Rosario Sánchez Infantas
Una radiante mañana de domingo el escritor
sexagenario, docente universitario, descubrió un sobre introducido bajo su
puerta, dirigido a él y sin remitente. Pasó de la ilusión al desasosiego. La
letra bella, legible y pequeña, para alguien dado al ensueño le supo a promesa
clandestina; sin embargo, no dejaba de ser una intromisión peligrosa ya que la
amplia casa familiar era compartida con su esposa, hijas, yernos y un par de
nietos. He aquí lo que encontró dentro:
Estimado literato, me dirijo a usted
porque necesito su comprensión. Seguramente este fin de semana su colega de
letras le mostrará la nota que él me pidió una noche de copas, como prueba de
mi existencia y de mi ofrecimiento (¿hetairas en este pueblo?, solo en la
antigua Grecia). Todavía
me sonrojo cuando siento destilar lo prosaico de mi mensaje: «Los puedo “atender” mientras me examinan en literatura: Ivonne».
De manera fortuita acabo de enterarme de que a usted se iba a mostrar el
mensaje. No asistiré a «tertulia» alguna con alguien con una sensibilidad tan exquisita
como la suya: «Extraviado en su delicadeza, marino de papel, estrictamente
loco, elevando el humo en una copa y en otra copa su ternura errante». Si
parece estar hablando de usted Pablo Neruda.
El premio Nobel Orhan Pamuk afirmó
que al escribir se devela el segundo ser que vive dentro de uno. ¡Escribiré!
Korzybski dijo: «El mapa no es el territorio». La mencionada nota nada dice que aún me sobrecoge recordar haber
expuesto, una fría noche de invierno, mi cuerpo y mi alma adolescentes, cuando
todavía creía que el mapa era el territorio y que su: «tranquila… nada te va a pasar» en realidad significaba: «te amo y siempre te amaré».
Tras
apagar el fuego de sus entrañas sin mediar una caricia, un beso o una frase
tierna, uno tras otro, quienes decían sentir amor por mí, me arrojaban al
despeñadero de mujer objeto. Entonces supe lo que es deambular entre tinieblas.
Nunca
se puede imaginar todo lo que podemos llegar a hacer. Cuando creía haber
encontrado a quien amar, entre caricias y besos cada vez más intensos, él
susurró el nombre de otra. Un instante sentí lo que es morir, supe que nunca hubo
un nosotros; el dolor acumulado y mi dignidad denigrada me impulsaron a huir. Al
desvestirse cayeron unas monedas, y mi orgullo herido se volvió ganas de aprovecharme.
Con lágrimas aún resbalando por mi rostro, pero sintiendo que yo tenía el
control, lo dejé hacer mientras me enfoqué en lo que le diría. Después de su: «Vístete», mimosa, le dije: «necesito comprarme algo, ¿me das
una platita?» y el mundo volvió a estar en orden: el macho había comprado placer sin
complicaciones ni sentimentalismos; yo lucraba con él. Aprendí a engañarme con
que disfrutaba esa forma de ganar dinero. Así fue como me pagué los estudios de
literatura (que, ¿por qué los abandoné? esa es otra historia).
Leyendo mi nota no se vislumbra cómo con los
gemidos de hombre, previos a verter su lava ardiente en mis entrañas, me siento
diosa del placer pues exponen por un instante la sensibilidad masculina cerrada
con tantos cerrojos. Logro un instante de autenticidad varonil, que no consigue
psicoterapeuta alguno. ¡Pobres los hombres! Tener que vivir con mil y un máscaras
con tal de no contactar con sus emociones más auténticas: tristeza, miedo y
soledad. Y cuando trato de exaltar ese encuentro humano cual ángel de John
Milton que es arrojado del cielo el sobre con dinero sobre el velador me
restriega en el rostro lo comercial de nuestra interacción. Este viaje
paraíso-infierno no se trasunta en mi nota.
Usted
dice escribir, para intentar un mundo distinto y dar a sus hombres un poco de
usted mismo; que se encuentra muy bien cuando termina un cuento que más o menos
le satisface. Salvando las distancias, yo hago lo mío por las mismas razones. “Trabajando”
o no he buscado el encuentro humano del que habla Fritz Perls. Hasta ahora, nadie tolera mostrarse sin
el apoyo de alguna máscara: cristiano, de buena familia, bien casado, maestro,
escritor exitoso, moralista (“una mujer que hizo lo que quiso con su vida, solo
para un buen rato”). Aun no pierdo las esperanzas, pero cada vez me convenzo de
que no tendré resultados más o menos
satisfactorios, la mía habrá de ser una novela sin final, una novela con su
Sísifo, su roca y su montaña. Mi roca rueda montaña abajo cuando conocen mi
historia y reclaman el derecho de exclusividad pasada, presente y futura.
Yo
decido que no deseo constatar si usted iría a mi encuentro sin máscara alguna.
Me reservo la ilusión de soñar.
Sé
que usted hará una segunda lectura de la desafortunada nota.
Un
beso dolorosamente casto.
Ivonne
P.D.
A. Acerca de por qué me gano
la vida como lo hago, tengo varias otras historias… ¡a gusto del cliente!
B. ¿Le pareció una ficción
creíble, maestro?
Elija la opción de posdata que prefiera.
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