viernes, 23 de abril de 2021

La aventura de Rafael

Laura Sobrera


En el tiempo del antes solo existía la señora Unidad rodeada de ella misma con un profundo caos y oscuridad en su interior.

En determinado momento decidió darle un poco de claridad a su íntimo mundo. Se desdobló a sí misma y en un destello enorme y luminoso dio vida al universo con sus galaxias, soles, lunas, planetas, cometas, estrellas, almas, animales, hombres, vegetación de todo tipo y color, aire, agua y mucho, mucho más. 

Inscribió en un libro al que llamó El Libro de la Vida a todas las almas y creó una escuela del antes con la finalidad de capacitarlas para su comunión con los hombres ya que hasta ese momento vagaban sin propósito.

Estas almas iniciaban su aprendizaje en ese lugar. Algo muy interesante en su educación es que se les enseñaba, desde el comienzo, el significado del libre albedrío y sus consecuencias. Esto tenía que ver con la elección del nombre que deseaban tener y a sus padres para este recorrido terrenal.

Rafael, una de esas almas, estaba recibiendo instrucción, cuando tuvo que determinar qué padres elegiría. Después de pensarlo escogió a Rodrigo y Magela.

A partir de este momento, su práctica se centró en actividades lúdicas que le enseñaban todo lo que necesitaría en ese tránsito vital junto a sus padres y al resto de personas con las que compartiría el camino. Los contenidos didácticos concentraban lo que la Unidad entendía como importante, soñar, jugar, empatizar, solidarizarse, pero también debían aprender sobre el dolor, el miedo, la resiliencia, reconocer errores, porque también estarían presentes en esa vida terrenal.

Todos estos juegos se hacían en un espacio que funcionaba como la realidad virtual. Tanto el estudiante como su entorno y otros personajes se recrean en paisajes tridimensionales coloridos, porque de esa manera el alma aprendía cómo reaccionaba un cuerpo físico ante diferentes situaciones y emociones.

En su último momento lúdico de preparación para la vida física, Rafael, decidió pasarlo en un viaje por mar. Un gran barco de madera de la época de las grandes conquistas sería el indicado. Sabía que no tendría eso en su vida terrenal. Se anotó como grumete en un enorme navío que partiría en unos días, los suficientes para aprontarse para esta gran aventura, última de este periodo anterior a su nacimiento como ser humano.

Rafael sabía que era su última aventura en la escuela del antes, pero lo que nadie le había informado es que el final de la misma no será como lo imagina.

El barco zarpa del puerto rumbo al oeste. Sus conocimientos de las tareas de a bordo eran limitados, pero superaba cualquier cosa con las ganas que ponía en cada una de ellas.

Poco a poco, fue fortaleciendo su capacidad y también ganándose el respeto de la tripulación que dejó de burlarse de su inexperiencia gracias a la tenacidad mostrada en cada quehacer.

Avistaron una isla tropical y desembarcaron. El capitán pensó que podía ser bueno recolectar fruta fresca y tal vez algunas hojas comestibles para cambiar el menú diario.

A Rafael le proporcionaron un machete y un trozo de cuerda. Le enseñaron durante el viaje y en el desembarco cómo ubicarse, reconocer los puntos cardinales y esas cosas básicas que le servirían para orientarse.

Primero avanzó con cautela, pero cuando se sintió seguro pudo internarse en la vegetación que nacía tímida en la costa de grandes extensiones de blanca arena y se tornaba más frondosa a medida que iba adentrándose en la isla.

Encontró que algunos árboles tenían en su corteza como una especie de tela que los cubría y cortó trozos que iba uniendo con la cuerda que llevaba y anudando otros pedazos entre sí.

Intentaba hacer un improvisado morral en el que pudiera cargar la fruta hallada o algún hongo.

Mientras avanzaba, a modo de protección, dejaba marcas de machete en los árboles para asegurarse la vuelta al barco, puesto que no había ningún sendero establecido por expedicionarios anteriores a él. Todo parecía salvaje e inexplorado.

En un pequeño claro se entretuvo observando el paisaje. Era hermoso, los distintos verdes, frutas de variados colores, algunas de superficie lisa, otras rugosas y toscas. Infinidad de pájaros de vistosos tonos alegraban el momento con melodiosos trinos. Cuando hubo visto el entorno con curiosidad, siguió buscando lo pedido, frutas, hojas comestibles, setas y todo lo que cupiera en su recién inaugurado morral.

Siguió internándose en la isla y un montón de grandes hojas llamaron la atención de su espíritu aventurero. Las apartó con cuidado y se encontró con la abertura de una cueva. Preparó una antorcha con una rama que encendió con una lupa y un rayo de sol. Ingresó en la cavidad justo a tiempo pues, sintió fuertes voces en el exterior. Eran hombres y avanzaban ruidosamente mientras sus grotescas voces hablaban de un tesoro, para el cual necesitarían el barco que ya habían avistado en la playa.

Rafael supo que estaban hablando de la embarcación que lo había llevado hasta ese lugar. Silenciosamente aguardó sus reacciones. No se percataron de la cueva, porque su necesidad de abordar era imperiosa para llegar a la siguiente isla que era contenedora de su gran botín, puesto que el suyo había encallado como consecuencia de un gran temporal y apenas si pudieron llegar a la isla. Las voces se fueron alejando y cuando solo fueron un susurro, se animó a salir con mucha cautela.

Buscó las marcas que había dejado en los árboles y se dirigió a la orilla con la esperanza de ver a algún miembro de la tripulación. Escuchó un gran alboroto que venía desde el barco y el estrepitoso ruido de gente que caía en el agua. La forma de la bahía proporcionaba una acústica inmejorable para el escándalo que venía desde la nave, por eso fue fácil distinguir lo que sucedía en ella.

Escuchó que levaban anclas y se ponían rumbo a un lugar desconocido para él, pero pudo apreciar que dos personas desde el agua avanzaban presurosos hacia la orilla.

Eran dos de sus compañeros, se arrojaron al agua y bucearon lo más profundo que pudieron para no ser alcanzados por los disparos de mosquete.

Rafael corrió hacia ellos y les preguntó si se encontraban bien o heridos. Ellos respondieron que solo estaban agitados por la situación.

Le contaron que mientras estuvieron bajo la superficie del agua encontraron una caverna subterránea, pero la entrada era demasiado pequeña para sus cuerpos.

Rafael se ofrece para ir a inspeccionar mientras ellos quedaran cerca, ante la posibilidad de que surgiese alguna dificultad.

Ellos acceden, pero antes descansan un poco, mientras se alimentan con algunas de las frutas que Rafael había recogido de la isla.

Luego de un rato, los tres se dirigieron a la orilla, dejaron lo que quedaba de provisiones para que no se mojaran, salvo un par de frutos que el joven llevó consigo y se adentraron en las profundidades del mar.

Nadaron hacia la zona en la que los marinos habían encontrado esa caverna y acompañaron a Rafael hasta la entrada submarina. Le mostraron como debía entrar y de qué manera sostener la respiración para que aguantara hasta encontrar algún sitio de aprovisionamiento de este aire vital y hacia allí se dirigió este grumete.

Un poco después del umbral miró alrededor y pudo apreciar la superficie del agua algo lejos del techo de la caverna. Flotó hacia el cristalino borde del líquido y emergió para recuperar oxígeno.

El lugar era majestuoso. Nunca había visto algo semejante. Estalactitas colgando del techo mientras que en algunas superficies rocosas que quedaban fuera de agua, las estalagmitas marcaban su presencia.

El agua parecía cantar y sus sonidos semejaban un amoroso murmullo.

Sentado en la zona rocosa tuvo la sensación que a medida que permanecía allí, la caverna se volvía más pequeña. Estiró las manos y al tocar una de sus paredes, vibró como cuando una piedra cae en el agua quieta, formando círculos concéntricos. Jugó un poco con estos movimientos ondulares de esas superficies.

En un instante pensó regresar con sus compañeros, pero se sentía extrañamente en paz entre esos muros vibrantes. Parecían tener vida.

Perdió la noción del tiempo que permaneció allí. Las voces que creyó sentir, ahora eran bastante frecuentes y se escuchaban con más nitidez, pero parecían ser siempre las mismas y era notoria la calidez y el amor en su tono. La cueva seguía contrayéndose.

Intentó volver por donde había entrado, pero ese lugar ya no estaba, todo había cambiado de forma. Buscó una salida y encontró que, por debajo del agua, había una abertura por donde entraba una límpida y celeste luz del exterior, así que pensó que podría ser la salida que estaba tratando de hallar.

Desde lejos no podía calcular la longitud que debía recorrer para llegar a esa boca y salir de la caverna.

Las paredes parecían acercarse amenazantes y palpitaban cada vez con mayor fuerza y frecuencia, mientras lo oprimían enviándolo hacia la única salida que tenía disponible.

Nadó con fuerza, porque todo lo empujaba hacia ese agujero luminoso, no tenía otro lugar adonde dirigirse y volver hasta la entrada no era una opción.

Creyó que sus compañeros se habrían dado cuenta y habían buscado esa otra salida, pero sobrevino un último empujón. La intensa luz lo obligó a cerrar sus ojos y muchas voces hablando y riendo indicaban que ese ya no era el mar. Su cuerpo estaba mojado, resbaladizo y cuando quiso decir algo, un vagido salió de su garganta. Esa era su voz y una vez que lo envolvieron, lo apoyaron en una panza blanda y cálida y un timbre que reconoció al instante le susurró:

—Hola, Rafael, al fin puedo conocerte, mi amor—. Era Magela, su mamá. Su voz sonaba tierna y su respiración denotaba un gran esfuerzo físico. Minutos después otra voz familiar dijo su nombre. Con los ojos empañados, Rodrigo, le pudo decir:

—Bienvenido, bebé, estábamos muy ansiosos por verte. Se me hizo muy larga la espera. —Y su voz sonaba entrecortada por la visible emoción de un sentimiento nuevo.

En este momento, Rafael olvidó todo, su viaje, el barco, sus compañeros de tripulación y la caverna y en el último destello de su tiempo en la escuela del antes se dio cuenta que su aventura con piratas y navíos había terminado; empezaba una muy distinta, esa que en este plano terrenal llamamos vida.

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