Rosario Sánchez Infantas
Uno a uno se desmoronan los
peldaños de la escalera que subo angustiado. La noche es muy oscura. Desde
abajo, una luz rojiza muestra las tablas que van cediendo a mi paso y el abismo
que me absorbe. Ya nada me sostiene, me impulso desesperado y alcanzo el borde
de la muralla negra que apoya los restos de la escalera. Con mucho dolor llevo
un pie a lo que parece una explanada. Con un espasmo de pánico logró subir el
cuerpo y rodar alejándome del abismo. Imagino que es un terraplén. Caigo en un
hoyo circular de un metro de profundidad. Una fogata ilumina una pequeña área. Muy
adolorido me pongo de pie y veo que estoy en el centro de una chakana de
piedra, el cuadrado escalonado que simboliza nuestra visión quechua de cuanto
existe. ¿Qué hago yo aquí? El círculo central en el que me encuentro representa
la Pacha: mi tiempo y mi espacio. Cada extremo que rodea al
círculo: arriba, abajo, izquierda y derecha, representa fechas en el
calendario, lugares en el espacio y tiempo, actividades agrícolas y opuestos
complementarios. ¿Por qué estoy aquí? Poco
a poco la chakana empieza a girar a mi alrededor, entonces arriba es
derecha, derecha es abajo, abajo se vuelve izquierda e izquierda se vuelve
arriba. El movimiento cada vez más veloz distorsiona los ángulos y es un
círculo el que gira a gran velocidad a mi alrededor. Me angustia pensar que si el
pesado móvil se desplazara horizontalmente, en el piso, el borde interno me
impactaría. De pronto soy parte del cuerpo en movimiento. El vértigo me
arrastra.
Despierto mojado en sudor y con
náuseas. Tres delicadas líneas de luz de luna cruzan en diagonal la
pequeña habitación
circular de piedras donde pernocto. Reconozco el depósito
de alimentos en el que me encuentro y se van aclarando mis ideas. Se tensa todo
mi cuerpo cuando recuerdo haberme despedido el día anterior de Asiri. Me parece
estar soñando. Siento que es otro el que yace en la improvisada cama, escucha
muy lejano el canto de un ave nocturna y tiene el cuerpo adormecido. Respiro
aceleradamente. Estoy mareado. Quisiera hacer algo para que desaparezca la
realidad insoportable. ¡Asiri! Alegría, ternura, sencillez, y también pasión
impostergable buscando su cauce. De pronto recuerdo el olor dulzón de la carne
humana quemándose en medio de los gritos despavoridos de los pobladores de
Yuraqmayu, encerrados e incinerados vivos, solo porque un grupo de avanzada
español llegó a mantener el temor hacia los conquistadores. Algunos pudimos
huir al cerro aledaño; allí me indicaron quién es Alonso el más entusiasta masacrador.
Asiri, la joven que quiero, lleva su semilla. Lloro con rabia. Esto es real. No
es un mal sueño. Será madre de otro enemigo. Por eso ayer le dije adiós.
Recuerdo los detalles, siento que
se me adormece el rostro y me duele el pecho contraído que casi no retiene el
aire. En el extremo más alejado vislumbro el recipiente en el que guardo agua.
Camino sobre el frío piso de tierra apisonada buscando algo que me distraiga del
dolor. Mojo mi rostro y nuca en agua fría. ¡Esto es insoportable! No solo
roban, esclavizan y humillan. Los vi lanzar niñitos de pecho contra las rocas
solo por diversión. Lo más sagrado que teníamos lo han envilecido. ¡Y no hay un
hasta cuándo! Incluso las plagas se marchan después de arrasar todo, “volteamos”
la tierra y empezamos de nuevo. Solo la esperanza de encontrar a mi familia me
mantenía en este mundo. Pero, ya no puedo con esta nueva desgarradura. Tengo
que olvidar a Asiri. Si me quedo aquí, seguiré respirando el mismo aire que ella,
viendo el paisaje que sus ojos miran y todas las cosas que me la recuerdan. No
soportaré encontrármela cobijando la semilla maldita. Debo odiarla u olvidarla.
¡Escaparé! Partiré, no sé a dónde, antes que un nuevo sol marque mi desgracia.
Mientras camino de un lado a otro de la habitación, piso un pequeño
montículo hecho por las hormigas. De pronto recuerdo el Churo de Amanta, aquel
monte cónico que semeja la valva en espiral de un caracol gigante, en el
extremo norte del Tahuantinsuyo. Mi padre, capitán de Ataw Wallpa, había estado en aquella colina habilitada como una
trinchera continua que la circundaba en espiral desde la base hasta la cima. De
manera segura y rápida los guerreros ascendían o descendían fuera del alcance
de sus enemigos, gracias al gran surco implementado como un camino llano. La
pequeña explanada en la que termina el churo permite una visión completa
a la redonda. Recuerdo que papá contó que al ir ascendiendo la espiral a veces enfrente
está el levante y a veces está el poniente. En algún momento adelante están la
región chala y la Mamacocha a la que llaman mar, pero en otro momento hacia
el frente está el Antisuyo, la selva. Mi sueño en el cual vi que todo cambiaba
con el movimiento, ¿no estará indicándome que debo viajar al Churo de Amanta?
Quizás allí encuentre respuestas… y remedio para mi espíritu.
Sin poder soportar ver
a Asiri, odiada y amada al mismo tiempo, decido ir hacia el norte al territorio
de los quitos y hago un atado con lo poco que necesito para subsistir. «Mi padre había participado en esa región, en las
campañas de reconquista enfrentando a etnias rebeldes. Fue entonces cuando
llegaron los españoles y le perdimos el rastro. Pasaré por el Churo de Amanta, quizás mi sueño
me anuncia que allá sabré algo de mi padre o, cuando menos, me permitirá
escapar de esta vida sin vida. Desde Aypite debo caminar cuando menos siete
jornadas, por las noches para evitar encuentros con los españoles, o transitando
caminos secundarios lejanos al Qhapac Ñan. Al demandar esfuerzo y concentración
me impedirán hundirme en pensamientos y sentimientos trágicos. Quizás aquel
monte me pueda dar descanso para siempre.»
Partí antes del amanecer. Siguiendo
una regla dada por mi madre ante los problemas, me impuse pensar en Asiri solo al
mediodía. A otras horas ya tenía una sombra. Solo ahora que había perdido a mis
padres, hermanitas y la vida que conocía, me di cuenta de que había sido feliz
en un pueblo muy organizado y en el que se garantizaba el bienestar de todos. Luego
de las masacres, amputaciones, desplazamientos, esclavitud y violaciones me
preguntaba: ¿Qué fue de nuestros ejércitos? ¿Si Manco Inca Yupanqui se había
rebelado contra los españoles, cómo es que Paullu Inca había aceptado ser
nombrado inca gobernante y apoyar a los extranjeros? ¿Seguirán llegando
invasores? ¿Qué tiene que pasar para volver a nuestra vida de antes?
*****
La espiral era visible a veinte
kilómetros de distancia. Sigchos es un territorio agreste con algunos poblados
desperdigados en estrechos valles o mesetas, tiene un clima cálido en las zonas
bajas boscosas, y frío en las cimas. Subí por el cerro en cuya cima cónica está
el Churo de Amanta. Rodeo unos quinientos metros antes de hallar su entrada y trepar
cerca de tres metros para lanzarme hacia dentro de la trinchera. Pese al
esfuerzo desplegado, una vez dentro, son vigorosas mi respiración y el latir de
mi corazón, me invade el orgullo. Antes de que llegaran a conquistarnos
hacíamos obras como estas. No somos unas alimañas para que nos echen a sus
perros, cercenen manos, orejas, narices o marquen a hierro candente como a sus animales.
Quizás mi cabeza ya no funciona del todo bien, porque, cándido, tengo la
certeza que algo bueno tiene que pasar aquí donde estuvo mi padre.
Voy ascendiendo por el interior del churo reflexionando mientras
mastico unas hojas de coca. Veo a un colibrí libando el néctar de unas cantutas
blancas. Me alegra el corazón, es un buen augurio. Recuerdo mi sueño de la chakana. Desde
niño aprendí cómo interpretar los sueños cotidianos: eran presagios para el
día. Pero aquel sueño tan extraño, ¿qué puede significar? Los sueños de los
gobernantes los interpretaban los sacerdotes. No sé por qué ahora recuerdo la
interpretación que se hizo, en la ciudad de Tumbes, de la respuesta mansa de
pumas y otorongos liberados dentro del palacio para amedrentar a los
conquistadores españoles en su incursión en el palacio del gobernante local.
Los entendidos creyeron ver en ello las buenas intenciones de los extranjeros.
¿Por qué no buscamos más explicaciones? ¿por qué no fuimos más hostiles? De
Tumbes no debieron pasar los invasores. Ahora que ellos han cuestionado
nuestros conocimientos y nuestras creencias, yo mismo los veo tan frágiles.
Sabíamos cultivar, construir, organizar, negociar, guerrear; pero le dimos un
sentido a los sucesos que se volvió contra nosotros.
El aire húmedo está impregnado del
aroma de la tierra húmeda y de las plantas silvestres que proliferan en las
paredes y el piso de la trinchera. «Nuestros
expertos camayoc observaban los astros, el ciclo de vida de plantas y
animales, experimentaron cómo ayudar a la Mama Pacha a conseguir mejores
frutos, a dominar sus accidentes, a navegar sus aguas. Sin embargo, ¿cómo
creímos que estos seres flojos, sucios, crueles y ambiciosos podían ser hijos del
dios Wiracocha? Los sacerdotes, willca uma, nos mantuvieron unidos basándose
en importantes creencias, pero se necesitó que alguien discutiera sus
conclusiones. Cada uno de nosotros en sus afanes menudos y nadie pensó que, si
las fieras no se comían a los foráneos, quizás era porque estaban hartas de
comer carne humana. Era impensable dudar de nuestros guías espirituales porque
la tierra florecía, todos nos sentíamos parte de una comunidad, teníamos
alimento, trabajo, fiestas. Ahora que los españoles cuestionan lo que
pensábamos recién se me ocurre juzgarlo, llorando, llorando porque, a pesar de
todo, lo quiero por mío».
Una zarigüeya cargando sus crías en
el lomo se escurre entre unas matas de zarzamora. ¡Qué buen augurio! ¡Es
inusual verlos de día, son animales nocturnos!
«¡Es real! Comencé a ascender hacia el levante, ahora delante
de mí está el Cusco, al subir vi en esa dirección vi una apachigua que
replica un cerro de la capital del Tahuantinsuyo. Quedó a mis espaldas el
territorio de los pastos, caranquis y quitos. Siguiendo esta trayectoria tendré
enfrente el poniente y caminando, caminando volveré a dirigirme al levante. Adelante es atrás, arriba es abajo, todo cambia, todo vuelve.»
El churo, ahora deshabitado, está siendo invadido por plantas
silvestres. A pesar del esfuerzo del ascenso y de estar pensando todo el
tiempo, me doy cuenta que he estado ahuyentando cualquier asociación o
pensamiento relacionado a Asiri. Con disimulo he estado verificando
lo que ya sabía: a esta hora sí tengo una sombra y no puedo pensar en ella. Mi
familia anhelaba que nuestro señor Ataw Wallpa ganara la guerra contra su
hermano Huáscar el gobernante legítimo.
Ahora, sin embargo, he pensado que este último tenía razón en considerar que era
un derroche destinar servidores, tierras y ganado a las momias de los
gobernantes muertos. Y es que supe de Illateqsi, la
joven sacada de su etnia, que se suicidó antes de ser una de las esposas de la momia
de un gobernante. ¡Peor es lo que se le impuso a Asiri! Me muerdo los labios
hasta sangrarlos y me obligo a no seguir pensando en ella.
Quizás
se debió fortalecer nuestro ejército. Tal vez eran demasiados los hijos del inca
gobernante, tenidos con princesas de etnias conquistadas, que no podían acceder
a grandes privilegios. A lo mejor se debió evitar el enfrentamiento bélico con
los rebeldes norteños. Alguien debió orientar mejor a Huáscar. ¿Cómo llenó de cañaris
y chachapoyas el Cusco, luego aliados de los conquistadores? Nunca más voy a
ver con ojos de aceptación algunas costumbres de mi amado pueblo.
Tropiezo con una piedra escondida en la maleza y
caigo en un charco de agua sucia. Se agolpan todas mis penas. ¿Qué hago aquí
perdiendo el tiempo? Debería estar buscando a mi familia, luchando por mi
pueblo. ¿Con quién puede luchar este pobre muchacho? ¿Cómo se lucha con esto
que no se parece a nada que hayamos conocido antes? Escucho bandadas de loros
que, a lo lejos, van a pernoctar en los árboles. Me doy cuenta de que el sol se
está ocultando. Caí mientras caminaba hacia adelante, hacia el poniente… ¡al
igual que hace dos horas! Estoy donde estaba al comienzo, pero más arriba. Me
doy cuenta que chakana significa «puente hacia lo alto». Me levanto y limpio con cuidado.
Entiendo que el espacio y el
tiempo son fluidos y continuos. Me doy cuenta que chakana es también «cruce de rumbos». Asiri no es el enemigo. Un perverso cruzó el rumbo de Asiri. ¡Ella y yo,
estamos muy heridos! Veo el final de
la trinchera a unos pasos de distancia. Camino ligero. ¡Creo que esto es lo que
vine a buscar, una línea de fuga!
Salgo
a la explanada y quedo absorto y sobrecogido. Hay una visión panorámica. A lo
lejos los volcanes Iliniza, Cotopaxi y Chimborazo. Voy girando apreciando
innumerables montañas y montes, bosques y sembríos. Tardo en reconocer la gran
franja que linda con el cielo. ¡Es el mar! Rodea a la cima del churo un
gran círculo de pajonales; algunos kilómetros más abajo lo cercan tupidos bosques
cubiertos por un lecho de nubes. Aunque no los mirase siempre estuvieron ahí.
Ahora veo más y mejor. Un cruce de rumbos hace que todo cambie y no cambie. Se
puede amar aun viendo algo diferente en lo que amamos. Necesitaba darme cuenta que
mi Asiri, sigue siendo mi Asiri. Incluso distinta sigue siendo ella. Todavía
puede ayudarme a ser mejor y yo aún puedo amarla… protegerla…, ¡palomita
huérfana y madre! Corro cuesta abajo.
Un rojizo sol marchaba hacia otros rumbos.
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