Paulina Pérez
La elegancia, los contrastes y el misterio iban
desapareciendo por el abandono y la apatía de quienes la habitaban.
Había nacido entre altas montañas, algunas de ellas
con la mitad del cuerpo cubierto por un manto blanco en invierno; cuando el
cielo estaba azul, nítido, el paisaje era un verdadero espectáculo. Antes de la
llegada del internet, las redes sociales y los teléfonos inteligentes, quien
lograba una foto con aquella vista de fondo, la colocaba en la primera página
del álbum familiar o en el lugar más visible de la casa, enmarcado o dentro de
un portarretratos. La parte histórica de la ciudad es bastante grande; las casas
coloniales, cuyos propietarios pertenecían a las familias adineradas e influyentes
de la urbe, eran de dos pisos, de adobe, con gruesas columnas, techos de tejas,
amplios corredores, y tres patios internos que se usaban respectivamente para
lavandería, servidumbre y caballerizas y que con el tiempo, se fueron
transformando en patios ajardinados que albergaban grandes macetas con plantas
florales de vistosos colores y pequeñas piletas de piedra. Los inmensos portones
y ventanas de madera, y los balcones de hierro forjado traídos de Francia, hacían
contraste con las blancas paredes. Los pisos de las escaleras, salones y
dormitorios eran de tablones de madera muy cuidados y encerados y los de los
baños, de piedra. Muchas de estas grandes casas fueron restauradas y la mayoría
de ellas ahora son hoteles de lujo, hostales o restaurantes de comida típica y
en algunas calles, casi en los límites de la parte histórica y la ciudad
moderna se pueden observar centros de tolerancia que conforman lo que se conoce
como zona roja.
Las empinadas cuestas y el desordenado crecimiento de
la ciudad, más larga que ancha, son parte de su atractivo.
Todavía hay ciertos barrios antiguos y modernos bien
conservados, organizados, pero el resto de la ciudad ha ido perdiendo su
encanto, incluso la parte colonial. Con nostalgia se recuerda cuando antes de
las fiestas de fundación, se hacían los concursos de belleza para elegir a la reina
de la ciudad y cada barrio realizaba su propio certamen, luego la nueva
gobernante y su corte distribuían refrescos a los vecinos que, organizados en
grupos, limpiaban calles, veredas, parques, pintaban las fachadas de las casas
y condominios; al final de la jornada, orquestas populares amenizaban el baile
en las calles y el canelazo, una bebida de aguardiente, naranjilla y azúcar, abrigaba
y animaba a los presentes. Definitivamente eran otros tiempos, épocas de
solidaridad, de tradiciones que nos hacían amigos, de anécdotas, de historias
que se convertían en leyendas.
La ciudad no pudo hacer a un lado los vientos de
cambio. Las áreas coloniales fueron invadidas por escasas construcciones
nuevas, sin gusto, además de la contaminación ambiental y visual. Los
almacenes, cada uno con su propio equipo de sonido, pasando canciones de moda a
todo volumen, hacían imposible una caminata tranquila por aquellas calles. La
agitada vida moderna, el consumismo
desenfrenado y el cambio climático la iban lastimando, hiriéndola,
enfermándola.
El invierno se desató con furia, la lluvia no cesaba y
se alternaba con caída de granizo, la gente trataba de protegerse del temporal
bajo los salientes de casas y edificios o entraban a los comercios, cafeterías,
esperando que la tempestad amaine mientras, impactados, miraban a través de las
ventanas cómo la lluvia formaba ríos violentos de agua que levantaban pedazos
de calzada y arrastraban todo lo que encontraban en su camino.
Los vendedores informales se habían tomado desde hace
un tiempo las veredas para expender sus productos y los colocaban sobre cajas cubiertas
con plásticos o láminas de cartón o madera que apoyaban contra las paredes, el
agua cayó sin darles tiempo a nada y desesperados miraban como lo perdían todo.
Las alcantarillas estaban saturadas y las aguas
servidas comenzaban a salir por los sifones e invadían los locales comerciales
y las viviendas, los truenos y relámpagos atemorizaban aún más a quienes la
tormenta atrapó saliendo de sus trabajos, o regresando a ellos después de la
hora de almuerzo.
Los canales de televisión pasaban imágenes de personas
arrastradas por el fuerte caudal, pasos a desnivel inundados con automóviles y
buses atascados. En una hora de intensa lluvia la ciudad colapsó.
Quizás fue un mensaje para sus apáticos e indolentes
habitantes que día a día la agredían. La modernidad los había vuelto tan
indiferentes y egoístas que los buenos hábitos y costumbres eran recuerdos de
tiempos mejores. Ya nadie respetaba los horarios de recolección de desechos,
las fundas atiborradas de plásticos y basuras eran destrozadas por los perros
callejeros. Los parques convertidos en cantinas públicas, y en servicios
higiénicos de las mascotas, las calles atestadas de vehículos conducidos por
gente estresada y malhumorada que usaba el claxon sin consideración por los
conductos auditivos de los peatones.
Así, de a poco y cada vez más rápido, la ciudad calma,
de casas coloniales y grandes plazas en su parte histórica, de barrios
residenciales y amigables, de lujosos y modernos edificios en zonas
regeneradas, se convertía en un infierno de basura, contaminación,
individualismo e indolencia.
Cuando cesó la lluvia, la ciudad parecía una mujer
maltratada, el maquillaje corrido, sus vestidos hechos hilachas, su piel llena
de cortes y hematomas, sus cabellos enmarañados y quienes la miraban permanecían
desolados, con los ojos crispados ante semejante reprimenda de la madre
naturaleza.
La ‹‹Carita de Dios›› nombre que había merecido por el
contraste entre las estrechas calles de piedra, las elegantes casonas
coloniales junto a plazas, parques e iglesias centenarias y los cielos azules o
los rojos atardeceres, se había transformado en un rostro demacrado y
adolorido. Entre los políticos y la gente que la habitaba acababan con ella, la
humillaban, la vejaban sin asomo de remordimiento.
Al día siguiente, ella apenas empezaba a recuperarse de
aquel torrencial aguacero y la decepción le asestó un nuevo golpe, no había
sido suficiente verla desgarrada por la furia del agua que cayó del cielo como
un castigo, ¿qué más tendría que pasarle para que se apiadaran de ella y la
ayudaran a renacer?
No hay comentarios:
Publicar un comentario