Miguel Ángel Salabarría Cervera
Lourdes entró
puntual al salón de juntas en la Secretaría de Educación Pública de la ciudad
de México, para la reunión nacional sobre la «Modernidad Educativa»; portaba un
huipil que denotaba su identidad peninsular, la presencia de ella fue
inmediatamente percibida no solo por su vistoso atuendo, sino por su asidua
asistencia a este tipo de eventos, porque sus capacidades eran ampliamente
reconocidas en su lugar de origen, como en otras latitudes.
Las intervenciones
que tenía como en las propuestas que realizaba, era notoria su amplia y variada
formación académica, principalmente cuando se trataba el campo de Ciencias,
debiéndose esto a que era química farmacobióloga, que aunado a los
conocimientos adquiridos en la Maestría en Pedagogía y la formación de
Educación Normal que poseía, eran muy valiosas sus aportaciones.
Recuerdo la mañana
del primer lunes del mes de febrero de hace tres años, cuando llegó Lourdes a
tomar clases a la Escuela de Agentes de Pastoral en la parroquia de Monjas, fue
saludada con afecto, por el director de la misma, que por coincidencia también
era docente en educación. La trató con familiaridad y admiración, conduciéndola
al recinto de los que cursaríamos el primer semestre.
Al sentarse a mi
lado intercambiamos saludos de presentación, en el primer receso me comentó que
conocía al director porque era maestra que daba cursos a los profesores de la
entidad, debido a que asistía a las reuniones nacionales sobre la «Modernidad
Educativa» representando al estado; se me hizo interesante su actividad y le
pregunté sobre su formación académica, a lo que respondió dándome brevemente su
impresionante currículum.
Mi esposa Lupita y
yo quedamos sorprendidos desde el primer día, por su elocuencia al expresarse
como la templanza opinando sobre temas bíblicos, con frecuencia recibía
notificaciones en su celular y pedía permiso para salir a contestar las
llamadas; esta era la tónica todos los lunes durante los tres módulos.
En una ocasión
regresó de contestar un mensaje, ocupó su sitio que estaba junto a mí y me hizo
el comentario que estaba en proceso de jubilación por cumplir la antigüedad
requerida, pero, le estaban ofreciendo ser asesora técnica de la Secretaria de
Educación en la entidad, aunque se jubilara, y la propuesta era muy tentadora
en todos los sentidos.
En esos momentos
concluyó el módulo y la plática se prolongó.
─Creo que tiene
que considerar varios factores para tomar una decisión ─le expresé─ como la
familia, sus perspectivas de vida, en fin, varias cosas.
─Mi esposo me dice
que respeta mi decisión ─agregó─ e hijos no tuvimos, somos solo nosotros
─añadió─, lo pensaré para dar una respuesta.
El siguiente lunes
no acudió Lourdes a las clases, supuse que ya se había retirado por aceptar la
oferta de trabajo que le hacían a pesar de jubilarse. Incluso esto se comentó
entre los compañeros, lamentándose que se ausentara definitivamente porque era
una persona valiosa.
Antes de
retirarnos se presentó el director para darnos a conocer la razón de la
inasistencia de Lourdes se debía a un problema personal muy grave, se hizo un
silencio sepulcral en el aula, todos mirábamos al maestro esperando que diera
la información. Por fin retomó la palabra para decirnos que el esposo de
nuestra compañera había fallecido el sábado de la semana anterior.
Todos quedamos
estupefactos por la funesta noticia, repuestos del estupor, le hicimos
preguntas para saber de las circunstancias de lo acaecido, pero él se limitó a
darnos la noticia sin entrar en pormenores.
Al retirarse el
director, una de las compañeras dijo que sabía que el esposo de Lourdes estaba
delicado de salud desde hacía tiempo, pero no supo abundar en detalles. En esos
momentos llamaron varias veces a Lourdes, pero ella no respondió; convenimos en
que sí sabíamos algo sobre nuestra condiscípula, nos pondríamos en contacto
para visitarla.
Nadie tuvo
noticias de nuestra amiga hasta el lunes cuando llegó a las clases, vistiendo
sin luto, pero con modestia. Ninguno se atrevía a preguntarle sobre su trance
vivido; al concluir la sesión de ese día, Lourdes nos comentó que su esposo
había fallecido la semana antepasada y que descansó de sus dolencias, e
invitaba a todos a elevar sus plegarias a Cristo por su eterno descanso; en
silencio le fuimos dando el pésame a pesar del tiempo transcurrido y nos
poníamos a sus órdenes por lo que necesitara.
En la siguiente
reunión de estudios, Lourdes nos informó que se había jubilado y rechazado
definitivamente la propuesta que tenía de ser Asesora Técnica de la Secretaría
de Educación Pública, pensaba que era la decisión correcta para su proyecto de
vida.
Al concluir los
módulos del día, nos encaminamos a la salida por la terraza aledaña al templo
en donde tomábamos los cursos, nos detuvimos Lourdes, Lupita y yo, nos preguntó
la primera, si teníamos tiempo para platicar, le respondimos que sí, y nos
sentamos en las bancas de piedra del colonial recinto.
En particular me
sorprendió la apertura que tuvo Lourdes al invitarnos a tomar asiento para
platicar, imaginando que sería sobre su esposo y la relación que tuvieron.
─Juan era una gran
persona, un hombre con muchas virtudes y muy inteligente; había estudiado
Filosofía y Letras, hizo estudios de posgrado en Teología y un sinfín de cursos
de esta naturaleza, ¿tienen tiempo para platicar? ─nos preguntó.
Ambos asentimos.
─Él daba clases en
la Universidad Anáhuac e impartía conferencias en donde lo invitaran, aquí
laboraba en la Universidad del Mayab. Era creyente y practicante de nuestra
religión católica, asistía todos los días a misa y rezaba el rosario; recuerdo
que cuando me invitaba, siempre le decía que no tenía tiempo porque debía
preparar un curso, o que calificaría unos exámenes de la escuela Normal de
Profesores, en fin, nunca tuve tiempo para acompañarlo en lo que más creía y
amaba. Lo mejor era que él no se enojaba, me decía que no me preocupara… me
comprendía, además de tenerme paciencia.
Nosotros la
escuchábamos con atención y con gran respeto, porque abría sus recuerdos y
traslucía sus sentimientos. Lupita le dijo:
─Si te sientes mal
por lo que nos platicas, evítalo, comprendemos la pérdida tan grande que has
tenido al dejar este mundo, tu compañero de viaje.
─No, al contrario,
me siento bien, los veo siempre tan juntos, que me inspiran confianza como
esposos.
─No siempre es
así, en ocasiones tenemos diferencias como todas las parejas ─acotó Lupita.
─Si gustan les
platico sobre su fallecimiento.
─Como gustes,
Lourdes ─le dije.
─Juan hace seis
meses viajó a la Ciudad de México como hacía quincenalmente a dar clases los
fines de semana en la Universidad Anáhuac, debía regresaba el domingo en el
último vuelo que arriba a las once de la noche, sin embargo, no llegó, le llamé
a su celular y no respondió; al día siguiente me comuniqué a la universidad
para pedir información; ahí me dijeron que concluyó sus labores a las cuatro de
la tarde del domingo, entregó los documentos reglamentarios en la dirección se
despidió diciendo que se iba al aeropuerto y se retiró.
Lourdes cambió su
expresión de tranquilidad, por un rostro de tensión al revivir la desaparición
de su esposo, se repuso después de aspirar y musitar una oración a Dios.
─Me alarmé
sobremanera, porque lo conocía muy bien, no era de irse a divertirse con
alguien; no sabía qué hacer, hasta que decidí llamar a conocidos en la ciudad
de México y platicarles la desaparición de Juan, así me pasé todo el lunes,
viviendo esta angustia ─prosiguió─, al no tener noticias el martes, decidí
pedir permiso por tres días a partir del miércoles y viajar a la ciudad de
México a primera hora.
─Llegué y me
dirigí a casa de unos familiares, que me ayudaron a buscarlo en las
instituciones de seguridad pública, incluso investigué hasta en la morgue, todo
era inútil y mi angustia aumentaba y los días iban transcurriendo; el viernes
de esa semana recibí una llamada de un hospital en la que me informaban que ahí
se encontraba internado mi esposo, no me había llamado porque estaba
inconsciente, hacía poco más de seis horas que había recuperado el conocimiento
y estaba lúcido; el corazón medio un vuelco al enterarme de su estado.
─¿Tienen prisa por
irse? ─nos preguntó de nuevo Lourdes.
─Estando con mi
marido, tengo a «mi casa conmigo» ─respondió Lupita.
─Me hace gracia tu
ocurrencia ─le comentó Lourdes, para continuar─, me fui a la clínica y me
informaron que se encontraba estable, que platicara con él, con naturalidad sin
demostrarle tensión o ansiedad por su desaparición; así lo hice pasé al cuarto
en que se encontraba, me costó trabajo contener la sorpresa al verlo con
huellas de haber sido golpeado, sin embargo, le sonreí al tiempo que Juan me
extendía sus brazos desde la cama, sin importarle estar canalizado.
Emocionada, como
si viviera lo que le ocurrió tiempo atrás, continuó su relato.
─Fueron momentos
emotivos al encontramos, nos abrazamos y ya repuestos de la euforia, me
preguntó cómo estaba, comprendí que no le importaba su estado, sino el saber mi
situación por su ausencia, le sonreí y moví la cabeza afirmativamente. Con la
mayor tranquilidad posible, le pregunté qué le había ocurrido.
─Iba a tomar un
taxi para irme al aeropuerto, cuando un auto se detuvo frente a mí, bajaron dos
personas, una de ellas me encañonó con una pistola, mientras el otro me
empujaba dentro del carro, al entrar me golpearon y vendaban los ojos, mientras
el auto se desplazaba quien sabe por qué calles.
Hizo él una pausa,
cerró los ojos para recordar lo que había vivido, como queriendo a la vez, que
pasara al olvido, y continuó relatándome dijo Lourdes.
─Perdí el sentido
y no supe que ocurrió, hasta hace unas horas cuando recobré el conocimiento
aquí en la clínica, y poco a poco me fueron viniendo los acontecimientos en
tropel desde que salí de la Universidad Anáhuac ─respira hondo y continua─, fue
cuando proporcioné tu número de celular para que te localizaran, te agradezco
que hayas venido lo más pronto posible.
─No te preocupes,
cuando te den de alta médica, regresaremos a Mérida para que convalezcas,
hablaré con los médicos para que me proporcionen información de tu estado de
salud.
Dirigiéndose a
nosotros nos comentó, que habló con los doctores sobre la situación de su
esposo, quienes le dijeron que esperarían setenta y dos horas para ver cómo
evolucionaba y de no existir alguna alteración clínica, le darían de alta; así
sucedió, el martes por la mañana autorizaron su salida del hospital y nos
trasladamos al aeropuerto para arribar a Mérida en la noche. Su recuperación
fue lenta, por los golpes internos recibidos y en la cabeza también, además de
tener problemas para caminar.
El rostro de
Lourdes cambió a una expresión de profundidad en su mirada al decirnos con gran
seriedad:
─En esos días
comprendí todo lo que Juan había hecho para que me acercara y viviera la
religión católica, necesité un golpe fuerte para tener un encuentro con Cristo,
que me hizo cambiar mi actitud hacia él, lo acompañaba en las oraciones que
hacía; así mismo, íbamos junto a la iglesia y a misa, frecuentando los
sacramentos, ─su expresión cambió a felicidad al recordar lo pasado─ fue un
tiempo como nunca lo habíamos vivido.
─Que bien que
tuvieron esta etapa de alegría ─le expresé.
Una tarde de hace
un mes ─continuó Lourdes─, me dijo que se sentía mal, e inmediatamente lo llevé
al hospital, me dijeron que le acababa de dar un infarto, y fue internado en
terapia intensiva, sentía preocupación, pero no sobresalto, veía todo con
cierta tranquilidad después de vivir esos meses diferentes con Juan, tampoco me
sentía sola, era como si él estuviera junto a mí ─prosiguió─, así me llegó la
noche, al fin me dijeron que podría pasar solo cinco minutos, al entrar me
sonrió y me extendió su mano, se la tomé al tiempo que me decía lo más profundo
de sus sentimientos hacía mí… le pedí que no se preocupara por hablarme, que
entendía todo a través de su mirada; me pidió algo que se me quedó grabado.
─Lourdes ─con voz
pausada me dijo─, solo te pido una cosa.
─ Lo que quieras
─le respondí.
─Prométeme que
nunca te vas a apartar de Dios.
─No te preocupes,
te lo prometo, pero ya desde que regresamos a Mérida, se lo prometí a Dios.
En ese instante
entró la enfermera para decirme que ya habían pasado los cinco minutos, nos
despedimos con ternura y él cerró los ojos, yo salía feliz porque lo había
visto, pero más porque le di tranquilidad al darle a conocer lo que tanto había
querido de mí, que me entregara a Dios. Abordé mi camioneta y me fui a descansar
a la casa.
Al día siguiente a
las ocho de la mañana, estaba en la clínica para saber de su evolución, me
informaron que le había vuelto a dar otro infarto, pero ya está estabilizado,
lo único que hice fue ponerme a rezar, para aceptar la voluntad de Dios; esos
momentos entraron unos amigos a la sala de espera para conocer el estado de
salud de Juan, les informé de su situación y me dieron palabras reconfortantes.
Sentí que me
llamaban, al voltear vi al cardiólogo que había sido mi alumno en la preparatoria,
me saludo con afecto y me dijo.
─Maestra, su
esposo está grave ─lacónicamente expresó─, le ha vuelto a dar un tercer
infarto.
Me llevé las manos
al pecho y le dije.
─¿Me puedes hacer
un favor?
─El que guste,
maestra.
─¿Nos permites
entrar a orar por mi esposo?
─Ay maestra, me
pide un imposible… pero ya le di mi palabra, solo le pido silencio y brevedad.
Nos dirigimos al
cuarto donde se encontraba Juan, le tomé las manos, él abrió sus ojos y sonrió
mientras los amigos rezaban; no sé cuánto tiempo transcurrió, hasta que él
cerro sus ojos y sentí que me apretaba con fuerza mis manos, para luego
soltármelas, en ese momento sabía que mi esposo dejaba este mundo. Me
sorprendió su expresión para luego agradarme porque parecía que dormía y en sus
labios se dibujaba una sonrisa. El médico entró le tomó los signos vitales,
para decirme.
─Ya falleció su
esposo, maestra… era cosa de tiempo.
Hizo una pausa,
mirándonos dijo.
─No crean, lo
extraño es lógico, pero me siento tranquila entregándome al servicio de Dios,
en algunos grupos de oración que me he integrado y compartir lo aprendido en la
escuela.
Bueno, espero no
haberles quitado su tiempo, pero quise compartir con ustedes estas vivencias
trascendentales que le han dado un giro a mi vida.
─Gracias Lourdes, por
regalarnos estas partes de tu vida y sabes que estás en nuestros corazones.
Los cursos
continuaron hasta llegar al cuarto semestre, entre tareas y convivencias como
todo grupo de estudiantes, un lunes sorprendió la ausencia de Lourdes, pensamos
que se debía por algún contratiempo; al concluir las labores de ese día, el
maestro Rigel entró al aula para informarnos que Lourdes se había retirado de
la escuela, porque se había ido de religiosa misionera a la Sierra del estado
de Coahuila, nos quedamos perplejos ante la noticia, repuestos del impacto
causado comentamos que era una decisión muy valiente porque significaba un
cambio de vida, sin embargo, nos dio alegría y se hizo comprensible a los seis
restantes integrantes del grupo.
La partida de
Lourdes se sintió en el grupo, porque sus participaciones eran claras e
ilustradas con materiales pedagógicos, a la vez de los conocimientos nuevos que
aportaba; como también su ecuanimidad en las relaciones con los miembros del
grupo, pero lo que más notorio de su ausencia era cuando oraba, por la
espiritualidad que proyectaba.
El tiempo
transcurre e iniciamos el quinto semestre, un lunes al no tener el último
módulo, decidimos Lupita y yo, ir a la misa de once de la mañana a la catedral,
vimos a Lourdes a la distancia, ella percibió que la mirábamos y nos sonrió.
Al concluir la
celebración litúrgica se encaminó hacia donde estábamos y juntos salimos al
pasaje de la Revolución que está a un costado del templo, nos saludamos con
afecto y como era ya costumbre, nos sentamos a platicar.
─¿Cuéntanos cómo
te ha ido, Lourdes? ─le dijo Lupita.
─Estoy en Mérida
por unos días, vine a arreglar unos asuntos, para regresarme de nuevo a la
congregación misionera; estuve seis meses en la Sierra de Coahuila, era un frío
muy intenso, para mí que soy del trópico, vivimos en comunidades de extrema
pobreza, predicando y enseñando a esas personas maravillosas que solo esperan
una mano que las ayude en todos los sentidos; éramos itinerantes y nos
desplazábamos a pie. Fue una experiencia asombrosa.
─¿Te vas a quedar
aquí o te regresas? ─le preguntó Lupita.
─Estos meses que
viví eran de prueba, para decidir si me quedaba o no, pero ya tomé la decisión
permaneceré con las misioneras y por esto estoy aquí.
─No me queda claro
─le dije.
─Vine a traspasar
mis casas a mis sobrinas, a dejar cartas poderes para que cobren las
jubilaciones, los vehículos también, es decir, estoy para renunciar a lo
material y seguir a Jesucristo, cuando termine los trámites me iré a Chiapas en
donde me esperan para trasladarnos a las regiones más pobres y olvidadas, para
evangelizar a nuestros hermanos indígenas.
─Créenos Lourdes,
te admiramos y nos dejas sin palabras ─le comentó Lupita.
─Estoy muy feliz
por lo que hago y solo les pido un favor.
─Dinos, Lourdes
─expresé con expresión interrogante.
─Que no me olviden
en sus oraciones.
Dicho esto, se
puso de pie, nos despedimos abrazándonos y le pedimos que nos tomáramos de
recuerdo una «selfie».
Luego volvió a
despedirse y se encaminó rumbo a la salida del pasaje, para perderse entre la
gente, pero no de nuestro recuerdo.
─¿Qué me dices?
─me preguntó Lupita.
─La recuerdo cuando entró por vez primera al salón, muy elegante y ahora la veo vestida con modestia; lo que hace Dios, y para el común de la gente, es inexplicable.
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