Frank Oviedo Carmona
Luego
de realizar estudios de arquitectura durante cinco años en Londres, enviado por su padre
Roberto, Duncan vuelve a Canadá
derrotado; y no precisamente por el
estudio, sino por Emma, la mujer que
conoció en la universidad. Según él se
había enamorado de Emma y decidieron casarse. Pero cuando llegó el día de la ceremonia, ella nunca
llegó. Lo dejó plantado en la iglesia y
no se supo nada de ella. Los padres de
Emma dijeron desconocer porque lo hizo,
pues hasta donde ellos sabían, ambos estaban muy enamorados e inclusive habían
hecho planes para vivir ahí.
Duncan
decidió quedarse en la residencia de sus padres, situada en una
colina en Quebec, muy hermosa, rodeada de gran cantidad de ficus e inmensos
jardines; y en los bordes, abundantes tulipanes en filas iguales. Para
llegar debías subir muchas gradas en
forma de serpentín, desde ahí podías
divisar otra gran cantidad de casas muy parecidas.
Duncan
culpaba a su padre por lo que le pasó, sino le
hubiera obligado a que vaya a estudiar a Londres, no se habría enamorado de Emma.
Unas
semanas después Duncan esperaba en un bar a su amigo de la infancia Nick, sin dejar de preguntarse: ¿Por qué me hizo
eso si yo la amaba? En ese momento llega
Nick y se dan un abrazo, él le
dijo que recién se había enterado de lo sucedido y que tampoco entendía por qué lo había dejado;
seguidamente, ambos tomaron asiento.
-Por
favor no me preguntes nada, no sé por
qué me dejó sin avisarme y haciendo el
ridículo ante tanta gente. Nunca la perdonaré,
nunca –lo dijo con mucha ira.
-No
sé qué decirte, pero sí sé que estaré a tu lado
–dijo Nick. Tomó aire y
continuó, estoy para apoyarte y te
repondrás de este dolor.
Duncan
continuaba preguntándose: ¿Por qué lo hizo? Quisiera morirme en este mismo
instante.
-No
hables así –le dijo Nick.
-Para
ti es fácil decirlo porque no estás en mi lugar –le respondió.
¡Nadie
comprende cómo sufro yo!, ¡nadie
comprende cómo tiemblo de ansiedad de tan solo recordarla y quererla ver!
Todos me miran con lástima y me dicen que me calme, ¿Cómo me calmo, cómo? Si estoy destruido ¡Te extraño Emma! Estoy confundido y ya no sé
qué es lo que me duele más, que me hayas
dejado plantado o que no me ames. Apoyó su cabeza sobre sus brazos que estaban encima de la mesa y
lloró como un niño.
-Tienes
razón no estoy en tu lugar y quizás no te entienda, pero estaré a tu lado para apoyarte –le dijo.
-Gracias
–dijo Duncan y se quedó pensando.
Siento impotencia e
ira; pero aun así, la sigo amando.
No puedo dejar que se vaya sin decir nada, necesito una explicación. La buscaré
y hablaré con ella porque no
puedo soportar esta angustia que me
consume desde hace más de tres meses.
Sí, lo haré. Pensó Duncan.
Una
vez pagada la cuenta se marcharon en
silencio.
-Mi
padre hará una reunión para
animarme en la residencia, pero no deseo estar presente. Él piensa que ver a
mis amistades me alegrará –Duncan hizo una pausa para secarse las
lágrimas, cree que lo de Emma me ha vuelto un mujeriego, que solo bebo y
no me interesa nadie excepto yo. Es muy duro conmigo y no me entiende.
-Está
preocupado por ti, él te quiere, me lo ha dicho, y tú lo sabes bien, siempre
han tenido una buena relación –dijo Nick.
Mientras
caminaba a paso lento, Duncan reconoció
que su padre siempre estuvo a su
lado. Lo mandó a estudiar a Londres porque quería lo mejor
para él. Inicialmente, yo no quería ir,
pero a tanta insistencia, terminé aceptando, y ahora me arrepiento de haber
ido. Si tan solo pudiera retroceder el tiempo, pero sé que eso no será posible.
-Bueno, ¿Me acompañaras a la reunión? –preguntó.
-Sí, claro que sí,
ahí estaré –muy contento
respondió Nick.
Duncan
había decidido estar en la reunión y divertirse con las chicas y beber a más no
poder pero no quería que Nick lo esté cuidando, así que se lo advirtió.
Mientras
tanto, en el aeropuerto de Quebec,
Antonela hija del señor Johns, a su vez amiga del padre de Duncan está llegando a la ciudad, preguntándose cómo le
dirá a su padre que su esposo la dejó porque no podía darle un hijo y que se fue con su mejor amiga. Bueno ya
encontraré la forma. Se decía así misma.
El día de la reunión, Duncan
recibió a Nick que se quedó
conversando con amigos en la sala. Duncan prefirió dirigirse hacia la terraza porque no quería oír tanto
ruido; mientras lo hacía, sintió un
aroma fresco a lavanda; se sintió atraído por el olor miró hacia los costados para ver quién era; pero no logró divisar a nadie ya que Nick lo cogió
del brazo para llevarlo donde su padre.
Mientras
caminaba por la sala amplia rodea de muebles de madera Luis quince, cortinas de pared a pared tipo
piel de durazno y dos mesas amplias de un rico buffet de variedades de carnes y
verduras, Duncan, pensó en ese aroma a lavanda, que le traía recuerdos de niñez,
cuando su madre lo sacaba a pasear al parque
y lo perfumaba. Él se sentía seguro,
libre, feliz de respirar aire fresco.
-No
ves que la reunión es para ti –le
susurró al oído Nick.
-¡Basta! Yo hago lo que quiero; además yo no pedí que
me organizaran una fiesta, ya no quiero estar aquí, esta bulla
me está volviendo loco –lo dijo en voz alta.
-Cálmate
que todos miran –le dijo.
-Entonces
déjame en paz que quiero tomar unos tragos sin que nadie me observe –dijo.
Al
girar y retirarse, se encontró cara a
cara con su padre, quien lo abrazó fuerte y le dijo que sea valiente que
mujeres hay muchas. Luego continuó
diciéndole: te quiero hijo, si alguna vez te hice daño, perdóname, siempre
quise lo mejor para ti.
Los
ojos de Duncan se llenaron de lágrimas,
pero le dijo, nadie te ha dicho que me hagas una fiesta;
quiero que se vayan todos porque esta también es mi casa. Su padre lo observó
muy preocupado y guardó silencio.
Todos
en la fiesta se quedaron sorprendidos porque muchos no sabían por lo que estaba
pasando Duncan.
Al
dirigirse Duncan a la terraza, de nuevo sintió el aroma a lavanda fresca, vio a
una mujer alta, delgada, de cintura
pequeña, con un vestido de seda
turquesa, ojos azules y unos rizos caoba que le caían delicadamente a un lado
de su rostro.
Duncan
comenzó a caminar lento hacia ella y la quedó mirando con sus grandes ojos
verdes que le brillaban; cogió su cabello largo que semejaba al color del vino
tinto y se lo tiró hacia a tras y se presentó.
-Soy
Duncan y perdone mis exabruptos –le dijo él.
-Yo,
soy Antonela, y créame que lo entiendo –respondió
muy amable ella.
-
¡Así! ¿Y por qué me entiende sino me conoce?
-ella no respondió, Duncan se fue acercando lentamente más a ella hasta verla con claridad.
-¡Caramba!
Su belleza compite con la del bello paisaje que tiene a la vista. ¿Cómo
llegaste aquí? –dijo él con voz pausada.
Ella
con una sonrisa aceptó el cumplido, mientras ordenaba su cabello hacia
atrás. Le comentó que venía de Londres y que era amiga de su padre; que estaba pasando por un divorcio, por eso
él la había invitado para que se relaje y distraiga.
Duncan la oía, pero seguía tomando sin cesar. Ella
muy cortés se retiró y en ese instante entró Nick a ver como se encontraba Duncan.
Al
siguiente día, Duncan amaneció en su cama con dos chicas, se levantó
sorprendido y cogió su bata, salió de la habitación y fue a buscar a Nick, a preguntarle por
Antonela; no podía dejar de pensar en
ella, en su aroma a lavanda que le traía tanta paz, su rostro angelical, su
dulce sonrisa. La buscó y estuvieron
saliendo por varios meses y esta vez
quería hacer todo con calma, y así, lo
hicieron visitando lugares nuevos. Él le
hablaba de todo lo que había pasado y ella lo consolaba
con mucha ternura; lloró en su hombro y maldijo a todas las mujeres y aun así ella lo
entendía porque sabía que no era verdad, solo estaba muy herido.
Los
recuerdos de su comportamiento de los meses
pasados, lo avergonzaban. Duncan se preguntó cómo podía haber sido tan
estúpido, tan ciego, sí quería a Emma, pero nunca había estado enamorado de
ella, se sentía solo, por eso cuando lo dejó se sintió que moría.
Conversando con Nick en una mañana helada cubierta de nieve, pudo
ver claramente que amaba a Antonela y no la dejaría.
-Ve
a buscarla –le dijo Nick.
-Sí,
eso haré, deséame suerte –le dijo Duncan
con una desbordante alegría.
Le
dio un abrazo cálido.
-Suerte
amigo y hermano, todo saldrá bien –dijo
él.
Al
llegar a la casa de Antonela, salió ella con una bata color púrpura con su
cabello largo, suelto y algo húmedo. Sus
grandes ojos azules brillaban más que
nunca.
-¿Qué
pasa? –le preguntó ella.
-Te
amo, Antonela. Mi estúpida insolencia,
mi dolor, mi egoísmo, mis borracheras han estado a punto de costármelo todo. Tú
me has dado algo que nunca creí que me
faltara, me has enseñado el significado de lo que es amor generoso, has estado
a mi lado sin criticarme, solo consolándome –lo decía susurrando muy calmado y
de rato en rato secándose las lágrimas.
-Pero
¿Y qué hay de Emma, no la amas?
–preguntó ella.
-No
amo a Emma, nunca la he amado, me sentía muy solo, creo que ambos nos sentíamos
así -respondió él.
Luego
le contó que Emma le envió una carta pidiéndole perdón. Ella no sabía cómo decirle que quería ir a
Sudáfrica a hacer labor social, y sino lo hacía, no sería feliz. Quizás de acá unos
años nos volvamos a encontrar y me puedas perdonar.
-¿Estás
seguro Duncan? –dijo ella.
-Completamente
seguro, te amo Antonela –lo repetía
lentamente –más que a nadie en el mundo, quiero que te cases conmigo ya sé que
más adelante porque quieres estar segura de mi amor, te aseguro que vamos a ser
esposos para siempre –dijo.
-Por
supuesto que sí –susurro, y se fue acercando
hasta besarlo en los labios. Te
amo Duncan.
Meses
más tarde, Antonela se enteró que ella si podía tener hijos, quien no podía era
su ex esposo, lo supo por una amiga que
no creía ese cuento y verificó los análisis de ellos dos.
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