Miguel Ángel Salabarría Cervera
Dicen que las
hadas existen, eso leí hace un sinnúmero de ayeres en clásicos cuentos
infantiles, en donde estos seres mágicos arreglaban las situaciones para que
favorecieran a las personas, mientras movían sus alas como colibríes. Sin
embargo, al llegar a la juventud esta idea se fue diluyendo conforme avanzaba
en mis estudios.
Recuerdo que por
el barrio de san Juan de Dios vivía una familia con varias hijas, vestían con
colorido y peinaban sus cabelleras haciéndose grandes trenzas; todas fueron
teniendo novio para luego casarse primero la mayor y así, sucesivamente.
La menor de nombre
Florencia, también tenía pretendiente, no muy bien visto por la familia de
ella, porque era un joven del norte de la república a san Francisco, por lo
tanto, lo veían con recelo por tener otra cultura caracterizada por ser
violenta y afecta a resolver sus problemas mediante las armas, diferente a la
forma pacífica de estos lugares.
Sin embargo,
Arturo no se amilanó por el rechazo, continuó pretendiendo a Florencia, ella
aceptaba al fuereño, como quien escucha una voz que le aconsejaba permitir el
enamoramiento del joven; en tanto estudiaba para maestra, él realizaba estudios
para graduarse de ingeniero agrónomo, con la esperanza de casarse cuando
concluyeran sus formaciones académicas.
Transcurridos dos
años Arturo y Florencia terminaron sus licenciaturas, él quiso que formalizaran
su relación de noviazgo para que contrajeran matrimonio civil y religioso, pero
recibió el rechazo a su petición por parte de los padres de ella,
argumentándole que era la menor de las hijas y que aún no era tiempo.
Arturo aceptó la
decisión que le dieron, sin embargo, no concebía que por ser la menor de las
hijas no pudiera casarse, argumento fuera de toda razón, además era mayor de
edad y con formación normalista concluida. Lo que más ruido le hacía era la
expresión que le dijeron: «aún no era tiempo», se hacía una serie de
interrogantes y todas las respuestas desembocaban a que debería esperar
indefinidamente.
Florencia no se
realizó profesionalmente, porque el sitio era lejano y repetían el mismo
argumento que era la más pequeña de las hermanas; además a los lugares que
enviaban a las personas que por vez primera ejercían su profesión magisterial,
las remitían a los nuevos centros de población que se habían formado por las
gentes venidas del norte del país a poblar tierras vírgenes. Esto último
tampoco era bien visto por los padres de ella porque pensaban que reforzaría la
relación entre ellos al tener contacto con la familia de Arturo.
Así fue
deslizándose el tiempo, hasta que un día la madre, siempre alegre y arreglada
—cualidades que Florencia heredó— enfermó, y esta se abocó a atenderla con
esmero hasta que un día la señora falleció.
Pasados cuarenta
días del deceso, una tarde llegó Arturo a visitar a Florencia, quien lo recibió
con seriedad, este se sintió extrañado ante tal actitud y le preguntó.
—¿Te sucede algo?
Ella lo miró
fijamente y después de unos segundos que Arturo sintió como una eternidad, le
contestó.
—Quiero decirte
algo importante sobre nuestra relación, te pido que por favor me escuches y me
comprendas.
—Me sorprenden tus
palabras, adelante… te escucho.
—Ahora que ha
fallecido mi madre, he decidido cuidar a mi padre hasta el último día de su vida,
pensaba casarme contigo a pesar de la oposición de mis padres cuando surgió la
enfermedad de mi mamá, pero ahora la situación ha cambiado —con lágrimas en los
ojos continuó—, me duele decirte esto porque sé que tu amor es sincero y tú
sabes que eres el amor de mi vida, pero comprende mi situación, nadie quiere
cuidar a mi papá y me siento obligada a hacerlo, porque yo no tengo familia.
El silencio que se
hizo, permitía escuchar el aletear de una mosca.
—Esto que te
expreso es cómo si escuchara una voz que me hablara al oído y me dijera que es
lo mejor que hago, creo que es mi conciencia de hija menor —hizo una pausa y
continuó—, sé que te causo un gran dolor, como yo también lo sufro, pero quiero
que entiendas mi situación.
Él se quedó
pasmado al escuchar las palabras de Florencia, pero al ver en su rostro la
firmeza de lo expresado y que trataba de disimular las lágrimas, solo se
atrevió a decirle:
—Acepto tu
decisión y la respeto, porque veo tu gran corazón de hija; no tengo nada más
que agregar, te prometo que nunca me casaré y te esperaré toda la vida, dio
media vuelta y se marchó cuando la luna resplandecía en la fresca noche de
diciembre.
La noticia de lo
acontecido corrió como reguero de pólvora entre los vecinos al día siguiente,
todos daban su opinión, unos apoyando a Florencia, otros rechazando su actitud
con el argumento que debería, como sus hermanas, vivir su vida sin importarle
su padre.
El tiempo fue
transcurriendo. Yo me fui a estudiar fuera de la ciudad y regresé a mi barrio
ya con familia; me sorprendió ver que Florencia seguía cuidando a su padre como
lo hacía desde veinticinco años, aún conservaba su alegría y juventud que ya
daba muestras de alejarse, pero mantenía la amabilidad y dicha que había
heredado, cuando platicaba con la gente.
Se acercaba el mes
de marzo y la festividad de san Juan de Dios que era patrono del barrio a la
que se asistía por tradición desde la Colonia. Participar en las celebraciones
religiosas y paganas caracterizaba a los habitantes, quienes el día ocho de
este mes, vestían sus galas por ser la fecha más importante; vendían antojitos,
se realizaba un festival y se coronaba a la reina de ese evento.
Causó más novedad
y satisfacción entre los presentes esa noche ver a Florencia en compañía de
Arturo rebozando de alegría disfrutando todo lo que ocurría, como en sus
lejanos tiempos de juventud.
Él volvió a
visitarla, lo cual causó extrañeza en el pueblo pues se sabía que no era bien
visto por el padre de ella, el cual aún vivía, además el señor era atendido por
su hija que se había consagrado de por vida a esta misión.
Todos veían con
agrado la relación y esperaban que contrajeran matrimonio en fecha próxima, sin
embargo, esto no sucedió porque el señor enfermó de gravedad y falleció dos
meses después.
Pasados cuarenta días
del deceso, Arturo y Florencia se casaron en el templo de san Juan de Dios
santo patrono del barrio. Causó emoción el momento romántico cuando en brazos
de su ahora esposo, ella entró en la casa que había vivido toda su vida.
Entre las vecinas
comentaban que la boda de Arturo y Florencia era un cuento de hadas porque
había perdurado su amor en el tiempo y ambos se habían esperado, sin embargo,
se preguntaban cómo era que él había regresado después de tanto tiempo, estando
aún con vida el padre de ella.
No faltó, como
siempre sucede, una vecina que se acercara a felicitar a Florencia y con este
pretexto le preguntara por qué regresó Arturo, pues hacía como veinticinco años
que habían terminado su relación.
Para satisfacción
del morbo de la vecina, Florencia le contó.
─Hace como un año,
mi papá mandó a buscar a Arturo a través de mi cuñado, para hablarle, le dijo
que no tenía inconveniente para que se casara conmigo, aunque él estuviera
vivo, además éramos mayores y mi padre le expresó que sentía su fin ya cerca y
no quería irse de este mundo, sin saber que el sacrificio que yo había
realizado por él, tuviera una recompensa ─los ojos se le llenaron de lágrimas a
Florencia y prosiguió─, me imagino que él pensó antes de tomar esta decisión de
llamar a Arturo, se lo agradezco y Dios lo tenga en su reino acompañado de mi
madre.
─Sí, fue una
decisión valiente y también la actitud de Arturo al aceptar acudir al llamado
de tu papá y acatar la invitación que le hacía.
─Es verdad, al llegar una tarde Arturo a mi casa y me dijo que había ido a visitarme y reanudar nuestra relación que tenía veinticinco años de terminada, me quedé «shockeada», sin habla… ya repuesta de la sorpresa, le comenté que había terminado para cuidar a mi padre, viré a verlo porque estaba sentado en la sala y vi que me sonreía pícaramente y con aprobación ─hace una pausa y prosigue emocionada con su relato─, al día siguiente le pregunté por qué no se enojó cuando fue Arturo a visitarme y además tenía expresión de satisfacción con su presencia; esta vez rio como no lo hacía desde que mi mamá vivía, fue cuando me contó que él había mandado por Arturo y platicado el motivo de su decisión, no supe si enojarme o abrazarlo de felicidad. Solo sé que me dio un gran regalo, pero como no existe felicidad completa, no vio terminada su última voluntad, porque fue a reunirse con mi madre.
─Florencia, todos hemos
enloquecidos de felicidad, y decimos que vives un cuento de hadas, digno de ser
escrito.
─Sí, a veces
pienso que las hadas existen y me han hablado o arreglado mi vida, pero sea lo
que fuere, vivo una realidad que pensé que nunca se daría.
Después de
despedirse con afecto, cada una de ellas se encaminó a su casas, y la vida
prosiguió por el barrio de San Juan de Dios.
Una mañana Arturo
y Florencia salieron de viaje. Alegremente se despidieron de quienes vieron al
dejar su casa, diciéndoles que iban a cumplir un sueño y que regresarían en
unos dos meses.
Quieres los
escucharon, pensaron que se irían al extranjero a hacer realidad algún sueño de
juventud, a un lugar fantástico y significativo como París, como es el deseo de
muchas parejas de conocerlo, tomarse la clásica y romántica foto en la Torre
Eiffel y pasear en el rio Sena.
Pasado el tiempo
que dijeron al partir, la casa de Arturo y Florencia era felicidad, los
biberones de color azul y rosa se veían por doquier, los llantos de bebés se
escuchaban con frecuencia y a veces al mismo tiempo, las visitas de familiares
de ambos arribaban con obsequios dobles; ellos compartían su alegría y su sueño
realizado de tener un par de gemelos.
Platicaba
Florencia que sabiendo que ya tenían más de cuarenta años, las probabilidades
de tener un embarazo de alto riesgo, por esto pensaron en adoptar un bebé, pero
no lo tenían como una urgencia.
Una tarde recibieron
una llamada de la hermana de Arturo que radicaba en la ciudad de México
informándoles que unos gemelos con un mes de nacidos iban a ser entregados a un
orfanatorio porque su madre de escasos recursos económicos no tenía para
mantenerlos, y que si querían los podían acoger. Decidieron ir para adoptar a
uno de ellos, sin embargo, al llegar ella sintió la voz de su conciencia que le
decía que lo mejor era adoptar a los dos, porque era doloroso separarlos además
eran niño y niña, teniendo así la pareja de hijos que desde novios pensaron
pedir a la cigüeña.
Florencia se
dedicó a criar a los niños porque no trabajaba, solo Arturo, a pesar de ello su
situación económica era desahogada. Los niños fueron creciendo y al llegar a
los doce años, una tarde salieron a dar un paseo por el malecón para ver la
puesta de sol, después fueron a disfrutar nieves de sabores, a un restaurante,
ahí Florencia les empezó a platicar con las palabras más amorosas que tenía de
la historia de Arturo y de ella, hasta el día que se casaron, ya construido
todo el contexto los dos les dijeron que hicieron un viaje a la ciudad de
México para conocerlos y hacer todos los trámites legales para que fueran los
hijos que siempre soñaron desde su época de novios y que ellos eran el sueño hecho
realidad y regalo que la vida les había dado y que ellos eran sus hijos.
Cuenta Florencia
que fue un momento muy difícil, pero necesario decirles la verdad a los gemelos
porque de no hacerlo vivirían engañados y no faltaría una persona de malos
sentimientos que les dijera su origen.
Ellos al escuchar
las palabras de Arturo y Florencia reaccionaron como si fueran una sola persona
lloraron y se arrojaron a sus brazos, diciéndoles que los querían mucho porque
eran sus padres y lo demás no importaba.
Sus vidas se
desarrollaban sin contratiempos, hasta que un día, Arturo sintió problemas en
una rodilla que le fue impidiendo caminar con facilidad, era consecuencia de
una accidente sufrido en su lejana juventud, esto se aunaba a su sobrepeso y
gran estatura, tal situación le fue amargando el carácter con toda su familia;
su situación física repercutió en su trabajo porque al ser ingeniero agrónomo
de profesión, la Secretaría de Agricultura en donde laboraba, lo enviaba con
frecuencia al campo a supervisar cultivos y a realizar juntas con campesinos.
Él era un prendado de su trabajo y al padecer estos impedimentos, solo le
quedaba un camino: jubilarse. Pudo hacerlo con anterioridad porque ya tenía la
antigüedad para recibir este beneficio, pero no lo hizo porque se sentía en
óptimas condiciones de salud. Sin embargo, no le quedó otro camino que optar
por la única salida que le quedaba, doliéndole la forma de cómo pasaba al
retiro laboral.
La situación se
agravó en la familia, porque Arturo ya había quedado confinado en la casa,
siendo sus únicas salidas a consultas médicas, por lo tanto, se amargó al
extremo, regañando con y sin motivo a los hijos y teniendo frecuentes
diferencias con Florencia.
Era frecuente ver
a Arturo sentado en la sala de la casa todo el día, ya sea despierto o dormido,
vegetando, después de haber tenido una vida activa, y con la ayuda de los dos
hijos y Florencia era llevado a su recámara para que descansara. Así
transcurría la vida en la familia que un día fue todo felicidad.
Los vecinos veían
con tristeza lo que les ocurría y se lamentaban, quedándoles solo el recuerdo
que Arturo y Florencia habían vivido una historia única y diferente desde su
juventud y que ahora todo había cambiado.
Hoy Florencia está
sola con su pareja de hijos gemelos, ambos tienen dieciocho años y están por
iniciar sus estudios universitarios, su esposo hace un año que falleció y ella
tiene ahora el rol de padre y madre.
Nadie supo cuando
Florencia se quedó sola, por la desaparición de este mundo de Arturo, su discreción
fue tal que nadie supo de su fallecimiento, ella solo comentó que él que había
sido el amor de su vida, se le había adelantado en el viaje a la otra vida, en
donde la espera, como siempre lo hizo desde que eran jóvenes.
Cuando expresaba
estas palabras, las decía con una expresión de satisfacción como de quién ha
sido feliz por haber vivido un cuento de hadas.
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