Omar Castilla Romero
Notó
que la seguía una camioneta gris por lo que aceleró saltándose el semáforo. Se
preguntaba cuál era el motivo cuando recordó la conversación de la mañana con
su marido. Era un tema espinoso que había evadido durante semanas. Pasado el primer
año de pandemia ambos enfermaron brindándose cuidados mutuos, luego de lo cual
mejoraron. Eso sí, quedaron secuelas que les limitaban la vida cotidiana. Ella
perdió el olfato y cuando lo recuperó, notó que los olores eran diferentes, las
verduras olían a cebollas fermentadas y la carne a animal podrido por lo que abolió
de su dieta dichos alimentos, llevándola a perder peso, lo que repercutió en
que se diluyeran sus caderas de potranca. Su pelo antes negro y brillante carecía
de vitalidad, al igual que su piel. Ya no era la mulata sensual de antes. Sin
embargo, hubo algo que causó más estragos.
—Andre,
llevamos un mes sin hacer el amor —dijo ella.
—¿Un
mes?, increíble, deberíamos ponernos al día.
—Bueno,
hagámoslo.
—Está
bien.
—¿Qué
esperas?
—¿Qué
esperas tú?
—¿Es
que ya no me quieres? —Margarita se echó a llorar.
—Lo
mismo te pregunto, ¿acaso se te acabó el deseo?
—No
es eso, tú no entenderías.
—Entonces
explícame.
Margarita
percibía un agrio olor a axila sudada cuando su esposo se aproximaba. La
primera vez pensó que estaba sucio y lo mandó a bañar, pero luego comprendió
que el problema radicaba en su sentido del olfato. Desde entonces era imposible
acercársele y ni se le pasaba por la mente tener relaciones con él, aun así,
hizo un esfuerzo ese día y le sorprendió encontrarlo sin deseos. Se preguntó si
estaba relacionado con su pérdida de peso, pues Andrés siempre había estado
loco por sus prominentes glúteos que la pandemia se había llevado. En ese
momento cayó en cuenta de los comportamientos extraños de su esposo, quejándose
de fatiga constante e insomnio, lo que le llevó a dejar el trabajo, pasando madrugadas
enteras viendo videos en YouTube. Una mañana lo encontró sentado frente al
computador haciendo un tic con las manos. Ella preguntó qué le pasaba, y él respondió
que nada, que solo escuchaba música. Sin embargo, se le veía preocupado. Ese
día no indagó nada más, pero ahora era el momento de averiguar.
—¿Me
vas a decir qué te pasa?
—Es
una situación peligrosa, no quiero inmiscuirte.
—¿Qué
situación?
—¿Prometes
qué no le dirás a nadie?
—Lo
prometo.
—Hace
unos días encontré este video —dijo con los ojos exorbitados.
—Ah, Smooth criminal de Alien ant farm.
—Sí,
pero obsérvalo.
—Qué
tiene de raro un niño bailando con mascarilla.
—¡Casualmente
eso!, ¡¿qué hacía un niño con tapabocas en el año dos mil uno?!
—No
sé, locuras de los creativos, supongo yo.
—¿Sí?,
¿eso crees?, pues mira. —Andrés adelantó el video hasta los cincuenta y cuatro
segundos y le mostró una escena en que una chica se lanzaba a la piscina.
—Es
solo una muchacha con careta de lobo y chaqueta negra dándose un chapuzón.
—Mira
bien. —Pausó la escena a los cincuenta y seis segundos—. ¿No te parece un
murciélago con las alas extendidas?
—¡Qué
imaginación tienes! —dijo sorprendida—. Es eso o te estas volviendo loco.
—Eso
no es todo, observa el final del video donde sale el chico punkero con
ojos de reptiliano.
—Mmm,
entonces, ¿cuál es tu teoría?
—Aún
no lo sé, pero puede que todo lo que está pasando en el mundo, incluida la pandemia,
sea planeado por quienes manejan los hilos tras bambalinas.
—Supongamos
que es así, ¿qué ganarían con publicar un mensaje subliminal en un video?
—Quien
sabe, quizás les gusta jugar con nuestras mentes como un gato juega con un ratón,
o tal vez tienen un contrapeso que hizo el video como advertencia.
—Por
Dios Andrés estás delirando y por eso no te apetece trabajar, ni hacer el amor
conmigo.
—Lo
siento, la verdad no puedo pensar en otra cosa.
—Debemos
buscar ayuda, conozco una psiquiatra que nos...
—¿Estás
insinuando que estoy loco?
—Los
psiquiatras no solo ven locos y estos meses de encierro han sido agobiantes.
—Entonces
irás tú sola, no te pienso acompañar.
Margarita
resignada continuó sus actividades domésticas, mientras su esposo se encerró en
el estudio. Como era el día autorizado para salir, decidió ir a comprar
provisiones al supermercado. Antes de marcharse lo vio en el balcón con unos
binoculares.
—¿Qué
estás haciendo? —preguntó.
—Nos
están vigilando, allá hay alguien con un telescopio.
—Andrés
cuando regrese tendremos una conversación seria.
Salió
en su automóvil al supermercado y al llegar empezó a llenar el carro de compras.
Frente a la estantería de lácteos vio que llevaban retenido a un hombre acusado
de robar, iba vestido con una camisa azul de marca y vaqueros a la moda, y
aunque llevaba tapabocas lo reconoció como un excompañero de universidad de Andrés.
Recordó que siempre usaba fragancias costosas, pero su rostro se contrajo al
percibir un olor a basura quemada manando de él. Cuando ya había escogido lo
que llevaría procedió a pagar en la caja y durante la espera encontró su
revista favorita, Biografías, en cuya carátula aparecía Nelson Mandela con
el título «El hombre que cambió nuestra época». Decidió tomarla y luego de
pagar se dirigió al parqueadero, notando que la seguían. Se me está pegando
la paranoia de Andrés pensó. Puso la bolsa en la cajuela, encendió el auto
y unas cuadras después en el semáforo logró perderlos. Unos minutos más tarde, la
camioneta estaba de nuevo detrás suyo por lo que aceleró, ingresando sin darse
cuenta a una de las zonas más peligrosas de la ciudad. Dobló una calle a la
derecha descubriendo que no tenía salida. Se quedó paralizada al ver que la
camioneta se detenía detrás suyo. Se abrió la puerta delantera y bajó un hombre
de barba desgreñada, usando gafas oscuras y vestido con una camisilla negra que
dejaba ver sus axilas sin rasurar, además portaba una mochila en el hombro en
la que metió la mano para sacar algo. Margarita cerró los ojos intuyendo su fin,
pensando que su esposo pudo haber descubierto algo delicado. Después de un
momento notó que no pasaba nada y los abrió, viendo en frente suyo la revista Biografías.
—Se
le cayó en el supermercado y traté de devolvérsela, pero vaya que le gusta correr
—le dijo el hombre.
Ella
hizo una mueca nerviosa, tomó la revista y le dio las gracias. Percibió un hedor
a heces de borracho y no descartó que en verdad oliera así. Se sintió como una
tonta por todo el rollo que había armado. Siguió su camino y al llegar a casa su
esposo estaba sentado en el sofá con expresión de desespero, haciendo el mismo
tic con las manos.
—Amor
estoy al borde del colapso —dijo—, ¿de veras crees que alucino?
—No
alucinas, deliras. A cualquiera le puede pasar en estos tiempos locos. —Se
sentó a su lado y prosiguió—. Por ejemplo, de camino acá noté que me seguían y creí
lo peor, gracias a Dios solo era un tipo que quería devolverme una revista.
—Entonces,
¿a ti te pasa lo mismo?
—Sí,
y eso no es todo. En el supermercado llevaban retenido al muchacho que estudió
contigo y que ahora trabaja en la alcaldía.
—¿Quién,
Miguel?, ¿y qué hizo?
—Al
parecer se robó algo, pero eso no es lo importante, el hecho es que mi problema
de olfato no es exclusivo contigo, pues pude sentir un olor desagradable en él.
—¿Qué
problema de olfato?
—Desde
que lo recuperé, percibo mal los olores, por ejemplo, tú me hueles a… mejor ni
te digo, ji, ji, ji.
—No
sabía amor, aunque sigo sin entender.
—La
repulsión es hacia cualquiera, no solo hacia ti.
—¿Y
eso no es un problema?
—Pues
no, si tú no deseas hacer el amor, yo tampoco tengo prisa.
El tic nervioso de Andrés había desaparecido y la miraba fijo:
—Y quién dijo que no quiero hacerte el amor.
Se
empezaron a besar con una mezcla de ternura y pasión. Margarita se veía feliz, aunque por momentos fruncía el ceño y hacía
arcadas. Andrés acarició su espalda percibiendo como sus vellos se erizaban, no
era la piel radiante de antes, pero conservaba su linda tonalidad canela. Bajó las
manos hacia sus senos puntiagudos, levantó la blusa y los besó con desespero,
ella lanzo un gemido y él siguió hasta su cálida entrepierna volviendo a sentir
después de mucho tiempo, que el deseo lo invadía, se tumbó encima de ella y
Margarita olvidó el desagrado de cualquier olor nauseabundo llenándose de
éxtasis al llegar al clímax. Su rostro de expresión gloriosa hizo que él desbordara
de placer. Luego los dos se tumbaron en la cama unos instantes, Andrés decidió
que se merecía una cerveza fría y Margarita sacó del bolso la revista y al
mirarla de nuevo notó que ahora arriba de Nelson Mandela decía: «Hay
cosas que es mejor no averiguar».
No hay comentarios:
Publicar un comentario