Diego Velásquez González
La tarde avanzaba
y el calor iba en aumento. Un ligero sopor se apoderaba de todos mientras la
profesora de economía de tercer semestre de ciencias políticas hacía ingentes
esfuerzos por mantener la atención de sus estudiantes. El aire acondicionado no
funcionaba de forma adecuada y abrir las ventanas significaba más dispersión
por el ruido externo de los patios donde estudiantes de enfermería hacían un
programa social para todos en la universidad. Algunos simulaban poner interés
mientras dormitaban con los ojos abiertos. En los rincones otros empezaban a
cuchichear. Nicolás y Sandra hacían parte de uno de estos grupos. Han sido
inseparables amigos desde hace más de un mes cuando él llegó a la ciudad y
entró a estudiar en aquel lugar por transferencia desde la costa norte del país.
Fue una empatía que surgió con solo mirarse mutuamente al él sentarse en una
silla a su lado. Entre tanto la profesora observa ese mar de ojos inexpresivos buscando
un aliento a su esfuerzo. Por un momento, no logra dejar de escuchar el
murmullo de la conversación de Nicolás y Sandra sintiéndose molesta. Guarda
silencio, respira, los observa y trata de continuar con sus explicaciones.
Sandra habla
con Miguel de su novio de octavo semestre de ingeniería. Cree que se ha
enamorado. Llevan cuatro meses de relación. A esta altura de la relación las
cosas ya deben estar claras para ambos, pero parece que no es así. Nicolás pregunta
la razón de sus dudas. Ella responde que no puede estar segura y que tiene
miedo. ¿Miedo de qué? Pues a mi mamá no le gusta y cuando lo vio por primera
vez dijo que es «un tonto hermoso» responde. Su veredicto definitivo fue que,
conociéndola, de allí nada iba a sacar. Y ella hasta el momento parece que no
ha cambiado de opinión. Además, me dice que me nota con dudas y que no le dé
más tiempo a eso, ¿qué tal que de verdad ese muchacho se enamore de usted? me dice
cada vez que puede. Ambos ríen. Ya en el límite de su tolerancia, la profesora
pregunta en un tono alto de voz:
—¿Cuál es el
chiste?
Todos parecen
despertar y se ponen atentos frente a la inusitada situación.
—Nadaa profe, todo
bien… Pueeede… seguir —responde Nicolás balbuceando.
—Si no van a poner
atención se pueden ir —Afirma de manera tajante y guarda silencio en actitud de
quien espera una respuesta. Se nota cansada, aburrida, quizás igual que muchos
esperando que la clase termine.
Ninguno
de los dos dice nada. Se sienten un poco asombrados y abochornados pues la profesora
nunca ha sido afecta a ese tipo de llamados de atención. Su mirada esta fija en
ellos y con ambas manos en la cintura refleja la actitud de quien está
dispuesta a cazar pelea. Nicolás y Sandra se sienten avergonzados y se miran
entre sí agachando la cabeza.
—Esto no es un
colegio. Vayan y se toman un café o algo por el estilo y allá se pueden seguir
contando sus «intimidades» —agrega, haciendo énfasis en la última palabra
mientras hace con los dedos de ambas manos el gesto propio de las comillas. Algunos
compañeros sonríen despertando del marasmo en que la clase había caído.
Hay silencio en el
aula. Pasan algunos segundos que parecen minutos. De pronto Sandra toma la
iniciativa:
—Permiso profesora
—responde y se levanta del puesto. Camina de manera firme y con los hombros
rectos esforzándose por parecer indiferente a sus palabras. Nicolás por un
momento duda, pero pronto la sigue, toma su mochila y va detrás de su amiga un
poco más inseguro y con la mirada siempre hacía el piso.
Salen
del salón y la universidad. Sandra lo invita a Date Gusto, un café ubicado en
una de las calles adyacentes al Parque San José. Allí venden un delicioso café
junto a unas apetitosas tortas de zanahoria. Al llegar se sientan cerca de la
puerta. Mientras los atienden, Nicolás escribe algo en su celular y Sandra lo
observa. Es lindo pero exagerado en el cuidado de su forma de vestir. Observa
su rostro. Tiene mejor piel que yo. Nunca me ha dicho que hace para mantener la
piel así de limpia y sana piensa. Nicolás la mira de reojo de manera suspicaz
arqueando la ceja izquierda. Quizás se sintió escrutado por ella. Ella responde
con una sonrisa y se siente un poco turbada. Ni que me leyera la mente piensa
dentro de sí. Al bajar un poco la mirada, él observa sus senos duros, firmes,
una cabellera que cae por su espalda mientras el aroma a rosas de su loción
llega hasta su nariz traído por el suave viento de la tarde que empieza a
entrar al lugar y mueve un poco su cabello. Es una hermosa mujer se reafirma en
su pensamiento. Tiene todo para hacer lo que le dé la gana, pero se paraliza. Detrás
de toda esa actitud es insegura.
Al
rato, cuando ya la mesera se encuentra organizando la mesa y colocando el
pedido y como si hubiesen estado hablando Sandra dice:
—Miguel es tan lindo, tan atento, tiene una
sonrisa que me trastorna. No te ha contado el día que nos conocimos. Fue en las
piscinas. Lo primero que hizo al ubicarse cerca de donde estaba bronceándome fue
quitarse la camiseta, me mira de reojo y luego se va a hacer estiramientos y
ejercicios para calentar en un rincón. Al volver, se quita poco a poco la
pantaloneta deportiva y queda solo con su bañador. La dobla con cuidado
mientras me mira de reojo y me dice hola mientras sonríe. Ese fue nuestro
primer encuentro y estuvimos el resto del día juntos. Se me hizo alguien un
poco extraño. Aunque su cuerpo mismo irradia sensualidad lo notaba un poco
cohibido. Se ve que le encanta el gimnasio, tiene muy buen cuerpo, unas piernas
grandísimas, además de unos brazos perfectos y un trasero de ataque ahhh, pero
sobre todo, un olor riquísimo como a hierbas o a cigarrillo, no sé, es extraño,
… es un poco indescriptible pero estimulante… ―guarda silencio y suspira
dejando la frase sin terminar mientras mira hacía al parque― Lo que si se me
hace extraño y nunca me ha dicho la razón es que es un tipo muy solo y eso a
veces me inquieta. No le conozco amigos. Dice que sale con los compañeros de la
universidad, pero nunca se refiere a ellos como sus amigos.
—¿A hierbas? ¿Cómo
así? ¿Y cuándo lo voy a conocer? ―pregunta.
—Un día de estos. Míralo en mi Facebook.
Miguel Azuero.
Nicolás
siente curiosidad y lo busca. Al verlo concluye que Sandra tiene razón. Es de
verdad un tipo demasiado lindo. Entonces recordó una frase de una lectura de la
filósofa Simone Weil que hablaba acerca de la belleza: «Los seres con exceso de
belleza están condenados a la desdicha» y piensa un momento en que se sentirá
que a uno solo lo vean como un cuerpo bonito. Envía la solicitud de amistad y mientras
aparenta seguir escuchándola está atento a las fotos del novio de su amiga. Por
lo que logra ver, no encuentra nada curioso, solo memes cargados de sarcasmo,
sus propias fotos, algunas de reuniones familiares, unas pocas de sus viajes, las
referencias a algunas películas o enlaces a videos de la música de su gusto,
pero nada que le permita suponer algo más.
La
tarde termina. Cada uno va para su casa. En cama mientras descansa, Nicolás piensa
en Miguel. Entre tanto, Sandra chatea vía WhatsApp con su novio quien está
buscando información en internet para un trabajo de la universidad y a su vez
por momentos observa su Facebook encontrando la solicitud de amistad de Nicolás.
Es amigo de Sandra y cree haberlo visto en algún lado. Por un momento lo piensa
por aquello de respetar los espacios, amistades y demás cosas que acordó con
Sandra, pero sobre todo lo que lo frena es su actitud un poco femenina que se
refleja en sus fotos y reconoce que puede ser un poco homofóbico. Deja sin responder
el resto de la noche la solicitud, pero en la mañana finalmente acepta la
amistad cuando sale de la ducha sin pensarlo mucho más.
Miguel
y Nicolás empiezan a chatear. Hablan de todo un poco, música, novia, amistades,
lugares donde viven, pasatiempos y los sitios de rumba. Se empiezan a ver los
fines de semana mientras corren en la pista atlética del estadio de la ciudad.
A veces Nicolás acompaña a Miguel a jugar al futbol y entresemana conversan por
las noches. Finalmente, todos los jueves se empiezan a ver dentro de lo que
comercialmente se llama jueves de la amistad que busca promover el consumo en
los bares y que los compañeros de universidad de Nicolás lo han empezado a
llamar jueves de hombres. Se reúnen a hablar y hacer cosas de hombres. El pacto
es que no puede haber mujeres en dicho espacio. Cuando por primera vez Miguel
llevó a Nicolás, algunos compañeros medio en charla, medio en serio, le
reclamaron por llevarlo. «Se le nota a lo lejos» le dijeron. Miguel solo
sonrió. El grupo de hombres se reúnen en una casa, juegas cartas mientras
charlan y escuchan música. En otras ocasiones ven una película, a veces ven una
de porno, los que fuman lo hacen y los que no solo hablan de sus novias o de la
presión que sienten en sus casas por que terminen la universidad y hagan algo
de una vez con sus vidas. En fin, cosas de hombres.
Miguel
recuerda que de niño su padre insistía en que no podía confiar tan fácil en las
personas, que todos tienen sus intereses particulares y que por lo que general
uno termina sirviendo a otros. «Busque sus cosas mijo», era su mantra preferido.
Pero siente que Nicolás es alguien en quien se puede creer y tener confianza. Se
siente extraño contándole cosas tan personales que antes guardaba con tanto
celo. Bajo la idea de su padre nunca tuvo como tal un buen amigo, una persona
que no lo juzgará y que no contará sus cosas como pasaba continuamente con los
primos que siempre quisieron que fueran los únicos amigos, pero él calificaba
de chismosos puesto que, desde niños, todo lo que hiciera o dejará de hacer o
que generará controversia se lo contaban a los padres ganándose el regaño
respectivo.
En
cierta ocasión, Miguel invita a Nicolás al gimnasio. Ese día le pareció un poco
flojo, pero pronto se pudo dar cuenta que a pesar de su contextura y
amaneramientos no se quedaba atrás y sus prejuicios empezaron a caer. Pronto van
de igual a igual en la extenuante rutina que se han impuesto y se da cuenta que
él era el «parcero», el amigo que necesitaba para no desmotivarse. Le extraña
que le empiece a hacer más falta de lo normal. A veces se pregunta si le gusta
y entonces se cuestiona si es bisexual. Pronto desecha esa idea puesto que ya
hubieran hecho algo juntos y a sus veintisiete años sabe que ha tenido oportunidad
de experimentar con quien quisiera. Y es que por su belleza ha sido objeto de
insinuaciones constantes, pero pocas veces se ha dejado arrastrar o aprovecharse
de su atractivo para tener hombres o mujeres en sus manos. Y para decirlo con
claridad, sabe que el sexo no es que sea algo que le trasnoche y eso lo hace
sentir como un bicho raro cada tanto. Y entiende que lo que más le hace falta es
poder contar con amigos, con quien hablar, con quien sentirse seguro. Y Nicolás
es honesto y sincero. En él no encuentra falsedad. Reconoce que en su propia
vida ha habido muchos silencios y que por primera vez en mucho tiempo se siente
en libertad de ser el mismo.
Con
Sandra, Miguel encuentra el gusto de estar con una mujer, aunque a veces es distante.
Sabe que no todo lo puede compartir con ella. Lo mejor es que sus besos saben a
miel. Así mismo la caricia de su piel se asemeja a la frescura que se siente al
tocar unas sábanas nuevas. Todo le parece novedoso cada que se encuentran en la
intimidad. Es como explorar una cueva oscura, pero mágica y atrayente. Lamentablemente
casi siempre ella lo frena y lo limita cuando el mismo se siente con ganas de
dejarse llevar y viajar libre sumergido en el placer y en la sensualidad de sus
cuerpos. La madre de Sandra siempre le insiste en la importancia de la santidad
del matrimonio y la necesidad de ejercer una sexualidad responsable solo
orientada a la procreación. A Miguel se le hace todo esto a la antigua, pero
tampoco le molesta. Ha creído que sería una buena pareja en tanto pueden pasar
días sin que Sandra reclame intimidad algo que para él a veces siente que es
demasiado.
Los
días pasan. Un día cualquiera Sandra le reclama su mayor y constante indiferencia,
y pregunta si es ya no la ama, que se lo diga y no habría problema, cada quien
sigue por su lado y listo. Miguel se siente desconcertado. Ella hace el
esfuerzo por mantenerlo interesado y sinceramente no sabe qué pasa. Ya le había comentado a Nicolás, pero el solo
responde que son miedos infundados, que a los hombres hay que saberlos entender.
Al no lograr entender nada las actitudes de Miguel, Sandra decide seguirlo con
algunas compañeras de la universidad. Jimena, una de ellas ya le había infundido
sospechas que tal vez Nicolás y Miguel eran algo más que amigos. Sandra lo
empieza a creer, ha notado a Nicolás cada vez más distante. Se ha fijado como
cada día es más masculino, se nota el ejercicio que hace. Incluso dejo de
maquillarse. Los hombres a ratos son bien complicados le dicen las amigas, pero
ellos solo les interesa una cosa, el sexo. Y qué si, ellos están teniendo sexo
le reiteran una y otra vez. Se les nota en la cara insiste Jimena. Y entonces el
disgusto de Sandra aumenta.
Un día,
Nicolás invita a Miguel a un sauna de caballeros. Y aunque él sabe de las
preferencias sexuales de su amigo y que de cierta manera tiene cierto interés
en él, acepta. Con cautela, recorren dos veces la calle donde queda el sitio
hasta que al fin se animaron a entrar. Ninguno había llegado a ir a un lugar de
estos. Al principio se sintieron un poco cohibidos en un ambiente con tanta
testosterona, pero poco a poco entraron en confianza. Caminaban y se movían en
un ambiente de hombres envueltos en toallas de un lado a otro. Se miran,
charlan, toman cerveza, café, ven videos, se meten al sauna, otros al turco, se
van a broncear en la terraza o desaparecen en los cuartos. Ni el uno, ni el
otro tuvo iniciativa alguna para tener intimidad sexual, aunque tuvieron todo
el escenario dispuesto. Cruzaban miradas, se tocaban el pecho o las piernas
hablando de sus avances en el gimnasio o de cualquier cosa mientras se daban
cuenta de la excitación en sus cuerpos. En un momento, Nicolás toca los bíceps
de Miguel y le dice que quiere tenerlos así de duros. Él capta cierta indirecta
pero no le pone atención. Guarda silencio. Mira hacía la televisión que está
pegada a la pared. Nicolás se siente turbado y lo deja solo. Toma una ducha de
agua fría y se mete al sauna. Se sienta y cierra los ojos. Solo respira para
bajar la tensión sexual que siente mientras el vapor y el olor a limoncillo lo
reconforta.
Al
volver donde su amigo, Nicolás lo observa en silencio. El esboza una sonrisa y
por primera vez reconoce que, aunque le puede gustar, lo más seguro es que no
va a tener nada de lo que quisiera en aquel lugar, ni en ningún otro. Siente un
dejo de frustración y entiende que aquel hombre con el que ha compartido los
últimos tres meses es un buen amigo. Cualquier cosa sexual que tuvieran los
alejaría irremediablemente y no quiere sentirse solo de nuevo. Lo invita al
turco. Allí, mientras respira el olor de las plantas medicinales, comprende que
al lado de Miguel ha ido descubriendo mucho más de su propia masculinidad, de
aquello de lo que significa ser hombre más allá de sus preferencias sexuales.
Sabe que Miguel sabe quién es y que lo acepta. Es una relación un poco atípica,
pero parece que lo que menos importa son los intereses íntimos de ambos, que
son seres humanos que pueden estar juntos. Y entre tanto vivirán sumergidos en
el continuo fluir de la vida que transcurre.
Al
salir del Spa, descubren que Sandra los estaba siguiendo en compañía de otras
dos compañeras de la universidad. Ella se les para frente a frente y los confronta.
—¿Cómo es que me
he metido con un par de maricones? —lo dice con rabia y una profunda decepción.
Los increpa
durante un buen rato. Ellos en silencio escuchan. No quieren crear problemas. Sandra
expresa su rabia, su desencanto y mirando a Nicolás finalmente agrega:
—Eres un traidor.
Maricón de mierda.
Los días pasan, Miguel y Nicolás siguen yendo juntos al gimnasio y al futbol. A veces van a algún bar, hablan de sus amigos, de las personas que les interesa, de su vida y de vez en cuando participan de los jueves de hombres con los compañeros de Miguel. Pero sobre todo han podido aprender a ser amigos en las diferencias, eso que hoy parece que a casi todo mundo se le ha olvidado, saber ser amigo. Tanto las «amistades» del uno como del otro dudan que no tengan sus asuntos «íntimos», pero admiran que se respeten y se apoyen mutuamente. Han descubierto la lealtad, no hablan mal del otro y si tienen que decirse algo, lo hacen frente a frente. También han aprendido a expresarse cariño y afecto incluyendo el saludo de beso en la mejilla sin ponerle morbo a nada en un espacio donde esto es visto con suspicacia. Han salido del país y recorrido especialmente los países del sur, Chile, Brasil, Argentina, Uruguay. Entre tanto, Sandra encuentra un nuevo amor que la trasnocha y «nuevos amigos» esperando que estos sean de verdad leales, pero sigue sin hallar su media naranja.
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