miércoles, 25 de agosto de 2021

Pedro y la cordura

 José Camarlinghi


Algo lo despertó. Abrió los ojos y en la penumbra reconoció la habitación. Estaba en su casa, al lado de su esposa. Pensó en el sueño que acababa de tener. Era algo relacionado con un compañero de colegio. Creyó que la inquietud que sentía se debía al sueño, pero no podía recordar de qué se trataba. Un ruido que provenía de la planta baja le devolvió la plena conciencia. ¿Qué había provocado ese ruido? Miró a Isabel y escuchó su respiración profunda. Salió de la cama lo más lento posible para no despertarla. Se acercó a la ventana y, abriendo apenas un resquicio en la cortina, miró la calle vacía. Salió de la habitación intentando no hacer ruido. Bajó a la puerta de entrada y tomó un bate de beisbol. Recorrió la planta baja con sumo cuidado y el bate en alto. Listo para descargar un golpe al intruso. No encontró a nadie. Volvió a mirar por las ventanas a la calle y luego fue a la cocina desde donde se podía ver el jardín trasero. Se quedó allí casi diez minutos, observando las sombras, esperando algún movimiento. Luego volvió a la cama y se quedó despierto hasta casi el amanecer cuando le venció el sueño.

Una hora más tarde lo despertó Isabel. Se levantó desganado por la mala noche y a pesar de que ella le preguntó si estaba bien, él no le contó nada.

Hace poco más de un mes había vuelto del Mar Rojo donde trabajaba de camarógrafo en un documental para NatGeo. A los productores les gustaba mucho trabajar con él, no solamente por las bellas imágenes que lograba, sino también por su temperamento sereno que salía a relucir en situaciones complicadas de conflicto o peligro. Durante el rodaje, la producción se encargó de llevar adelante estrictas medidas de bioseguridad a causa de la pandemia de COVID-19. Con todo, a pocos días de haber llegado a casa, Pedro empezó a sentirse extraño. El PCR dio positivo y aunque no se sentía muy mal, se aisló en casa para no contagiar a su esposa y a sus tres hijos adolescentes. En dos semanas había superado la enfermedad con malestares mínimos. Mientras convalecía, se puso a trabajar en las imágenes del último viaje, muy contento de finalmente poder editarlas.

Al mes había recuperado el olfato y retomó su entrenamiento cotidiano. Cinco veces a la semana hacía deporte o salía a correr al menos seis kilómetros. Una tarde, mientras se preparaba para trabajar por zoom con el director del documental, recibió una llamada de un número desconocido. Tan pronto como contestó, le colgaron. Entonces devolvió la llamada y no le contestaron. Intentó por WhatsApp y se dio cuenta que lo habían bloqueado. Esto lo intrigó. ¿Por qué haría alguien eso? El instinto que había desarrollado en los años de trabajo en lugares precarios e inseguros le decía que algo no estaba bien. Sentía una señal que lo ponía incómodo pero no podía precisar la razón.

La casa donde vivía con su familia era parte de un pequeño condominio de una sola calle sin salida y donde todos los vecinos se conocían. La suya se ubicaba casi al final donde había una rotonda. No pudo concentrarse en la reunión. Muy a pesar suyo, estuvo pensando en la llamada telefónica.

—¿Dónde estás, Pedro? —preguntó Oscar, el director.

Sumido en sus pensamientos apenas escuchó su nombre.

—¿Qué?

—Has estado como ausente toda la reunión.

—Disculpa. Creo que no dormí bien anoche.

—¿Estás bien? Te siento preocupado.

—No es nada —mintió.

Se terminó la reunión y Pedro bajó a la cocina a servirse un té. Bajando las escaleras vio, en la calle, un coche desconocido avanzando a velocidad de caminata. Ocultando su cuerpo detrás de la pared, miró por la ventana. Confirmó que era la primera vez que veía ese vehículo. Había al menos tres hombres dentro que miraban a su casa. Su corazón empezó a acelerarse. Cuando uno de ellos se percató que lo estaba mirando, giró la cabeza hacia el conductor y el coche partió en ese instante, giró en la rotonda y salió del condominio. Esto no podía ser coincidencia. Los dos hechos tenían que estar conectados.

Al final de la tarde llegaron su mujer y los niños. Habían ido a caminar a un parque cercano. Esa era la actividad favorita de esos días en los que había que pasar la mayor parte del tiempo encerrados. Al menos tenían la suerte de vivir fuera de la ciudad donde las reglas de la cuarentena les permitía salir al aire libre. Mientras cenaban, Isabel se percató que algo pasaba con Pedro. Esperó a que los niños se durmieran para preguntarle.

—No pasa nada —mintió—. Solo estoy un poco cansado.

No quería contarle que los episodios de la tarde lo dejaron inquieto. No deseaba preocuparla. Eran, además, hechos cotidianos que no tendrían porqué intranquilizarles. En la noche miraron una película y luego se fueron a dormir. Él decidió salir a dar una vuelta para inspeccionar los alrededores.

—No pude caminar con ustedes, así que voy por una caminata rápida en el barrio.

Isabel lo miró con cierta sorpresa y le preguntó si quería que lo acompañase.

—No. Voy y vuelvo rápido.

Y sin dar explicaciones salió. Isabel se acercó a la ventana y lo vio encaminarse a paso veloz a la entrada de la calle.

Pedro llegó a la avenida donde estaba la entrada al condominio. No había ningún coche estacionado. Eso lo tranquilizó. Se encaminó al callejón que daba a la parte trasera de los jardines de las casas. Llegó hasta la suya y pudo ver a su esposa en la cocina. En el jardín no había nadie y la pequeña puerta que daba a él tenía un candado cerrado. Regresó intentando observar algo diferente o extraño en los alrededores. Una vez de que se convenció que no había nada entró en su casa. Isabel ya había subido al dormitorio. Aprovechó de ir a la cocina y observar el jardín desde otro ángulo. En una de las esquinas había un arbusto bastante crecido y frondoso. Entre sus sombras podría esconderse alguien. Apagó la luz de la cocina y lo observó detenidamente. Se podía ver la silueta superior de la planta pero no lo que estaba debajo. Volvió a prender la luz y se vieron claramente las ramas y hojas. Apagó y se fue al dormitorio. Antes de entrar, sacó del armario el bate de beisbol y lo puso detrás de los abrigos colgados a la entrada de la casa.

—¿Dónde fuiste? No tardaste casi nada.

—Solo di una vuelta por el condominio.

Lo miró inquisitivamente y él nervioso entró al baño. Se miró al espejo y comprendió que estaba haciendo tonterías. No podía actuar así. Isabel no era estúpida y lo conocía muy bien. Llevaban casados ya veinte años. Nunca antes le había ocultado nada. Comenzaba a levantar sospechas con su comportamiento. Se lavó los dientes y puso la mejor cara que pudo para volver al dormitorio. 

Al día siguiente, mientras sus hijos estaban en sus respectivas computadoras pasando clases, tocaron el timbre. Su corazón empezó a acelerarse nuevamente. Presentía que nada bueno le esperaba detrás de la puerta. Volvió a sonar el timbre y escuchó la voz de Isabel desde la cocina diciéndole que abra. Se acercó a la puerta mientras miraba donde tenía escondido el bate. Al tercer timbrazo abrió la puerta. Era un hombre de DHL con un paquete en las manos.

—¿Señor Saavedra?

—No —dijo secamente.

—¿Es esta la casa del señor Saavedra?

—No.

El empleado miró la dirección y confirmó estar correcto. Insistió.

—Eran los anteriores inquilinos —dijo Isabel que había salido extrañada porque Pedro no abría la puerta—. Nosotros llegamos hace ya seis meses.

—¿No sabe donde se fueron?

—No.— intervino tajante Pedro y le cerró la puerta.

Isabel lo miró más que asombrada. Nunca lo había visto tan descortés. Pedro bajó la cabeza y se dirigió a su escritorio sin poder enfrentar el rostro de su esposa. Por la ventana avistó que el hombre de DHL conversaba con uno de sus vecinos mientras anotaba algo en su tableta y que ambos dirigían ocasionalmente sus miradas a la casa. Ahora tenía la seguridad de que lo estaban vigilando. Las agencias del gobierno podían disfrazarse de lo que sea. Pensándolo bien, el hombre no tenía cara de mensajero. El corte de cabello era perfecto. Todo en él era impecable. No podían engañarlo. Sin duda era un agente. ¿Qué cosa habrá hablado con su vecino? ¿Cómo averiguarlo sin despertar sospechas?

En eso sonó su celular y se sobresaltó. Miró la pantalla, era el sonidista del equipo de filmación. No quiso responder. Seguramente lo habían intervenido. Alguien podría escuchar sus conversaciones. Acaso las cuentas en Facebook, Twitter e Instagram estaban vigiladas también. Tendría que cerrarlas y borrar todo el contenido. No podía perder más tiempo. Su angustia creció al darse cuenta que por medio del teléfono se logra su ubicación exacta. Decidió apagarlo. Luego de unos minutos pensó que si el aparato había sido jaqueado, le podrían haber instalado un programa que transmita su ubicación aún cuando esté apagado. Lo mejor era deshacerse de él. Salió corriendo, tomó su vehículo y condujo hasta llegar a una carretera solitaria. Arrojó el teléfono y después de dar varias vueltas retornó a casa, siempre mirando el espejo retrovisor.

—¿Dónde fuiste? Te estuve llamando y el mensaje decía que el número no estaba disponible. Hace horas que hemos almorzado. ¿No tienes hambre?

Pedro intentó inventar una excusa. Dijo que le habían llamado de la productora para ir urgentemente y que dejó el celular en esa oficina. Isabel lo miró incrédula. En ese momento le pasó por la mente la idea de que él estuviera teniendo una aventura amorosa. No coincidía con el Pedro que ella amaba. Eso no era posible. ¿O sí? La noche anterior ya se había comportado extrañamente. Algo estaba pasando. ¿Sería capaz de engañarle con otra mujer? Decidió hablar con él más tarde. Cuando los niños se durmieran. Le dijo que puso su almuerzo en el microondas y que si se apuraba podrían salir todos juntos a la caminata diaria. 

Calentó la comida pero ni la tocó. Se sentó y empezó a pensar en un plan para salvar a su familia. Con seguridad vendrían por él en cualquier momento. A los niños los llevaría a la casa de sus suegros. Lo haría esa misma noche, después de contarle todo a su esposa. No tenía otra salida. Estaba seguro de que ella lo amaba y que comprendería la situación. Le propondría escapar juntos aunque seguramente ella no abandonaría a sus hijos. Sin embargo, no era posible emprender una fuga con toda la familia a cuestas. Escaparía él primero y luego buscaría la manera de reunirse con todos una vez que encontrara un lugar seguro.

—¡No has comido nada! —dijo Isabel, atrayendo su atención—. ¿Estás enfermo?

No sabía que responder.

—Ya estamos listos para ir a caminar—dijo Isabel con tono contrariado.

—Vamos… Comeré después.

Pedro abrió la puerta unos centímetros e intentó atisbar a ambos lados de la calle.

—¿Qué haces? —irritada Isabel abrió la puerta y lo miró ya con enojo.

Los niños se adelantaron y la pareja los siguió. Pedro miraba con angustia a los lados y de rato en rato hacia atrás para confirmar que nadie los seguía. Isabel no pudo más y se detuvo.

—¿Qué está sucediendo?

La miró angustiado y luego velozmente a ambos lados. Movía los ojos rápidamente y su respiración se hacía cada vez más agitada. Nunca lo había visto así. Él siempre se mantenía calmo, hasta en las situaciones más estresantes. Cuando su padre sufrió un infarto, mientras todos gritaban, él estuvo sereno, llamó a una ambulancia y se puso a realizar los masajes cardiacos. Y ahora estaba hecho un manojo de nervios. Cientos de pensamientos pasaron por la mente de Isabel. No podía entender qué era lo que lo ponía en ese estado de terror. Llamó a los niños.

—Su papá no se siente bien. Volvamos a casa.

Entre el hijo mayor e Isabel lo abrazaron y lo llevaron a casa.

Pedro se tendió en el sofá de la sala mientras la familia cenaba. Los niños preguntaban qué le pasaba e Isabel trataba de tranquilizarles aludiendo al cansancio a consecuencia del COVID. Él escuchaba todo y lagrimeando admiraba la ternura de su esposa. Tenía que hacer un esfuerzo para componerse y no preocupar a sus hijos. Cuando terminaron la comida entraron en la sala. Los recibió sonriente y les propuso ver una película. Los niños se entusiasmaron y escogieron una comedia. Isabel lo observaba de rato en rato y le sonreía cuando él le devolvía la mirada. Pero él no podía mantenerla. En la lejanía sonó una sirena. Inmediatamente Pedro se puso tenso. Ella le tomó la mano con firmeza y con los ojos intentó darle confianza. Él miró la pantalla mientras le temblaba la quijada. Se levantó y fue a la cocina para tomar un vaso de agua. En las penumbras creyó ver que alguien se movía detrás del arbusto. Se paralizó y no quitó la vista del lugar. ¿estarían con camuflaje? Apagó la luz y esperó unos segundos. Quiso salir al jardín pero al escuchar las risas de los niños decidió volver a la sala. Por si acaso trancó la puerta con una silla. 

Cuando los niños se fueron a dormir. Pedro le hizo señas de silencio a Isabel. Al oído le pidió que le entregara el celular. Ella no podía creer lo que estaba sucediendo. Sin pensarlo mucho se lo dio. Él lo apagó, así como la luz de la habitación. Luego la llevó de la mano al armario y ambos entraron en el. Prendió una pequeña linterna.

—Lo siento mucho Isa —susurró—. Yo nunca hubiera buscado ponerte en esta situación.

—¿Qué está pasando?

—Me están vigilando.

—¿Porqué? ¿Qué has hecho? —levantó la voz.

—No hables fuerte puede que haya micrófonos en la casa.

—¿Qué has hecho? —dijo muy bajo sollozando.

—No estoy seguro, pero ellos me están vigilando.

—¿Ellos quienes?

—Te digo que no lo sé. Primero me llamaron al celular y no me contestaron. Luego vinieron en coche y miraron la casa. Creo que hace un rato había un hombre observando desde el jardín.

—Pero, ¿por qué? ¿En qué problema te has metido?

—¡No lo sé! Eso es lo que me aterra más. Intento pensar y no encuentro nada. Tal vez la productora se ha metido en problemas y no me dijeron nada. Tal vez he hecho algo y no me di cuenta.

—Lo que dices no tiene sentido. ¿Cómo es que no te darías cuenta? ¡Si alguien te vigila tendría que ser por algo muy grave!

—Si no me crees ven conmigo a la cocina y vas a ver al que se esconde detrás del ficus.

—Me estas asustando.

—Tenemos que escapar. Ya lo he pensado todo. Vamos a dejar a los chicos donde tus padres.

—Espera. No voy a hacer esa locura. Primero quiero saber que está sucediendo.

Bajaron a oscuras a la cocina y miraron largamente al arbusto. Luego de un rato, Isabel prendió la luz del jardín y salió a ver. No había nada. Pedro se había quedado adentro agazapado bajo la mesa, tenía un bate en la mano.

—No hay nada Pedro.

Salió de la cocina y recorrió el jardín. Listo para batear. El candado seguía en la puerta. Efectivamente no había nadie. Eso lo tranquilizó un poco.

—Te juro que vi moverse algo…

Isabel lo abrazó y lo condujo adentro. Le preparó un té mientras él le contaba nuevamente los hechos que le parecían fuera de lugar, que le hacían pensar que estaba siendo vigilado. Al terminar el relato se le aguaron los ojos. Ella lo acompañó a la habitación y le ayudó a acostarse. Le había puesto unas gotas de extracto de valeriana en la infusión y podía ver que hacían efecto. Poco después se durmió. Ella aprovechó para llamar a una de sus mejores amigas. Era enfermera en un hospital siquiátrico. Conocía muy bien a Pedro. Le contó todo.

—Lo primero que tienes que hacer es ocultar las armas y todos los objetos corto punzantes.

Eso la asustó de verdad.

—Luego enciérrate con los niños. Si sucede algo no dudes en llamar a la policía y a mí.

Isabel cerró con llave los dormitorios de los niños y luego guardó todos los cuchillos, tijeras y martillos en la baulera del coche. Cuando volvió a su habitación se sorprendió de ver a Pedro mirando por la ventana. Tenía los ojos enrojecidos y desorbitados. El bate en la mano. Miró a Isabel y le dijo con firmeza.

—No te preocupes. Yo los voy a defender. Voy a hacer rondas por el perímetro para verificar que todo está bien —Se dirigió a la puerta y antes de abrirla se dio media vuelta. En un momento de lucidez pensó en el director con el que trabajaba. Si su mujer les llamaba en vez de él mismo, se daría cuenta que el asunto era grave—. Por favor llama a Oscar y dile que no puedo asistir a la reunión mañana.

Isabel solo asintió con la cabeza. Cuando salió de la habitación, ella cerró con llave.

Ninguno de los dos durmió. Él hacía rondas cada media hora y luego se sentaba en la sala a oscuras. Ella lloraba y lo observaba caminando en el jardín y la calle.

En la mañana, muy temprano. Isabel fue a darle encuentro en el jardín.

—Sabes muy bien que esto no tiene sentido. Tú no has hecho nada malo. Solo debes tener una descompensación pues has trabajado mucho. Necesitas descansar.

La miró largamente sin decir nada afirmando con la cabeza. Se dejó tomar de la mano y entraron en la casa. Desayunaron con los niños.

—He llamado a Oscar. Enviará una ambulancia para recogerte.

—Tienes razón. Algo no está bien en mi cabeza.

Sin oponer ninguna resistencia se despidió de sus hijos y su esposa y se subió a la ambulancia. Ella fue a darle alcance después de preparar el almuerzo para los chicos. Cuando llegó, ya le habían hecho varios exámenes, entre ellos escáner y resonancia magnética. No había nada extraño en su cerebro. Todo estaba correcto. El siquiatra a cargo se entrevistó con Isabel para saber si Pedro había sufrido antes cambios en su personalidad o sus costumbres.

—Esto es muy extraño —le dijo—. Los sicóticos no se dan cuenta que están enfermos. Pedro reconoce que no está bien pero no sabe el porqué. No puede explicar de dónde le vienen las ideas y sentimientos de persecución. ¿Algún chance que haya tomado alguna droga?

—No lo creo —respondió Isabel—. Ni siquiera toma alcohol; aparte de una ocasional copa de vino o cerveza con la comida.

—¿Alguna medicina? ¿Padece o padeció de alguna enfermedad?

—Tuvo COVID hace menos de un mes…

—¡Deberíamos haber empezado por eso! —expreso con satisfacción el siquiatra—. He leído que hay un porcentaje bajo de personas que desarrollan procesos sicóticos poscovid. Este probablemente es el primer caso que me llega. No se preocupe. Es temporal. Vamos a ayudarlo a superarlo.

Pedro pasó dos semanas en el hospital recibiendo medicación y orientación sicológica. Una semana antes de la navidad le dieron de alta. Toda la familia fue a esperarlo en la puerta con flores y globos de colores. Salió como era antes de la enfermedad. Abrazó a sus hijos y besó a Isabel.

La nochebuena la pasaron en casa de sus suegros. Al día siguiente invitó a sus compañeros de trabajo y sus familias a una parrillada. Mientras encendía los carbones escuchó un helicóptero que se acercaba… y comprendió que ahora sí venían por él.

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