Anthony Velarde Arriola
“No, aún no digas nada. No importa si no sabes mi nombre ni yo el
tuyo. No importa si desconocemos la forma de nuestros rostros. Así está bien.
Sólo déjame sentir este calcinante deseo y permanecer en tus dulces labios.
Ojalá este viaje nunca llegue a su destino”.
A
tres cuadras de una plaza cualquiera, mientras el sol juega a ocultarse; él,
aún no había advertido la presencia de ella quien se encuentra a siete personas
de distancia, esperando el mismo bus de regreso a la ciudad, bus que demora en
llegar. La fila donde se encuentran se iba llenando de personas cubriendo la
distancia de tres cuadras. No era para menos, aquel día era el aniversario del
pueblo, treinta y cinco años de creación política. Al llegar las movilidades el
pueblo volvería a quedar desierto.
Un poste
de alumbrado público distrae la presencia de estrellas. Un viento suave les recuerda
que había llegado la noche.
Alguien
en la fila, apoyado sobre un palo de maguey, divisó un transporte a unas cuadras
del paradero. Con disimulo, cogió sus valijas, mujer e hijos y corrió a su
encuentro; así aseguró los asientos para su familia. Cuando el resto de
personas repararon en su presencia, rompieron todo orden y lo abordaron hasta
donde pudieron. La llegada de nuevos buses redujo las cinco cuadras en un solo
desorden. Él y ella reclaman en vano un poco de orden sin que ambos notaran la asistencia
del otro. Tienen el destino trazado, el mismo que podría acompañarlos toda la
vida.
Las
personas en el paradero musitan angustias, proclaman desdichas: -Ojalá llegue
otro bus, ya es demasiado tarde, Martita va mañana al colegio –decía una señora.
Minutos después, la desdicha se transformó en gozo. Por uno de los extremos de
la ciudad apareció un camión, y a gracia de todos llegó vacío. La gente, sin
consultar, lo abordó. Él, hizo lo propio. Minutos después, mientras todos
acomodan sus equipajes, apareció ella al pie del vehículo, cargando sobre sus
hombros una bolsa celeste de tamaño regular. Él estiró un brazo para ayudarla a
subir; ella, impulsada por una de sus piernas, quedó a pocos centímetros de él.
El
primer acercamiento entre ambos fueron simples gemidos. Luego de algunas gibas
en el camino, él inicia la conversación:
-Mira
que hermoso está el cielo, cómo brillan las estrellas. Puedo divisar hasta las
más pequeñas.
Ella tiene
una mano sujeta a la viga de madera que cruza la plataforma del camión, del
cual también se sostienen todos menos él. Él, tiene su equipaje en la mano
izquierda y con la otra, la abraza para no tropezar en el viaje. Ella, con el
brazo libre, también lo abraza. En la tolva del camión viajan cerca de setenta
personas en un área para cuarenta. Ninguno dueño de su espacio. El viaje
transcurre entre empujones, gritos y lamentos. Uno que otro tiene su cuerpo
dibujando una contorsión.
-¡Mira!
-vuelve a intervenir él- esa estrella se mueve.
-No es
una estrella, es un satélite –corrige ella.
-O un
ovni.
-Es
superman -ambos ríen.
Mientras
ellos gozan cada kilómetro recorrido, el resto farfulla el agobio del viaje.
Una señora pisa a otra y no dejan de discutir. Un niño llora. Una mujer joven
pide al borracho que babea sobre su hombro, retire su cabeza maloliente. Otros
gritan al chofer y algunas rezan mientras dura el viaje. Cada segundo alguien
se acomoda e incomoda a los demás. No hay más espacio que un hilo invisible que
los tiene en un roce inevitable.
-¿Estas
cansada?
-No -responde
ella.
-¿Este
viento frío refresca no es así? Me devuelve las ganas perdidas mientras
esperábamos el bus.
-Sí,
yo también había perdido el ánimo con tanta espera, pero este fresco viento me
lo está devolviendo.
-¿Alguna
vez estuviste tan cerca y bien de brazos con un extraño?
Una
leve y dulce sonrisa se dibujaba en el rostro de ella.
-¡No!,
tampoco lo estaría si habría más espacio.
-Pero
es éste el espacio que nos corresponde. ¿Te imaginas estar en el lugar de
aquella mujer, soportando el aliento del borracho? ¿Lo estarías abrazando
igual? Quizás te estaría mostrando más que una estrella. –Rieron a carcajadas.
Ambos
esconden una pequeña exaltación. Disfrutan de aquella circunstancia.
-No me
hagas reír -dijo ella– ahora no tengo más apoyo que tú. Te has convertido, así
como el viento, en mi consuelo a tanta espera.
-Hueles
muy bien.
-¿Viste?
Otra estrella fugaz, pide un deseo.
-¿Siempre
hablas así de suave? Tan pausado, tan dulce. Parece que dibujaras las palabras
antes de soltarlas.
-Debe
ser el efecto de tu presencia. De tu calor.
Habían
transcurrido mil doscientos segundos desde que el camión inicio su marcha.
Habían visto tres estrellas fugaces desde que se abrazaron. Habían pasado
treinta kilómetros de suspiros e insinuaciones cuando ella decidió acomodar el
brazo sobre el listón, quizás por el frío, quizás porque quería abrazarlo
mejor, pero en ese instante sus cuerpos olvidaron el cansancio, olvidaron la
dirección del viaje y se echaron a volar, junto a las estrellas en el cielo.
“Mañana
Martita no podrá ir temprano al colegio”.
Los treinta
y cinco años de creación política de aquel pueblo los había juntado. Cuarenta y
tres minutos después asomaba la ciudad de sus destinos y ninguno de los dos
sabía nada del otro: ¿Quiénes eran? ¿Qué hacían? ¿De dónde son? La gente empezó
a inquietarse a medida que el camión se adentraba en la ciudad. Los amantes
despertaron de su idilio. Las personas, al bajar, los empujaban separándolos
sin que ellos pudieran mirarse el uno al otro. Tampoco podían decirse nada por
el clamor ocasionado. Apenas si ella alcanzó a gritar:
-¿Dime
quién eres? ¡Quiero ver tu rostro! Quiero saber más de ti.
-No, no
digas nada. Así está bien. Ojalá este viaje nunca hubiera llegado a su destino.
¡Tan bueno como fugaz !
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