jueves, 16 de julio de 2020

Nada se pierde


Miguel Ángel Salabarría Cervera

Natalia está emocionada por los preparativos para su boda con Alejandro. El tiempo se le acorta a pesar de estar en el mes de octubre y la boda ser el tres de mayo del próximo año. Se siente presionada por las actividades que realiza en una revista quincenal de línea cultural y social en la ciudad de San Lázaro, donde tiene que cubrir diferentes eventos y luego elaborar sus notas en las oficinas de su centro de trabajo, en especial los fines de semana; quedándole su día libre: el lunes.
Ella era originaria de la ciudad distante de San Juan Bautista, hacía seis años había emigrado para estudiar Ciencias de la Comunicación en San Lázaro, por lo tanto, vivía sin su familia rentando un pequeño departamento. Esta situación fortaleció su carácter haciéndola una persona independiente y acostumbrada a tomar decisiones propias desde su vida estudiantil y ahora profesional.
En la universidad conoció a Alejandro, del que se hizo novia desde el segundo semestre de la licenciatura, llevando una relación tranquila y estable durante toda la carrera.
Una calurosa tarde al concluir la última hora de clase mientras el grupo se retiraba, Natalia se me acercó y me dijo:
─Maestro, voy a faltar a la facultad mañana porque voy con el médico, por favor no me considere la falta.
─No hay ningún problema ─le respondí e intrigado por su salud me atreví a preguntarle, porque era una alumna participativa además de asistir todos los días─, ¿tienes problemas de salud?
─Bueno, sí y no, voy a un chequeo médico con el ortopedista.
─¿Y eso?
─¿Ha notado que cuando camino la pierna izquierda está más corta y que no uso zapatillas?
─No soy observador ─le respondí.
─Le voy a contar ─me dijo con familiaridad─. Hace como cuatro años cuando estudiaba la secundaria en San Juan Bautista, me atropelló una moto y me arrastró, tuve varías fracturas en la pierna izquierda, además se me rompió la cadera. ─Con expresión de tristeza continuó relatándome─. Me realizaron varias operaciones en la pierna izquierda, quedándome dos centímetros más corta que la pierna derecha, por esta razón arrastro ligeramente la pierna izquierda y por lo mismo no puedo usar zapatillas, solo zapatos con tacón de dos centímetros.
─Lo importante es que estés bien ─le respondí─ esos detalles no son trascendentes.
─Ni se crea ─con expresión de desolación me dijo─ lo peor fue lo que me ocurrió en mi vientre.
─No tienes por qué contarme lo que te aconteció en esa parte de tu cuerpo.
Manifestándome su confianza me sorprendió al decirme:
─Maestro, no se sienta incómodo, al contrario, inspira confianza y es «buena onda», siempre tratamos cualquier tema en clase, y nadie se agüita.
─Si gustas, Natalia.
─Al fracturarme la cadera, unos fragmentos se me incrustaron en los ovarios y en otras partes de mi aparato reproductor, por tal motivo quedé imposibilitada para tener bebés.
Guardé un comprensivo silencio, mientras miraba el mar que se divisaba por la ventana del tercer piso del edificio, luego le dije:
─Bueno Natalia, hay circunstancias que acontecen en la vida que están fuera de nuestras posibilidades de solución. ─Trataba de encontrar las palabras adecuadas a lo que ella me confiaba y agregué─Sin embargo, tienes otras capacidades que te hacen ser una gran persona y con seguridad serás excelente profesionista.
─Pues sí, pero Dios dirá más adelante en mi vida.
─Así es, vete tranquila, tómate los días que necesites.
Ella dio media vuelta y abandonó el salón para reunirse con Alejandro que la esperaba en el balcón, mientras yo me quedaba sumido en mis pensamientos asimilando la confesión de Natalia.
Acudí como todas las mañanas a mis labores en la Secretaría de Educación, hacía una semana que se habían reanudado las actividades después del período vacacional, me dirigí al escritorio que ocupaba; ya instalado saqué los pendientes que tenía que resolver y en ese momento se acercó Marina una compañera de trabajo a la que conocía de años atrás y a boca de jarro me dijo:
─Oye, ¿así que le das clase a mi hijo?
─¿Quién es tu hijo?
─Es Alejandro Rodríguez usa lentes.
─No lo identifico.
─Pues conócelo bien, para que no lo repruebes.
─Mejor dile que me conozca bien, para que no repruebe.
─Siempre estás con tus ironías, no cambias.
Dio media vuelta y se alejó, mientras me quedaba con una sonrisa disfrutando el enojo que le causó mi respuesta. Luego me ensimismé en mis actividades.
Al día siguiente por la tardé acudí a dar clases a la escuela de Ciencias de la Comunicación con el primer semestre, grupo en el que estaba el hijo de la compañera de trabajo, lo identifiqué al pase de lista; las palabras de su madre no influyeron para que tuviera un trato preferencial, porque la relación con el grupo era la misma para todos.
Con el paso de las semanas me di cuenta que Alejandro era un alumno poco participativo, de actitud discreta, manifestaba carencia de iniciativa, haciéndome inferir que se debía a la personalidad de su progenitora, al ser ella sobreprotectora e intuía su influencia sobre su hijo.
Una mañana estando en mis ocupaciones matutinas en la Secretaría de Educación, Marina se acercó a mi escritorio, al verla le pregunté:
─¿Vienes a venderme algo?
Ella ignoró mis palabras para preguntarme.
─¿Sabes que Alejandro está de novio con Natalia?
─No, la verdad no me fijo en esas cosas, respeto sus relaciones cuando las percibo.
─Ella es una buena chica, viene de fuera a estudiar está sola, la invité a que me visite con frecuencia y ha aceptado, además tú sabes que tengo tres hijos varones y me sirve de compañía cuando salgo.
─Te felicito por tu generosidad para con ella.
─Bueno, te dejo y no te esfuerces de más, que nunca te van a construir tu monumento ─me dijo al retirarse, mientras se reía.
Me quedé pensando en Natalia, porque al conocer cómo era la madre de su novio, sabía que no le iría muy bien en caso que no hiciera la voluntad de ella, sin embargo, no era asunto que me fuera relevante.
El tiempo transcurrió hasta terminar Natalia y Alejandro la licenciatura, al graduarse perdí el contacto con ambos, casualmente me los encontraba en algún lugar los saludaba a la distancia, si era ella con quien coincidía platicábamos sobre sus actividades profesionales, de ser él, fingía no verme. En una ocasión al asistir a un evento en el teatro, coincidí con ella que de inmediato me saludó y diciéndome que platicaría conmigo al concluir el evento.
Así sucedió, al salir del teatro Natalia me esperaba afuera a pesar del frío de la noche, con afecto nos saludamos:
─¡Hola! Qué gusto de verlo de nuevo y encontrarlo en este sitio.
─Para ambos ─le respondí.
─Le tengo noticias ─me comentó.
─¿Te va bien en tu trabajo?
─Sí, pero se trata de otro asunto.
─No me imagino ─le dije.
Sin esperar me dio la noticia que no imaginaba.
─¡Me voy a casar!
─¡Felicidades! ─le pregunté en son de broma─ ¿Con el mismo?
─¡Ja, ja, ja! Sí, con el mismo ─agregó─ cuando esté próxima la fecha, le llevaremos la invitación para que nos acompañe.
Le deseé lo mejor y la felicité por el paso trascendental en su vida, como también por el éxito en su trabajo. Nos despedimos y tomamos nuestros propios rumbos.
Me encontraba desempeñando mis labores matutinas en la Secretaria de Educación, cuando Marina se acercó al escritorio que yo ocupaba, al verla le pregunté:
─¿Vienes a que te entregue la programación del curso para fin de mes?
─No ─respondió─, vengo a comentarte algo.
─Dime de qué se trata.
─Fíjate que Natalia y Alejandro se van a casar. ¿Lo sabías?
Tuve que mentir y le respondí:
─No sé, porque no tengo contacto con ellos, ─agregué─ pero has de estar contenta pues me platicaste que tienes frecuente contacto con Natalia y que la recibes en tu casa.
─Es verdad, ella es una buena chica, muy afanosa ayudándome en la casa cuando me visita, además ya está trabajando y gana bien.
─Entonces es para tus gustos… una excelente futura nuera.
Se puso muy seria, como dudando de platicarme algo que tenía en mente, estuvo así unos segundos al fin se decidió y continuó con la charla:
─¿Estás enterado que Natalia no puede tener hijos?
Me la quedé mirando fijamente y volví a mentir:
─¿Cómo crees que esté enterado de algo muy personal de Natalia?
─Pensé, porque tienes mucha relación con tus alumnos. Pero bueno, entiendo que ya no ves a Natalia y Alejandro ─me miró y dijo con tristeza─. He conversado con ellos respecto a que no podrán darme nietos y me responden que han platicado mucho sobre tener o no hijos, que quieren estudiar una maestría, viajar y después adoptar un niño.
─Me parece muy buena la decisión de ambos. ─Mirando al infinito le comenté─. Es algo que hacen las nuevas parejas, prefieren superarse en lo académico, estabilizarse económicamente y después piensan en los hijos ya sea naturales o adoptados y en caso extremo, adoptan un perro ─solté una carcajada y le dije─ ese será tu ansiado nieto.
Visiblemente enojada me expresó:
─No sé por qué vengo a platicar estas cosas contigo ─y sin despedirse se alejó.
Me quedé pensando las palabras de la madre de Alejandro, la conocía porque habíamos trabajado desde doce años atrás, sabía de su carácter impositivo y manipulador con los compañeros de trabajo; por lo tanto, imaginaba la suerte que correría Natalia al no poder tener hijos y la forma de pensar de ambos por los planes que tenían respecto a esta situación que enfrentarían en su futuro.
No volvió Marina a platicarme más sobre el asunto, algo que le agradecí porque se me hacían fastidiosas esas charlas; tampoco me topé a Natalia y Alejandro en mucho tiempo.
Una tarde, estaba en la central de buses despidiendo a unos amigos, cuando vi a Natalia, al reconocernos nos aproximamos a saludarnos con afecto, me comentó que tenía dos semanas de vacaciones y que viajaría a San Juan Bautista a visitar a su madre que estaba delicada de salud, le deseé que se recupera de sus padecimientos.
Me preguntó:
─¿Recuerda que le platiqué que me iba a casar con Alejandro el tres de mayo?
─Sí, por cierto, no me invitaste ─le respondí.
─Pues no me casé ─dijo con tranquilidad─. De eso tiene más de un año que iba a suceder y Dios sabe porque ocurren las cosas y la verdad no se de cuantas cosas me libré. Estoy serena y me siento bien.
─Es lo importante, que te encuentres en paz contigo misma ─le dije en apoyo a lo que me confiaba.
─Le voy a contar.
─No te preocupes por hacerlo si no quieres o te causa «mal sabor de boca».
Con templanza que me asombraba empezó a relatarme.
─Me dediqué solo yo a los arreglos de la boda, algunas veces me acompañaba doña Marina; en diciembre compramos los vinos y licores, en el mes de febrero que es el carnaval compramos toda la cerveza, y lo almacenábamos en casa de Alejandro ─yo guardaba silencio, mientras ella hablaba─ faltando dos meses para la boda, me entero que Alejandro estaba de novio con una muchacha y ahí no termina el asunto, ¡la fulana estaba embrazada de él!
Con tranquilidad y madurez, prosiguió con su historia
─Fui a verlo a pesar del calor que se sentía a las tres de la tarde, llegué a su casa y le pregunté a su madre de lo que me había enterado, al conocer el motivo de mi visita, me comentó con indiferencia que esto era asunto nuestro y que lo arregláramos en forma civilizada. Le respondí que no se preocupara, que solo quería hablar a él para aclarar nuestra situación y esperaba no volver a tener trato con su familia
Natalia me charlaba el trance que había vivido y yo no salía de mi admiración, por momentos me sentía incómodo, pero sabía que la confianza que se había generado entre nosotros la llevaba a compartir conmigo una etapa trascendental de su vida.
Al llegar Alejandro no mostró sorpresa al verme en su casa, con seguridad doña Marina lo había prevenido. Le pregunté si eran verdad los rumores que me habían llegado, con frialdad me contestó que sí. ─En este momento mi enojo se derrumbó porque como un rayo entendí la situación y la causa de su proceder─. Sin embargo, le dije con tranquilidad: «No te preocupes comprendo la razón de tu actitud».
Él me respondió:
─Bueno, no hay nada más que decir.
Le pregunté:
─Y de todo lo que hemos comprado, ¿qué vas a hacer?
En ese momento se anunció la salida del autobús para San Juan Bautista que esperaba Natalia quien, con una sonrisa de experiencia y seguridad personal, cuando se despedía me dijo las últimas palabras de Alejandro.
─Cínicamente me respondió: «Lo utilizaré en mi boda que es la próxima semana, porque… nada se pierde».

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