viernes, 30 de octubre de 2020

Seducción

Constanza Aimola


Vivir para esta psiquiatra se había vuelto insoportable. Adriana trabajó sin parar durante quince años, no tomó vacaciones, se alejó de sus amigos, terminó con su novio y no volvió a tener pareja. Se internó totalmente en su trabajo, lo que hizo que se acreditara como una gran profesional, escribió libros, hizo varias publicaciones en revistas y páginas web de psiquiatría, también acumuló dinero.

En la universidad fue imposible que lograra trabajar en la autoreferencia, que es lo que les permite a los profesionales de la salud mental no involucrarse con los problemas que sufren sus pacientes, básicamente por su carácter. Sus profesores varias veces, especialmente mientras cursaba las prácticas del área clínica, le recomendaron que se dedicara a ejercer algún rol que no tuviera que ver con el contacto directo con los pacientes, ya que salía afectada después de las intervenciones, incluso lloraba varios días, discutía con amigos o su pareja como si ellos tuvieran la culpa de las acciones de sus pacientes y su vida personal y amorosa se volvía un caos.

Contra todas las recomendaciones y predicciones y después de haber tratado de mantenerse en algunos trabajos diferentes a la intervención clínica, se inició en un consultorio personal que instaló, en una ciudad diferente a la que creció y estudió. Preparó todo como siempre lo había soñado, colgó su nombre en la puerta, Adriana Contreras y empezó a atender pacientes con un éxito que se mantuvo en ascenso.

Utilizaba una técnica que llamaba interacción cotidiana del yo, que consistía en involucrarse en la vida de sus pacientes y hacer intervención directa involucrándose de lleno en sus vidas, ocupando un papel importante en la historia que estaban viviendo, esto hacía que los casos se resolvieran más rápido de lo normal, sin embargo, hizo que se afectara poco a poco y su psique fuera tomando algunos aspectos de las problemáticas de sus pacientes, hasta llegar al punto de padecer de múltiples trastornos.

Sufría de depresión, constantes miedos e inseguridades, tal como Óscar uno de sus pacientes, desarrolló síntomas obsesivo-compulsivos. Estaba excesivamente preocupada por las reglas, el orden y por mantener el control. Aunque era exitosa en su profesión y cuando tenía contacto social no podía pasar desapercibida, siempre terminaba deshaciendo sus relaciones, ya que no soportaba que alguien interfiriera en sus conductas rígidas o quisiera ponerse en su lugar. Esto no era algo que pudiera expresar abiertamente, por lo que se dedicaba a hacerle la vida imposible a los otros sin dejar de mostrar una cara amable y como los demás podían o no interpretar adecuadamente estos actos como señales para mostrar su inconformidad o lo que quería que cambiaran, con frecuencia sufría fuertes ataques de ansiedad acompañados de un sentimiento profundo de frustración.

Tenía problemas para expresar lo que sentía, por lo cual empezó a desatar una furia interior que se transformó en un trastorno similar al de Sandra, una mujer de casi cuarenta años, encantadora y manipuladora, que con frecuencia adulaba a las personas con las que se relacionaba quienes, por generar empatía con ella, lograban pasar los errores que cometía, incluso la ley la perdonaba cuando quebrantaba las normas, ya que no era una mujer que igual que su psiquiatra tuviera el prototipo de un antisocial.

Mentir, robar como entretenimiento, pelear, consumir drogas y más aún tener estas conductas sin remordimiento, fueron algunas de las acciones de las que se apropió mientras realizaba intervenciones vivenciales con Sandra. Con la disculpa de que así podría entender a la paciente y la terapia tener un mejor efecto, se hizo su amiga, se trasladó a vivir a su casa y dejó salir su lado oscuro, imitando los más aberrantes comportamientos de su paciente, lo que nadie podría creer debido a que no se veía físicamente como una persona antisocial.

Era difícil salir de cada caso, sin embargo, lo que la arrojaba fuera de estos, era su incapacidad de ser la protagonista, igual que una voz que zumbaba en su cabeza desde niña, que la invitaba a tomar el camino correcto, por lo que una vez inmersa en la dinámica de cada paciente, les mostraba lo nocivo que era y alternativas que podrían sacarlos de allí y continuaba su camino a por otro caso.

Aceptó un caso que le remitió un viejo paciente que no frecuentaba hace un tiempo, era Ximena, una mujer atractiva y seductora, que se preocupaba en exceso por su apariencia física, era tan encantadora que terminó haciéndole probar su lado lésbico. Fue inevitable desearla cuando olía su perfume, veía sus piernas metidas en unas finas medias de seda color piel y cuando las movía lentamente cruzadas una sobre la otra. Tenía una voz algo ronca y siempre con tono bajo, lo que hacía que Adriana pusiera toda su atención para captar lo que decía.

Digamos que babeaba mentalmente con su forma de contar historias, le narraba con detalle lo difícil que era la adicción al sexo, aunque pareciera que lo disfrutaba. El consultorio se convertía en un cálido confesionario de luz tenue cada vez que Ximena asistía a terapia y desde que veía agendada la cita en su calendario le sudaban las manos y palpitaba muy rápido su corazón.

Después de algo más de seis sesiones no lo pudo evitar más y se aproximó tanto que se besaron. Ese día todo fue confuso, había pensado en sentarse detrás del escritorio para poner una barrera entre ella y Ximena, subir las luces y así, hacer cosas que le recordaran durante la sesión que debía guardar la cordura, sin embargo, terminó haciendo todo lo contrario, estaba realmente impactada por esta mujer, en cambio de hacer esto y a medida que continuaba con la sesión empezó a bajar las luces, prender una vela, ofrecerle un café, luego un vino, morirse de risa junto con ella y sentarse a su lado sobre un cómodo diván.

Durante el beso varias cosas pasaban por su cabeza, lo disfrutaba más que nunca, tenía miedo, sabía que cometía un error, se justificaba a ella misma diciéndose que era parte consciente de la terapia, que tenía que hacerlo, que no quería, en fin, una pelea entre lo que debería y quería hacer.

Finalmente, Ximena se puso en pie, le dio una vuelta a su cuello y se lo tomó con ambas manos, luego se acomodó el sostén y puso una mano entre su blusa para frotarse el hombro como si le doliera. Se quedó mirándola fijamente, se tomó sin parar lo que le quedaba de vino y le dijo que se verían la próxima semana para la siguiente sesión.

En este momento como siempre acostumbraba en su vida, había tomado el control. Ella ponía las reglas, era Ximena quién decidía cuándo empezaba y cuándo terminaba la terapia, le escribía, la llamaba, la citaba y plantaba, se apropió de su vida, gustos, la frecuentaba cuando quería, la tenía dispuesta siempre para tener sexo y se marchaba muchas veces sin despedirse cuando lo creía conveniente.

Con frecuencia Adriana revisaba sus notas e intentaba ya visiblemente cambiada, con los nervios alterados, volver a ocupar su rol de terapeuta e intentar ponerse fuera de la relación que la estaba consumiendo para sentir que tomaba el control, aunque sabía que no podría, que ya era tarde, que esta vez realmente se había enamorado.

Una tarde Ximena la citó en su apartamento, estaba ebria, parecía que había estado bebiendo toda la tarde ya que había varias botellas de vino de diferentes clases en varios lugares de la casa. Tenía puesta una bata de seda color crema, casi completamente abierta que dejaba ver que no tenía ropa interior. Olía a cigarrillo y había dos puestos de platos sobre la mesa con restos de pasta y salsa roja.

Estaba algo diferente, casi no sonreía y no dejó que la besara al saludarla. Le dijo que tenía que dejarla, estaba en medio de una negociación y debía hacer todo lo posible para que un mafioso creyera que era su novia y debido a que era muy analítico y celoso no podía ver que la estaba frecuentando. Tenía que impostar una vida totalmente distinta que no incluía citas para tener terapia, así que tampoco seguiría con las sesiones.

Diciendo estas palabras la tomó suavemente del brazo y caminando la llevó hacia la puerta. Le dijo que nunca la olvidaría porque se había divertido mucho a su lado y cuando Adriana se disponía a pedir explicación y antes de que girara cerró la puerta.

Adriana enloqueció, golpeó la puerta hasta cansarse, las esquinas de su puño estaban sangrando, gritó y lloró hasta que le dolió la garganta y aun así Ximena nunca le abrió. Cuando llegó a su casa siguió llorando por varios días y no podía dejar de oler las sábanas, el pijama que dejó en la canasta de la ropa sucia la última vez, empezó a usar el cepillo de dientes que le había comprado para que utilizara cuando se quedara en su casa, en fin, estaba enloqueciendo solo con su recuerdo.

Pasaron varios días y finalmente volvió al consultorio, le pidió a su secretaria que le agendara citas, pagó las facturas pendientes, empezó a comer a horas y retomar los pacientes.

Siendo las cuatro de la tarde de un miércoles del mes de septiembre, revisó sus pendientes y vio que le programaron una cita a las seis de ese mismo día, que era la última hora que tenía dispuesta para ver pacientes. Leonardo D´impostano, le causó intriga y le atrajo el nombre, lo buscó en internet y el hombre que encontró era un prestigioso empresario de padres italianos que se dedicaba a la industria de la confección de ropa y accesorios en cuero. Era el gerente de una sólida empresa familiar en Chile desde hacía cincuenta años.

Llegó puntual a la sesión con un séquito de guardaespaldas. Era alto y robusto, con el pelo muy negro y de apariencia mojado peinado hacia atrás. Vestía completamente de negro, chaqueta de cuero, camisa de seda y pantalón de paño. Los zapatos brillaban y lucían impecables, durante un largo rato y aún sentado, permaneció con las manos dentro de los bolsillos del pantalón. Apestaba a loción de la que se aplican los hombres después de afeitarse la barba y tenía una horrenda costumbre de hacer sonar su boca mientras chupaba su colmillo derecho.

Adriana sabía que su cara no disimulaba la incomodidad y el asco, este hombre estaba lejos de ser una persona agradable. Iba porque quería terapia de pareja y le contó algunas cosas que no eran relevantes y le daba vuelta y esquivaba las preguntas que le hacía Adriana.

Leonardo terminó una breve conversación de veinte minutos en lugar de una hora que se demoraba esta primera cita usualmente diciéndole que podía rechazar el caso, ya que sabía que era una persona complicada, pero que si accedía a tratarlo iba a tener siempre un reconocimiento y su respeto, mientras pronunciaba las últimas palabras le tiró un fajo de billetes sobre el escritorio, abrió la puerta, le hizo un gesto con la boca a uno de los guardaespaldas y se retiró sin voltear.

Algo atemorizada y todavía con miles de preguntas en la cabeza, Adriana repasaba lo que había escrito, revisaba información en internet y pensaba en que se metería en evidente problema cuando decidiera ser la terapeuta de este hombre que más tenía cara de mafioso y matón que de empresario.

Esa noche no logró conciliar el sueño, le pidió a Dios que la iluminara, consultó varios temas en línea y revisó la biografía de algunos colegas que habían sido los médicos de la mafia, bueno de los que había historia y que al parecer fueron los que aceptaron trabajar como terapeutas, no había evidencia de alguien que se hubiese negado y sentía que su vida estaría en peligro si tenía la osadía de rechazarlo.

Al finalizar la semana decidió ir al cine y saliendo a eso de las nueve de la noche una camioneta la interceptó y cuando se abrió la puerta estaba Leonardo acompañado de una mujer que hablaba por celular volteada hacia la ventana. Le guiñó el ojo y sonrió de lado como pidiéndole que subiera, Adriana lo hizo. Era muy bajita y delgada y cuando Leonardo la ayudó a subir sintió que la elevaba hasta el interior de la camioneta. Le preguntó acerca de la fecha en que empezarían a trabajar y cuando nerviosamente le contestó que le parecía bien desde el otro día y cada lunes de las semanas que venían, se giró la mujer que terminó la llamada y era Ximena. Se la presentó y Ximena sonrió y le dio la mano, ninguna de las dos dijo algo.

Bajó de la camioneta y todavía se sentía desorientada, no sabía que había pasado, tal vez era coincidencia o quizá se lo había sugerido Ximena. Estaba muy confundida y sabía que nuevamente pertenecía a la vida de esa mujer que tanto la hizo sufrir, pero también que tal vez realmente la quería y que esta era una estrategia para volver a estar a su lado.

Las emociones se confundían, no podía dejar de asustarse, pero también moría de pánico porque no sabía lo que Ximena planeaba y cuál sería el desenlace de esta historia.

Dicen que la sensación de la incertidumbre es la peor y Adriana lo vivía intensamente, hasta que llegó el día. Se vistió con una blusa color palo de rosa con los botones ligeramente abiertos y una falda negra en tubo con una abertura al lado que dejaba ver sus muslos cuando cruzaba la pierna. En esta ocasión tampoco se sentó detrás del escritorio se sentó en una cómoda poltrona confortable de dos brazos en la que se sentía segura, se puso las gafas y se dispuso a escuchar. Ximena hablaba tan confiada y tranquila como siempre con un vestido rojo cereza y la boca pintada del mismo color, narraba su opinión acerca de la historia, le tomaba la mano y acariciaba el cuello de Leonardo y le coqueteaba descaradamente.

Después de un rato de escuchar el motivo de consulta hizo un par de preguntas de rigor y les pidió que pensaran la respuesta hasta el siguiente encuentro. Se levantó, caminó hasta detrás del escritorio, se sirvió un vaso de agua y se puso a mirar por la ventana sin voltear. A Ximena y Leonardo no les quedó más que levantarse y salir, no sin antes dejar el dinero en efectivo de la consulta. Adriana no respondió las palabras de despedida.

La pareja asistió a consulta el lunes de cada semana, en total doce sesiones y luego sin más y cuando Adriana pensaba que estaban teniendo avances, dejaron de asistir. Dentro del código terapéutico es improbable que se tenga contacto con los pacientes para preguntar la razón de que no agenden más citas o las incumplan, por lo que no lo hizo, simplemente siguió con su vida, aunque pensaba a Ximena seguido y le hacía falta, aunque fuera para hablar de la vida de fachada que en su concepto estaba llevando con Leonardo.

Una noche, después de varios meses, Ximena llegó bastante alterada y golpeada, con la cara ensangrentada al apartamento de Adriana. Cuando abrió la puerta le costó reconocerla con gafas negras y el pelo teñido de oscuro. Estaba muy delgada y entre sollozos le pidió que le permitiera entrar.

Le contó que había tenido algo que ver con uno de los guardaespaldas de Leonardo quien la encontró en la cama de un hotel cuando pensaba que se había ido a Milán a negociar unos insumos para la fábrica. Ella había logrado escapar escondiéndose y hablando con un grupo de hombres que estaba en el recibidor del hotel, después de que mató al guardaespaldas frente a ella estaba aterrada y la adrenalina le permitió correr entre callejones sin parar. Logró perderlo, pero tenía muchos contactos, ojos en todas partes como él solía asegurar, así que la encontró y la torturó por varias horas, le dijo que por infiel pagaría muriendo poco a poco y mientras decía esto los demás hombres que trabajaban para él le dispararon, todos se unieron y lo traicionaron después de que se enteraron que mató a su amigo. Al unísono dispararon sus armas acribillándolo y le permitieron escapar. La casa de Adriana era el único lugar al que podía acudir, después de matar a estas personas seguro los de más arriba y todos los matones que tenía varios países del mundo la estarían persiguiendo, ya que era la única persona adicional a este cerrado grupo de esta reunión. Su historia era tan creíble, que Adriana la curó, la dejó vivir en su casa, hicieron planes, siguieron viviendo juntas y se hicieron pareja sin miedo a lo que todo el mundo pensara.

Ya había pasado algo más de un año y era navidad, Adriana anunció su visita a casa de los padres en la que creció en España, estando allí de sorpresa presentó a Ximena, todos felices la recibieron y tomaron bien la noticia de que eran pareja. Las cosas marchaban perfecto hasta que llegó su hermana Ema a quien no veía hacía varios años, habían tenido una discusión que las mantenía separadas, ahora Ema tenía una familia, dos hijos y había madurado lo suficiente como para saludar a su hermana, darle un gran abrazo y hacer como si nada hubiera sucedido.

Ema se quitó el saco, puso su cartera en una silla, hizo lo mismo con los niños y finalmente se giró sonriendo y hablando con una copa en la mano y Adriana le presentó a Ximena. Cuando la vio tiró la copa y quedó muda. Ximena se anticipó y se presentó, le dio la mano mientras la de Ema permanecía fría y floja. Le repitió varias veces que era un accidente y que no pasaba nada y le ayudó a recoger los vidrios de la copa y a limpiar con una servilleta.

Ema le pidió a Adriana que la ayudara a limpiar su blusa que se manchó de vino y estando en el baño cerró con seguro la puerta y muy angustiada, pálida y llorando le dijo que esa mujer no se llamaba Ximena, su nombre era Janina Nowak, no era chilena sino polaca y que era una loca que hace más de diez años la había enamorado, robado y abandonado. Después de algunos años se enteró que había estado en la cárcel por trabajar con la mafia italiana, que era peligrosa y que tenía varias identidades. También le contó que hacía dos meses su esposo le había mostrado un periódico en donde la buscaban, le preguntó si esa era su amiga y ella la identificó, la estaban buscando en Milán por pertenecer a un cartel y haber matado a su novio, un prestigioso empresario del cuero en Chile.

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