Rosita Herrera
Claudette era una solitaria
y soñadora mujer a la que le gustaba convertir sus anhelos en realidad. Desde
niña había jugado a manifestar lo que deseaba con vehemencia, situaciones tan
favorables como que el clima se tornara de templado a frío y lluvioso para no
levantarse e ir al colegio; que el chico que le quitaba el sueño no dejara de
insistirle con invitaciones y chocolates; que suspendieran el examen para el
cual no había logrado estudiar todo el contenido; que apareciera una tarántula
en el pupitre de aquella compañera que no soportaba; que la manzana roja y
jugosa que se encontraba en la cumbre del árbol más escabroso de la quinta de
su abuelo cayera a sus pies tan solo con mirarla. Acontecía un sin número de
veces en que el destino le regalaba lo que le había encargado con una leve
insistencia de pensamientos.
Vivía con su madre,
una mujer dulce y llena de sueños la que, llegado el verano, enviaba a
Claudette al campo, por lo que pasó gran parte de su infancia en el gran fundo
de su abuelo, un hombre de origen muy humilde, pero que a costa de mucho
esfuerzo había logrado ser propietario de una gran extensión de tierra en el
sur de Chile, en un lugar llamado Chelle, región de la Araucanía. Su casa estaba
construida en la cima de un cerro desde donde podía observar con templanza el
ir y venir de toda la gente que estaba a su cargo: inquilinos les llamaba, este
apelativo siempre resonó en la cabeza de la pequeña, no sabiendo exactamente su
significado, pero se imaginaba que eran personas que ocupaban partes de la
tierra de su abuelo a cambio de ciertos trabajos que él requería. Era la
consentida de aquel, quien acostumbraba a observarla desde lejos, haciendo como
que arreglaba una cerca o buscaba en el horizonte algún rastro del lobo que en
las noches asustaba a sus corderos, sin embargo, atisbaba a la pequeña
recorriendo los gallineros y resguardándose a la sombra de los manzanos con sus
vestiditos de gasa hecho jirones, sus piernas embadurnadas de barro y sus
ojazos de un radiante color verde tras una cabellera salvajemente roja. Así se
querían, de lejos, sin hablar ni empalagarse con arrumacos, la sola presencia
cargada de cuidados y atención, bastaban. En el vasto horizonte que le ofrecía
cada verano aquel anciano alto, de mirada alegre y aire protector, ella crecía
embelesada por la formidable compañía de los árboles y el silencio profundo y
melodioso que regala bondadosamente la naturaleza. Correteaba con el viento,
subía a los troncos, miraba el cielo tumbada en el pasto respirando la suave
brisa sobre los campos cálidos del sur. Cuando quería que lloviera, comenzaba a
sentir el sabor del agua entre sus labios, imaginaba al sol siendo rodeado por
un ejército de nubes espesamente negras que daban paso a una espantosa tormenta.
Su abuelo reía desde lejos y la imaginaba como un colibrí dando tumbos buscando
el calor del hogar y el olor al delicioso chocolate caliente que tanto la
reconfortaba.
Cuando se hizo
mayor, sabía que debía tener cuidado con lo que deseaba con pasión, puesto que
de una u otra manera aquello se manifestaría. Fue así como un día frente a su computador se
encontró con un video de un violinista muy guapo, pese a que podía ver su
silueta y rostro, no lo podía apreciar con la definición que ella deseaba,
pues, era una grabación no profesional. Lo miraba, lo escuchaba, trataba de
leer su fisonomía, la forma delicada de tomar el violín contrastaba con la
fuerza de su energía expresada en cada movimiento de la melodía que
interpretaba. Era un ser interesante, elegante, misterioso, como si estuviera
en un mundo ajeno y desde allí regalara su arte. Las redes sociales no eran
algo que embriagaran a la joven, pero desde que había aparecido aquel hombre lo
seguía entusiasmada a través de una de ellas. Su figura delgada, pero a la vez
fuerte y seductora; su cabellera larga y oscura que llevaba recogida en un
moño; su barba crecida, pero no tanto como para verse descuidado, ni tan poco
que le quitara ese aire de misticismo; su ropa bastante holgada no atisbaba ni
una pisca de vanidad, pese a ello o, quizá, por ello, lograba llamar tan bien
su atención, pues admiraba a quienes trascendían pasiones y su atractivo era
genuino y armonioso.
Al verlo tocar
sentía unas enormes ganas de conocerlo, de que sus ojos la buscaran a través de
la pantalla, pero no había nada que los uniera hasta ese momento o que les
hiciera tener alguna necesidad de hablarse, en fin, con un movimiento de cabeza
sacudía su ansiedad dirigiéndose a su piano para olvidar cualquier tipo de
pensamiento que le impidiera ser feliz.
Claudett había
crecido sumergida en sus fantasías, la mayoría de sus conocimientos eran
adquiridos de libros quienes, aparte de hacer las veces de instructores, se
encargaban de darle ánimo y fortaleza cuando se encontraba acongojada por las
vicisitudes de la vida. A sus treinta años había pasado por decepciones
amorosas, pérdidas de personas queridas y mascotas. Aún tenía sueños pendientes
como el viajar por todo el mundo y construir una casa en la playa para vivir
ahí el resto de sus días. Siempre había soñado con ser una mujer libre y no
depender de absolutamente nada ni nadie, por lo que una mañana se levantó y
miró al espejo, se sacudió la pena de haber estado llorando toda la noche por
la indiferencia de un hombre que le había demostrado que no todo lo que ella
quería lo podría tener así tan fácil; le había contado sus secretos, aquellos
que uno deja salir del alma cuando siente la extensión de la propia en el otro,
por lo que le había entregado la llave de su corazón sin quererlo y, bueno, aquel se vio como un simple objeto de sus
caprichos y se fue, dejándola ahogada en sus penas sin más esperanza en el amor
que la que le ofrecía su insistente fe en aquel ser carismático que rondaba sus
pensamientos desde que había muerto su abuelo, quizá como una forma de suplir
su ausencia.
Por otro lado, se
había decretado a nivel mundial que las personas se mantuvieran en sus casas y
que evitaran todo tipo de contacto físico como una forma de disminuir la
propagación de un «virus» mortal que se había escapado de un laboratorio chino,
lo que se ignoraba era que este sería el primero de un regimiento de otros que
invadirían al planeta y que lo mantendrían recogido «voluntariamente» por medio
del miedo. Era así como ya no salían, no hacían deporte, no se besaban ni
abrazaban, solo aquellos que contaban con una mascota no habían dejado de
caminar al aire libre, al menos por una hora al día.
Había un gran
sector de la población que obedecía al pie de la letra lo que dictaminaban las
autoridades sin cuestionar lo que constantemente se les imponía. Dentro de sus
rutinas se establecían grandes períodos de tiempo para sus trabajos donde
ejercían por lo general un rol de subordinación y el resto lo dedicaban a su
familia y a las redes y plataformas virtuales; el otro sector, por el
contrario, eran personas que, además de trabajar, dejaban tiempo para el ocio
en el que ocupaba un papel preponderante la lectura y las artes por lo que se
distinguían del resto por su sensibilidad, intuición y juicio. Esta dicotomía
no permitía establecer una sociedad digna, porque mientras unos eran esclavos
del sistema, los otros luchaban por no serlo, lo que resultaba extenuante y
desmoralizador para aquellos que vivían con la esperanza que algún día todos
entendieran que la libertad depende de la consciencia de cada cual frente a su
entorno, del derecho a elegir cómo quiero vivir y no a acatar irreflexivamente
la manipulación de gobiernos capitalistas de mercado, pero esto era difícil de
entender para quienes no querían progresar intelectualmente por medio de la
lectura y la investigación de la historia de pueblos que habían luchado y
logrado ser libres, en consecuencia, cada día se iban sumando más adeptos a vivir
cómodamente dirigidos y gobernados por los dictaminadores de leyes, formas de
vida y de pensamientos que desde hacía un siglo habían logrado incorporar en
las cabezas de sus gobernados a través de la educación estatal, las doctrinas
religiosas y la publicidad que incentivaba el consumo por encima de todo
criterio. Aquellos dictaminadores no pertenecían a ninguno de los dos grupos
sociales, ellos eran un cinco por ciento de la población y provenían de castas
extranjeras que luego de haber perdido credibilidad en sus propias naciones
debido a sus gobiernos corruptos, buscaban oportunidad de gloria y riqueza en países
lejanos y desconocidos incorporándose a través de empresas privadas con las que
lograban apoderarse de la fuerza y capital de quienes gobernaban.
Los días pasaban
entre salidas, obligaciones laborales, ensayos y clases con sus maestros que la
preparaban en la perfección del instrumento. Llevaba varios meses en soledad y,
la verdad, no lo estaba pasando tan mal, tenía miles de cosas que hacer, que
arreglar, que leer, que bailar, que cocinar y, por supuesto, comer. Sus
ingresos no habían disminuido puesto que seguía dando conciertos a través de
plataformas virtuales, por lo que su espíritu se mantenía creativo y dichoso. Una
mañana, muy temprano, estaba en el baño, frente a un enorme espejo preparándose
para grabar una de sus presentaciones, trataba de arreglar su larga y cobriza
cabellera, peinándola para un lado y para el otro, sin lograr el resultado
desafiante que buscaba. Sus pensamientos divagaban para luego focalizarse en aquel
violinista que había robado su atención y entre las sombras que circundaban la
parte iluminada del espejo, vio la imagen de aquel, bailaba con cadencia al
tiempo que tocaba una melodía. Quedó hechizada, era como si la dulzura y la
pasión entretejieran su figura…, pero… era un espejismo, su mente había
proyectado su deseo más latente y ya no estaba, quedó trémula frente al espejo
sintiendo un extraño aroma cálido y protector que asociaba con los brazos
fuertes de su abuelo y presintió que algo sucedería.
Aquella mañana los
algoritmos de la redes sociales habían hecho de las suyas, el tiempo que había
destinado Claudette a observar y escuchar a aquel músico hizo que apareciera
ella como sugerencia de artista destacada para Rigzin, por lo que este se percató
de su existencia y sintió ansias de observar y escuchar los videos de sus
conciertos, la destreza y disciplina que proyectaba en su obra, así como la
delicadeza y belleza de su rostro y figura, sin medir consecuencias, llamó su
atención dejándole la imagen de una flor roja en el sector de mensajes de una
de las redes sociales más visitadas por Claudette y, precisamente, donde lo
había visto desplegar su arte.
«¿Será verdad?, ¿me
habla a mí?, es decir, esa flor, ¿es para mí?».
Le parecía
increíble aquella maravillosa sensación de flotar entre algodones, de ver el mundo
a través de un cristal lleno de lucecitas doradas, de sentir un cosquilleo en sus
pies y unas ganas de abrazar y besar a todo el mundo… esto del amor es como un
tónico para recuperar nuestros súper poderes psíquicos, aquellos que la vida
nos fue quitando de a poco desde el primer momento que vimos la fría luz de un
mundo hostil que venía disfrazado de bienestar, salud y amor incondicional. En
fin, en estas milésimas de segundos, se sentía plena y llena de magia y no quería
pensar en lo que podría pasar después.
Dejándose llevar
por las maravillas que le proporcionaba tal sentimiento, una voz le susurró «y…
si no es real, si tan solo es una artimaña para hacerte caer y extraer
información sobre quién eres, cuánta capacidad de consumo tienes y así sin
darte cuenta ya se habrán metido en tus fondos bancarios…, hmm, tengo que
buscar una forma de saber quién es y si es real o un espejismo de
manipulación».
Mirándose al
espejo, pensaba «Dios, cómo me ha crecido la barba… y mi pelo se está cayendo,
tendré que cortarlo un poco, observaba sus manos resecas y un tanto
entorpecidas por lo mismo, estaba tenso, sentía frío se paraba de su
escritorio, tomaba un libro, se sentaba en su cama y trataba de ocupar su mente
en la lectura, solo podía tocar el violín a ciertas horas del día, generalmente
en las madrugadas, pues su guarida se encontraba en un pueblo pesquero donde
hombres y mujeres salían muy temprano a trabajar y los encargados del resguardo
público comenzaban sus rondas al faltar unas horas para que el sol se guardara.
Hijo de una mujer tibetana,
a la que no había vuelto a ver desde los siete años de edad, cuando lo habían
dejado en el monasterio de Ganden, a cuarenta kilómetros de Lhasa.
Ahí desarrolló su
amor por la música y por la ciencia. Cuando cumplió la mayoría de edad, fue
enviado a América con la misión de perfeccionarse y entregar sus conocimientos con
la noble misión de evitar la deshumanización en cualquier ámbito en que se
encontrara, fue así como, luego de titularse de médico cirujano, lo invitaron a
trabajar en un gran proyecto de inseminación artificial, que ayudaría a miles
de personas con dificultad para procrear, lo único malo es que de a poco y sin
darse cuenta, los objetivos se fueron desvirtuando y adquirieron otros fines.
―Solo nos falta la
autorización del ministerio de salud y podremos proceder con la investigación y
así llevar a cabo el proyecto de la reproducción en serie sin necesidad de
depender de la pareja hombre-mujer, ni tampoco de la familia que, en el fondo,
solo encarecen el sistema.
―¿Quieres
concretar las profecías de Huxley? No estoy tan seguro de querer hacerlo, ¿por
qué intervenir en un proceso que es exclusivamente humano y fruto del amor? No
sé si te suena esa palabra. Además, el objetivo era ayudar a personas que no
pudieran concebir, no el evitar que lo hicieran en forma natural y espontánea.
―Años atrás tenía
mucho sentido para mí, pero desde que mi familia fue torturada y asesinada por
agentes del gobierno que buscaban información acerca de mi paradero porque,
aunque te resulte paradójico, tenía los mismos buenos sentimientos que tú y no
quise ser partícipe de los proyectos de inseminación artificial en ese
entonces, tengo la convicción que mientras más deshumanizados estemos, mejor y
más productivo será nuestro pasar por la vida.
―Es lamentable lo
que te ocurrió, ¡claro que sí!, pero ahora estás del lado de ellos, no lo puedo
entender, ¿qué te sucedió?, ¿qué te hicieron?, habíamos jurado proteger a la
humanidad de cualquier resonancia de maldad e intento de deshumanización… lo
siento, no cuentes conmigo, aunque no le he dado tiempo al amor y a la
felicidad de compartir, espero hacerlo algún día.
―¡Hey!, detente,
no puedes abandonar el proyecto, hay una parte importante que solo tú sabes
llevar a cabo, si te retiras tendré que dar aviso a las autoridades y…
―¿Y?, perdón, ¿te
has convertido en un torturador?, ¿la misma calaña de aquellos que asesinaron a
tu familia?, ¿qué está pasando contigo?, ¿estás loco? ―Perturbado e irritado,
toma su chaqueta y algunos documentos y sale del laboratorio dejando la puerta
abierta.
«¡Diablos! ¡Qué
desgracia! No quisiera encontrármelo nunca más en mi vida, todavía hay personas
que sentimos, que amamos, que queremos despertar a los demás de este letargo en
que viven y que permite que otros estén jugando con sus vidas, reprogramando
sus cerebros, mientras los mantienen entretenidos e intoxicados con voladores
de luces en aquellas plataformas virtuales que manejan sus pensamientos,
quitándoles tiempo para la reflexión a partir de extenuantes jornadas de
trabajo donde vuelcan toda su energía y se convierten en seres inermes,
desposeídos de sueños y sentido, productores y consumidores voraces de esclavitud
y apegos que cuando requieren descargar sus frustraciones e infelicidad se
vuelcan en la inconsciencia apagando sus sentidos con más apegos y esclavitud, no
obstante, los que nos damos cuenta podemos esquivar la mayoría de las trampas
sociales, aún así, me veo involucrado, la comunicación está intervenida, tus
acciones son leídas, tus pensamientos predeterminados, es imposible mantenerse
al margen… hmmm, debo poner cuidado con
no dar preferencia a nada de lo que aparezca en la pantalla y, por supuesto,
obviar cualquier tentación de detenerme más del tiempo necesario. Hay celadores
conectados y expectantes a toda posibilidad de información y no es buena idea
exponerme a que me encuentren, pese a ello, debo adherir de alguna forma,
necesito encontrar a mi maestro, necesito su luz, en algún minuto me escuchará
en pantalla y sabrá que lo estoy buscando, todos los años de estoica
preparación en mi amado Tibet, resurgen hoy con fuerza… Aquella mujer, sus
ojos, su mirada, ella no pertenece al mundo de los dormidos, lo que escribe, lo
que lee, lo que toca, sí, lo que toca, además, hay algo en ella que me cautiva,
algo que no puedo describir con palabras».
Claudette se
preparaba para una de sus clases de piano, pero no pudo contener las ganas de
revisar sus mensajes en aquella plataforma que cumplía, además, las veces de
correo virtual.
Escribió en
respuesta a la flor dejada con anterioridad:
―¿Quién eres? Me gustaría saber tu nombre,
¿podemos hablar en algún momento?
Miró con esperanza
aquella galantería y su imaginación la hizo ruborizarse de la emoción que
estaba sintiendo al poder contactar con aquel hombre reservado y seductor.
Esperó un momento
y, luego, tomó la conexión con su profesor, tratando de dominar sus ansias de
estar al pendiente.
Los días transcurrían,
la dosis de soma recibida tras haber conectado con el violinista estaba a punto
de caducar y comenzaba a creer que sus suposiciones tenían asidero, así que
continuaba siendo feliz, pero no extremadamente.
Se paseaba por su
casa chequeando todo lo pendiente para no colapsar con la cantidad de
actividades que desencadenaban sus propósitos de vida, no podía soltar de sus
pensamientos el mensaje que no había recibido por lo que su atención anduvo
dispersa varios días, de pronto, sintió como un chasquido en su computadora que
le notificaba sobre los nuevos videos musicales de aquellos que consideraba sus
favoritos, se volvió para comprobar y una elegante figura desplegaba con pasión
en su violín una de las melodías más preciadas de Claudette, El invierno,
de Vivaldi. Si esta melodía le inspiraba sobredosis de endorfinas, oírla
interpretada por él hacía que su cerebro segregara más y más hormonas de la
felicidad. Sabía que era una grabación, pero intuía que estaba dedicada a ella.
La forma de sostener el violín era tan delicada, su mirada era tranquila,
taciturna, profunda…
«…Es fácil darse
cuenta de mis gustos musicales, he publicado algunas obras que los hace
entrever, pero debo crear una estrategia para saber que él es real y no un
celador que pretende robar información. Sé que las energías se pueden
transferir a través de las pantallas, hay muchos estudiosos realizando
decodificaciones biológicas en línea y otros trabajando con registros akáshicos,
aquellos que nos ayudan a leer nuestras almas a partir de la información que
guardamos en ella durante todas nuestras vidas, por lo tanto, sí puedo sentir
sus energías y saber si él pertenece al mundo de los conscientes a través de
algunas preguntas sobre literatura y espiritualidad, si no lo fuera, me
respondería en forma técnica y algorítmica, sí, eso es».
En las mañanas
salía a recorrer los bosques y playas de la región austral, le gustaba sentir
el poder y la fuerza ancestral de aquellas tierras, penetrar los bosques era
para él como acudir a una cita con el infinito proyectado en la tierra, así
como mirar la inmensidad de un cielo estrellado alejado de toda urbanidad le
producía un respeto enorme. Recordando su niñez caminaba meditabundo, la imagen
de su madre aparecía en forma difusa para luego precisarla en unos grandes y
expresivos ojos color miel, su diminuta y grácil figura era escurridiza y de
una energía muy sutil que iluminaba cada rincón por donde pasaba. En las frías
noches de invierno junto a un brasero que lograba entibiar la rústica cabaña en
que vivían, tomaba un violín y le dedicaba una amorosa melodía, cuando estuvo
listo, ella le enseñó a tocarlo, desde ese momento su vida cobró el mayor de
los sentidos convirtiéndose aquel instrumento en el timón de su vida.
«Ser o no ser, ése
es el dilema. ¿Qué es mejor para el alma, soportar los golpes y castigos de la
Fortuna, o enfrentarse contra un mar de dificultades y así darles fin? Morir,
dormir… nada más; ¿y decir que con un sueño dimos fin a las aflicciones del
corazón, a los miles de males naturales que nuestra condición nos ha dado por
herencia? Esta es una consumación que deseamos devotamente. Morir, dormir… Dormir,
tal vez soñar».
Shakespeare
siempre tan certero, sensible y a la vez agudo, si tan solo pudiera comentar
con alguien su gran obra y reflexionar sobre la grandeza humana de sus
personajes sobrellevados por la miseria y pequeñez de sus adversarios a tal
punto que muchos buscaron en la muerte la salida a tales congojas. ¿Será ella
un espejismo de mi mente?, ¿cómo saberlo? Supondré que no pertenece al mundo de
los dormidos y que, al igual que yo, solo utiliza las redes sociales para
comunicarse y no para acelerar la producción de serotonina y endorfinas,
pero de una forma absolutamente falsa y perecedera… tal cual como lo describía
Huxley a través del soma que llenaba de gozo a personas a las que se les
había quitado el albedrío y las posibilidades de sentir aún antes de nacer… y ¿cuál es la diferencia con lo que está ocurriendo ahora?, ¿no venimos a este
mundo ya determinados?
―Hoy, a las siete…
¿estás de acuerdo? No dispongo de mucho tiempo, pero quiero conocerte, te
hablaré por acá, te haré una llamada con visualizador, ¡nos vemos!
Ella salía del
cuarto de baño, el agua de su cabello recorría sus hombros y espalda, la toalla
de un albo exquisito ceñía su delicada cintura para caer en dos pendientes
certeras a la altura de sus caderas, sus rosados pies corrieron hacia el
computador al escuchar la campanilla del mensaje y ¡Oh, cielos! su cuerpo
comenzó a temblar, solo faltaban treinta minutos para la hora señalada.
«¡Qué viejo me
veo, esta barba no me favorece, ¿qué le puedo decir?, ¿qué me gusta?, ¿qué
quiero conocerla?, ¿qué quiero tocar para ella? Oh, qué ridículo me siento,
pero no encuentro manera de acercarme si no de esta forma, la vida nos está
enseñando a querer desde lejos, a sentir a kilómetros de distancia, a penetrar
en las energías del otro de una forma sutil y acompasada, de a poco, despacio…
como la música, como la vida, como el amor.»
Había llegado la
hora, suena la llamada, sus corazones estallan, sus torrentes sanguíneos están
en llamas, se enfrentan, una delicada sensación de visitar el cielo los cubre y
una sonrisa inunda sus rostros, si es que se puede describir con palabras tal
gozo de alteraciones orgánicas. Si había alguna duda sobre las energías y
vibraciones del otro, ya no era tema. Tal encuentro era un baile, una fiesta
que se manifestaba en la agitación de sus células y sobre todo de su corazón.
―¿Cómo estás?
―dijo el violinista con la voz segura y un esbozo de coqueta sonrisa.
―Bien, bien,
esperaba este momento. ¿Quién eres?, bueno, quien quiera que seas, me hace muy
feliz conocerte.
―No tengo mucho
tiempo para estar conectado, tengo enemigos que quieren saber dónde me
encuentro, pero quiero que sepas que desde el primer momento en que te vi me
cautivó tu dulzura. Eres energía, pasión y bondad, solo Shakespeare podría
encontrar las palabras exactas, el amor es magia y no quiero mancharlo con
vagas especulaciones, todo llegará en su momento, solo espera el tiempo divino
de nuestro encuentro y podremos conocernos.
No terminó de decir la última palabra y la conexión se esfumó, no podía darle chance a sus perseguidores para que lo rastrearan, por lo que tuvo que suspender la conexión.
―Pero… cómo… cuándo…
por qué…
Apenas rozaba la
felicidad y esta se diluía en la nada, Claudette no entendía, su curiosidad
estallaba en mil preguntas, pero algo le quedaba claro, era real, lo sintió en
lo más profundo de su ser, su mirada la colmó de una dorada locura de amor y
felicidad, sus células cantaban, su alma danzaba, ¡qué maravillosa sensación!
Era tarde y las
calles del puerto estaban silenciosas y oscuras, el violinista se durmió con
una sonrisa en los labios, vio aparecer por la puerta una figura llena de luz
con un atuendo color naranjo, la dulzura de su rostro y la paz de su semblante
eran inconfundibles.
―¡Maestro! ¿Eres
tú?
―Descansa, pequeño
Rigzin, todo está bien, has actuado con rectitud. Mañana saldrás antes de la
primera luz del alba, el enemigo está al acecho y ya sabe dónde encontrarte, te
espero en mi hogar que también es el tuyo. Ya tendrás tiempo de conocer a
aquella que ha encandilado tu alma, todo a su tiempo, cuando el mar se calme y
el tiempo, que es divino, nos avise de esto.
Su descanso fue un regalo del cielo, Rigzin cumplió el mandato y se dirigió al Tibet, no sin antes enviarle una hermosa flor de loto a Claudette y algunos versos de aquel que todo entendía del amor:
«El fulgor de su rostro empañaría
la luz de las estrellas, como el sol
apaga las
antorchas. Si sus ojos
viajaran por el
cielo brillarían
haciendo que los
pájaros cantaran
como si fuera el
día y la noche.
¡Ved como su
mejilla está en su mano!
¡Ay, si yo fuera
el guante de esa mano
y pudiera tocar esa mejilla!».
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