conviviendo con Elio algo más de cuatro años, con la que tuvo una hija, había intención de matrimonio. Los celos enfermizos de Elio eran motivos de discusiones frecuentes. 

El día del safari fotográfico, Elio aprovechó la dispersión del grupo donde cada uno realizaría su trabajo, para acercarse al departamento de ella, el cual está a unas pocas cuadras de la zona elegida para la práctica, con la excusa de retirar algunos elementos que todavía permanecían en el domicilio. Al llegar se encuentra con el nuevo novio de su ex, jugando con su hija, al que echo a patadas. La discusión que devino, terminó con la muerte de ella. Limpio la escena dejando como principal sospechoso este nuevo novio, el acusado a punto de una condena. Elio retomó las tareas del safari con la coartada perfecta. La fotografía de Renzo vino a poner blanco sobre negro en esta historia.  

─¿Y la niña? ─pregunta Renzo.

─La seguimos buscando… presentimos el peor final… debe haber más gente involucrada...─hace un gesto como si estuviera hablando de más y termina con─ esa es otra historia.

Con este relato, Renzo termina de interpretar lo que le pareció una discusión entre Fer y ese alumno el primer día que llego al curso. Algo se estaban recriminando entre los dos.

Antes de firmar la declaración, Renzo solicita se mantenga en reserva su identidad, no quiere ni le interesa transformar en héroe su persona, tampoco quiere aparecer en los medios, solo desea seguir siendo el oscuro y tranquilo personaje que es hoy. Lo que no puede evitar es el accidente o la casualidad, de estar en el lugar justo, en el momento oportuno, que lo puso en medio de este hecho. Acto seguido, luego de las firmas de rigor, retornó a la calle y siguió transitando su vida despuntando ese vicio que tanto añoró. La fotografía.

1 comentario:

  1. Hermoso cuento, que me tuvo expectante hasta el último renglón. Es verdad, no existe el crimen perfecto, hay ojos por todos lados. Felicitaciones Carlos Reynafé.

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