jueves, 2 de marzo de 2023

Karen

Patricio Durán


Karen Jurado se desempeñaba como visitadora médica informando sobre nuevos productos de la industria farmacéutica o reforzando la permanencia de los que ya se comercializaban. El consultorio médico era el sitio ideal para desarrollar sus talentos; Karen estaba convencida de que es en allí donde el fracaso casi universal en el arte de conducir la propia existencia de un modo efectivo se revela plenamente con todas sus desdichadas complicaciones, por lo que su afán era ayudar a las personas a recuperar su salud y la alegría por vivir. Luego de terminar la secundaria, ingresó a la facultad de medicina de la Universidad Central, quería ser médica.

Los estudios de medicina representaron muchos retos. En el anfiteatro de anatomía se dispuso a practicar la disección cadavérica que realizan los estudiantes para adquirir habilidades y destrezas. Hizo una oración en señal de respeto al cuerpo que iba a diseccionar. El aire se sentía espeso por el olor acre del formol que no disimulaba bien la pestilencia de los cadáveres. Karen era una mujer espiritual, compasiva y se le hacía difícil creer que delante suyo, debajo del plástico azul, se encontraba una persona que había vivido y respirado; alguien que amó y también fue amado. Esto superaba a las prácticas y disecciones realizadas con ranas y conejillos de indias en el laboratorio de biología del colegio.

El olor de los cuerpos en descomposición fue algo a lo que Karen no pudo acostumbrarse. Tenía un fuerte sentido del olfato, así que apenas detectó el formol, la nariz le empezó a picar y comenzó a lagrimear. Para disimular el hedor, puso un poco de perfume en un pañuelo, hizo un ademán y se cubrió nariz y boca. Un profesor malgeniado detectó enseguida el gesto de Karen y la echó del anfiteatro diciéndole ásperamente: «No tienes vocación para la noble profesión médica». Su falta de resiliencia le pasaría una factura muy cara.

Karen presentó una apelación ante el decanato de la facultad de medicina, lamentablemente para ella, el decano era el profesor que la expulsó y su caso fue desestimado. Karen no deseaba abandonar del todo la medicina, así que se decidió por la visita médica. Tenía cierta formación en anatomía, hizo cursos sobre administración en salud, mercadeo y ventas; además, era una mujer alegre, comunicativa, creativa, llena de ilusiones lo que facilitaba su trabajo. Deseaba casarse con un médico exitoso y guapo, tener hijos y una casa grande.

Karen cumplió treinta y un años el mes pasado. Era bonita y le llovían las invitaciones a salir. Sin embargo, no sabía por qué siempre terminaba enredada en una relación tóxica, con hombres que no le convenían. Marcelo Méndez, ginecólogo, le causó buena impresión desde el primer día que lo conoció. El doctor Jorge Álvarez, director médico del Hospital General Ambato y amigo en común, los presentó casualmente unos días atrás en que se encontraron en una cafetería. Karen y Marcelo se gustaron desde el principio. «Creo que ustedes harían una bonita pareja» dijo Jorge. Deberían salir y conocerse más. Karen y Marcelo se miraron y sonrieron. «Sí, ¿por qué no?», dijo Marcelo y solicitó el número telefónico de Karen.

Mientras conducía a su domicilio, Marcelo pensaba en Karen. Estaba impresionado por su belleza. Para él no fue solamente su físico, sino el trato gentil y amable de su nueva amiga por lo que decidió llamarla. Marcó el número, empezó a timbrar y no hubo respuesta. «Más tarde vuelvo a llamar», pensó y puso atención a la carretera.

Cuando Karen se enteró que Carlos Montoya, el hombre con quien salía estaba casado, dio por terminada su relación. Le costó mucho dejarlo ir, porque era de las mujeres que idealizan a sus parejas hasta llegar a convertirlas en personajes de fantasía, como el príncipe encantado que la rescataría de la monotonía y la soledad. Confiaba ciegamente, por eso no se molestó en averiguar si Carlos tenía algún compromiso, nunca se lo preguntó siquiera. Jamás sospechó de esas noches y fines de semana que no pasaban juntos. Se decía ella misma que los hombres necesitan su espacio privado.  Se engañaba por miedo a disgustar a su pareja. Algunas de las amistades de Karen la consideraban una nefelibata.

Karen se dio cuenta que creaba un mundo irreal en el cual confundía el amor verdadero con las adulaciones y las manifestaciones rápidas de cariño. De la misma manera, empezó a entender que todos los hombres le parecían aburridos porque ninguno podía satisfacer sus excesivos anhelos de atención que requería para sentirse segura. Como confiaba ciegamente en sus parejas, muchas veces resultaba presa fácil de hombres inescrupulosos que se burlaban de sus sentimientos. Sus relaciones amorosas empezaban siempre con gran pompa, con un éxtasis fantástico, para luego ir declinando y finalmente se tornaban bruscas y turbulentas.

Recuperada del mal momento pasado con Carlos Montoya, y como Marcelo no volvió a llamar se puso a redactar un anuncio para enviar a Tinder y otros sitios de citas en línea con el propósito de conseguir pareja. Escribió: «Rubia, alta, ojos azules, bien proporcionada, romántica, sensual, sexy, generosa, inteligente, simpática, deportiva, pura dinamita…». De pronto dejó de escribir. Tuvo su epifanía: se dio cuenta de que tenía todos los atributos que un hombre busca en una mujer y, sin embargo, ahí estaba condenada a buscar el amor a través de un sitio en la red. Se puso de pie inmediatamente y gritó fuerte, con un grito de angustia, como todos los gritos que nacen de la soledad. Lo que más ansiaba en la vida era encontrar un hombre maravilloso a quien entregarse por entero y para siempre. Carolina Márquez, su mejor amiga, le había advertido que «un hombre maravilloso es aquel con quien todas las mujeres desearían estar casadas, menos su esposa».

Karen pensaba que sería una esposa estupenda para el hombre adecuado; lamentablemente, los tipos interesantes solamente querían usarla, otros eran homosexuales o bien no la trataban como se merecía y el resto eran aburridos. Ya no aguantaba más, por lo que se cambió de ropa, se puso deportiva y se fue trotando al gimnasio Fitness First que quedaba a dos cuadras de su casa. Un poco de ejercicio le vendría bien para pensar con claridad, cumplir con uno de sus objetivos de año nuevo: bajar de peso, además de aprender inglés y dejar de fumar. Cada fin de año era igual, como dar siempre vueltas a la misma noria de la cual no sale una gota de agua. Se proponía los mismos objetivos y nunca los cumplía, pero este año se dijo que va a ser distinto y lo primero que hizo fue apuntarse al gimnasio y esta vez no pensaba tirar la toalla.

En el Fitness First Karen se encontraba a gusto. Estaba bien equipado. Era limpio, sobre todo el baño que preocupa mucho a las mujeres su aseo. Contaba con buena circulación de aire. Por los parlantes se escuchaba el tema Físico, de Olivia Newton-John, cuando Karen se fijó en Patricio Saldaña, el entrenador. Como buen cubano era extrovertido, con facilidad de palabra, vestía ropa de marca y poseía sentido del humor. Además de jugar dominó y bailar bien, pretendía ser buena gente, simpático y conversador. Con la típica zalamería cubana y con su dialecto engolado envolvió a Karen, como las arañas envuelven a sus víctimas con su seda para devorarlas más tarde. Su autoestima, unida a una gran ambición —producto de llevar una vida llena de necesidades y privaciones en Cuba— le hizo posible transformar sus sueños en logros reales. Karen desdeñó las atenciones y galanterías de Patricio, pero, así como la trucha que en principio ignora un sabroso cebo prendido de un letal anzuelo, al fin la insistencia del pescador despierta un apetito adormecido en la trucha y muerde el anzuelo, así Karen sucumbió ante los requiebros amorosos y el tono melifluo de las palabras hipócritas del cubano. Ella se sumió en un estado de limerencia por su obsesión de ser amada.

Karen y Patricio iniciaron un apasionado romance. Parecía que por fin encontró su príncipe encantado. Ajena por completo a las verdaderas intenciones del cubano, fue cayendo en el precipicio del amor, del desamor, mejor dicho. Ella vivía en un mundo de emociones; tenía una rica imaginación, activa y entretenida. La alegría de vivir la llevaba a obrar por impulsos y a sacar provecho del momento. Él percibía la manera de pensar de Karen y enseguida supo cómo manipular sus sentimientos. La llenaba de elogios y atenciones y ella cayó rendida a sus pies. Además, era simpático, elocuente, encantador y buen amante. Cuando estaban juntos disfrutaban de su sexualidad al máximo. Lo exhibía y presentaba como su esposo, causando las murmuraciones de la gente porque bien se sabía que no estaban casados. «¿Y esta cuándo se casó?», murmuraban quienes la conocían.

Luego de un año de relaciones, Patricio desapareció misteriosamente. Karen se sintió traicionada y asqueada de los hombres.

Cierta mañana gris, Karen recibió una llamada de un número desconocido.

—Hola —dijo la voz— Soy yo, Patricio. Estoy en Miami.

Ella, sorprendida, apenas pudo articular un «hola», y cuando se repuso del shock, respondió.

—¡Desgraciado! ¡Infeliz! Hasta ahora te comunicas. Creí que estabas muerto.

—Mira, Karen —dijo Patricio azorado—. Primeramente, me disculpo por mi silencio. No fui honesto contigo. Soy casado y tengo dos hijas. Ellas viven aquí, en Miami.

—¡Te voy a matar cuando te vea! —gritó Karen histérica.

—Lo siento. No regresaré a Ecuador. Sigue adelante con tu vida. Te deseo buena suerte.

—¡Estoy embarazada!

Patricio había colgado. Karen llamó algunas veces sin éxito. Devastada por la noticia se recostó para no caer. Le temblaban las piernas. Luego de sobreponerse al impacto que le causó esa llamada, se sirvió un vaso de vino tinto, a pesar de que no podía hacerlo por su estado de gravidez. Karen se había hecho muchas ilusiones con Patricio y ahora su castillo de naipes se venía abajo. Estaba lamentándose, cuando recibió la llamada de Marcelo Méndez.

—Hola Karen, ¿cómo estás?

Karen, sorprendida, no quiso contar una historia triste, así que respondió.

—Muy bien, Marcelo. Qué gusto escucharte —dijo con entusiasmo.

—No he podido llamarte porque estuve de viaje. Ahora que regresé quisiera salir contigo a comer, luego a bailar, quizás.

—¡Excelente! ¿A qué hora me recoges?

Karen y Marcelo iniciaron una relación formal. Él nunca se enteró que Marcelito no era su hijo. Resultó ser el buen esposo que la valoraría y un abnegado padre como ella deseaba.

Karen realizó grandes cambios en su vida: dejó de depender emocionalmente de la pareja y superó sus problemas de baja autoestima acudiendo a terapia psicológica del doctor Guillermo Banderas, quien la ayudó para que su matrimonio no fracase.

No hay comentarios:

Publicar un comentario