Héctor Luna
El calor era
superior a los cuarenta grados centígrados.
Estaba sudando
demasiado, nunca antes había experimentado una situación similar.
No sabía en
dónde estaba, un día antes, recuerdo haber estado en mi trabajo, me pidieron
algo y de repente no sé qué fue lo que pasó… ¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy?
¿Por qué estoy amarrado a esta silla sin poderme mover?
Estaba en un
cuarto de cuatro por cuatro, no había nada a mi alrededor más que polvo y un
foco viejo que apenas alumbraba la habitación.
Un ligero olor a grasa y aceite se respiraba en el ambiente.
Yo me
encontraba en el centro del cuarto, sentado y amarrado a una silla.
En la puerta
de madera de la entrada al cuarto estaba un dibujo grabado, no se veía tan
nítido pero al parecer era como una especie de ave, una antigua, de la época de
los dinosaurios…
-¡Diiin dooon!
¡Diiin dooon!
Caí en la
cuenta que sólo era un sueño. Uno más de los sueños raros que había tenido en
los últimos seis días… alguien tocaba el timbre.
-¡Voooy!
–grité mientras aliviadamente me levantaba de la cama.
Mi pijama de
rayas azules y verdes estaba empapada de sudor.
Encendí la luz de la recámara y miré mi reloj de acero que utilizaba
todos los días.
¡Las cuatro de
la mañana! ¿Quién toca a esta hora?
Me puse mis
pantuflas y entre confuso y espantado por la hora fui directo a la puerta del
departamento.
Abrí la puerta
y para mi sorpresa, no había nadie. Algún vecino borracho que acaba de llegar y
se le hace chistoso ir tocando timbres, pensé.
Estaba
cerrando la puerta, bajé la mirada y sobre el piso había una pequeña pirámide,
de unos diez centímetros de base. Estaba
hermosa, dorada por completo y pesaba más de lo que parecía.
La tomé y
debajo de ella una nota: no hay vuelta atrás, eres el elegido.
Me asusté y
casi aviento la pirámide y el recado del susto, pero decidí cerrar la puerta de
inmediato y analizar lo que me estaba pasando.
Seis días
antes.
-Me gustaría
que vieras lo que acabo de descubrir Tomás –expresó el doctor Flores, el mejor investigador
del centro de investigaciones especiales más importante de América, a su mejor
amigo y colega Tomás Martínez, premio nobel de química y directivo en la OMS.
El doctor
Martínez se acercó con entusiasmo al microscopio que se encontraba en el
laboratorio de la unidad de investigaciones especiales. Era un lugar cómodo
para trabajar, iluminado lo suficiente por luz natural para no alterar los
experimentos. El laboratorio cuenta con
el equipo más moderno que existe en el mundo, de hecho, uno de sus
microscopios, en el que el doctor Martínez se disponía a observar, es uno de
los tres microscopios más poderosos por su alcance a nivel mundial. Uno se encuentra en Europa y el otro en los
Estados Unidos de América. Cada uno vale
alrededor de los quince millones de dólares.
-¿Flores, es lo
que creo que es? –preguntó Martínez con cara de asombro y felicidad.
Hace
veinticinco años.
-Tomás
regálame un cigarro por fa –dijo Pablo
-Claro,
salgamos del laboratorio, yo también necesito fumar –respondió Tomás.
Ambos salieron
del lugar de química con sus batas blancas.
Caminaron unos cincuenta metros hasta llegar al pasillo principal de la
facultad, bajaron por las escaleras y salieron al jardín.
A su alrededor
estaba lleno de estudiantes, en ese espacio en su mayoría eran alumnos de química
y carreras afines.
Los jardines
era muy grandes y verdosos, en sus ratos libres la mayoría de los alumnos de la
Universidad Nacional Autónoma de México, una de las mejores de América Latina,
se recostaban sobre el pasto a platicar, estudiar o simplemente a contemplar el
cielo de la ciudad.
-Ya sólo nos
falta un semestre Tomás, un semestre y nos graduamos. Estoy seguro que de grandes seremos famosos
químicos. Tú, seguramente ganarás un
premio nobel y yo estaré descubriendo la partícula que logre
teletransportarnos. Seremos famosos
Tomás –decía con mucho entusiasmo Pablo mientras fumaba su cigarrillo.
-Estoy seguro
que lo lograremos, Pablo. Pero urge que
descubras esa partícula para que logremos estar en casa antes de que nuestros
padres nos corran por siempre llegar tarde y andar en la fiesta –bromeaba Tomás
al exhalar el humo del cigarro.
En la
actualidad, seis días antes…
-¡Sí, por supuesto
que lo es! –expresó feliz Pablo- ¿Creías que sólo tú ibas a cumplir lo que
aquella tarde dijimos? Hace un par de
años conseguiste el premio nobel, yo, tarde pero seguro la encontré.
-¿Y funciona?
–preguntó Tomás.
-Mañana te
diré, hasta ahora sólo tú sabes de esto.
Hoy por la mañana mezclé una pequeña porción en mi vaso con leche para
empezar las pruebas en mí. Antes hice
otros en ciertas partes de la casa y funcionaron. Estoy en la etapa final, debo experimentar en
humanos y que mejor que en mí mismo.
También creo que será posible sembrar la partícula en una figura
geométrica y que ésta se convierta en un portal. La pirámide es la indicada.
Sentado frente
a la pirámide Pablo recordaba aquella plática en la universidad con su amigo de
toda la vida, luego recordó el momento en que se tomó el vaso con leche
mezclado con su descubrimiento. Las
primeras dos noches estuvo en cama con temperatura y vómito pero decidió no
contarlo a nadie hasta estar seguro de los efectos. No sabía si los sueños que había
experimentado eran eso, sueños, o eran en realidad viajes derivados de su
descubrimiento.
Los últimos
seis días le habían sucedido cosas extrañas y ahora esto, una pirámide en la puerta
de su departamento a las cuatro de la mañana con un símbolo y una frase…
La pirámide estaba considerada como un símbolo de
poder, de grupos de elite, de magia, de misticismo –pensé mientras buscaba mi
celular.
Tomó su
celular y marcó el número de Tomás.
-Su llamada
será transferida al buzón…
-Tomás, soy
yo, Pablo. Me pasó algo muy extraño,
tengo que contarte, en cuanto puedas márcame o ven al departame…
Alguien había
entrado al hogar de Pablo y mientras éste llamaba a Tomás, el intruso puso un
trapo con formol en la nariz de Pablo, segundo después Pablo cayó al suelo.
Un minuto
antes de hacer la llamada, Pablo tomó varias fotos de la pirámide y el recado y
lo subió al dropbox que compartía con Tomás. “Por sí algo me pasa”, pensó
Pablo.
El intruso parecía
ser un hombre entrenado por algún grupo de elite, sus movimientos eran
profesionales, medía un metro con noventa centímetros, fuerte, cuerpo
atlético. Vestía de negro por completo y
usaba un pasamontañas para no ser reconocido.
Con sumo
cuidado y sin hacer mucho ruido se llevó a Tomás a una camioneta Van que los
esperaba detrás del edificio, lo acomodó en la cajuela junto con la pirámide,
se subió y el chofer arrancó de inmediato.
De repente,
Pablo empezó a cobrar consciencia, despertó de los efectos del formol.
¿Qué hago
aquí? ¿En dónde estoy? ¿Por qué estoy amarrado a esta silla sin poderme mover?
Estoy en un
cuarto de cuatro por cuatro, no hay nada a mi alrededor más que polvo y un foco
viejo que apenas alumbra la habitación. Un
ligero olor a grasa y aceite se respiraba en el ambiente.
Igual que en
mi sueño estoy en el centro del cuarto, sentado y amarrado a una silla, no me
puedo mover.
Todo es igual
a mi sueño, hay una puerta de madera en la entrada a la habitación y está un dibujo grabado, creo que es una especie de
ave, una vieja, de la época de los dinosaurios… No entiendo nada.
La puerta de
madera vieja con el símbolo se abrió, entró un hombre de estatura media que
vestía un traje negro Armani, zapatos bien boleados, camisa blanca reluciente y
una corbata negra con pequeños, casi invisibles puntos plateados. Atrás de él entraron dos hombres corpulentos
vestidos de negro, por su apariencia no cabía la menor duda que fueran matones.
Buenos días
doctor, sabemos de su descubrimiento y queremos hacer un negocio con usted, lo
dejaré descansar más tiempo y cuando se haya repuesto platicaremos. Disculpe la falta de comodidad pero es por
seguridad tenerlo aquí. Si acepta el
negocio todo cambiará y su vida estará llena de lujos y poder. Regreso en un rato, denle de desayunar
–ordenó aquel misterioso hombre mientras salía del pequeño cuarto.
Pablo empezó a
pensar en todo lo malo que podría suceder si su descubrimiento estuviera en las
manos equivocadas. ¿Cómo supieron de mis hallazgos? Nadie tiene acceso a mi
laboratorio privado, a menos que…”Tomás” pensó.
No él no podría ser, es mi amigo de toda la vida, él no pudo haberme
vendido. Pero es el único además de mí
que sabía de esto –no paraba de pensar.
De pronto recordó
que si su descubrimiento funcionaba podría empezar a imaginar un lugar y en
segundos se teletransportaría allí.
Sus
pensamientos no eran muy claros, tenía miedo pero siguió intentando con todas
sus fuerzas.
-¡Diiin dooon!
¡Diiin dooon!
Sonaba el timbre
del departamento de Pablo.
El doctor
Flores se despertó un poco espantado por el timbré pero sobretodo por su sueño…
uno más de los sueños raros que había tenido en los últimos seis días.
-¡Voooy!
–grité mientras aliviadamente me levantaba de la cama.
Mi pijama de
rayas azules y verdes estaba empapada de sudor.
Encendí la luz de la recámara y miré mi reloj de acero que utilizaba
todos los días.
¡Las cuatro de
la mañana! Tenía que levantarme hace una hora para llegar al aeropuerto, mi
vuelo sale a las seis. Debe ser el
taxista…
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