Constanza Aimola
Ahora era yo quien
era infiel, aun con la argolla de matrimonio puesta en un motel de mala muerte
en el centro, mientras atravesaba por algo emocional que parecía un estado
narcótico. Ya no tenía miedo, lo había hecho cinco veces más, después de que mi
esposo me dijera que nadie diferente a él iba a querer hacerlo conmigo.
Cada vez que nos
encontrábamos la habitación era más grande, en la primera solo cabía la cama,
estaba temblando de miedo porque únicamente había estado con un hombre por
muchos años, recuerdo cómo con los ojos cerrados y con el corazón a mil le
intentaba dar placer y que cuando los abrí por unos segundos vi el rostro de mi
esposo en el suyo, lo tenía grabado en mis ojos y mi mente, la que en ese
momento me jugaba una mala pasada.
La segunda vez que
nos vimos, estuvimos en una habitación con sauna por la que tuvimos que
inventar muchas mentiras con nuestras parejas, por el olor fuerte a eucalipto
que se quedó pegado al cuerpo y el cabello.
Fueron en total
seis encuentros, no sabíamos que el de la habitación con la bañera sería el
último, al final toda nuestra historia quedó descubierta por nuestras parejas y
algunos amigos cercanos. Estaba destrozada tras este rompimiento y tengo que
confesar que lo llamaba a la oficina todo el día solo para escuchar su voz, él sabía
que era yo y no me importaba, estaba realmente desecha.
Después de esto, cualquiera
era la oportunidad perfecta para hacerlo con varios hombres. Una exposición de
productos que ni me interesaban, la fiesta aburrida de un amigo, el encuentro
con un viejo conocido del trabajo, los ojos de un sujeto cualquiera con el que
me encontraba seguido en un café, en común, que eran casados o tenían dueña.
Esta es una de las
historias que me contaron en la librería café que inauguré después de muchos
años de planearlo y soñarlo. Allí, hacía tertulias, lecturas de libros,
proyección y discusión de películas, presentación de música y poetas, ventas de
libros, cuadernos hechos a mano por mí misma, muñecos fabricados de forma
artesanal, talleres de muchas cosas y obviamente ofrecía un delicioso y oloroso
café que salía de una hermosa máquina que traje de Italia.
Ese dos de marzo,
lo recuerdo perfecto porque era mi cumpleaños, Lola me contó esta historia,
logrando deshacerse de los secretos y la culpa que la acompañó durante varios
años, mientras compartíamos café, una taza tras otra, hasta sentir que se me
subía la tensión, tanto que parecía que me tiraban por los ojos, con las mejillas
muy rojas pero ávida de toda esta información que mi cliente y nueva amiga me
contaba.
Esto se me
convirtió en costumbre, escuché muchas historias, como por ejemplo la de
Monserrat, una mujer muy hermosa, con una sonrisa que encantaba. Recuerdo que
sus mejillas se sonrojaban con facilidad y hacía un gesto con los ojos
demostrando algo de vergüenza, lo que la hacía muy atractiva.
Solía ir los
viernes a la librería, pedía un café moca con un toque de canela, agua y leche
por mitades iguales y mucha espuma, se sentaba en la barra, sola y leía un
libro vulgarmente romántico como ella le llamó, un día que le pregunté por sus preferencias
en la lectura.
Después de casi
dos meses con esta misma rutina, un día me pidió que le agregara licor a su
café y tras tomarse unos cuantos me contó su historia. Toda la vida había
sentido atracción por las mujeres, algunas experiencias traumáticas con el sexo
opuesto durante la niñez y un gusto innato la habían llevado a declararse
definitiva y abiertamente adoradora de las mujeres. Nunca tuvo parejas
masculinas, fueron por lo general romances pasajeros y algunas relaciones
serias y medianamente duraderas.
Esta experiencia
que se detuvo a contarme, tenía algo particular, había conocido hace poco a una
mujer a la que le gustaban los hombres, ya se había casado y separado y tenía
una hija. Era menor que ella, pero había vivido varias experiencias, todas en
la heterosexualidad.
Pues bueno, en una
fiesta después de haber terminado con su última pareja, Montse, muy pasada de
tragos se lanzó a esta mujer que le llamaba la atención y allí empezó la
aventura de Karina, que pensaba en pocas palabras, algo así como: “me asusta, pero
me gusta” chocando con todos los prejuicios de la sociedad y Monserrat que con
su encantadora forma de ser la invitaba a que se dejara ir.
Un día la trajo a
la librería y me la presentó, tomó un café negro y sin azúcar, era de las mías,
hasta en esos gustos son muy diferentes, sin embargo, se ven hermosas juntas,
han empezado una relación y están viviendo la historia fantástica que muchos
quisieran, es hasta ahora una historia con un final feliz.
Y si de alas se
trata, un piloto de la Fuerza Aérea es un perfecto ejemplo para una historia de
amor, con muchos altibajos como cuando en un vuelo hay turbulencia.
Una tarde en la
que llovía mucho, tanto que se rompió una de las tejas del local, llegó
corriendo y entró a la librería una mujer, morena, de pelo negro azabache,
linda sonrisa con blancos dientes. Prefirió sentarse en un espacio que tiene
cojines en el piso, con pequeñas mesas, velas, incienso, un lugar muy acogedor
para leer, escribir y cubrirse de la lluvia. Eligió café helado con crema
encima y salsa de chocolate, una bebida muy dulce para mezclar con lo amargo y
triste que escribía.
Esta es una
historia que me contaron en dos etapas. Silvia, ese era su nombre, venía por lo
general a mi negocio los miércoles después de las cinco de la tarde, la primera
vez que me empecé a enterar de los detalles de esta historia fue un día que,
por error, dejó olvidado el cuaderno en el que escribía y lo acepto, lo leí.
Me encontré con
dramas de vida, la historia de amor de una pareja que, para decidir vivir
juntos, tuvieron cada uno con anterioridad historias de desamor por separado.
Silvia no visitó
el local por dos semanas, cuando regresó, por primera vez se sentó en la barra
y me preguntó por el cuaderno, le confirmé que allí lo había olvidado y acepté
de una vez que lo había leído, ella no estaba molesta, entonces supo que me
había enterado de esa parte de su historia en la que se había enamorado siendo
muy joven de un hombre que, tras prometerle matrimonio, había decidido casarse
con otra, tras pasar algunos meses separados por compromisos laborales.
El tiempo los
volvió a unir, después de algunos kilos menos de peso y varios litros de
lágrimas que derramó por este hombre. Era innegable para los dos el gusto
físico y las ganas que tenían el uno por el otro, lo que permitió que aún
molesta, con dolor profundo por el engaño y en medio de una relación seria con
otro hombre, se entregara completamente esa noche.
Raúl estaba
casado, aunque no era feliz, ambos tenían hogares que parecían funcionales ante
la sociedad, aunque esa noche los dejó marcados para siempre, por lo que,
aunque Silvia se embarazó de su pareja, nunca perdió la esperanza de ser parte
de su vida y su amor siguió intacto.
Silvia acompañó
esta noche su relato con una mezcla particular, tragos pequeños de amaretto con
leche caliente, lo que empezó a subir la temperatura de la conversación, tanto
que tuvimos que retirarnos de la concurrida barra del lugar a una mesa un poco
apartada. Yo no podía dejar de escucharla casi ni parpadeaba y cambié mi café
negro amargo por agua con hielo para bajar el calor de mis mejillas sonrojadas
por lo que contaba, así como la forma apasionada con que expresaba sus
sentimientos.
Después de durar
separados por algunos años, vivir muchas aventuras momentáneas, historias de
pasión desenfrenada, hombres aburridos con los que no duró mucho y uno que otro
abusivo, este hombre empezó a ver crecer al hijo de Silvia desde la distancia
por las fotos en sus redes sociales en las que nunca había un hombre a su lado.
Hasta ese momento estaba casado, pero al terminarse esta relación decidió
buscar a Silvia. Le preguntó abiertamente por el papá de su hijo y obtuvo la
respuesta que quería escuchar, esta persona no existía.
Silvia accedió a
verse con él y la pasión desenfrenada, el amor, la atracción física y el gusto
que sentían eran evidentes. La lejanía había hecho que aumentara una cierta
tensión que ocasionó que cuando se entregaron de nuevo, explotaran en
sensualidad y deseo, por lo que nunca más pudieron separarse.
Dejaron sus
aventuras, parejas estables y pasajeras y cada uno con hijos de diferentes
personas, se unieron en una nueva y feliz familia.
Para este momento
los vidrios de la ventana que estaba a nuestro lado se habían empañado en la
mezcla del frío de afuera y la conversación acalorada que sostenía con Silvia,
ya después de dos horas de hablar me dijo que no me contaba más porque tenía
que irse. Tras este episodio los he visto algunas veces pasar con su pequeño
hijo de la mano por el mercado de las pulgas que hay en frente de la librería y
se ven realmente felices.
Por mi parte, aquí
me quedo esperando a que nuevos visitantes me cuenten sus historias, sin
dudarlo se las relataré.
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