jueves, 15 de octubre de 2020

Inexplicable

 Miguel Ángel Salabarría Cervera


Lourdes entró puntual al salón de juntas en la Secretaría de Educación Pública de la ciudad de México, para la reunión nacional sobre la «Modernidad Educativa»; portaba un huipil que denotaba su identidad peninsular, la presencia de ella fue inmediatamente percibida no solo por su vistoso atuendo, sino por su asidua asistencia a este tipo de eventos, porque sus capacidades eran ampliamente reconocidas en su lugar de origen, como en otras latitudes.

Las intervenciones que tenía como en las propuestas que realizaba, era notoria su amplia y variada formación académica, principalmente cuando se trataba el campo de Ciencias, debiéndose esto a que era química farmacobióloga, que aunado a los conocimientos adquiridos en la Maestría en Pedagogía y la formación de Educación Normal que poseía, eran muy valiosas sus aportaciones.

Recuerdo la mañana del primer lunes del mes de febrero de hace tres años, cuando llegó Lourdes a tomar clases a la Escuela de Agentes de Pastoral en la parroquia de Monjas, fue saludada con afecto, por el director de la misma, que por coincidencia también era docente en educación. La trató con familiaridad y admiración, conduciéndola al recinto de los que cursaríamos el primer semestre.

Al sentarse a mi lado intercambiamos saludos de presentación, en el primer receso me comentó que conocía al director porque era maestra que daba cursos a los profesores de la entidad, debido a que asistía a las reuniones nacionales sobre la «Modernidad Educativa» representando al estado; se me hizo interesante su actividad y le pregunté sobre su formación académica, a lo que respondió dándome brevemente su impresionante currículum.

Mi esposa Lupita y yo quedamos sorprendidos desde el primer día, por su elocuencia al expresarse como la templanza opinando sobre temas bíblicos, con frecuencia recibía notificaciones en su celular y pedía permiso para salir a contestar las llamadas; esta era la tónica todos los lunes durante los tres módulos.

En una ocasión regresó de contestar un mensaje, ocupó su sitio que estaba junto a mí y me hizo el comentario que estaba en proceso de jubilación por cumplir la antigüedad requerida, pero, le estaban ofreciendo ser asesora técnica de la Secretaria de Educación en la entidad, aunque se jubilara, y la propuesta era muy tentadora en todos los sentidos.

En esos momentos concluyó el módulo y la plática se prolongó.

─Creo que tiene que considerar varios factores para tomar una decisión ─le expresé─ como la familia, sus perspectivas de vida, en fin, varias cosas.

─Mi esposo me dice que respeta mi decisión ─agregó─ e hijos no tuvimos, somos solo nosotros ─añadió─, lo pensaré para dar una respuesta.

El siguiente lunes no acudió Lourdes a las clases, supuse que ya se había retirado por aceptar la oferta de trabajo que le hacían a pesar de jubilarse. Incluso esto se comentó entre los compañeros, lamentándose que se ausentara definitivamente porque era una persona valiosa.

Antes de retirarnos se presentó el director para darnos a conocer la razón de la inasistencia de Lourdes se debía a un problema personal muy grave, se hizo un silencio sepulcral en el aula, todos mirábamos al maestro esperando que diera la información. Por fin retomó la palabra para decirnos que el esposo de nuestra compañera había fallecido el sábado de la semana anterior.

Todos quedamos estupefactos por la funesta noticia, repuestos del estupor, le hicimos preguntas para saber de las circunstancias de lo acaecido, pero él se limitó a darnos la noticia sin entrar en pormenores.

Al retirarse el director, una de las compañeras dijo que sabía que el esposo de Lourdes estaba delicado de salud desde hacía tiempo, pero no supo abundar en detalles. En esos momentos llamaron varias veces a Lourdes, pero ella no respondió; convenimos en que sí sabíamos algo sobre nuestra condiscípula, nos pondríamos en contacto para visitarla.

Nadie tuvo noticias de nuestra amiga hasta el lunes cuando llegó a las clases, vistiendo sin luto, pero con modestia. Ninguno se atrevía a preguntarle sobre su trance vivido; al concluir la sesión de ese día, Lourdes nos comentó que su esposo había fallecido la semana antepasada y que descansó de sus dolencias, e invitaba a todos a elevar sus plegarias a Cristo por su eterno descanso; en silencio le fuimos dando el pésame a pesar del tiempo transcurrido y nos poníamos a sus órdenes por lo que necesitara.

En la siguiente reunión de estudios, Lourdes nos informó que se había jubilado y rechazado definitivamente la propuesta que tenía de ser Asesora Técnica de la Secretaría de Educación Pública, pensaba que era la decisión correcta para su proyecto de vida.

Al concluir los módulos del día, nos encaminamos a la salida por la terraza aledaña al templo en donde tomábamos los cursos, nos detuvimos Lourdes, Lupita y yo, nos preguntó la primera, si teníamos tiempo para platicar, le respondimos que sí, y nos sentamos en las bancas de piedra del colonial recinto.

En particular me sorprendió la apertura que tuvo Lourdes al invitarnos a tomar asiento para platicar, imaginando que sería sobre su esposo y la relación que tuvieron.

─Juan era una gran persona, un hombre con muchas virtudes y muy inteligente; había estudiado Filosofía y Letras, hizo estudios de posgrado en Teología y un sinfín de cursos de esta naturaleza, ¿tienen tiempo para platicar? ─nos preguntó.

Ambos asentimos.

─Él daba clases en la Universidad Anáhuac e impartía conferencias en donde lo invitaran, aquí laboraba en la Universidad del Mayab. Era creyente y practicante de nuestra religión católica, asistía todos los días a misa y rezaba el rosario; recuerdo que cuando me invitaba, siempre le decía que no tenía tiempo porque debía preparar un curso, o que calificaría unos exámenes de la escuela Normal de Profesores, en fin, nunca tuve tiempo para acompañarlo en lo que más creía y amaba. Lo mejor era que él no se enojaba, me decía que no me preocupara… me comprendía, además de tenerme paciencia.

Nosotros la escuchábamos con atención y con gran respeto, porque abría sus recuerdos y traslucía sus sentimientos. Lupita le dijo:

─Si te sientes mal por lo que nos platicas, evítalo, comprendemos la pérdida tan grande que has tenido al dejar este mundo, tu compañero de viaje.

─No, al contrario, me siento bien, los veo siempre tan juntos, que me inspiran confianza como esposos.

─No siempre es así, en ocasiones tenemos diferencias como todas las parejas ─acotó Lupita.

─Si gustan les platico sobre su fallecimiento.

─Como gustes, Lourdes ─le dije.

─Juan hace seis meses viajó a la Ciudad de México como hacía quincenalmente a dar clases los fines de semana en la Universidad Anáhuac, debía regresaba el domingo en el último vuelo que arriba a las once de la noche, sin embargo, no llegó, le llamé a su celular y no respondió; al día siguiente me comuniqué a la universidad para pedir información; ahí me dijeron que concluyó sus labores a las cuatro de la tarde del domingo, entregó los documentos reglamentarios en la dirección se despidió diciendo que se iba al aeropuerto y se retiró.

Lourdes cambió su expresión de tranquilidad, por un rostro de tensión al revivir la desaparición de su esposo, se repuso después de aspirar y musitar una oración a Dios.

─Me alarmé sobremanera, porque lo conocía muy bien, no era de irse a divertirse con alguien; no sabía qué hacer, hasta que decidí llamar a conocidos en la ciudad de México y platicarles la desaparición de Juan, así me pasé todo el lunes, viviendo esta angustia ─prosiguió─, al no tener noticias el martes, decidí pedir permiso por tres días a partir del miércoles y viajar a la ciudad de México a primera hora.

─Llegué y me dirigí a casa de unos familiares, que me ayudaron a buscarlo en las instituciones de seguridad pública, incluso investigué hasta en la morgue, todo era inútil y mi angustia aumentaba y los días iban transcurriendo; el viernes de esa semana recibí una llamada de un hospital en la que me informaban que ahí se encontraba internado mi esposo, no me había llamado porque estaba inconsciente, hacía poco más de seis horas que había recuperado el conocimiento y estaba lúcido; el corazón medio un vuelco al enterarme de su estado.

─¿Tienen prisa por irse? ─nos preguntó de nuevo Lourdes.

─Estando con mi marido, tengo a «mi casa conmigo» ─respondió Lupita.

─Me hace gracia tu ocurrencia ─le comentó Lourdes, para continuar─, me fui a la clínica y me informaron que se encontraba estable, que platicara con él, con naturalidad sin demostrarle tensión o ansiedad por su desaparición; así lo hice pasé al cuarto en que se encontraba, me costó trabajo contener la sorpresa al verlo con huellas de haber sido golpeado, sin embargo, le sonreí al tiempo que Juan me extendía sus brazos desde la cama, sin importarle estar canalizado.

Emocionada, como si viviera lo que le ocurrió tiempo atrás, continuó su relato.

─Fueron momentos emotivos al encontramos, nos abrazamos y ya repuestos de la euforia, me preguntó cómo estaba, comprendí que no le importaba su estado, sino el saber mi situación por su ausencia, le sonreí y moví la cabeza afirmativamente. Con la mayor tranquilidad posible, le pregunté qué le había ocurrido.

─Iba a tomar un taxi para irme al aeropuerto, cuando un auto se detuvo frente a mí, bajaron dos personas, una de ellas me encañonó con una pistola, mientras el otro me empujaba dentro del carro, al entrar me golpearon y vendaban los ojos, mientras el auto se desplazaba quien sabe por qué calles.

Hizo él una pausa, cerró los ojos para recordar lo que había vivido, como queriendo a la vez, que pasara al olvido, y continuó relatándome dijo Lourdes.

─Perdí el sentido y no supe que ocurrió, hasta hace unas horas cuando recobré el conocimiento aquí en la clínica, y poco a poco me fueron viniendo los acontecimientos en tropel desde que salí de la Universidad Anáhuac ─respira hondo y continua─, fue cuando proporcioné tu número de celular para que te localizaran, te agradezco que hayas venido lo más pronto posible.

─No te preocupes, cuando te den de alta médica, regresaremos a Mérida para que convalezcas, hablaré con los médicos para que me proporcionen información de tu estado de salud.

Dirigiéndose a nosotros nos comentó, que habló con los doctores sobre la situación de su esposo, quienes le dijeron que esperarían setenta y dos horas para ver cómo evolucionaba y de no existir alguna alteración clínica, le darían de alta; así sucedió, el martes por la mañana autorizaron su salida del hospital y nos trasladamos al aeropuerto para arribar a Mérida en la noche. Su recuperación fue lenta, por los golpes internos recibidos y en la cabeza también, además de tener problemas para caminar.

El rostro de Lourdes cambió a una expresión de profundidad en su mirada al decirnos con gran seriedad:

─En esos días comprendí todo lo que Juan había hecho para que me acercara y viviera la religión católica, necesité un golpe fuerte para tener un encuentro con Cristo, que me hizo cambiar mi actitud hacia él, lo acompañaba en las oraciones que hacía; así mismo, íbamos junto a la iglesia y a misa, frecuentando los sacramentos, ─su expresión cambió a felicidad al recordar lo pasado─ fue un tiempo como nunca lo habíamos vivido.

─Que bien que tuvieron esta etapa de alegría ─le expresé.

Una tarde de hace un mes ─continuó Lourdes─, me dijo que se sentía mal, e inmediatamente lo llevé al hospital, me dijeron que le acababa de dar un infarto, y fue internado en terapia intensiva, sentía preocupación, pero no sobresalto, veía todo con cierta tranquilidad después de vivir esos meses diferentes con Juan, tampoco me sentía sola, era como si él estuviera junto a mí ─prosiguió─, así me llegó la noche, al fin me dijeron que podría pasar solo cinco minutos, al entrar me sonrió y me extendió su mano, se la tomé al tiempo que me decía lo más profundo de sus sentimientos hacía mí… le pedí que no se preocupara por hablarme, que entendía todo a través de su mirada; me pidió algo que se me quedó grabado.

─Lourdes ─con voz pausada me dijo─, solo te pido una cosa.

─ Lo que quieras ─le respondí.

─Prométeme que nunca te vas a apartar de Dios.

─No te preocupes, te lo prometo, pero ya desde que regresamos a Mérida, se lo prometí a Dios.

En ese instante entró la enfermera para decirme que ya habían pasado los cinco minutos, nos despedimos con ternura y él cerró los ojos, yo salía feliz porque lo había visto, pero más porque le di tranquilidad al darle a conocer lo que tanto había querido de mí, que me entregara a Dios. Abordé mi camioneta y me fui a descansar a la casa.

Al día siguiente a las ocho de la mañana, estaba en la clínica para saber de su evolución, me informaron que le había vuelto a dar otro infarto, pero ya está estabilizado, lo único que hice fue ponerme a rezar, para aceptar la voluntad de Dios; esos momentos entraron unos amigos a la sala de espera para conocer el estado de salud de Juan, les informé de su situación y me dieron palabras reconfortantes.

Sentí que me llamaban, al voltear vi al cardiólogo que había sido mi alumno en la preparatoria, me saludo con afecto y me dijo.

─Maestra, su esposo está grave ─lacónicamente expresó─, le ha vuelto a dar un tercer infarto.

Me llevé las manos al pecho y le dije.

─¿Me puedes hacer un favor?

─El que guste, maestra.

─¿Nos permites entrar a orar por mi esposo?

─Ay maestra, me pide un imposible… pero ya le di mi palabra, solo le pido silencio y brevedad.

Nos dirigimos al cuarto donde se encontraba Juan, le tomé las manos, él abrió sus ojos y sonrió mientras los amigos rezaban; no sé cuánto tiempo transcurrió, hasta que él cerro sus ojos y sentí que me apretaba con fuerza mis manos, para luego soltármelas, en ese momento sabía que mi esposo dejaba este mundo. Me sorprendió su expresión para luego agradarme porque parecía que dormía y en sus labios se dibujaba una sonrisa. El médico entró le tomó los signos vitales, para decirme.

─Ya falleció su esposo, maestra… era cosa de tiempo.

Hizo una pausa, mirándonos dijo.

─No crean, lo extraño es lógico, pero me siento tranquila entregándome al servicio de Dios, en algunos grupos de oración que me he integrado y compartir lo aprendido en la escuela.

Bueno, espero no haberles quitado su tiempo, pero quise compartir con ustedes estas vivencias trascendentales que le han dado un giro a mi vida.

─Gracias Lourdes, por regalarnos estas partes de tu vida y sabes que estás en nuestros corazones.

Los cursos continuaron hasta llegar al cuarto semestre, entre tareas y convivencias como todo grupo de estudiantes, un lunes sorprendió la ausencia de Lourdes, pensamos que se debía por algún contratiempo; al concluir las labores de ese día, el maestro Rigel entró al aula para informarnos que Lourdes se había retirado de la escuela, porque se había ido de religiosa misionera a la Sierra del estado de Coahuila, nos quedamos perplejos ante la noticia, repuestos del impacto causado comentamos que era una decisión muy valiente porque significaba un cambio de vida, sin embargo, nos dio alegría y se hizo comprensible a los seis restantes integrantes del grupo.

La partida de Lourdes se sintió en el grupo, porque sus participaciones eran claras e ilustradas con materiales pedagógicos, a la vez de los conocimientos nuevos que aportaba; como también su ecuanimidad en las relaciones con los miembros del grupo, pero lo que más notorio de su ausencia era cuando oraba, por la espiritualidad que proyectaba.

El tiempo transcurre e iniciamos el quinto semestre, un lunes al no tener el último módulo, decidimos Lupita y yo, ir a la misa de once de la mañana a la catedral, vimos a Lourdes a la distancia, ella percibió que la mirábamos y nos sonrió.

Al concluir la celebración litúrgica se encaminó hacia donde estábamos y juntos salimos al pasaje de la Revolución que está a un costado del templo, nos saludamos con afecto y como era ya costumbre, nos sentamos a platicar.

─¿Cuéntanos cómo te ha ido, Lourdes? ─le dijo Lupita.

─Estoy en Mérida por unos días, vine a arreglar unos asuntos, para regresarme de nuevo a la congregación misionera; estuve seis meses en la Sierra de Coahuila, era un frío muy intenso, para mí que soy del trópico, vivimos en comunidades de extrema pobreza, predicando y enseñando a esas personas maravillosas que solo esperan una mano que las ayude en todos los sentidos; éramos itinerantes y nos desplazábamos a pie. Fue una experiencia asombrosa.

─¿Te vas a quedar aquí o te regresas? ─le preguntó Lupita.

─Estos meses que viví eran de prueba, para decidir si me quedaba o no, pero ya tomé la decisión permaneceré con las misioneras y por esto estoy aquí.

─No me queda claro ─le dije.

─Vine a traspasar mis casas a mis sobrinas, a dejar cartas poderes para que cobren las jubilaciones, los vehículos también, es decir, estoy para renunciar a lo material y seguir a Jesucristo, cuando termine los trámites me iré a Chiapas en donde me esperan para trasladarnos a las regiones más pobres y olvidadas, para evangelizar a nuestros hermanos indígenas.

─Créenos Lourdes, te admiramos y nos dejas sin palabras ─le comentó Lupita.

─Estoy muy feliz por lo que hago y solo les pido un favor.

─Dinos, Lourdes ─expresé con expresión interrogante.

─Que no me olviden en sus oraciones.

Dicho esto, se puso de pie, nos despedimos abrazándonos y le pedimos que nos tomáramos de recuerdo una «selfie».

Luego volvió a despedirse y se encaminó rumbo a la salida del pasaje, para perderse entre la gente, pero no de nuestro recuerdo.

─¿Qué me dices? ─me preguntó Lupita.

─La recuerdo cuando entró por vez primera al salón, muy elegante y ahora la veo vestida con modestia; lo que hace Dios, y para el común de la gente, es inexplicable.

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