Ricardo Sebastián Jurado Faggioni
Lo sobrenatural si
existe y Fernanda, una niña de nueve años, lo va a experimentar. Su papá trabaja en
una empresa en el área de comunicación. La jefa le ordena mudarse, debido a que
lo necesita en otra sucursal en un pueblo lejano. Tenía un mes para
irse. Finalmente, llegó el día. Ambos se marcharon de la ciudad en su auto.
—Cuando estoy
deprimido escucho una canción, Stand by
me de Jonh Lennon.
—¿Quién es él?
—Fue un músico
importante, a tu madre también le gustaba.
—¿Tú la extrañas?
—Está conmigo cada
día de mi vida.
—¿Cómo?
—En mis
pensamientos.
La canción comenzó
a sonar, se acuerda del momento exacto del accidente automovilístico de su
esposa. Un chofer conducía en estado de embriaguez y se estrelló. Fue una etapa
dura para él, pero la hija le dio fuerzas necesarias para superar aquella
tragedia. A pesar del dolor, se dedicó a trabajar hasta ser gerente de la
empresa.
El viaje por fin
terminó, la nueva casa era amplia, tenía garaje y una piscina. Estaba
amueblada. Los
antiguos dueños la vendieron cuando su hijo falleció. Decidieron marcharse para
olvidar el pasado. El padre empezó a sacar las maletas que había
guardado en el coche. Fernanda tenía un cuaderno para dibujar, lo había hecho
por algunas horas, luego toma la iniciativa de explorar la vivienda.
En el patio
observa la sombra de un niño, al principio se asusta, pero la curiosidad es
fuerte. Al acercarse a él, desaparece.
—¡Papá, un
fantasma!
—Hija te he dicho
que los muertos no reviven.
—Yo lo vi.
—Enséñame dónde.
La niña lo agarró
de la mano para dirigirse al patio, pero él se había marchado. El padre era
escéptico y trató de explicarle que, al mudarse, su imaginación le creó a
alguien para pasar el rato. Aunque ella estaba convencida que observó a una
persona. El bosque que se encontraba cerca de la casa, le daba miedo.
La hora de dormir
llegó. A las doce de la noche escucha algunos pasos en la sala. Sus ojitos se abren,
una voz interior le dice que no vaya a explorar. No obstante, la valentía le
gana. Al caminar por el pasillo el niño está frente a ella. Desea
hablar, pero las palabras no le salen con facilidad. Él toma la iniciativa para
presentarse.
—Me llamo Tomás.
—Soy Fernanda,
¿vives aquí?
—No.
—¿Cómo entraste?
—No puedo
explicártelo, debes averiguarlo.
El papá al escuchar la conversación se
preocupó. Prendió
las luces y se percató que solo estaba ella.
—¿Con quién
hablas?
—Mi amigo Tomás.
—No hay nadie,
Fernanda.
—Sí, tienes que
creerme.
—Vamos a dormir,
mañana tengo trabajo.
Pensaba a dónde
ingresar a su hija a estudiar, de pronto si viera a personas reales tal vez se
olvidaría de este ser imaginario. Le daba pena dejarla sola, pronto buscaría a
una empleada para que la cuidara hasta que él regrese del trabajo. Fernanda
estaba viendo televisión. Salían dinosaurios mágicos, lo cual a ella le divertía.
Una mano pequeña toca su hombro, sintió escalofríos.
—Vamos a jugar.
—Estoy viendo
dibujos animados.
—¡Yo quiero
divertirme!
Al enojarse las
luces titilaron y por ende la señal del televisor se perdió. Fernanda aceptó.
Fueron al patio. Ella lo columpiaba a
él, después cambiaron, entre risas se olvidó del mal rato.
—¿Puedo conocer a
tu familia?
—Todavía no,
tienes que descubrir la verdad.
—No comprendo lo
que dices.
—Averígualo.
El niño cambió su rostro por una piel
pálida y ojos blancos, luego se esfumó. Fernanda tenía miedo. Al atardecer su
papá llega. Él se asusta porque no la encuentra en ninguna habitación. Al ir a
la sala, observa que está en el piso llorando.
—¿Qué sucedió?
—Tomás desapareció
de forma extraña.
—Otra vez con lo
mismo, mañana vendrá alguien a cuidarte.
—¿Lo prometes?
—Sí.
A las nueve de la mañana llegó una chica
joven, rubia, de ojos azules, alta y delgada, llamada Gabriela.
—¿Eres la
recomendada de la jefa?
—Sí
—Mucho gusto,
pasa.
Ella se sorprendió
por lo elegante que era la casa. El papá le explicó que Fernanda está pasando
por un cambio, a veces ve a un niño imaginario. Ella aceptó el comportamiento y
fue a verla. Las personas que recién conocía le producían temor. Gabriela tenía
experiencia cuidando niños, por lo tanto, sabía cómo obtener su confianza.
—¿Deseas un
caramelo?
—Sí.
Mientras lo
saboreaba, Tomás miraba a las dos, este deja un pequeño botón en el piso. Va
marcando el camino para que Fernanda descubra la verdad. Al terminar de jugar.
Gabriela nota la primera pista. Ella la toma, observa que en la casa hay cosas
regadas en el suelo. Las recoge, sin darse cuenta ve una puerta vieja. Trata de
abrirla, pero no lo consigue. Al llegar el dueño del hogar, le comentará sobre
lo ocurrido.
Eran las cinco de
la tarde, sin embargo, el papá no llegaba. Ella por primera vez observa a
Tomás. Al toparse con él, da dos pasos hacia atrás.
—¿Quién eres?
—Descúbrelo.
De pronto Fernanda
toca la espalda de Gabriela, ella grita del susto. Ambos se ríen, de ver lo
asustada que está. Tomás agarra de las manos a las chicas, y las lleva al patio.
Les indica que deben de encontrar una llave para abrir la puerta. La empleada
decide jugar. Comienzan con su búsqueda, observan las flores, levantan las
macetas. Fernanda
descubre que en la lavandería hay una casa vieja para perro. Ella se agacha
para explorar y en el piso ve la llave que abrirá la verdad.
—¡La tengo, la
tengo!
—Excelente —dijo
Gabriela.
Tomás había
desaparecido, Gabriela se acordaba del recorrido para ir a la puerta que estaba
dentro de la casa. Ella la abre y va hacia un sótano. Prende las luces,
Fernanda se le arrima porque le da escalofríos el sitio. No se le había dado
mantenimiento hace tiempo. Siguió explorando. Pudo ver un escritorio deteriorado.
Prendió la linterna de su iPhone y notó que era la habitación de un niño,
posiblemente de Tomás.
Había un álbum. Al abrirlo miró fotos de
una pareja de edad avanzada con un bebé. Este era hermoso de cara, pelo
café, y gordito. La imagen estaba fechada en 1932. Indagó la fecha y aprendió
que fue el inicio de la fiebre amarilla. Tal vez se enfermó y falleció. Cerró
el álbum, el timbre de la casa sonó. Ella tembló por el ruido. Vamos,
posiblemente sea tu papá.
Al abrirle la
puerta era él.
—Disculpa estaba
buscando las llaves, como no las hallé, decidí tocar el timbre.
—No hay problema,
deseo hablar con usted en privado.
—Vamos a la sala.
Gabriela le contó
sobre la aparición de Tomás mientras él no estaba, también le detalló sobre las
pistas y el juego. El descubrimiento de un cuarto y del álbum. Por último,
mencionó que su hija no tiene ningún problema. Ella ha estado siendo
atormentada por un espíritu. La única manera de detenerlo es sabiendo la
verdad, ahora conocemos una parte. Deben de encontrar dónde está la tumba.
La nana se marchó. El papá se encontraba
desorientado y no sabía qué hacer. Era más sencillo tratar con los
problemas empresariales que con algo espiritual. El cielo estaba oscuro, la
neblina se apoderó del patio. El niño atravesó las ventanas para entrar a la
casa. Caminó hasta el cuarto de Fernanda.
—Despierta, vamos
a jugar por favor.
—Es muy tarde para
salir.
—No importa,
quiero divertirme.
Tomados de las
manos bajaron las escaleras. El padre sintió una corriente de viento que lo
hizo levantarse, su puerta se cerró de inmediato. Trató de abrirla, pero fue en
vano. Sabía que ella estaba en peligro. Decidió saltar por la ventana. Fue al
patio, no estaba. Se acordó de la habitación misteriosa. Regresó a la casa y fue
hacia esa puerta. Al abrirla bajó las escaleras. Comprendió que ese era el
cuarto del niño.
En este había
juguetes viejos y dañados. Tal vez quiso disfrutar más con sus muñecos, pero la
enfermedad se lo llevó. Ahora que sabía lo que deseaba, tenía que detenerlo.
Del cuarto se llevó un peluche. Al dirigirse al bosque le dio frío por la
neblina. Dio un par de vueltas, hasta que encontró tres tumbas. Las dos
primeras parecían de personas mayores, la última de alguien menor. Colocó el oso de
peluche en el sepulcro del niño y al aire pidió que dejaran a su hija en paz porque
posiblemente los espíritus la tienen presa.
Después de algunos segundos apareció. Se
abrazaron. Estaba aliviado de que ella regresara con vida. La neblina se
dispersó, fue una noche larga. Cada fin de mes, los dos van al cementerio que
estaba en el bosque a dejar una flor.
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