Yadira Sandoval Rodríguez
Un día Pablo, un
joven de veintiocho años de estatura mediana y ojos verdes, conoció a Socorro,
una joven de treinta cinco años, en una reunión en la cual ella dio una plática
sobre proyectos de inversión para pequeños productores. Al terminar la charla
Pablo se presentó y la invitó a participar en un proyecto en las afueras de la
ciudad, conocido como el cinturón, donde se localizan las colonias de personas
con escasos recursos, específicamente en el oriente de la ciudad. Allí, se
encuentra un rancho y los dueños desean crear un parque ecológico dirigido a
las familias para que realicen actividades: paseos a caballo, clases de
ecología, campamentos para las escuelas; con el objetivo de fomentar el cuidado
del medio ambiente en la comunidad. Idea que convenció a Socorro ya que está encargada
de desarrollar proyectos comunitarios en zonas rurales aunado a su trabajo de
maestra de finanzas en una escuela técnica. Pablo le dio la dirección del lugar
y quedaron en verse el fin de semana.
Socorro llegó al
rancho acompañada de un amigo y quedó impactada por el lugar: un terreno enorme
de doscientas cincuenta y dos hectáreas, donde se veía un valle plano con pasto
y árboles a su alrededor. Socorro conoció al fundador del rancho, es una
persona muy amable y carismática de avanzada edad, este tiene dos hijos, encargados
del terreno y el menor es quien la contactó. Mientras se presentaban, llegó un
grupo de niños, los cuales dieron sus nombres, Socorro les preguntó de dónde
venían, de la colonia: Metalera, El Ranchito y Los Naranjos, ella se dijo a si
misma: «Puro, barrio bravo». Los niños la invitaron a andar en caballo para que
conociera mejor el lugar, tomó precauciones, ya que nunca se había subido a
uno, el hermano mayor le entrega el más apacible de los animales: «No se
preocupe, señorita, no le va a pasar nada, es mansito».
Los niños la
llevaron a pasear por algunos lugares del rancho, le compartieron varias de sus
aventuras, experiencias que las visualizó en actividades recreativas para las
familias. Ellos le narraban sus travesuras y Socorro observaba el terreno,
formulando nuevas preguntas en su mente para hacérselas a los dueños. De
regreso al establo Socorro agradeció a los niños por el paseo y se despidió de
ellos; tras reunirse con los dueños les entregó una lista de preguntas para comenzar a formular
por escrito el proyecto del Rancho Ecológico. Socorro se obligó estar con ellos todos los sábados
para entrenar a las personas quienes se encargarán de las áreas de: servicio al
cliente, hospitalidad, primeros auxilios, seguridad, promotores ecológicos,
culturales y de ciencias como: noches de astronomía; eso la emocionó mucho.
Ideas que concretó en el momento de hacer la evaluación del lugar.
Pasaron tres semanas, Socorro observó que el número de chicos
aumentaba constantemente y supo por los dueños que algunos infantes no iban a
la escuela, razón por la cual decidió organizar clases breves para
reintegrarlos a la educación escolar, pero primero tenía que ganarse su
confianza.
En el rancho había
una vaca, los niños la nombraron, Eloísa. Socorro empezó a utilizarla como
método pedagógico para contar historias sobre la naturaleza. Los enanos, como
ella los llamaba, se encariñaron con Eloísa, Socorro se emocionaba al ver cómo
la acariciaban con tanta ternura, ella sabía que esos niños estaban necesitados
de amor, y la vaca era una alternativa de acompañamiento, algunos niños no
tenían papás. Sus conjeturas las confirmó en el momento en el que le cantaban
todos a la vaca mientras la ordeñaban en el establo. El canto se convirtió para
ellos un himno de esperanza.
Tengo
una vaca lechera,
No
es una vaca cualquiera,
Me
da leche merengada,
¡ay
qué vaca tan salada!
Tolón,
tolón… tolón, tolón.
Un
cencerro le he comprado,
Y
a mi vaca le ha gustado,
Se
pasea por el prado,
Mata
moscas con el rabo,
Tolón,
tolón… tolón, tolón.
Llegó la semana de
la inauguración del proyecto, como era tradición, los rancheros decidieron
matar a la vaca, para celebrar el acontecimiento. Socorro y los niños no
pudieron hacer nada. Ellos vieron cómo degollaron a Eloísa con un cuchillo, al
instante cayó al suelo, la sangre salió de su cuerpo; uno de los rancheros le sacó
los intestinos, el corazón, el estómago; entre cinco hombres la agarraron de
las cuatro patas, la extendieron boca arriba, cada pata fue amarrada a un poste
y debajo de su cuerpo había un hoyo en donde la cocinarían; le desprendieron la
piel con otro cuchillo, mucho más grande, hasta dejarla sin ella; los rancheros
realizaban su faena entre pláticas y risas, era una clase de ritual para ellos,
habían crecido desgarrando vacas toda su vida. Socorro estaba seria, tenía
conciencia de que estaban despedazando una identidad, un alma, no un animal, era
Eloísa, se había encariñado tanto con ese animal, que no podía creer lo que
estaba mirando. A lo lejos, vio a uno de los niños que estaba llorando por la
vaca, inmediatamente se lo llevó de ahí, los dueños del rancho no le pusieron
atención, estaban muy entretenidos en su actividad escuchando música ranchera y
empinándose a la boca cerveza Tecate.
Al día siguiente,
las personas empezaron a llegar al rancho, se esperaban unas treinta familias,
todas en carros. Las mujeres bajaron con grandes bandejas de comida: frijoles,
ensalada, pan, tortillas con diferentes salsas; desechables. Y los hombres con
grandes barriles de cerveza. La música empezó a tocar a todo volumen. Los
enanos llegaron con sus papás, todos querían conocer a la maestra Socorro. Los
papás aprovecharon para darle las gracias por lo que estaba haciendo por sus
hijos. Mientras terminaba de saludar a los papás de los enanos, ella observa que
uno de los hombres viene cargando con una bandeja en donde se encontraba la
carne de Eloísa, las mujeres empiezan a servirla en tacos, Socorro veía cómo
las personas se llevaban a sus bocas el cuerpo de Eloísa, por unos minutos
sintió asco, en eso, fue interrumpida por una señora:
—Socorro, ¿va a
comer? No la he visto probar ningún bocado.
—Muchas gracias,
señora Ramona. Acabo de probar los frijoles y la ensalada —dijo Socorro.
—Niña, eso es muy
poquito, debería comer más —insistió Ramona.
—Muchas gracias,
Ramona, pero deseo probar los postres, traigo ganas de dulce —contestó Socorro.
—Excelente, niña,
están riquísimos. Yo hice el pastel de las tres leches —finalizó Luisa.
Socorro le da las
gracias, se acerca con los dueños, está por iniciar la ceremonia de
inauguración. Se corta el listón, los dueños dicen unas palabras, le pasan el
micrófono al fundador del rancho. Todos aplauden y la fiesta continúa. Socorro se
despide, desea ir a casa a descansar porque muy temprano tiene que levantarse
al día siguiente para ir a la escuela. Se despiden de ella, los niños la
abrazan, en eso pregunta por Luisito, los niños le dijeron: «Se enojó por lo
que le hicieron a Eloísa e hizo un comentario que nos sacó de onda: que no
creía en nada y en nadie». Socorro les pidió a los niños el teléfono de él y la
dirección. El mayor de los niños quien es un adolescente le pasó los datos.
A los días Socorro
fue a la casa de Luisito, una señora de sesenta años la hace pasar, le ofrece
un café y le comenta: «Los papás abandonaron a Luisito, yo me hago cargo de él,
mi nieto dura días en la calle y luego regresa, cuando estaba más pequeño lo
tuve que internar en una casa hogar, pero se escapó, hasta que encontró el
rancho y se refugió ahí. Andaba muy emocionado, pensé que ya había encontrado
un lugar para asentar cabeza. Antier llegó llorando, le pregunté qué tenía y no
me contestó, desde entonces no lo he visto, señorita». Socorro se termina el
café, da las gracias y se retira de la casa, le entrega su número de teléfono
para que le marque en cuanto regrese su nieto.
Socorro toma
cartas en el asunto y decide presentar el proyecto en una institución para que
le autoricen financiamiento para el proyecto, la secretaria de la oficina la
hace esperar unos quince minutos el jefe tenía una llamada. Mientras espera,
ella revisa los periódicos los cuales están sobre una mesa, abre uno y lee:
«Niño de doce años fue encontrado en la colonia la Metalera con droga y dos
armas en una mochila», inmediatamente pensó en Luisito. La secretaria le dice
que su jefe la está esperando en la oficina. Ella pasa y se presenta:
—Buenos días, mi
nombre es Socorro Rivera.
—Mucho gusto, ¿qué
se le ofrece?
—Tengo dos meses
trabajando con un grupo de rancheros, ellos tienen una finca en las afueras de
la ciudad, desean proyectarlo para paseos familiares. Yo estoy encargada de la
logística y el desarrollo de él. Aparte tenemos un grupo de niños quienes se
beneficiarán con el proyecto son de escasos recursos, deseamos alejarlos de las
drogas y el vandalismo a través de actividades lúdicas. Sus familiares están
encantados con la idea.
—¿Me puede señalar
con precisión en dónde se encuentra el rancho?
Socorro saca un
mapa de la ciudad y le señala el lugar. El señor se queda serio por unos
segundos, se lleva las manos a su boca y observa pensativo a Socorro.
—Es mejor que
salga de ahí, señorita, ese rancho colinda con unos terrenos en donde tienen
proyectado un megaproyecto inmobiliario, en cualquier momento van a sacar a sus
amigos de ahí.
Socorro no lo
podía creer, cierra su carpeta y sale de la oficina; se dirige al rancho para
platicar con los propietarios, al mismo tiempo recibe una llamada: «Socorro,
estamos en la comandancia anoche trataron de sacar nuestras cosas, después
llegó la policía y ahora nos dicen que nuestros terrenos son propiedad de un
señor que no conocemos». Socorro se queda seria, suena su teléfono, le dice a
Pablo que la espere un momento, es la abuela de Luisito que le comenta: «Señorita,
mi nieto está en la cárcel, no sé qué hacer». Socorro solo dice:
«Tranquilícese».
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