Marielena Delgado
Afuera nevaba, el
viento frío de otoño levantaba las hojas de los árboles. Anatolli podía sentir
la fuerza del aire al chocar con las ventanas en tanto un agradable olor a
eucalipto proveniente del sistema automático de ambientación le ayudaba a
controlar la tensión que las circunstancias le producían. Las paredes de su
elegante oficina reflejaban tenuemente la calidez de la luz artificial. Respiró
profundo mientras escuchaba.
—Anatolli, debes
ejecutar este plan con todo cuidado, ¡no puede fallar!
—No te preocupes,
Fédor, lo tengo todo cronometrado.
Fédor, el jefe de
Anatolli y alto funcionario del Gobierno, responsable de los departamentos
científicos; conocía bien la capacidad de Anatolli, quien ostentaba el cargo de
director general del departamento científico y tecnológico de Ucrania, Anatolli
es ingeniero en informática y pertenecía al grupo de los homo-optimus ¹,
además personalmente le tenía mucho aprecio, sin embargo, la situación en ese
momento era bastante delicada. Los robots Androides J-3050 habían sido
diseñados con mucho esmero, poseían inclusive el sentido de la justicia y algo
de intuición. Constituían el orgullo de sus creadores. Particularmente Anatolli,
quien dirigió y elaboró el boceto de la «psiquis» robótica, se sentía muy
comprometido y a la vez frustrado por el rumbo que las cosas iban tomando.
Los científicos desarrollaron
el proyecto Kapersky hace siete años atrás en forma exitosa. Los robots fueron
diseñados por categorías para las diferentes actividades a realizar, pero a
todos se les dotó de ciertas facultades humanoides para facilitar su trato en
convivencia con la sociedad, dicha característica, que un principio fue buena, con
el pasar del tiempo, también se convirtió en un factor negativo, ya que hubo
una marcada inconformidad entre ellos, empezaron a reunirse en forma clandestina
y había claros indicios de que se tramaba un golpe a los humanos. Justamente se
previó ese fenómeno, aunque no se lo esperaba tan pronto, para ello se
planificó al mismo tiempo: Kapersky-2 que consideraba abortar el proyecto, es
decir, desconectar a los robots. Este, constaba de dos alternativas: la primera
sería un virus que terminaría inutilizándolos lentamente, pero, se desechó la misma
porque causaría un caos social, ya que el público se acostumbró a verlos como
parte de la comunidad, y la segunda más drástica, pero menos dramática,
desconectarlos e inmediatamente retirarlos para siempre. Previamente hubo
algunas reuniones entre los científicos creadores del programa y las altas esferas gubernamentales que se
hicieron presentes a través de los organismos de: bienestar social, de finanzas
y otros; se dieron muchas fricciones por las consecuencias que estas medidas
acarrearían, los robots habían cumplido
con su función de tareas múltiples como: guardianía, jardinería, limpieza,
lavandería, mantenimiento; y otros de
mayor precisión como actividades de control en fábricas, oficinas, plantas
hidráulicas, plantas eléctricas, en escuelas y albergues de menores. Se
discutió sobre cómo se llenarían dichas vacantes de trabajo, el costo
financiero, el impacto social entre otras consideraciones que ocasionaba el
retirar la mano de obra robótica, se inflaría el presupuesto del Estado, se
encarecería la vida, sin embargo, el peligro era eminente y todos coincidieron
que lo más recomendable para el futuro de la humanidad, sería poner en
ejecución el proyecto Kapersky-2 en su segunda alternativa y eliminarlos en
forma definitiva.
Transcurrió más de
un año en este proceso. Había un frío invierno en Ucrania y corrían los años
dos mil cincuenta. En una hermosa y confortable casa vivían los científicos:
Anatolli y su esposa Katia, de cuarenta y treinta y ocho años, ambos trabajaban
en el proyecto del gobierno. Tenían dos hijos, Natalia de siete y León de cinco
años. Por las múltiples ocupaciones de estos científicos, los niños pasaban
mucho tiempo solos y se entretenían con la tecnología, sobre todo, Natalia, estaba
absorta en su «mundo virtual» aislándose del entorno real. Su mejor amiga:
Tina, su computadora personal.
A decir verdad,
ellos no eran los únicos niños que estaban pasando por ese fenómeno, el exceso
de conocimientos técnicos estaba preocupando a los progenitores de esta
generación que les costaba lidiar con esa realidad abrumadora.
Eran los últimos días de febrero y empezaba a
mejorar el rudo invierno. Una llamada de los padres de Katia anunciando su
visita alegró el hogar de los Pávlov.
«Esto aliviará las tensiones de mi esposa y
mis hijos estarán a gusto». Pensó Anatolli.
Al día siguiente Anatolli con su ordenador
envió un vehículo autónomo a recoger a sus suegros al aeropuerto y Katia pidió
licencia por quince días para quedarse en casa y atender a sus padres que venían
de París, donde vivían.
Los niños estaban
felices con su madre en casa y más aún con la llegada de sus abuelos, hubo un
ambiente de mayor armonía en el hogar de los Pávlov. Ya no pasaban tanto tiempo
con sus amigos «virtuales», estaban encantados con las historias y leyendas del
siglo pasado que les relataban.
—Abuela, cuéntenos,
¿cómo es eso de los combustibles de origen fósil?
—Así, hijos míos,
se extraía petróleo de donde se sacaba principalmente la gasolina, nafta,
diésel, que era el combustible que hacía mover los vehículos. La contaminación
ambiental alcanzó niveles peligrosos, por ello la humanidad se vio obligada a
mejorar el medio ambiente, y se empezaron a utilizar los automóviles eléctricos,
descongestionando la grave polución.
—Abuela, dinos, ¿cómo
era tu escuela?, ¿qué juegos tenían?...
Mientras tanto,
Anatolli centraba toda su atención en el más grande reto de su vida
profesional. El proyecto había sido nominado para el premio «Mundo Robótico», se
lo consideraba como plan piloto para otros países y su nombre aparecía en todas
las revistas científicas. Ahora su rostro juvenil reflejaba consternación: el
proyecto donde había plasmado toda su creatividad y sus conocimientos, se le
venía abajo, lo peor de todo, es que estaba consciente de que aniquilar a los
robots era la única alternativa. Casi no
había podido dormir y su espejo-ordenador le había dicho: «Te ves muy mal hoy y
estás muy nervioso, tomate un té relajante».
Salió temprano de
casa repasando mentalmente lo que debía hacer. Se puso las gafas-escudo para evitar que sus
pensamientos sean leídos y se disponía a desconectar el cerebro principal de
los robots androides J-3050. Si no lo hacía, pronto ellos tomarían el mando y
someterían a la raza humana. Eran cinco científicos los encargados de coordinar
el proyecto con mucho sigilo. Para no correr riesgos y evitar que se filtre la
información, se mantuvo la ejecución bajo códigos secretos para no levantar
sospechas.
Los edificios
gubernamentales por fuera eran muy sobrios y hasta lúgubres, pero, por dentro
su decoración era cálida y las oficinas despedían un aroma a lirios recién
cortados y a chocolate caliente que despabilaban a los funcionarios cuando
ingresaban al lugar.
Después de una
serie de pasos y protocolos que logró ejecutar el equipo de científicos, ubicados
en sitios estratégicos, se reportaron entre ellos como apoyo al trabajo a
ejecutar, sin notar nada anormal. El jefe del proyecto, Anatolli, fue el
delegado para apretar el botón que desconectaría la gran central de los
androides J-3050, con mucho sigilo y casi sin respirar estiró el brazo para
accionar el botón, cuando, ¡Paf!, sintió un golpe mortal en su cabeza, luego
todo se le oscureció y no supo más.
Afuera las primeras
lluvias de abril hacían brotar lirios y manzanillas, el paisaje se trasformaba
del blanco resplandeciente al vívido verdor primaveral ucraniano.
¹ Un ser humano
mejorado gracias a implantes cerebrales y una conexión orgánica a internet.
Anatoli es un relato de ciencia ficción, que todo adepto al género tiene que leer. Primero que nada hay que agradecer a la autora de este muy buen cuento, la bondad en el cuidado de la ortografía y el aspecto básico de una lectura fluida y entretenida. Es una idea muy bien explicada que la autora sabe cómo girar en momentos cruciales. La posibilidad de androides conviviendo con seres humanos es una idea que ha planteado el mundo de la literatura desde hace mucho, y que la autora de éste cuento corto, supo muy bien cómo captar. Muy buen escrito Mariaelena, espero sigas escribiendo así.
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