lunes, 8 de febrero de 2021

El mapa no es el territorio

Rosario Sánchez Infantas


Una radiante mañana de domingo el escritor sexagenario, docente universitario, descubrió un sobre introducido bajo su puerta, dirigido a él y sin remitente. Pasó de la ilusión al desasosiego. La letra bella, legible y pequeña, para alguien dado al ensueño le supo a promesa clandestina; sin embargo, no dejaba de ser una intromisión peligrosa ya que la amplia casa familiar era compartida con su esposa, hijas, yernos y un par de nietos. He aquí lo que encontró dentro:

Estimado literato, me dirijo a usted porque necesito su comprensión. Seguramente este fin de semana su colega de letras le mostrará la nota que él me pidió una noche de copas, como prueba de mi existencia y de mi ofrecimiento (¿hetairas en este pueblo?, solo en la antigua Grecia). Todavía me sonrojo cuando siento destilar lo prosaico de mi mensaje: «Los puedo “atender” mientras me examinan en literatura: Ivonne». De manera fortuita acabo de enterarme de que a usted se iba a mostrar el mensaje. No asistiré a «tertulia» alguna con alguien con una sensibilidad tan exquisita como la suya: «Extraviado en su delicadeza, marino de papel, estrictamente loco, elevando el humo en una copa y en otra copa su ternura errante». Si parece estar hablando de usted Pablo Neruda.

El premio Nobel Orhan Pamuk afirmó que al escribir se devela el segundo ser que vive dentro de uno. ¡Escribiré!

Korzybski dijo: «El mapa no es el territorio». La mencionada nota nada dice que aún me sobrecoge recordar haber expuesto, una fría noche de invierno, mi cuerpo y mi alma adolescentes, cuando todavía creía que el mapa era el territorio y que su: «tranquila… nada te va a pasar» en realidad significaba: «te amo y siempre te amaré».

Tras apagar el fuego de sus entrañas sin mediar una caricia, un beso o una frase tierna, uno tras otro, quienes decían sentir amor por mí, me arrojaban al despeñadero de mujer objeto. Entonces supe lo que es deambular entre tinieblas.

Nunca se puede imaginar todo lo que podemos llegar a hacer. Cuando creía haber encontrado a quien amar, entre caricias y besos cada vez más intensos, él susurró el nombre de otra. Un instante sentí lo que es morir, supe que nunca hubo un nosotros; el dolor acumulado y mi dignidad denigrada me impulsaron a huir. Al desvestirse cayeron unas monedas, y mi orgullo herido se volvió ganas de aprovecharme. Con lágrimas aún resbalando por mi rostro, pero sintiendo que yo tenía el control, lo dejé hacer mientras me enfoqué en lo que le diría. Después de su: «Vístete», mimosa, le dije: «necesito comprarme algo, ¿me das una platita?» y el mundo volvió a estar en orden: el macho había comprado placer sin complicaciones ni sentimentalismos; yo lucraba con él. Aprendí a engañarme con que disfrutaba esa forma de ganar dinero. Así fue como me pagué los estudios de literatura (que, ¿por qué los abandoné? esa es otra historia).

Leyendo mi nota no se vislumbra cómo con los gemidos de hombre, previos a verter su lava ardiente en mis entrañas, me siento diosa del placer pues exponen por un instante la sensibilidad masculina cerrada con tantos cerrojos. Logro un instante de autenticidad varonil, que no consigue psicoterapeuta alguno. ¡Pobres los hombres! Tener que vivir con mil y un máscaras con tal de no contactar con sus emociones más auténticas: tristeza, miedo y soledad. Y cuando trato de exaltar ese encuentro humano cual ángel de John Milton que es arrojado del cielo el sobre con dinero sobre el velador me restriega en el rostro lo comercial de nuestra interacción. Este viaje paraíso-infierno no se trasunta en mi nota.

Usted dice escribir, para intentar un mundo distinto y dar a sus hombres un poco de usted mismo; que se encuentra muy bien cuando termina un cuento que más o menos le satisface. Salvando las distancias, yo hago lo mío por las mismas razones. “Trabajando” o no he buscado el encuentro humano del que habla Fritz Perls. Hasta ahora, nadie tolera mostrarse sin el apoyo de alguna máscara: cristiano, de buena familia, bien casado, maestro, escritor exitoso, moralista (“una mujer que hizo lo que quiso con su vida, solo para un buen rato”). Aun no pierdo las esperanzas, pero cada vez me convenzo de que no tendré resultados más o menos satisfactorios, la mía habrá de ser una novela sin final, una novela con su Sísifo, su roca y su montaña. Mi roca rueda montaña abajo cuando conocen mi historia y reclaman el derecho de exclusividad pasada, presente y futura.

Yo decido que no deseo constatar si usted iría a mi encuentro sin máscara alguna. Me reservo la ilusión de soñar.

Sé que usted hará una segunda lectura de la desafortunada nota.

Un beso dolorosamente casto.

Ivonne

P.D.

A. Acerca de por qué me gano la vida como lo hago, tengo varias otras historias… ¡a gusto del cliente!

B. ¿Le pareció una ficción creíble, maestro?

Elija la opción de posdata que prefiera. 

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