lunes, 13 de septiembre de 2021

Una flor en el cementerio

Ricardo Sebastián Jurado Faggioni


Lo sobrenatural si existe y Fernanda, una niña de nueve años, lo va a experimentar. Su papá trabaja en una empresa en el área de comunicación. La jefa le ordena mudarse, debido a que lo necesita en otra sucursal en un pueblo lejano. Tenía un mes para irse. Finalmente, llegó el día. Ambos se marcharon de la ciudad en su auto.

—Cuando estoy deprimido escucho una canción, Stand by me de Jonh Lennon.

—¿Quién es él?

—Fue un músico importante, a tu madre también le gustaba.

—¿Tú la extrañas?

—Está conmigo cada día de mi vida.

—¿Cómo?

—En mis pensamientos.

La canción comenzó a sonar, se acuerda del momento exacto del accidente automovilístico de su esposa. Un chofer conducía en estado de embriaguez y se estrelló. Fue una etapa dura para él, pero la hija le dio fuerzas necesarias para superar aquella tragedia. A pesar del dolor, se dedicó a trabajar hasta ser gerente de la empresa.

El viaje por fin terminó, la nueva casa era amplia, tenía garaje y una piscina. Estaba amueblada. Los antiguos dueños la vendieron cuando su hijo falleció. Decidieron marcharse para olvidar el pasado. El padre empezó a sacar las maletas que había guardado en el coche. Fernanda tenía un cuaderno para dibujar, lo había hecho por algunas horas, luego toma la iniciativa de explorar la vivienda.  

En el patio observa la sombra de un niño, al principio se asusta, pero la curiosidad es fuerte. Al acercarse a él, desaparece.

—¡Papá, un fantasma!

—Hija te he dicho que los muertos no reviven.

—Yo lo vi.

—Enséñame dónde.

La niña lo agarró de la mano para dirigirse al patio, pero él se había marchado. El padre era escéptico y trató de explicarle que, al mudarse, su imaginación le creó a alguien para pasar el rato. Aunque ella estaba convencida que observó a una persona. El bosque que se encontraba cerca de la casa, le daba miedo.

La hora de dormir llegó. A las doce de la noche escucha algunos pasos en la sala. Sus ojitos se abren, una voz interior le dice que no vaya a explorar. No obstante, la valentía le gana. Al caminar por el pasillo el niño está frente a ella. Desea hablar, pero las palabras no le salen con facilidad. Él toma la iniciativa para presentarse.

—Me llamo Tomás.

—Soy Fernanda, ¿vives aquí?

—No.

—¿Cómo entraste?

—No puedo explicártelo, debes averiguarlo.

El papá al escuchar la conversación se preocupó. Prendió las luces y se percató que solo estaba ella. 

—¿Con quién hablas?

—Mi amigo Tomás.

—No hay nadie, Fernanda.

—Sí, tienes que creerme.

—Vamos a dormir, mañana tengo trabajo.

Pensaba a dónde ingresar a su hija a estudiar, de pronto si viera a personas reales tal vez se olvidaría de este ser imaginario. Le daba pena dejarla sola, pronto buscaría a una empleada para que la cuidara hasta que él regrese del trabajo. Fernanda estaba viendo televisión. Salían dinosaurios mágicos, lo cual a ella le divertía. Una mano pequeña toca su hombro, sintió escalofríos. 

—Vamos a jugar.

—Estoy viendo dibujos animados.

—¡Yo quiero divertirme!

Al enojarse las luces titilaron y por ende la señal del televisor se perdió. Fernanda aceptó. Fueron al patio.  Ella lo columpiaba a él, después cambiaron, entre risas se olvidó del mal rato.

—¿Puedo conocer a tu familia?

—Todavía no, tienes que descubrir la verdad.

—No comprendo lo que dices.

—Averígualo.

El niño cambió su rostro por una piel pálida y ojos blancos, luego se esfumó. Fernanda tenía miedo. Al atardecer su papá llega. Él se asusta porque no la encuentra en ninguna habitación. Al ir a la sala, observa que está en el piso llorando.

—¿Qué sucedió?

—Tomás desapareció de forma extraña.

—Otra vez con lo mismo, mañana vendrá alguien a cuidarte.

—¿Lo prometes?

—Sí.

A las nueve de la mañana llegó una chica joven, rubia, de ojos azules, alta y delgada, llamada Gabriela.

—¿Eres la recomendada de la jefa?

—Sí

—Mucho gusto, pasa.

Ella se sorprendió por lo elegante que era la casa. El papá le explicó que Fernanda está pasando por un cambio, a veces ve a un niño imaginario. Ella aceptó el comportamiento y fue a verla. Las personas que recién conocía le producían temor. Gabriela tenía experiencia cuidando niños, por lo tanto, sabía cómo obtener su confianza. 

—¿Deseas un caramelo?

—Sí.

Mientras lo saboreaba, Tomás miraba a las dos, este deja un pequeño botón en el piso. Va marcando el camino para que Fernanda descubra la verdad. Al terminar de jugar. Gabriela nota la primera pista. Ella la toma, observa que en la casa hay cosas regadas en el suelo. Las recoge, sin darse cuenta ve una puerta vieja. Trata de abrirla, pero no lo consigue. Al llegar el dueño del hogar, le comentará sobre lo ocurrido.

Eran las cinco de la tarde, sin embargo, el papá no llegaba. Ella por primera vez observa a Tomás. Al toparse con él, da dos pasos hacia atrás.

—¿Quién eres?

—Descúbrelo.

De pronto Fernanda toca la espalda de Gabriela, ella grita del susto. Ambos se ríen, de ver lo asustada que está. Tomás agarra de las manos a las chicas, y las lleva al patio. Les indica que deben de encontrar una llave para abrir la puerta. La empleada decide jugar. Comienzan con su búsqueda, observan las flores, levantan las macetas. Fernanda descubre que en la lavandería hay una casa vieja para perro. Ella se agacha para explorar y en el piso ve la llave que abrirá la verdad.

—¡La tengo, la tengo!

—Excelente —dijo Gabriela.

Tomás había desaparecido, Gabriela se acordaba del recorrido para ir a la puerta que estaba dentro de la casa. Ella la abre y va hacia un sótano. Prende las luces, Fernanda se le arrima porque le da escalofríos el sitio. No se le había dado mantenimiento hace tiempo. Siguió explorando. Pudo ver un escritorio deteriorado. Prendió la linterna de su iPhone y notó que era la habitación de un niño, posiblemente de Tomás.

Había un álbum. Al abrirlo miró fotos de una pareja de edad avanzada con un bebé. Este era hermoso de cara, pelo café, y gordito. La imagen estaba fechada en 1932. Indagó la fecha y aprendió que fue el inicio de la fiebre amarilla. Tal vez se enfermó y falleció. Cerró el álbum, el timbre de la casa sonó. Ella tembló por el ruido. Vamos, posiblemente sea tu papá.

Al abrirle la puerta era él.

—Disculpa estaba buscando las llaves, como no las hallé, decidí tocar el timbre.

—No hay problema, deseo hablar con usted en privado.

—Vamos a la sala.

Gabriela le contó sobre la aparición de Tomás mientras él no estaba, también le detalló sobre las pistas y el juego. El descubrimiento de un cuarto y del álbum. Por último, mencionó que su hija no tiene ningún problema. Ella ha estado siendo atormentada por un espíritu. La única manera de detenerlo es sabiendo la verdad, ahora conocemos una parte. Deben de encontrar dónde está la tumba.

La nana se marchó. El papá se encontraba desorientado y no sabía qué hacer. Era más sencillo tratar con los problemas empresariales que con algo espiritual. El cielo estaba oscuro, la neblina se apoderó del patio. El niño atravesó las ventanas para entrar a la casa. Caminó hasta el cuarto de Fernanda.

—Despierta, vamos a jugar por favor.

—Es muy tarde para salir.

—No importa, quiero divertirme.

Tomados de las manos bajaron las escaleras. El padre sintió una corriente de viento que lo hizo levantarse, su puerta se cerró de inmediato. Trató de abrirla, pero fue en vano. Sabía que ella estaba en peligro. Decidió saltar por la ventana. Fue al patio, no estaba. Se acordó de la habitación misteriosa. Regresó a la casa y fue hacia esa puerta. Al abrirla bajó las escaleras. Comprendió que ese era el cuarto del niño.

En este había juguetes viejos y dañados. Tal vez quiso disfrutar más con sus muñecos, pero la enfermedad se lo llevó. Ahora que sabía lo que deseaba, tenía que detenerlo. Del cuarto se llevó un peluche. Al dirigirse al bosque le dio frío por la neblina. Dio un par de vueltas, hasta que encontró tres tumbas. Las dos primeras parecían de personas mayores, la última de alguien menor. Colocó el oso de peluche en el sepulcro del niño y al aire pidió que dejaran a su hija en paz porque posiblemente los espíritus la tienen presa.

Después de algunos segundos apareció. Se abrazaron. Estaba aliviado de que ella regresara con vida. La neblina se dispersó, fue una noche larga. Cada fin de mes, los dos van al cementerio que estaba en el bosque a dejar una flor.

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