Constanza Aimola
Vivir para esta psiquiatra se había vuelto
insoportable. Adriana trabajó sin parar durante quince años, no tomó
vacaciones, se alejó de sus amigos, terminó con su novio y no volvió a tener
pareja. Se internó totalmente en su trabajo, lo que hizo que se acreditara como
una gran profesional, escribió libros, hizo varias publicaciones en revistas y
páginas web de psiquiatría, también acumuló dinero.
En la universidad fue imposible que lograra trabajar
en la autoreferencia, que es lo que les permite a los profesionales de la salud
mental no involucrarse con los problemas que sufren sus pacientes, básicamente
por su carácter. Sus profesores varias veces, especialmente mientras cursaba
las prácticas del área clínica, le recomendaron que se dedicara a ejercer algún
rol que no tuviera que ver con el contacto directo con los pacientes, ya que
salía afectada después de las intervenciones, incluso lloraba varios días,
discutía con amigos o su pareja como si ellos tuvieran la culpa de las acciones
de sus pacientes y su vida personal y amorosa se volvía un caos.
Contra todas las recomendaciones y predicciones y
después de haber tratado de mantenerse en algunos trabajos diferentes a la
intervención clínica, se inició en un consultorio personal que instaló, en una
ciudad diferente a la que creció y estudió. Preparó todo como siempre lo había
soñado, colgó su nombre en la puerta, Adriana Contreras y empezó a atender
pacientes con un éxito que se mantuvo en ascenso.
Utilizaba una técnica que llamaba interacción
cotidiana del yo, que consistía en involucrarse en la vida de sus pacientes y
hacer intervención directa involucrándose de lleno en sus vidas, ocupando un
papel importante en la historia que estaban viviendo, esto hacía que los casos
se resolvieran más rápido de lo normal, sin embargo, hizo que se afectara poco
a poco y su psique fuera tomando algunos aspectos de las problemáticas de sus
pacientes, hasta llegar al punto de padecer de múltiples trastornos.
Sufría de depresión, constantes miedos e
inseguridades, tal como Óscar uno de sus pacientes, desarrolló síntomas
obsesivo-compulsivos. Estaba excesivamente preocupada por las reglas, el orden
y por mantener el control. Aunque era exitosa en su profesión y cuando tenía
contacto social no podía pasar desapercibida, siempre terminaba deshaciendo sus
relaciones, ya que no soportaba que alguien interfiriera en sus conductas
rígidas o quisiera ponerse en su lugar. Esto no era algo que pudiera expresar
abiertamente, por lo que se dedicaba a hacerle la vida imposible a los otros
sin dejar de mostrar una cara amable y como los demás podían o no interpretar
adecuadamente estos actos como señales para mostrar su inconformidad o lo que
quería que cambiaran, con frecuencia sufría fuertes ataques de ansiedad
acompañados de un sentimiento profundo de frustración.
Tenía problemas para expresar lo que sentía, por lo
cual empezó a desatar una furia interior que se transformó en un trastorno
similar al de Sandra, una mujer de casi cuarenta años, encantadora y
manipuladora, que con frecuencia adulaba a las personas con las que se
relacionaba quienes, por generar empatía con ella, lograban pasar los errores
que cometía, incluso la ley la perdonaba cuando quebrantaba las normas, ya que
no era una mujer que igual que su psiquiatra tuviera el prototipo de un
antisocial.
Mentir, robar como entretenimiento, pelear, consumir
drogas y más aún tener estas conductas sin remordimiento, fueron algunas de las
acciones de las que se apropió mientras realizaba intervenciones vivenciales
con Sandra. Con la disculpa de que así podría entender a la paciente y la
terapia tener un mejor efecto, se hizo su amiga, se trasladó a vivir a su casa
y dejó salir su lado oscuro, imitando los más aberrantes comportamientos de su
paciente, lo que nadie podría creer debido a que no se veía físicamente como
una persona antisocial.
Era difícil salir de cada caso, sin embargo, lo que
la arrojaba fuera de estos, era su incapacidad de ser la protagonista, igual
que una voz que zumbaba en su cabeza desde niña, que la invitaba a tomar el
camino correcto, por lo que una vez inmersa en la dinámica de cada paciente,
les mostraba lo nocivo que era y alternativas que podrían sacarlos de allí y
continuaba su camino a por otro caso.
Aceptó
un caso que le remitió un viejo paciente que no frecuentaba hace un tiempo, era
Ximena, una mujer atractiva y seductora, que se preocupaba en exceso por su
apariencia física, era tan encantadora que terminó haciéndole probar su lado
lésbico. Fue inevitable desearla cuando olía su perfume, veía sus piernas
metidas en unas finas medias de seda color piel y cuando las movía lentamente
cruzadas una sobre la otra. Tenía una voz algo ronca y siempre con tono bajo,
lo que hacía que Adriana pusiera toda su atención para captar lo que decía.
Digamos
que babeaba mentalmente con su forma de contar historias, le narraba con
detalle lo difícil que era la adicción al sexo, aunque pareciera que lo disfrutaba.
El consultorio se convertía en un cálido confesionario de luz tenue cada vez
que Ximena asistía a terapia y desde que veía agendada la cita en su calendario
le sudaban las manos y palpitaba muy rápido su corazón.
Después
de algo más de seis sesiones no lo pudo evitar más y se aproximó tanto que se
besaron. Ese día todo fue confuso, había pensado en sentarse detrás del
escritorio para poner una barrera entre ella y Ximena, subir las luces y así,
hacer cosas que le recordaran durante la sesión que debía guardar la cordura,
sin embargo, terminó haciendo todo lo contrario, estaba realmente impactada por
esta mujer, en cambio de hacer esto y a medida que continuaba con la sesión
empezó a bajar las luces, prender una vela, ofrecerle un café, luego un vino,
morirse de risa junto con ella y sentarse a su lado sobre un cómodo diván.
Durante
el beso varias cosas pasaban por su cabeza, lo disfrutaba más que nunca, tenía
miedo, sabía que cometía un error, se justificaba a ella misma diciéndose que
era parte consciente de la terapia, que tenía que hacerlo, que no quería, en
fin, una pelea entre lo que debería y quería hacer.
Finalmente,
Ximena se puso en pie, le dio una vuelta a su cuello y se lo tomó con ambas
manos, luego se acomodó el sostén y puso una mano entre su blusa para frotarse
el hombro como si le doliera. Se quedó mirándola fijamente, se tomó sin parar
lo que le quedaba de vino y le dijo que se verían la próxima semana para la
siguiente sesión.
En
este momento como siempre acostumbraba en su vida, había tomado el control.
Ella ponía las reglas, era Ximena quién decidía cuándo empezaba y cuándo
terminaba la terapia, le escribía, la llamaba, la citaba y plantaba, se apropió
de su vida, gustos, la frecuentaba cuando quería, la tenía dispuesta siempre
para tener sexo y se marchaba muchas veces sin despedirse cuando lo creía
conveniente.
Con
frecuencia Adriana revisaba sus notas e intentaba ya visiblemente cambiada, con
los nervios alterados, volver a ocupar su rol de terapeuta e intentar ponerse fuera
de la relación que la estaba consumiendo para sentir que tomaba el control,
aunque sabía que no podría, que ya era tarde, que esta vez realmente se había
enamorado.
Una
tarde Ximena la citó en su apartamento, estaba ebria, parecía que había estado
bebiendo toda la tarde ya que había varias botellas de vino de diferentes
clases en varios lugares de la casa. Tenía puesta una bata de seda color crema,
casi completamente abierta que dejaba ver que no tenía ropa interior. Olía a
cigarrillo y había dos puestos de platos sobre la mesa con restos de pasta y
salsa roja.
Estaba
algo diferente, casi no sonreía y no dejó que la besara al saludarla. Le dijo
que tenía que dejarla, estaba en medio de una negociación y debía hacer todo lo
posible para que un mafioso creyera que era su novia y debido a que era muy
analítico y celoso no podía ver que la estaba frecuentando. Tenía que impostar
una vida totalmente distinta que no incluía citas para tener terapia, así que
tampoco seguiría con las sesiones.
Diciendo
estas palabras la tomó suavemente del brazo y caminando la llevó hacia la
puerta. Le dijo que nunca la olvidaría porque se había divertido mucho a su
lado y cuando Adriana se disponía a pedir explicación y antes de que girara
cerró la puerta.
Adriana
enloqueció, golpeó la puerta hasta cansarse, las esquinas de su puño estaban
sangrando, gritó y lloró hasta que le dolió la garganta y aun así Ximena nunca
le abrió. Cuando llegó a su casa siguió llorando por varios días y no podía
dejar de oler las sábanas, el pijama que dejó en la canasta de la ropa sucia la
última vez, empezó a usar el cepillo de dientes que le había comprado para que
utilizara cuando se quedara en su casa, en fin, estaba enloqueciendo solo con
su recuerdo.
Pasaron
varios días y finalmente volvió al consultorio, le pidió a su secretaria que le
agendara citas, pagó las facturas pendientes, empezó a comer a horas y retomar
los pacientes.
Siendo
las cuatro de la tarde de un miércoles del mes de septiembre, revisó sus
pendientes y vio que le programaron una cita a las seis de ese mismo día, que
era la última hora que tenía dispuesta para ver pacientes. Leonardo
D´impostano, le causó intriga y le atrajo el nombre, lo buscó en internet y el
hombre que encontró era un prestigioso empresario de padres italianos que se
dedicaba a la industria de la confección de ropa y accesorios en cuero. Era el
gerente de una sólida empresa familiar en Chile desde hacía cincuenta años.
Llegó
puntual a la sesión con un séquito de guardaespaldas. Era alto y robusto, con
el pelo muy negro y de apariencia mojado peinado hacia atrás. Vestía
completamente de negro, chaqueta de cuero, camisa de seda y pantalón de paño.
Los zapatos brillaban y lucían impecables, durante un largo rato y aún sentado,
permaneció con las manos dentro de los bolsillos del pantalón. Apestaba a
loción de la que se aplican los hombres después de afeitarse la barba y tenía
una horrenda costumbre de hacer sonar su boca mientras chupaba su colmillo derecho.
Adriana
sabía que su cara no disimulaba la incomodidad y el asco, este hombre estaba
lejos de ser una persona agradable. Iba porque quería terapia de pareja y le
contó algunas cosas que no eran relevantes y le daba vuelta y esquivaba las
preguntas que le hacía Adriana.
Leonardo
terminó una breve conversación de veinte minutos en lugar de una hora que se
demoraba esta primera cita usualmente diciéndole que podía rechazar el caso, ya
que sabía que era una persona complicada, pero que si accedía a tratarlo iba a
tener siempre un reconocimiento y su respeto, mientras pronunciaba las últimas
palabras le tiró un fajo de billetes sobre el escritorio, abrió la puerta, le
hizo un gesto con la boca a uno de los guardaespaldas y se retiró sin voltear.
Algo
atemorizada y todavía con miles de preguntas en la cabeza, Adriana repasaba lo
que había escrito, revisaba información en internet y pensaba en que se metería
en evidente problema cuando decidiera ser la terapeuta de este hombre que más
tenía cara de mafioso y matón que de empresario.
Esa
noche no logró conciliar el sueño, le pidió a Dios que la iluminara, consultó
varios temas en línea y revisó la biografía de algunos colegas que habían sido
los médicos de la mafia, bueno de los que había historia y que al parecer
fueron los que aceptaron trabajar como terapeutas, no había evidencia de alguien
que se hubiese negado y sentía que su vida estaría en peligro si tenía la
osadía de rechazarlo.
Al
finalizar la semana decidió ir al cine y saliendo a eso de las nueve de la
noche una camioneta la interceptó y cuando se abrió la puerta estaba Leonardo acompañado
de una mujer que hablaba por celular volteada hacia la ventana. Le guiñó el ojo
y sonrió de lado como pidiéndole que subiera, Adriana lo hizo. Era muy bajita y
delgada y cuando Leonardo la ayudó a subir sintió que la elevaba hasta el
interior de la camioneta. Le preguntó acerca de la fecha en que empezarían a
trabajar y cuando nerviosamente le contestó que le parecía bien desde el otro
día y cada lunes de las semanas que venían, se giró la mujer que terminó la
llamada y era Ximena. Se la presentó y Ximena sonrió y le dio la mano, ninguna
de las dos dijo algo.
Bajó
de la camioneta y todavía se sentía desorientada, no sabía que había pasado,
tal vez era coincidencia o quizá se lo había sugerido Ximena. Estaba muy
confundida y sabía que nuevamente pertenecía a la vida de esa mujer que tanto
la hizo sufrir, pero también que tal vez realmente la quería y que esta era una
estrategia para volver a estar a su lado.
Las
emociones se confundían, no podía dejar de asustarse, pero también moría de
pánico porque no sabía lo que Ximena planeaba y cuál sería el desenlace de esta
historia.
Dicen
que la sensación de la incertidumbre es la peor y Adriana lo vivía
intensamente, hasta que llegó el día. Se vistió con una blusa color palo de
rosa con los botones ligeramente abiertos y una falda negra en tubo con una
abertura al lado que dejaba ver sus muslos cuando cruzaba la pierna. En esta
ocasión tampoco se sentó detrás del escritorio se sentó en una cómoda poltrona
confortable de dos brazos en la que se sentía segura, se puso las gafas y se
dispuso a escuchar. Ximena hablaba tan confiada y tranquila como siempre con un
vestido rojo cereza y la boca pintada del mismo color, narraba su opinión
acerca de la historia, le tomaba la mano y acariciaba el cuello de Leonardo y
le coqueteaba descaradamente.
Después
de un rato de escuchar el motivo de consulta hizo un par de preguntas de rigor
y les pidió que pensaran la respuesta hasta el siguiente encuentro. Se levantó,
caminó hasta detrás del escritorio, se sirvió un vaso de agua y se puso a mirar
por la ventana sin voltear. A Ximena y Leonardo no les quedó más que levantarse
y salir, no sin antes dejar el dinero en efectivo de la consulta. Adriana no
respondió las palabras de despedida.
La
pareja asistió a consulta el lunes de cada semana, en total doce sesiones y
luego sin más y cuando Adriana pensaba que estaban teniendo avances, dejaron de
asistir. Dentro del código terapéutico es improbable que se tenga contacto con
los pacientes para preguntar la razón de que no agenden más citas o las
incumplan, por lo que no lo hizo, simplemente siguió con su vida, aunque
pensaba a Ximena seguido y le hacía falta, aunque fuera para hablar de la vida
de fachada que en su concepto estaba llevando con Leonardo.
Una
noche, después de varios meses, Ximena llegó bastante alterada y golpeada, con
la cara ensangrentada al apartamento de Adriana. Cuando abrió la puerta le
costó reconocerla con gafas negras y el pelo teñido de oscuro. Estaba muy
delgada y entre sollozos le pidió que le permitiera entrar.
Le
contó que había tenido algo que ver con uno de los guardaespaldas de Leonardo
quien la encontró en la cama de un hotel cuando pensaba que se había ido a
Milán a negociar unos insumos para la fábrica. Ella había logrado escapar
escondiéndose y hablando con un grupo de hombres que estaba en el recibidor del
hotel, después de que mató al guardaespaldas frente a ella estaba aterrada y la
adrenalina le permitió correr entre callejones sin parar. Logró perderlo, pero
tenía muchos contactos, ojos en todas partes como él solía asegurar, así que la
encontró y la torturó por varias horas, le dijo que por infiel pagaría muriendo
poco a poco y mientras decía esto los demás hombres que trabajaban para él le
dispararon, todos se unieron y lo traicionaron después de que se enteraron que
mató a su amigo. Al unísono dispararon sus armas acribillándolo y le
permitieron escapar. La casa de Adriana era el único lugar al que podía acudir,
después de matar a estas personas seguro los de más arriba y todos los matones
que tenía varios países del mundo la estarían persiguiendo, ya que era la única
persona adicional a este cerrado grupo de esta reunión. Su historia era tan
creíble, que Adriana la curó, la dejó vivir en su casa, hicieron planes,
siguieron viviendo juntas y se hicieron pareja sin miedo a lo que todo el mundo
pensara.
Ya
había pasado algo más de un año y era navidad, Adriana anunció su visita a casa
de los padres en la que creció en España, estando allí de sorpresa presentó a
Ximena, todos felices la recibieron y tomaron bien la noticia de que eran
pareja. Las cosas marchaban perfecto hasta que llegó su hermana Ema a quien no
veía hacía varios años, habían tenido una discusión que las mantenía separadas,
ahora Ema tenía una familia, dos hijos y había madurado lo suficiente como para
saludar a su hermana, darle un gran abrazo y hacer como si nada hubiera
sucedido.
Ema
se quitó el saco, puso su cartera en una silla, hizo lo mismo con los niños y
finalmente se giró sonriendo y hablando con una copa en la mano y Adriana le
presentó a Ximena. Cuando la vio tiró la copa y quedó muda. Ximena se anticipó
y se presentó, le dio la mano mientras la de Ema permanecía fría y floja. Le
repitió varias veces que era un accidente y que no pasaba nada y le ayudó a
recoger los vidrios de la copa y a limpiar con una servilleta.
Ema
le pidió a Adriana que la ayudara a limpiar su blusa que se manchó de vino y
estando en el baño cerró con seguro la puerta y muy angustiada, pálida y
llorando le dijo que esa mujer no se llamaba Ximena, su nombre era Janina
Nowak, no era chilena sino polaca y que era una loca que hace más de diez años
la había enamorado, robado y abandonado. Después de algunos años se enteró que
había estado en la cárcel por trabajar con la mafia italiana, que era peligrosa
y que tenía varias identidades. También le contó que hacía dos meses su esposo
le había mostrado un periódico en donde la buscaban, le preguntó si esa era su
amiga y ella la identificó, la estaban buscando en Milán por pertenecer a un
cartel y haber matado a su novio, un prestigioso empresario del cuero en Chile.
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