jueves, 14 de febrero de 2019

Un cuento de otoño


Frank Oviedo Carmona


Era una tarde de otoño, fresca de suaves vientos, una de las estaciones preferidas de Tina. Ella se encontraba recostada en una banca con los brazos abiertos mirando hacia el cielo. Le encantaba sentir la brisa en su rostro; sus ojos sonreían de felicidad agradecida a la vida por lo que le permitía sentir.

Su cabellera era espesa y oscura como el petróleo, ojos negros avispados, mediana estatura, trigueña y deportista.

Ahora de veintiún años, vivía en Barranco, en una casa de dos pisos, de fachada alta de color blanco, puerta grande ovalada pintada de azul y manija de un tono dorado. Al ingresar te comunicaba a un camino de gradas que llegaba a una puerta principal; hacia la izquierda había un jardín grande rodeado de crisantemos, en el centro, una pileta de mármol negra, rodeada de bancas donde ella solía sentarse en las tardes de otoño.  Y hacia el lado derecho tenía espacio para parrillas, cuando hacían reuniones familiares. Mientras disfrutaba de la brisa, el teléfono sonaba pero ella no lo oía, hasta que escuchó una voz.

–¡Señorita Tina, tiene una llamada telefónica de la señora Claudia! –gritó  Josefina, la nana.

Tina se levantó de un salto y subió la escalinata corriendo hasta llegar a la sala. Agitada, se tiró al sofá, levantó el teléfono y respondió.

–¡Hola! ¿Con quién tengo el gusto?

–Tina, soy Claudia, amiga de tu hermana Alicia, ¿cómo estás?

–Bien, Claudia, ¿a qué debo el gusto de tu llamada?

–El sábado haré una reunión familiar en mi casa, celebraré mi cumpleaños y despedida de mi hermano Roberto que se va a Japón a hacer una maestría. Ven con Alicia, ¿qué dices? ¡Mira que tú no sales así nomás!  Seguro te da permiso tu mami.

–Sí, por supuesto que iré con mi hermana. Sí me deja salir mi madre pero igual debo pedirle permiso. –Sonrió Tina.

Zara, madre de Tina era una mujer recta, mandona y celosa con sus dos hijas. Sobre todo con Tina que era la última. Quizá porque enviudó a temprana edad y tuvo que hacer de padre, madre y trabajar jornadas largas ya que la herencia que le dejó su esposo no le alcanzaba para darles una buena educación y estilo de vida.

–Está bien, Tina, entonces lo doy por hecho que irás.

–Claro que sí, Claudia, te dejo; debo salir –y apresuradamente colgó el teléfono.

­­­–Josefina, Josefina, apúrate que tengo que contarte algo.

–Señorita Tina, no me apure pues, estoy preparando su almuerzo antes que salga usted a estudiar, si no su mamá me mata.

–Ya, Josefina pero almuerza conmigo para conversar, aprovechemos que mi madre no está.

–Está bien, señorita.

Josefina era la nana; pero para Tina, una segunda madre. Ella fue quien ayudó a Zara a criar a sus dos hijas. Su madre estaba agradecida por todo lo que había hecho, pero ella era quien ponía el orden porque Josefina era condescendiente, confidente y defensora de las dos. La madre le decía que era blanda para cuidarlas, pero sabía que ella las protegería y cuidaría bien.

–Señorita Tina, un día su mamá me va a encontrar sentada chismeando con usted y de patitas me pondrá en la calle –dijo entrelazadas sus manos hacia atrás.

–No digas eso, ella no llegaría a esos extremos y si te bota, nos vamos juntas.

Las dos sonrieron, Josefina le dio un beso en la frente,  y se sentaron  a almorzar.

El tiempo pasó rápido y llegó el día de la fiesta. Zara aceptó que Tina fuera a la fiesta. Quien llevaba un vestido negro con escote discreto, manga cero y de largo a la altura de la rodilla. Un collar de piedras turquesas, su cabellera suelta tirada hacia atrás y una cartera negra tipo sobre. Llegaron en taxi. Al tocar el timbre las recibió Claudia y les ofreció asiento.

Durante la noche llegaron más invitados y la reunión se hizo entretenida, bailaron, comieron y tomaron algunos tragos, hasta la media noche.

Tina, rendida de bailar sin parar, se recostó en un sofá sin darse cuenta de Roberto, hermano de Claudia, quien había bailado dos o tres piezas, pero ninguna con ella la observaba de lejos.

Tina se acercó y lo quedó mirando.

–Es tu despedida y el cumpleaños de tu hermana y no has bailado conmigo –le dijo mientras él estaba arreglando los cables del equipo.

Roberto no levantó la mirada y se quedó sin hablar por unos segundos, luego le respondió haciendo pausas para tomar aire.

–Oh perdón tú eres hermana de Alicia, ¿verdad? No te saqué a bailar porque estabas rodeada de amigos –sin  levantar la mirada le respondió.

–Sí, Roberto, así es, dime y ¿cuándo viajas?

–Ehhh la próxima semana, lástima que recién nos conozcamos –Roberto hablaba pausadamente como si le costase decirlo.

–Dime, ¡por qué no me miras cuando me hablas! Acaso te asusto –sonrió Tina.

–Perdón, ehhh no fue mi intención incomodarte y para que veas que no me asustas,  prometo escribirte y contarte de Japón.

Ambos se dieron la mano en señal de aceptación, Roberto como siempre sin poder sostener la mirada hacia Tina.

Al estar ya Roberto en Japón, cumplió su palabra de escribirle frecuentemente. Se hicieron amigos a la distancia, él le comentaba cómo era la cultura de Japón y las posibilidades que habían de quedarse un tiempo más prolongado a trabajar y seguir estudiando.

Pasaron unos años y Tina inició una relación con Renato,  quien era un joven atlético, bien parecido, alto y de tez clara. Trabajaba como subgerente en la empresa de repuestos para autos de su padre, no sabía mucho pero lo asesoraban; su padre deseaba que aprenda todo lo relacionado a la empresa, ya que Renato era inmaduro, caprichoso, ostentoso e irresponsable. Hasta que conoció a Tina. Él  decía que el amor lo había cambiado.

A pesar de que Tina estaba con Renato nunca dejó de escribirle a Roberto, ya que ella estaba contenta de tener un amigo, un confidente, alguien con quien conversar.

Al cabo de cinco años Roberto había terminado su maestría y con una propuesta de trabajo en Japón decide tomarse un respiro para venir a Perú y conversar con Tina, deseaba hablarle de lo que en verdad sentía por ella.

Una vez en Perú coordinaron para verse.           
                                      
–Roberto, no me asustes, ¿qué ha pasado? –preguntó Tina luego de abrazarlo y mirarlo fijamente a los ojos.

–Hay que tomar asiento, no es nada malo lo que te diré – respondió con una sonrisa.

–Qué bueno porque yo también debo contarte algo bello por lo que estoy pasando.

–Entonces, dime tú primero –dijo.

Roberto se puso nervioso e inclinó su cabeza.

–Roberto no sé por dónde empezar, estoy embarazada, tengo tres meses, voy a ser madre y te juro soy la mujer más feliz del mundo.

–¡Un hijo de Renato! ¡Vas a tener un hijo de Renato! –con voz entrecortada, lo repitió.

Trató de relajarse y felicitarla pero no pudo.

–Ahora te toca a ti hablar –susurró Tina, sonriendo–. Roberto, te  estoy hablando, dime lo que deseas contarme.

Volvió en  sí.

 –He sido contratado por cuatro años más; vacaciones una vez al año con viaje y todo pagado, entre otras gollerías, ¡qué  te parece! Por otro lado te felicito por tu embarazo, sé que serás una excelente madre. –¡Qué  te parece! –exclamó Roberto.

Tina salta de alegría y le pregunta:

–Pero, ¿eso nomás me ibas a decir?

Él con tranquilidad le respondió que eso era solamente.

Su rostro se desencajó al no poder decirle lo que sentía por ella, trató de calmarse para que no se diera cuenta. Solo quería salir de aquel lugar,  regresar a Japón y pensar bien en lo que haría.

Adelantó su viaje a Japón y continuó escribiéndose con Tina, sin decir palabra alguna de lo que sentía por ella.

Así pasaron los meses y Tina fue avanzando con su embarazo. Un día, mientras se recostaba en la banca de la terraza, como siempre Josefina pendiente de ella, se acercó y le dijo:

–Señorita Tina, hace mucho frío aquí afuera, le va agarrar el resfrío, pase a tomar algo caliente.

–Josefina, no exageres, es una brisa suave que acaricia y tú sabes que me gusta, igual te haré caso porque si no, te vas quedar parada sin moverte –sonrió Tina.

–Ay señorita Tina, su barriga está linda, cada día crece más, tómeme del brazo y suba con cuidado.

–Ay Josefina, el estar embarazada no es una enfermedad, estoy muy bien con mis ocho meses.

–Señora Tina, usted sabe cómo es su  mamá de celosa, me escucha llamarla Tina y me va a gritar –ambas sonrieron.

Llegaron a la sala muertas de la risa. Tina tomó algo ligero y salieron rumbo a la oficina de Renato.  Ya que siempre se quedaba hasta largas horas de la noche y Tina quería darle una sorpresa.

Subieron la escalinata, tomadas del brazo,  sin parar de reírse.

Al llegar a la oficina, Tina, luego de abrir la puerta dio un grito de desesperación porque vio a Renato con la secretaria abrazados y besándose.

–Tina perdóname te lo quería decir, pero cuando me hablaste del bebé no supe cómo explicártelo, tampoco quería tener un hijo, no me siento preparado.

–¡No puedo creer lo que me dices, me juraste que me amabas, eres un maldito, cómo pudiste hacerme eso! Con razón mi familia no te quería ni confiaba en ti y yo ciega te defendía, felizmente nunca nos casamos –completamente desencajada le increpó.

Josefina no pudo detener a Tina, que al retirarse le dio una bofetada a Renato.
Todo el camino lloró y tuvo que ir de emergencia a la clínica, ya que le vinieron los dolores y dio a luz a una hermosa niña.

Tina entró en una depresión en donde su apoyo fue su familia, la sicóloga y Roberto, que siempre estuvo en contacto con ella. Habían días en que conversaban por horas, él la escuchaba desahogar toda la cólera, rabia que sentía, él la aconsejaba diciéndole que le dé tiempo al tiempo y llegará el momento en que sea feliz.

Pasaron cuatro años y Roberto terminó su segunda  maestría.

 Hasta que un diecinueve de diciembre, Tina recibió una llamada.

–Hola Tina, soy Roberto iré a Perú, por favor no avises a nadie.

–No me asustes Roberto, dime, ¿qué pasa?

–Tranquila Tina, nunca podría decirte algo malo.

Efectivamente, llegó al Perú un veintinueve de diciembre, como lo había acordado. Se quedó en la casa de sus padres, en la playa de San Pedro, cerca de Lima, y en los siguientes días realizó un almuerzo al que estaba invitada Tina.

La tomó de las manos.

–Desde la primera vez que te vi, me enamoré de ti, de tu sonrisa,  tu forma de ser alegre, de tu cabellera larga, hasta de tu forma de bailar entre otras cosas –susurrando le dijo.

Roberto siempre fue un hombre serio y no creía que algún día se enamoraría así, pensaba que eso solo sucedía en las películas.

–Pero, ¿tú estás loco? ¿De qué hablas? No me hagas esas bromas, tú sabes muy bien por todo lo que he pasado  –Y lo soltó bruscamente de las manos.

–Lo sé muy bien, por favor escúchame. Hace mucho tiempo quise confesártelo, pero no tenía nada que ofrecerte.

–Pero Roberto, tú eres mi amigo, yo aún no tengo la capacidad para enamorarme nuevamente. ¡Cómo me vas a decir eso! –exclamó.

–Tina, no estoy bromeando, lo que te digo es verdad, cásate conmigo, a eso he venido. Mis acciones harán que te enamores de mí, solo tengo quince días para arreglar documentos y luego nos vamos y al regreso nos casamos por la Iglesia.
Tina se quedó pensando, le había demostrado durante años su lealtad y el interés por ella, siempre estuvo ahí, aunque en el otro lado del mundo, nunca la dejó.

Le respondió que en unos días le daría la respuesta, pero que no le prometía nada.

La madre de Tina no estaba de acuerdo pero su hermana Alicia la hizo entrar en razón, diciéndole que Tina había sufrido mucho, tenía todo el derecho de intentar algo y ser feliz.  Roberto es un buen hombre, y había estado a su lado siempre.

Tina aceptó casarse por civil e irse con él y su hija a Japón.

Después de un año, regresaron al Perú y se casaron según la religión católica.  Para ese entonces, debido a todas las atenciones y detalles que Roberto había tenido con Tina, él logró que ella lo amara. El amor de Roberto traspasó el dolor de Tina hasta curar su corazón.

Nuevamente salió embarazada de una  niña.

Él ahora está por jubilarse. Una de sus hijas está casada y haciendo una maestría en economía en Estados Unidos y la menor haciendo su último año de medicina.

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