viernes, 6 de agosto de 2021

Secuelas

Omar Castilla Romero

Notó que la seguía una camioneta gris por lo que aceleró saltándose el semáforo. Se preguntaba cuál era el motivo cuando recordó la conversación de la mañana con su marido. Era un tema espinoso que había evadido durante semanas. Pasado el primer año de pandemia ambos enfermaron brindándose cuidados mutuos, luego de lo cual mejoraron. Eso sí, quedaron secuelas que les limitaban la vida cotidiana. Ella perdió el olfato y cuando lo recuperó, notó que los olores eran diferentes, las verduras olían a cebollas fermentadas y la carne a animal podrido por lo que abolió de su dieta dichos alimentos, llevándola a perder peso, lo que repercutió en que se diluyeran sus caderas de potranca. Su pelo antes negro y brillante carecía de vitalidad, al igual que su piel. Ya no era la mulata sensual de antes. Sin embargo, hubo algo que causó más estragos.

Andre, llevamos un mes sin hacer el amor —dijo ella.

—¿Un mes?, increíble, deberíamos ponernos al día.

—Bueno, hagámoslo.

—Está bien.

—¿Qué esperas?

—¿Qué esperas tú?

—¿Es que ya no me quieres? —Margarita se echó a llorar.

—Lo mismo te pregunto, ¿acaso se te acabó el deseo?

—No es eso, tú no entenderías.

—Entonces explícame.

Margarita percibía un agrio olor a axila sudada cuando su esposo se aproximaba. La primera vez pensó que estaba sucio y lo mandó a bañar, pero luego comprendió que el problema radicaba en su sentido del olfato. Desde entonces era imposible acercársele y ni se le pasaba por la mente tener relaciones con él, aun así, hizo un esfuerzo ese día y le sorprendió encontrarlo sin deseos. Se preguntó si estaba relacionado con su pérdida de peso, pues Andrés siempre había estado loco por sus prominentes glúteos que la pandemia se había llevado. En ese momento cayó en cuenta de los comportamientos extraños de su esposo, quejándose de fatiga constante e insomnio, lo que le llevó a dejar el trabajo, pasando madrugadas enteras viendo videos en YouTube. Una mañana lo encontró sentado frente al computador haciendo un tic con las manos. Ella preguntó qué le pasaba, y él respondió que nada, que solo escuchaba música. Sin embargo, se le veía preocupado. Ese día no indagó nada más, pero ahora era el momento de averiguar.

—¿Me vas a decir qué te pasa?

—Es una situación peligrosa, no quiero inmiscuirte.

—¿Qué situación?

—¿Prometes qué no le dirás a nadie?

—Lo prometo.

—Hace unos días encontré este video —dijo con los ojos exorbitados.

—Ah, Smooth criminal de Alien ant farm.

—Sí, pero obsérvalo.

—Qué tiene de raro un niño bailando con mascarilla.

—¡Casualmente eso!, ¡¿qué hacía un niño con tapabocas en el año dos mil uno?!

—No sé, locuras de los creativos, supongo yo.

—¿Sí?, ¿eso crees?, pues mira. —Andrés adelantó el video hasta los cincuenta y cuatro segundos y le mostró una escena en que una chica se lanzaba a la piscina.

—Es solo una muchacha con careta de lobo y chaqueta negra dándose un chapuzón.

—Mira bien. —Pausó la escena a los cincuenta y seis segundos—. ¿No te parece un murciélago con las alas extendidas?

—¡Qué imaginación tienes! —dijo sorprendida—. Es eso o te estas volviendo loco.

—Eso no es todo, observa el final del video donde sale el chico punkero con ojos de reptiliano.

Mmm, entonces, ¿cuál es tu teoría?

—Aún no lo sé, pero puede que todo lo que está pasando en el mundo, incluida la pandemia, sea planeado por quienes manejan los hilos tras bambalinas.

—Supongamos que es así, ¿qué ganarían con publicar un mensaje subliminal en un video?

—Quien sabe, quizás les gusta jugar con nuestras mentes como un gato juega con un ratón, o tal vez tienen un contrapeso que hizo el video como advertencia.

—Por Dios Andrés estás delirando y por eso no te apetece trabajar, ni hacer el amor conmigo.

—Lo siento, la verdad no puedo pensar en otra cosa.

—Debemos buscar ayuda, conozco una psiquiatra que nos...

—¿Estás insinuando que estoy loco?

—Los psiquiatras no solo ven locos y estos meses de encierro han sido agobiantes.

—Entonces irás tú sola, no te pienso acompañar.

Margarita resignada continuó sus actividades domésticas, mientras su esposo se encerró en el estudio. Como era el día autorizado para salir, decidió ir a comprar provisiones al supermercado. Antes de marcharse lo vio en el balcón con unos binoculares.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

—Nos están vigilando, allá hay alguien con un telescopio.

—Andrés cuando regrese tendremos una conversación seria.

Salió en su automóvil al supermercado y al llegar empezó a llenar el carro de compras. Frente a la estantería de lácteos vio que llevaban retenido a un hombre acusado de robar, iba vestido con una camisa azul de marca y vaqueros a la moda, y aunque llevaba tapabocas lo reconoció como un excompañero de universidad de Andrés. Recordó que siempre usaba fragancias costosas, pero su rostro se contrajo al percibir un olor a basura quemada manando de él. Cuando ya había escogido lo que llevaría procedió a pagar en la caja y durante la espera encontró su revista favorita, Biografías, en cuya carátula aparecía Nelson Mandela con el título «El hombre que cambió nuestra época». Decidió tomarla y luego de pagar se dirigió al parqueadero, notando que la seguían. Se me está pegando la paranoia de Andrés pensó. Puso la bolsa en la cajuela, encendió el auto y unas cuadras después en el semáforo logró perderlos. Unos minutos más tarde, la camioneta estaba de nuevo detrás suyo por lo que aceleró, ingresando sin darse cuenta a una de las zonas más peligrosas de la ciudad. Dobló una calle a la derecha descubriendo que no tenía salida. Se quedó paralizada al ver que la camioneta se detenía detrás suyo. Se abrió la puerta delantera y bajó un hombre de barba desgreñada, usando gafas oscuras y vestido con una camisilla negra que dejaba ver sus axilas sin rasurar, además portaba una mochila en el hombro en la que metió la mano para sacar algo. Margarita cerró los ojos intuyendo su fin, pensando que su esposo pudo haber descubierto algo delicado. Después de un momento notó que no pasaba nada y los abrió, viendo en frente suyo la revista Biografías.

—Se le cayó en el supermercado y traté de devolvérsela, pero vaya que le gusta correr —le dijo el hombre.

Ella hizo una mueca nerviosa, tomó la revista y le dio las gracias. Percibió un hedor a heces de borracho y no descartó que en verdad oliera así. Se sintió como una tonta por todo el rollo que había armado. Siguió su camino y al llegar a casa su esposo estaba sentado en el sofá con expresión de desespero, haciendo el mismo tic con las manos.

—Amor estoy al borde del colapso —dijo—, ¿de veras crees que alucino?

—No alucinas, deliras. A cualquiera le puede pasar en estos tiempos locos. —Se sentó a su lado y prosiguió—. Por ejemplo, de camino acá noté que me seguían y creí lo peor, gracias a Dios solo era un tipo que quería devolverme una revista.

—Entonces, ¿a ti te pasa lo mismo?

—Sí, y eso no es todo. En el supermercado llevaban retenido al muchacho que estudió contigo y que ahora trabaja en la alcaldía.

—¿Quién, Miguel?, ¿y qué hizo?

—Al parecer se robó algo, pero eso no es lo importante, el hecho es que mi problema de olfato no es exclusivo contigo, pues pude sentir un olor desagradable en él.

—¿Qué problema de olfato?

—Desde que lo recuperé, percibo mal los olores, por ejemplo, tú me hueles a… mejor ni te digo, ji, ji, ji.

—No sabía amor, aunque sigo sin entender.

—La repulsión es hacia cualquiera, no solo hacia ti.

—¿Y eso no es un problema?

—Pues no, si tú no deseas hacer el amor, yo tampoco tengo prisa.

El tic nervioso de Andrés había desaparecido y la miraba fijo: 

—Y quién dijo que no quiero hacerte el amor.

Se empezaron a besar con una mezcla de ternura y pasión. Margarita se veía feliz, aunque por momentos fruncía el ceño y hacía arcadas. Andrés acarició su espalda percibiendo como sus vellos se erizaban, no era la piel radiante de antes, pero conservaba su linda tonalidad canela. Bajó las manos hacia sus senos puntiagudos, levantó la blusa y los besó con desespero, ella lanzo un gemido y él siguió hasta su cálida entrepierna volviendo a sentir después de mucho tiempo, que el deseo lo invadía, se tumbó encima de ella y Margarita olvidó el desagrado de cualquier olor nauseabundo llenándose de éxtasis al llegar al clímax. Su rostro de expresión gloriosa hizo que él desbordara de placer. Luego los dos se tumbaron en la cama unos instantes, Andrés decidió que se merecía una cerveza fría y Margarita sacó del bolso la revista y al mirarla de nuevo notó que ahora arriba de Nelson Mandela decía: «Hay cosas que es mejor no averiguar».

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