Mario César Ríos
Aquella
mañana, Teodolinda se despertó pensando en aquel jueguito de toqueteos y salsa
sensual que escenificó con Percy en la fiesta de aniversario del Estudio de Contabilidad
donde ambos laboran. Recordó el aliento de su jefe en su cuello y las palabras
de amor que le decía: «Eres mi complemento, quédate conmigo para siempre, te
amo Teo». Ella cerró la cortina de la ventana de su dormitorio por donde
ingresaban los primeros rayos de luz matutina, hundió la cabeza en la suave
almohada de fibra rosada, suspiró y susurró -¿Dios, que he hecho?
A
Percy Candiotti lo despertó Dulce, su gata y compañera por diez años, quien con
su coqueto ronroneo le recordaba que debía cambiar la comida y agua a su
mascota. El soltero cuarentón se
incorporó de la cama de un impulso y caminó en dirección de la cocina, recogió
los recipientes de aluminio, los llevó hasta el lavadero que usaba para limpiar
sus vajillas, los limpió cuidadosamente, cambió el agua y la comida, acarició a
su engreída y le dijo: «Otra vez tú y yo solos».
Al
mediodía, la señora Teodolinda Gutiérrez se sentó sobre la cama, sus pies
jugueteaban suspendidos en el aire, ella vió con detenimiento su figura,
extendió sus manos hacia su cabeza para despejar el rostro del alboroto que
eran sus cabellos y mirarse en el espejo del tocador. Se deshizo de su bata,
observó su desnudez, se sintió deseable y posó seductora frente al espejo. «Lo
traigo loquito a Percy» pensaba y sonreía. El ronquido estruendoso de su marido
interrumpió sus pensamientos y ella recordó que debía despertarlo antes del
mediodía.
-Jaaanooo,
amooorrr, se te haaaceee tardeeee -susurró con aire juguetón Teodolinda a su
marido y luego lo zarandeó con suavidad, despertándolo muy despacio.
-¡Mierda,
los alfajores! -dijo Alejandro Tapia y saltó de la cama como impelido por un resorte.
Empujó a su mujer quien seguía posando en el espejo del tocador, corrió hacia
el baño, chapoteó un poco de agua estancada del lavadero, humedeció su cara y
cabellos y ordenó su largo pelambre con los dedos de la mano, se vistió con su
traje colorido y ancho de payaso, se colocó la nariz bola roja de claun, le dió una palmada en las nalgas a
la mujer y salió a paso ligero a recoger los alfajores para venderlos en el
vecindario de Surco.
A
las dos de la tarde, Percy se encontraba haciendo las compras de la semana en
Plaza Vea de Surco. Llevaba su lista de compras en una mano y empujaba el
cochecito con la otra. Al menos la mitad de las compras consistía en alimentos
y accesorios para Dulce quien debido a su edad se tornó más exigente en
cuidados y atenciones. De camino por el pasillo de productos para mascotas
sintió mano tocando su hombro desde atrás, giró su tronco y cabeza y encontró a
un sudoroso y greñudo Alejandro Tapia quien le dio un efusivo abrazo -Mi hermano del alma, gracias por apoyar a mi
Teo.
Alejandro
conoció a Percy en el Club de Teatro Thalia, cuando éste ya era una figura
consolidada en las tablas, su amigo no siempre fue un taciturno contador.
Únicamente Jano conoció la razón de ese cambio, Esther, compañera en el club de
teatro, voluptuosa morena quien se burlaba de sus galanterías y pasos de baile,
un amor no correspondido que lo sumió en un profundo dolor y lo empujó a dejar
el teatro. Durante ese proceso de duelo quiso llevarse a a Jano, su compañero
de cuitas con él, sin éxito. Nunca supo más de su risueño amigo hasta que se lo
encontró el último fin de año haciendo malabares en el cruce de las avenidas República
de Panamá y Aramburú, ofreciendo sus alfajores «Si me colaboras con un alfajor
podrás seguir disfrutando de mi arte todos los días, colabórame amigo» -vociferaba
Alejandro cuando reconoció a su viejo amigo de las tablas, paró su labor,
almorzaron juntos aquel día y Percy ofreció ayudarlo. Al día siguiente Alejandro
fue con su mujer al estudio de contabilidad del que su amigo era gerente. Ella
llevaba un traje ceñido al cuerpo de color
blanco con aplicaciones en color plateado alrededor del cuello,
complementado con lentejuelas un cinturón plateado y una larga cola de tul. Era
la primera entrevista laboral de la mujer y ella iba vestida como ara una
fiesta.
A
Percy Candiotti nadie le conoció nunca novia. En cambio si eran conocidos sus
arrebatos de galán cuando estaba con algunas copas encima, lo ayudaba mucho su
histrionismo y dotes de bailarín. Lo último que hizo fue improvisar una escenificación
de Saturday Night fever con todas las
chicas del estudio. Esa noche fue Travolta con varios chilcanos encima y al día
siguiente, simplemente Percy, el amo de Dulce. El divertido ebrio siempre quedaba
atrás sin culpas porque él nunca se acordaba de nada.
El
trato con la mujer de su amigo desde que fue contratada como auxiliar de
contabilidad no era distinto al que le daba a cualquiera de las chicas en la
oficina, distante siempre distante.
-Todo
bien Alejandro, tu mujer es muy buena colaboradora -respondió Percy al efusivo
abrazo de su amigo del que buscaba desembarazarse.
-Mira
Percy, hoy es sábado y a la noche tengo más trabajo pero te enviaré con Teo un
cariño de la familia, un torta tres leches… -decía Alejandro cuando fue
interrumpido por su amigo.
-Pero,
no es necesario -replicó Percy.
-Insisto,
ella estará allí a las ocho al terminar de preparar el pastel -le dijo su amigo
con una sonrisa que empujó su nariz bola roja hacia adelante, lo abrazó
nuevamente y se despidió de él.
Teodolinda
estaba montada sobre la bicicleta estática del gimnasio cuando sonó el timbre
del teléfono celular. Un entusiasta Alejandro le dejaba indicaciones para que
prepare el obsequio a su jefe. Ella no entendía bien, estaba aturdida. Era su
marido más tonto que de costumbre o es que aquel frío gerente se pasó de la
raya con este plan perverso. Siguió pedaleando mientras pensaba y sonreía. La idea
la había excitado muchísimo, era prácticamente un permiso.
«También
eres mi complemento, seré siempre tuya, te amo Percy» -leyó Candiotti el
mensaje de texto que acababa de enviar la mujer de su amigo y una fría
corriente le recorrió la espalda, sus manos temblorosas dejaron caer el aparato
que golpeó la mesa de vidrio de la sala y luego quedo desperdigado en partes
sobre el parquet de su departamento. Mientras rearmaba su teléfono recordó cada
palabra que le dijo la última noche a la mujer de su amigo.
«Ella
está viniendo para aquí en este momento» -pensó aterrado.
El
timbre del departamento sonó y Percy dejó que suene una y otra vez. Luego de
una corta pausa, tocó el turno del teléfono, timbró y timbró y Dulce mostraba
su inquietud saltando por los muebles. Luego llegó otro mensaje de texto: «Amor,
¿estás bien?».
Diez
minutos después, Percy yacía sentado sobre la alfombra de la sala, sudoroso y
con la respiración aún agitada. -¡Que nochecita! Esta loca estaba dispuesta a
todo. Alcohol nunca más. En adelante llevaremos una vida más tranquila –le
decía a su gata mientras le acariciaba el lomo plomizo que brillaba por tenue luz
que venía de la calle.
«UUUULLLUUUU
- UUULLLLUUUU» sonaron las sirenas de ambulancias y patrulleros y luces de
circulinas invadieron la penumbra en el departamento de Percy Candiotti. «¡Señor
Candiotti! ¿Está usted bien? ¡Respóndanos!» –tronaba el altavoz que provocó la
curiosidad de todo el vecindario. Entonces el hombre avergonzado asomó la
cabeza por la ventana, agitó las manos intercambiando señales con los bomberos
que escoltaban a una sonriente Teodolinda atrapando el pastel tres leches en
sus manos.
Muy entretenido y sorprendente.
ResponderEliminarMuy huena narracion y un final inesperado me gusto
ResponderEliminar