lunes, 4 de diciembre de 2023

Rumbos

Rosario Sánchez Infantas


Uno a uno se desmoronan los peldaños de la escalera que subo angustiado. La noche es muy oscura. Desde abajo, una luz rojiza muestra las tablas que van cediendo a mi paso y el abismo que me absorbe. Ya nada me sostiene, me impulso desesperado y alcanzo el borde de la muralla negra que apoya los restos de la escalera. Con mucho dolor llevo un pie a lo que parece una explanada. Con un espasmo de pánico logró subir el cuerpo y rodar alejándome del abismo. Imagino que es un terraplén. Caigo en un hoyo circular de un metro de profundidad. Una fogata ilumina una pequeña área. Muy adolorido me pongo de pie y veo que estoy en el centro de una chakana de piedra, el cuadrado escalonado que simboliza nuestra visión quechua de cuanto existe. ¿Qué hago yo aquí? El círculo central en el que me encuentro representa la Pacha: mi tiempo y mi espacio. Cada extremo que rodea al círculo: arriba, abajo, izquierda y derecha, representa fechas en el calendario, lugares en el espacio y tiempo, actividades agrícolas y opuestos complementarios. ¿Por qué estoy aquí?  Poco a poco la chakana empieza a girar a mi alrededor, entonces arriba es derecha, derecha es abajo, abajo se vuelve izquierda e izquierda se vuelve arriba. El movimiento cada vez más veloz distorsiona los ángulos y es un círculo el que gira a gran velocidad a mi alrededor. Me angustia pensar que si el pesado móvil se desplazara horizontalmente, en el piso, el borde interno me impactaría. De pronto soy parte del cuerpo en movimiento. El vértigo me arrastra.

Despierto mojado en sudor y con náuseas. Tres delicadas líneas de luz de luna cruzan en diagonal la pequeña habitación circular de piedras donde pernocto. Reconozco el depósito de alimentos en el que me encuentro y se van aclarando mis ideas. Se tensa todo mi cuerpo cuando recuerdo haberme despedido el día anterior de Asiri. Me parece estar soñando. Siento que es otro el que yace en la improvisada cama, escucha muy lejano el canto de un ave nocturna y tiene el cuerpo adormecido. Respiro aceleradamente. Estoy mareado. Quisiera hacer algo para que desaparezca la realidad insoportable. ¡Asiri! Alegría, ternura, sencillez, y también pasión impostergable buscando su cauce. De pronto recuerdo el olor dulzón de la carne humana quemándose en medio de los gritos despavoridos de los pobladores de Yuraqmayu, encerrados e incinerados vivos, solo porque un grupo de avanzada español llegó a mantener el temor hacia los conquistadores. Algunos pudimos huir al cerro aledaño; allí me indicaron quién es Alonso el más entusiasta masacrador. Asiri, la joven que quiero, lleva su semilla. Lloro con rabia. Esto es real. No es un mal sueño. Será madre de otro enemigo. Por eso ayer le dije adiós.

Recuerdo los detalles, siento que se me adormece el rostro y me duele el pecho contraído que casi no retiene el aire. En el extremo más alejado vislumbro el recipiente en el que guardo agua. Camino sobre el frío piso de tierra apisonada buscando algo que me distraiga del dolor. Mojo mi rostro y nuca en agua fría. ¡Esto es insoportable! No solo roban, esclavizan y humillan. Los vi lanzar niñitos de pecho contra las rocas solo por diversión. Lo más sagrado que teníamos lo han envilecido. ¡Y no hay un hasta cuándo! Incluso las plagas se marchan después de arrasar todo, “volteamos” la tierra y empezamos de nuevo. Solo la esperanza de encontrar a mi familia me mantenía en este mundo. Pero, ya no puedo con esta nueva desgarradura. Tengo que olvidar a Asiri. Si me quedo aquí, seguiré respirando el mismo aire que ella, viendo el paisaje que sus ojos miran y todas las cosas que me la recuerdan. No soportaré encontrármela cobijando la semilla maldita. Debo odiarla u olvidarla. ¡Escaparé! Partiré, no sé a dónde, antes que un nuevo sol marque mi desgracia.

Mientras camino de un lado a otro de la habitación, piso un pequeño montículo hecho por las hormigas. De pronto recuerdo el Churo de Amanta, aquel monte cónico que semeja la valva en espiral de un caracol gigante, en el extremo norte del Tahuantinsuyo. Mi padre, capitán de Ataw Wallpa, había estado en aquella colina habilitada como una trinchera continua que la circundaba en espiral desde la base hasta la cima. De manera segura y rápida los guerreros ascendían o descendían fuera del alcance de sus enemigos, gracias al gran surco implementado como un camino llano. La pequeña explanada en la que termina el churo permite una visión completa a la redonda. Recuerdo que papá contó que al ir ascendiendo la espiral a veces enfrente está el levante y a veces está el poniente. En algún momento adelante están la región chala y la Mamacocha a la que llaman mar, pero en otro momento hacia el frente está el Antisuyo, la selva. Mi sueño en el cual vi que todo cambiaba con el movimiento, ¿no estará indicándome que debo viajar al Churo de Amanta? Quizás allí encuentre respuestas… y remedio para mi espíritu. 

Sin poder soportar ver a Asiri, odiada y amada al mismo tiempo, decido ir hacia el norte al territorio de los quitos y hago un atado con lo poco que necesito para subsistir. «Mi padre había participado en esa región, en las campañas de reconquista enfrentando a etnias rebeldes. Fue entonces cuando llegaron los españoles y le perdimos el rastro.  Pasaré por el Churo de Amanta, quizás mi sueño me anuncia que allá sabré algo de mi padre o, cuando menos, me permitirá escapar de esta vida sin vida. Desde Aypite debo caminar cuando menos siete jornadas, por las noches para evitar encuentros con los españoles, o transitando caminos secundarios lejanos al Qhapac Ñan. Al demandar esfuerzo y concentración me impedirán hundirme en pensamientos y sentimientos trágicos. Quizás aquel monte me pueda dar descanso para siempre.»

Partí antes del amanecer. Siguiendo una regla dada por mi madre ante los problemas, me impuse pensar en Asiri solo al mediodía. A otras horas ya tenía una sombra. Solo ahora que había perdido a mis padres, hermanitas y la vida que conocía, me di cuenta de que había sido feliz en un pueblo muy organizado y en el que se garantizaba el bienestar de todos. Luego de las masacres, amputaciones, desplazamientos, esclavitud y violaciones me preguntaba: ¿Qué fue de nuestros ejércitos? ¿Si Manco Inca Yupanqui se había rebelado contra los españoles, cómo es que Paullu Inca había aceptado ser nombrado inca gobernante y apoyar a los extranjeros? ¿Seguirán llegando invasores? ¿Qué tiene que pasar para volver a nuestra vida de antes?

 

*****

 

La espiral era visible a veinte kilómetros de distancia. Sigchos es un territorio agreste con algunos poblados desperdigados en estrechos valles o mesetas, tiene un clima cálido en las zonas bajas boscosas, y frío en las cimas. Subí por el cerro en cuya cima cónica está el Churo de Amanta. Rodeo unos quinientos metros antes de hallar su entrada y trepar cerca de tres metros para lanzarme hacia dentro de la trinchera. Pese al esfuerzo desplegado, una vez dentro, son vigorosas mi respiración y el latir de mi corazón, me invade el orgullo. Antes de que llegaran a conquistarnos hacíamos obras como estas. No somos unas alimañas para que nos echen a sus perros, cercenen manos, orejas, narices o marquen a hierro candente como a sus animales. Quizás mi cabeza ya no funciona del todo bien, porque, cándido, tengo la certeza que algo bueno tiene que pasar aquí donde estuvo mi padre.    

Voy ascendiendo por el interior del churo reflexionando mientras mastico unas hojas de coca. Veo a un colibrí libando el néctar de unas cantutas blancas. Me alegra el corazón, es un buen augurio. Recuerdo mi sueño de la chakana. Desde niño aprendí cómo interpretar los sueños cotidianos: eran presagios para el día. Pero aquel sueño tan extraño, ¿qué puede significar? Los sueños de los gobernantes los interpretaban los sacerdotes. No sé por qué ahora recuerdo la interpretación que se hizo, en la ciudad de Tumbes, de la respuesta mansa de pumas y otorongos liberados dentro del palacio para amedrentar a los conquistadores españoles en su incursión en el palacio del gobernante local. Los entendidos creyeron ver en ello las buenas intenciones de los extranjeros. ¿Por qué no buscamos más explicaciones? ¿por qué no fuimos más hostiles? De Tumbes no debieron pasar los invasores. Ahora que ellos han cuestionado nuestros conocimientos y nuestras creencias, yo mismo los veo tan frágiles. Sabíamos cultivar, construir, organizar, negociar, guerrear; pero le dimos un sentido a los sucesos que se volvió contra nosotros.

El aire húmedo está impregnado del aroma de la tierra húmeda y de las plantas silvestres que proliferan en las paredes y el piso de la trinchera. «Nuestros expertos camayoc observaban los astros, el ciclo de vida de plantas y animales, experimentaron cómo ayudar a la Mama Pacha a conseguir mejores frutos, a dominar sus accidentes, a navegar sus aguas. Sin embargo, ¿cómo creímos que estos seres flojos, sucios, crueles y ambiciosos podían ser hijos del dios Wiracocha? Los sacerdotes, willca uma, nos mantuvieron unidos basándose en importantes creencias, pero se necesitó que alguien discutiera sus conclusiones. Cada uno de nosotros en sus afanes menudos y nadie pensó que, si las fieras no se comían a los foráneos, quizás era porque estaban hartas de comer carne humana. Era impensable dudar de nuestros guías espirituales porque la tierra florecía, todos nos sentíamos parte de una comunidad, teníamos alimento, trabajo, fiestas. Ahora que los españoles cuestionan lo que pensábamos recién se me ocurre juzgarlo, llorando, llorando porque, a pesar de todo, lo quiero por mío».

Una zarigüeya cargando sus crías en el lomo se escurre entre unas matas de zarzamora. ¡Qué buen augurio! ¡Es inusual verlos de día, son animales nocturnos!

«¡Es real! Comencé a ascender hacia el levante, ahora delante de mí está el Cusco, al subir vi en esa dirección vi una apachigua que replica un cerro de la capital del Tahuantinsuyo. Quedó a mis espaldas el territorio de los pastos, caranquis y quitos. Siguiendo esta trayectoria tendré enfrente el poniente y caminando, caminando volveré a dirigirme al levante. Adelante es atrás, arriba es abajo, todo cambia, todo vuelve.»

El churo, ahora deshabitado, está siendo invadido por plantas silvestres. A pesar del esfuerzo del ascenso y de estar pensando todo el tiempo, me doy cuenta que he estado ahuyentando cualquier asociación o pensamiento relacionado a Asiri. Con disimulo he estado verificando lo que ya sabía: a esta hora sí tengo una sombra y no puedo pensar en ella. Mi familia anhelaba que nuestro señor Ataw Wallpa ganara la guerra contra su hermano Huáscar el gobernante legítimo. Ahora, sin embargo, he pensado que este último tenía razón en considerar que era un derroche destinar servidores, tierras y ganado a las momias de los gobernantes muertos. Y es que supe de Illateqsi, la joven sacada de su etnia, que se suicidó antes de ser una de las esposas de la momia de un gobernante. ¡Peor es lo que se le impuso a Asiri! Me muerdo los labios hasta sangrarlos y me obligo a no seguir pensando en ella.

 

Quizás se debió fortalecer nuestro ejército. Tal vez eran demasiados los hijos del inca gobernante, tenidos con princesas de etnias conquistadas, que no podían acceder a grandes privilegios. A lo mejor se debió evitar el enfrentamiento bélico con los rebeldes norteños. Alguien debió orientar mejor a Huáscar. ¿Cómo llenó de cañaris y chachapoyas el Cusco, luego aliados de los conquistadores? Nunca más voy a ver con ojos de aceptación algunas costumbres de mi amado pueblo.

Tropiezo con una piedra escondida en la maleza y caigo en un charco de agua sucia. Se agolpan todas mis penas. ¿Qué hago aquí perdiendo el tiempo? Debería estar buscando a mi familia, luchando por mi pueblo. ¿Con quién puede luchar este pobre muchacho? ¿Cómo se lucha con esto que no se parece a nada que hayamos conocido antes? Escucho bandadas de loros que, a lo lejos, van a pernoctar en los árboles. Me doy cuenta de que el sol se está ocultando. Caí mientras caminaba hacia adelante, hacia el poniente… ¡al igual que hace dos horas! Estoy donde estaba al comienzo, pero más arriba. Me doy cuenta que chakana significa «puente hacia lo alto». Me levanto y limpio con cuidado. Entiendo que el espacio y el tiempo son fluidos y continuos. Me doy cuenta que chakana es también «cruce de rumbos». Asiri no es el enemigo. Un perverso cruzó el rumbo de Asiri. ¡Ella y yo, estamos muy heridos!  Veo el final de la trinchera a unos pasos de distancia. Camino ligero. ¡Creo que esto es lo que vine a buscar, una línea de fuga!

Salgo a la explanada y quedo absorto y sobrecogido. Hay una visión panorámica. A lo lejos los volcanes Iliniza, Cotopaxi y Chimborazo. Voy girando apreciando innumerables montañas y montes, bosques y sembríos. Tardo en reconocer la gran franja que linda con el cielo. ¡Es el mar! Rodea a la cima del churo un gran círculo de pajonales; algunos kilómetros más abajo lo cercan tupidos bosques cubiertos por un lecho de nubes. Aunque no los mirase siempre estuvieron ahí. Ahora veo más y mejor. Un cruce de rumbos hace que todo cambie y no cambie. Se puede amar aun viendo algo diferente en lo que amamos. Necesitaba darme cuenta que mi Asiri, sigue siendo mi Asiri. Incluso distinta sigue siendo ella. Todavía puede ayudarme a ser mejor y yo aún puedo amarla… protegerla…, ¡palomita huérfana y madre! Corro cuesta abajo.

Un rojizo sol marchaba hacia otros rumbos.

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