viernes, 30 de abril de 2021

Ciudadela tres ochenta y tres

Omar Castilla Romero


Era una mañana lúgubre como cualquiera, aunque no para Gina que por fin podría abordar una nave hacia la colonia espacial Ceres. En sus ojos claros de diferente tonalidad, miel el izquierdo y verde aceituna el derecho, se vislumbraba un brillo de venganza, mientras tomaba una bebida caliente vestida con una blusa de lana azul celeste. La acompañaban cinco individuos sentados en viejos muebles adosados a las paredes del cuartel general de la liga de sobrevivientes.

—Mañana debo abordar el transbordador —dijo Gina.

—Será un gran día, pero ¿no te causa miedo? —preguntó Javier uno de los experimentados pilotos del grupo.

—Cualquier miedo es superado por el deseo de saber que ocurrió.

—Y de paso averiguar por Jacob.

—Por supuesto, no lo voy a negar. Sin embargo, no es el único motivo. Si es cierto lo que se dice, mucha gente está sufriendo. En definitiva, debemos deponer al canciller Orver.

—Bueno, repasemos el plan. Nuestras naves tienen la autonomía suficiente para llegar al cinturón de asteroides. Después que salga el transbordador, iremos detrás y esperaremos ocultos a que envíes una señal.

—Me asalta la duda de si este transmisor es lo suficiente discreto para evitar ser detectado —comentó mientras palpaba el pendiente plateado de su oreja izquierda.

—Es difícil diferenciar su señal del ruido estático, aunque no imposible. Debes actuar con sigilo, pues tienen espías por doquier.

—Lo sé, por eso he entrenado un año entero.

—Bueno, ya debes partir para estar mañana en la plataforma de lanzamiento.

Eran sobrevivientes del cambio climático. Contrario a lo que se creía, el efecto invernadero fue transitorio y llevó al derretimiento de los polos, elevando el nivel del mar y sumergiendo a las ciudades costeras. Millones de personas se desplazaron a tierras altas, esto generó disturbios en los que murieron decenas de millones de personas, marcando el principio del fin de las naciones contemporáneas. Desmantelados los gobiernos, imperó la ley del más fuerte y fue imposible garantizar la seguridad de los cultivadores desencadenándose hambrunas y nuevas epidemias que cobraron la vida de cientos de millones. Los sobrevivientes presenciaron una disminución en la temperatura global debido al freno que sufrieron las corrientes tropicales por el agua derretida de los polos, que llevó a la extinción de la mayoría de las especies que les servían de sustento. Con este coctel de desastres solo podía esperarse el fin de la civilización humana, sin embargo, un hecho visto en su momento como lamentable significó su salvación.

Se trató de la pandemia vivida en el año veinte. De vez en cuando Gina recordaba la angustia de esperar en un pasillo de hospital la mejoría de sus padres. Ninguno de los dos sobrevivió, por suerte quedó bajo la tutela de su tía, una científica que la preparó para la dura vida que habría de afrontar. Sin embargo, no fue la pandemia en sí misma, sino el efecto que generó en la psique de Horace Duche, un excéntrico millonario quien sufría de hipocondría por lo que vivió aislado en un bunker durante años. Creía que cualquier día aparecería otra enfermedad mucho más letal arrasando a la humanidad de manera inevitable y por este motivo ideó el proyecto Colonia Ceres. Ya en este tiempo había planes similares para Marte y la Luna por parte de varias naciones, pero Duche quería edificar una estación independiente en el espacio exterior. A través de maniobras legales se hizo dueño de Ceres, el asteroide más grande del sistema solar, esto generó burlas en la opinión pública, sin embargo, cuando descubrieron que movilizaba recursos al espacio, entendieron que iba en serio. Aunque quisieron detenerlo, no hubo manera. Empezó la construcción de su colonia unos años antes del proyecto marciano. En cuarenta y ocho meses terminó el módulo principal que gravitaba alrededor de Ceres con capacidad para albergar diez mil personas. Para este momento los gobiernos habían sido despedazados por la anarquía y la colonia marciana quedó inconclusa. Duche estaba satisfecho con su estación tal como era, pero Orver, su subalterno, tenía otros planes.

 

Al siguiente día Gina se encontraba en el lugar de despegue. El ingreso a la nave fue caótico, todos querían entrar al tiempo por miedo a quedarse sin lugar. Era un crisol de hedores asfixiantes, amenizado por el llanto de niños desesperados y el ruido de hombres enfrascados en riñas por algún equipaje perdido. Luego del despegue la situación no fue mejor, las personas dormían recostadas en pasillos y debían hacer fila para comer y utilizar los baños. El trasbordador generaba un estrepito tal, que daba la impresión de partirse en dos. La comida era desagradable y de poco valor nutricional por lo que adicionaban suplementos vitamínicos para evitar el escorbuto, ese mismo que apareció durante los primeros viajes a América. Llegada la doceava semana pudieron divisar a lo lejos la colosal estructura de metal y fibra de vidrio ultra resistente llamada Colonia Ceres, dividida en dos mil ciudadelas rectangulares alineadas. El recibimiento fue caluroso. El mismo canciller, un hombre de baja estatura, mirada inquisidora y rostro enjuto, los esperaba para pronunciar un discurso luego de lo cual se marchó.

—¿Ese es el canciller Orver?, no se ve tan intimidante —dijo Gina a una mujer joven de cabello castaño parada al lado suyo.

—Todavía no lo conoces, no imaginas de lo que es capaz.

—¿Qué quieres decir con eso?

La mujer le lanzó una mirada desconfiada, pero luego de unos segundos extendió su mano y dijo: 

—Mucho gusto, soy Mónica, ¿de dónde vienes?

—Mi nombre es Gina y soy de Sudamérica. ¿A qué ciudadela te asignaron?

—A la tres ochenta y tres.

—Qué casualidad a mí también.

Luego de la ceremonia de bienvenida los tripulantes fueron ubicados en la misma ciudadela, algo atípico, pues por regla general los nuevos eran ubicados de acuerdo con la disponibilidad de espacio que dejaban quienes fallecían o eran condenados. Gina se preguntaba cómo era posible que hubiera cupo para cinco mil personas en el mismo lugar y si eso tenía que ver con la desaparición de su esposo. Era una ciudad de mediano tamaño, con barrios y zonas comerciales, especializada en proveer energía eléctrica al resto de la colonia. A esta distancia los rayos del sol eran opacos, aun así, generaban un bronceado más intenso que el visto en los videos de bañistas antes del declive de la civilización. Al día siguiente desayunó papas fritas y salchichas de cerdo fabricadas en los laboratorios de la ciudadela veinticuatro como bien decía en el empaque. Se dirigió al centro de reuniones donde iniciaría su entrenamiento laboral, allí coincidió de nuevo con Mónica.

—¿No te llama la atención que todos los recién llegados vayamos a habitar la misma ciudadela?

—Sí, de seguro reubicaron a sus habitantes antes de nuestra llegada.

—Es posible, pero sea como sea, esto nunca había sucedido.

Al terminar el entrenamiento, Mónica y Gina fueron a conocer la ciudad. La arquitectura de sus calles emulaba a las otrora opulentas urbes terrestres. Restaurantes elegantes, parques colmados de árboles y aves con una algarabía tal, que dificultaba escuchar la conversación de los demás. Gina no dejaba de pensar en lo que pudo haber pasado. Orver era capaz de cualquier cosa. Había sido la mano derecha de Duche y diseñó los planes de expansión de la colonia. Como un hecho oportuno para él, su mentor falleció, heredándole el poder y a partir de allí nada pudo detener la expansión de la colonia que llegaría a albergar cien millones de almas. Cómo lo hizo, fue lo más sorprendente. Cambió los cupos para vivir en ella por tecnología, metales valiosos y mano de obra. Esto implicó el sufrimiento de millones de personas que fallecieron en las minas-asteroides de donde provenían los elementos necesarios para la expansión de la colonia. Orver era conocido por sus métodos represivos y tenía un régimen de trabajos forzados tan cruel que nadie salía con vida.

De regreso organizó la casa a su gusto. Colocó afiches de sus bandas favoritas, cambió el color de las paredes e instaló un ambientador olor a canela que le recordaba a su madre. Se estaba aplicando un humectante para la resequedad en los labios cuando escuchó un extraño ruido en la habitación contigua. Se dirigió hacia ella y al entrar la luz se apagó sin motivo. Gina sintió una corriente fría recorriéndole el cuerpo, pero de inmediato se dominó y con un comando de voz encendió la luz. Esa noche se durmió más tarde de lo habitual y en la madrugada la despertó una sensación como si la observaran, miró el reloj y eran las tres de la madrugada, no pudo dormir más, por lo que decidió levantarse a hacer ejercicio. Los siguientes días continuó notando cosas extrañas a su alrededor.

—¿Por qué tienes tan mal semblante? —le preguntó Mónica una semana después.

—Es que no puedo dormir, me están ocurriendo cosas extrañas.

—¿Qué tipo de cosas?

—Ruidos, voces.

—¿Sera el cambio de ambiente que te ha trastornado?

—En las noches despierto a la misma hora y escucho una voz que dice busca a Ernesto Vargs. No tengo idea de quien sea.

—Ernesto Vargs, es mi tío —dijo Mónica con expresión de sorpresa—. Gracias a él pude venir acá.

—Vaya casualidad, ¿puedes llevarme con él?

—Por supuesto, vivo en su casa.

Fueron hasta donde vivía y esperaron su llegada. Se desempeñaba como médico, lo que le permitió obtener un cupo en la colonia. Había sido asignado a la ciudadela varios años atrás. Una vez llegó Ernesto, Mónica le presentó a Gina y le contó por qué lo buscaba. Él respondió que no iba a hablar acerca de ese tema, pero entonces la miró a los ojos y añadió —por Dios, está bien, espera un momento—. Fue hasta una mesa cercana, escribió algo en un papel y se lo entregó a Gina nos vemos en el parque de la sexta esquina, frente al anfiteatro, en treinta minutos decía. A la hora acordada ella esperaba en una banca, cuando un hombre vestido con gabán y sombrero le hizo seña para que se acercara. Ella avanzó a paso lento y temeroso.

—Tranquila, soy yo, él sabía que vendrías.

—¿Él quién? —preguntó Gina.

—Jacob, él me lo dijo.

—¿Lo conoció?

—Fue uno de los sobrevivientes atendidos durante el incidente.

—O sea que está vivo.

—No lo sé a ciencia cierta, porque al tiempo se lo llevaron.

—Pero ¿qué pasó ese día?

—Ellos se rebelaron. Rebeldes siempre ha habido en la colonia, pero eran casos aislados que el aparato de represión controlaba de forma eficiente; sin embargo, desde la llegada de Jacob, el movimiento tomó fuerza y ni siquiera la violencia fue suficiente para mantenerlos a raya. En estas calles se produjo una pequeña guerra civil, cinco mil inconformes contra cincuenta mil hombres del canciller armados hasta los dientes. Luego Jacob y los suyos se encerraron en el anfiteatro, hackeando el sistema por lo que los hombres del canciller no tenían manera de ingresar. Hubieran podido rendirlos de hambre, pero Orver quería enviar un mensaje contundente. Si bien no podía abrir las puertas, aún controlaba el aire de los ductos. No le tembló el pulso para bloquear la llegada de oxígeno al anfiteatro, con esto veremos si no van a abrir las puertas se le oyó decir. A los tres minutos se abrieron y en el suelo yacían unas dos mil personas sin vida con una coloración azulada en sus rostros. Luego me llamaron para que atendiera a los sobrevivientes.

—Por eso la gente calla, no es solo que haya doscientos mil matones a sus órdenes, tiene además el control del aire que respiran, del agua que beben, de la comida.

—Sí, aunque debo decir que revisé algunos cuerpos y tenían en su boca restos de pastillas de cianuro. Por algún motivo prefirieron suicidarse, antes que ser capturados por el canciller.

—Que triste que vinieran acá buscando un mejor futuro y les pasara esto.

—Yo viví cosas terribles como la pandemia, el colapso del mundo y las hambrunas, luego vine aquí creyendo que sería diferente, pero es lo mismo y solo podemos intentar sobrevivir.

—Es muy existencialista su visión, pero creo que se puede hacer algo y lo haremos.

—Ojalá, pero mira la colonia que a pesar de tener los recursos para el buen vivir, no los utiliza y la gente se mantiene en un estado de permanente delirio en el que el día menos pensado, cualquiera puede recibir una condena a trabajo forzado en las minas. En todo caso el motivo por el que me reúno contigo es para entregarte algo —sacó un pendiente y lo puso en su mano.

Ella lo guardó y por último preguntó: —¿Por qué dudó en entregármelo?

—Soy un sobreviviente y quiero pasar mis últimos años tranquilo, pero vi tus ojos de diferente tono, heterocromía se llama, y recordé una niña que perdió a sus padres durante la pandemia. Duró varios días en el pasillo del hospital llorando, sin nadie que la cuidara. Cuando quise ayudarla, había desaparecido. Siempre me carcomió el remordimiento. Y ahora estás aquí necesitando mi ayuda, ¿cómo me iba a negar?

Ella puso su mano en el hombro de Ernesto y se marchó. Cuando llegó a su apartamento, se sentó en un sillón, tomó el pendiente entre sus manos y lo miró detenidamente, cayendo en cuenta que era igual al de su oreja izquierda. Se lo colocó y de inmediato el holograma de Jacob apareció frente a ella.

—Hola bebé, te estaba esperando. Este lugar, en apariencia perfecto, oculta cosas terribles para sus habitantes. Descubrimos que la energía producida en la ciudadela no es tan limpia como dicen. El sesenta por ciento de esta, es generada por un reactor nuclear que funciona oculto bajo el suelo y las medidas de contención tan precarias, producen gran cantidad de radiación, por eso la tercera parte de la gente muere de cáncer a temprana edad. Este es el verdadero motivo por el que Duche no quiso expandir la colonia, pues la tecnología no permitía producir la energía solar necesaria para una estructura tan colosal. Por eso al descubrir el secreto nos levantamos en huelga y en menos de veinticuatro horas fuimos declarados rebeldes. Nos pareció una solución absurda, teniendo en cuenta que los avances actuales permiten remplazar la energía nuclear por solar. Entonces te preguntarás por qué no lo han hecho. La respuesta es que necesitan gente inconforme para declararla en rebeldía.

Los ojos de Gina se inundaron de lágrimas bajando a caudales por sus mejillas.

—Verás —prosiguió el holograma de Isaac—, la colonia puede producir abundantes recursos, a excepción de los minerales que deben ser extraídos de los asteroides. Este es un trabajo arduo y de gran riesgo, por lo que nadie quiere hacerlo. Durante los primeros años no hubo problemas en conseguir mineros, pues eran los mismos colonos que construían las ciudadelas, pero una vez terminadas, cada vez fue más difícil encontrar voluntarios, así que el canciller decidió utilizar a los delincuentes condenados, sin embargo, en condiciones tan duras, fallecían a una velocidad mayor de la que llegaban nuevos reos, por eso diseñó este perverso sistema donde se crea inconformidad para incentivar actos de rebeldía. En los próximos días yo seguiré el mismo destino, muchos de mis compañeros prefirieron el suicidio antes que esto, pero yo tenía una misión. Me despido, te he guiado hasta aquí por medio de un programa de inteligencia artificial que te permitirá tomar el control de la colonia. Espero que donde nosotros fracasamos tú triunfes. Recuerda, siempre te amaré.

Gina se lanzó queriendo abrazar el holograma. —Espera —gritó, pero había desaparecido. Luego de Meditar concluyó que era el momento de deponer a Orver, tocó el pendiente izquierdo y se comunicó con sus compañeros.

—Hola Gina, ¿cómo te encuentras?

—No se imaginan lo que ha pasado, necesito que se aproximen a la colonia, les daré las coordenadas de las cuatro ciudadelas donde están los cuarteles del ejército del canciller. ¿Recuerdan el PEM?

—Sí, aquí lo tengo.

—Vamos a utilizarlo, ya la colonia debió interceptar esta comunicación.

Unos minutos después el apartamento era rodeado por las fuerzas de seguridad y el canciller en persona estaba allí.

—Vaya señorita Gina, ni siquiera lleva una semana en la colonia y ya es causa de problemas. Le tenemos un tiquete directo a un asteroide cercano.

—De esa forma mantiene su régimen del terror, pero dígame, ¿cuánto tiempo más cree que durará?

—¿Por qué lo pregunta?, ¿por las naves que vienen en camino? —Gina lo miró con sorpresa—, ¿acaso cree que no las he detectado?, no piense que diez naves destartaladas van a poder con mi flota. —De inmediato se vio en el cielo el despliegue de las naves coloniales y los cañones listos para disparar.

Se inició una batalla desigual en la que la liga de sobrevivientes llevaba las de perder. A continuación, Javier el experimentado piloto, lanzó un pulso electromagnético inactivando los sistemas eléctricos de la colonia, tenían sesenta segundos para destruir el ejercito adversario. La estrategia consistió en que cuatro de las naves ubicadas frente a las ciudadelas enemigas, lanzaron de forma manual misiles que las pulverizaron. Las seis naves restantes, eliminaron la flota adversaria como si de un juego de Gálaga se tratara. Al reiniciarse los sistemas quedaban treinta naves coloniales que se batieron fieles a su líder, sin embargo, cuando se vieron reducidas a una decena, se rindieron.

—Pero ¿¡cómo es posible!?

—Pues, déjeme explicarle, Jacob era mi esposo y aunque falló, se aseguró de que no cometiera sus errores. Ya no habrá más terror.

—Hice lo que debía hacer para mantener el orden. Que la colonia sea viable tiene un costo y alguien lo debe pagar.

—¿Así justifica tanta muerte y dolor? —Gina suspiró al pensar que pronto podría saber si Jacob estaba vivo—. ¿Sabe usted que lo voy a detener cierto?

—Oh no, créame que no lo hará –sacó su pistola de plasma del cinto y un fulgor anaranjado iluminó el ambiente acompañado del sonido sordo de un disparo.

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