Miguel Ángel Salabarría Cervera
Natalia está emocionada
por los preparativos para su boda con Alejandro. El tiempo se le acorta a pesar
de estar en el mes de octubre y la boda ser el tres de mayo del próximo año. Se
siente presionada por las actividades que realiza en una revista quincenal de
línea cultural y social en la ciudad de San Lázaro, donde tiene que cubrir
diferentes eventos y luego elaborar sus notas en las oficinas de su centro de
trabajo, en especial los fines de semana; quedándole su día libre: el lunes.
Ella era originaria de la ciudad
distante de San Juan Bautista, hacía seis años había emigrado para estudiar
Ciencias de la Comunicación en San Lázaro, por lo tanto, vivía sin su familia
rentando un pequeño departamento. Esta situación fortaleció su carácter
haciéndola una persona independiente y acostumbrada a tomar decisiones propias
desde su vida estudiantil y ahora profesional.
En la universidad conoció a
Alejandro, del que se hizo novia desde el segundo semestre de la licenciatura,
llevando una relación tranquila y estable durante toda la carrera.
Una calurosa tarde al concluir la
última hora de clase mientras el grupo se retiraba, Natalia se me acercó y me
dijo:
─Maestro, voy a faltar a la
facultad mañana porque voy con el médico, por favor no me considere la falta.
─No hay ningún problema ─le
respondí e intrigado por su salud me atreví a preguntarle, porque era una
alumna participativa además de asistir todos los días─, ¿tienes problemas de
salud?
─Bueno, sí y no, voy a un chequeo
médico con el ortopedista.
─¿Y eso?
─¿Ha notado que cuando camino la
pierna izquierda está más corta y que no uso zapatillas?
─No soy observador ─le respondí.
─Le voy a contar ─me dijo con
familiaridad─. Hace como cuatro años cuando estudiaba la secundaria en San Juan
Bautista, me atropelló una moto y me arrastró, tuve varías fracturas en la
pierna izquierda, además se me rompió la cadera. ─Con expresión de tristeza
continuó relatándome─. Me realizaron varias operaciones en la pierna izquierda,
quedándome dos centímetros más corta que la pierna derecha, por esta razón
arrastro ligeramente la pierna izquierda y por lo mismo no puedo usar
zapatillas, solo zapatos con tacón de dos centímetros.
─Lo importante es que estés bien
─le respondí─ esos detalles no son trascendentes.
─Ni se crea ─con expresión de
desolación me dijo─ lo peor fue lo que me ocurrió en mi vientre.
─No tienes por qué contarme lo
que te aconteció en esa parte de tu cuerpo.
Manifestándome su confianza me
sorprendió al decirme:
─Maestro, no se sienta incómodo,
al contrario, inspira confianza y es «buena onda», siempre tratamos cualquier
tema en clase, y nadie se agüita.
─Si gustas, Natalia.
─Al fracturarme la cadera, unos
fragmentos se me incrustaron en los ovarios y en otras partes de mi aparato
reproductor, por tal motivo quedé imposibilitada para tener bebés.
Guardé un comprensivo silencio,
mientras miraba el mar que se divisaba por la ventana del tercer piso del
edificio, luego le dije:
─Bueno Natalia, hay
circunstancias que acontecen en la vida que están fuera de nuestras
posibilidades de solución. ─Trataba de encontrar las palabras adecuadas a lo que ella
me confiaba y agregué─. Sin embargo, tienes otras capacidades que te hacen
ser una gran persona y con seguridad serás excelente profesionista.
─Pues sí, pero Dios dirá más
adelante en mi vida.
─Así es, vete tranquila, tómate
los días que necesites.
Ella dio media vuelta y abandonó
el salón para reunirse con Alejandro que la esperaba en el balcón, mientras yo
me quedaba sumido en mis pensamientos asimilando la confesión de Natalia.
Acudí como todas las mañanas a
mis labores en la Secretaría de Educación, hacía una semana que se habían
reanudado las actividades después del período vacacional, me dirigí al
escritorio que ocupaba; ya instalado saqué los pendientes que tenía que
resolver y en ese momento se acercó Marina una compañera de trabajo a la que
conocía de años atrás y a boca de jarro me dijo:
─Oye, ¿así que le das clase a mi
hijo?
─¿Quién es tu hijo?
─Es Alejandro Rodríguez usa
lentes.
─No lo identifico.
─Pues conócelo bien, para que no
lo repruebes.
─Mejor dile que me conozca bien,
para que no repruebe.
─Siempre estás con tus ironías,
no cambias.
Dio media vuelta y se alejó,
mientras me quedaba con una sonrisa disfrutando el enojo que le causó mi
respuesta. Luego me ensimismé en mis actividades.
Al día siguiente por la tardé
acudí a dar clases a la escuela de Ciencias de la Comunicación con el primer
semestre, grupo en el que estaba el hijo de la compañera de trabajo, lo
identifiqué al pase de lista; las palabras de su madre no influyeron para que
tuviera un trato preferencial, porque la relación con el grupo era la misma
para todos.
Con el paso de las semanas me di
cuenta que Alejandro era un alumno poco participativo, de actitud discreta,
manifestaba carencia de iniciativa, haciéndome inferir que se debía a la
personalidad de su progenitora, al ser ella sobreprotectora e intuía su
influencia sobre su hijo.
Una mañana estando en mis
ocupaciones matutinas en la Secretaría de Educación, Marina se acercó a mi
escritorio, al verla le pregunté:
─¿Vienes a venderme algo?
Ella ignoró mis palabras para
preguntarme.
─¿Sabes que Alejandro está de
novio con Natalia?
─No, la verdad no me fijo en esas
cosas, respeto sus relaciones cuando las percibo.
─Ella es una buena chica, viene
de fuera a estudiar está sola, la invité a que me visite con frecuencia y ha
aceptado, además tú sabes que tengo tres hijos varones y me sirve de compañía
cuando salgo.
─Te felicito por tu generosidad
para con ella.
─Bueno, te dejo y no te esfuerces
de más, que nunca te van a construir tu monumento ─me dijo al retirarse,
mientras se reía.
Me quedé pensando en Natalia,
porque al conocer cómo era la madre de su novio, sabía que no le iría muy bien
en caso que no hiciera la voluntad de ella, sin embargo, no era asunto que me
fuera relevante.
El tiempo transcurrió hasta
terminar Natalia y Alejandro la licenciatura, al graduarse perdí el contacto
con ambos, casualmente me los encontraba en algún lugar los saludaba a la
distancia, si era ella con quien coincidía platicábamos sobre sus actividades
profesionales, de ser él, fingía no verme. En una ocasión al asistir a un
evento en el teatro, coincidí con ella que de inmediato me saludó y diciéndome
que platicaría conmigo al concluir el evento.
Así sucedió, al salir del teatro
Natalia me esperaba afuera a pesar del frío de la noche, con afecto nos
saludamos:
─¡Hola! Qué gusto de verlo de
nuevo y encontrarlo en este sitio.
─Para ambos ─le respondí.
─Le tengo noticias ─me comentó.
─¿Te va bien en tu trabajo?
─Sí, pero se trata de otro
asunto.
─No me imagino ─le dije.
Sin esperar me dio la noticia que
no imaginaba.
─¡Me voy a casar!
─¡Felicidades! ─le pregunté en
son de broma─ ¿Con el mismo?
─¡Ja, ja, ja! Sí, con el mismo ─agregó─
cuando esté próxima la fecha, le llevaremos la invitación para que nos
acompañe.
Le deseé lo mejor y la felicité
por el paso trascendental en su vida, como también por el éxito en su trabajo.
Nos despedimos y tomamos nuestros propios rumbos.
Me encontraba desempeñando mis
labores matutinas en la Secretaria de Educación, cuando Marina se acercó al
escritorio que yo ocupaba, al verla le pregunté:
─¿Vienes a que te entregue la
programación del curso para fin de mes?
─No ─respondió─, vengo a comentarte
algo.
─Dime de qué se trata.
─Fíjate que Natalia y Alejandro
se van a casar. ¿Lo sabías?
Tuve que mentir y le respondí:
─No sé, porque no tengo contacto
con ellos, ─agregué─ pero has de estar contenta pues me platicaste que tienes
frecuente contacto con Natalia y que la recibes en tu casa.
─Es verdad, ella es una buena
chica, muy afanosa ayudándome en la casa cuando me visita, además ya está
trabajando y gana bien.
─Entonces es para tus gustos… una
excelente futura nuera.
Se puso muy seria, como dudando
de platicarme algo que tenía en mente, estuvo así unos segundos al fin se
decidió y continuó con la charla:
─¿Estás enterado que Natalia no
puede tener hijos?
Me la quedé mirando fijamente y
volví a mentir:
─¿Cómo crees que esté enterado de
algo muy personal de Natalia?
─Pensé, porque tienes mucha
relación con tus alumnos. Pero bueno, entiendo que ya no ves a Natalia y
Alejandro ─me miró y dijo con tristeza─. He conversado con ellos respecto a que
no podrán darme nietos y me responden que han platicado mucho sobre tener o no
hijos, que quieren estudiar una maestría, viajar y después adoptar un niño.
─Me parece muy buena la decisión
de ambos. ─Mirando al infinito le comenté─. Es algo que hacen las nuevas
parejas, prefieren superarse en lo académico, estabilizarse económicamente y
después piensan en los hijos ya sea naturales o adoptados y en caso extremo,
adoptan un perro ─solté una carcajada y le dije─ ese será tu ansiado nieto.
Visiblemente enojada me expresó:
─No sé por qué vengo a platicar
estas cosas contigo ─y sin despedirse se alejó.
Me quedé pensando las palabras de
la madre de Alejandro, la conocía porque habíamos trabajado desde doce años
atrás, sabía de su carácter impositivo y manipulador con los compañeros de
trabajo; por lo tanto, imaginaba la suerte que correría Natalia al no poder
tener hijos y la forma de pensar de ambos por los planes que tenían respecto a
esta situación que enfrentarían en su futuro.
No volvió Marina a platicarme más
sobre el asunto, algo que le agradecí porque se me hacían fastidiosas esas
charlas; tampoco me topé a Natalia y Alejandro en mucho tiempo.
Una tarde, estaba en la central
de buses despidiendo a unos amigos, cuando vi a Natalia, al reconocernos nos
aproximamos a saludarnos con afecto, me comentó que tenía dos semanas de
vacaciones y que viajaría a San Juan Bautista a visitar a su madre que estaba
delicada de salud, le deseé que se recupera de sus padecimientos.
Me preguntó:
─¿Recuerda que le platiqué que me
iba a casar con Alejandro el tres de mayo?
─Sí, por cierto, no me invitaste
─le respondí.
─Pues no me casé ─dijo con
tranquilidad─. De eso tiene más de un año que iba a suceder y Dios sabe porque
ocurren las cosas y la verdad no se de cuantas cosas me libré. Estoy serena y
me siento bien.
─Es lo importante, que te
encuentres en paz contigo misma ─le dije en apoyo a lo que me confiaba.
─Le voy a contar.
─No te preocupes por hacerlo si
no quieres o te causa «mal sabor de boca».
Con templanza que me asombraba
empezó a relatarme.
─Me dediqué solo yo a los arreglos
de la boda, algunas veces me acompañaba doña Marina; en diciembre compramos los
vinos y licores, en el mes de febrero que es el carnaval compramos toda la
cerveza, y lo almacenábamos en casa de Alejandro ─yo guardaba silencio,
mientras ella hablaba─ faltando dos meses para la boda, me entero que Alejandro
estaba de novio con una muchacha y ahí no termina el asunto, ¡la fulana estaba
embrazada de él!
Con tranquilidad y madurez,
prosiguió con su historia
─Fui a verlo a pesar del calor
que se sentía a las tres de la tarde, llegué a su casa y le pregunté a su madre
de lo que me había enterado, al conocer el motivo de mi visita, me comentó con
indiferencia que esto era asunto nuestro y que lo arregláramos en forma
civilizada. Le respondí que no se preocupara, que solo quería hablar a él para
aclarar nuestra situación y esperaba no volver a tener trato con su familia
Natalia me charlaba el
trance que había vivido y yo no salía de mi admiración, por momentos me sentía
incómodo, pero sabía que la confianza que se había generado entre nosotros la
llevaba a compartir conmigo una etapa trascendental de su vida.
Al llegar Alejandro no mostró
sorpresa al verme en su casa, con seguridad doña Marina lo había prevenido. Le
pregunté si eran verdad los rumores que me habían llegado, con frialdad me
contestó que sí. ─En este momento mi enojo se derrumbó porque como un rayo
entendí la situación y la causa de su proceder─. Sin embargo, le dije con
tranquilidad: «No te preocupes comprendo la razón de tu actitud».
Él me respondió:
─Bueno, no hay nada más que
decir.
Le pregunté:
─Y de todo lo que hemos comprado,
¿qué vas a hacer?
En ese momento se anunció
la salida del autobús para San Juan Bautista que esperaba Natalia quien, con
una sonrisa de experiencia y seguridad personal, cuando se despedía me dijo las
últimas palabras de Alejandro.
─Cínicamente me respondió:
«Lo utilizaré en mi boda que es la próxima semana, porque… nada se pierde».
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