Frank Oviedo Carmona
Era una tarde de otoño, fresca de
suaves vientos, una de las estaciones preferidas de Tina. Ella se encontraba
recostada en una banca con los brazos abiertos mirando hacia el cielo. Le encantaba sentir la brisa en su rostro; sus
ojos sonreían de felicidad agradecida a la vida por lo que le permitía sentir.
Su cabellera era espesa y oscura como
el petróleo, ojos negros avispados, mediana estatura, trigueña y deportista.
Ahora de veintiún años, vivía en
Barranco, en una casa de dos pisos, de fachada alta de color blanco, puerta
grande ovalada pintada de azul y manija de un tono dorado. Al ingresar te
comunicaba a un camino de gradas que llegaba a una puerta principal; hacia la
izquierda había un jardín grande rodeado de crisantemos, en el centro, una
pileta de mármol negra, rodeada de bancas donde ella solía sentarse en las
tardes de otoño. Y hacia el lado derecho
tenía espacio para parrillas, cuando hacían reuniones familiares. Mientras
disfrutaba de la brisa, el teléfono sonaba pero ella no lo oía, hasta que
escuchó una voz.
–¡Señorita Tina, tiene una
llamada telefónica de la señora Claudia! –gritó Josefina, la nana.
Tina se levantó de un salto y
subió la escalinata corriendo hasta llegar a la sala. Agitada, se tiró al sofá,
levantó el teléfono y respondió.
–¡Hola! ¿Con quién tengo el gusto?
–Tina, soy Claudia, amiga de tu
hermana Alicia, ¿cómo estás?
–Bien, Claudia, ¿a qué debo el
gusto de tu llamada?
–El sábado haré una reunión familiar en mi casa, celebraré
mi cumpleaños y despedida de mi hermano Roberto que se va a Japón a hacer una
maestría. Ven con Alicia, ¿qué dices? ¡Mira que tú no sales así nomás! Seguro te da permiso tu mami.
–Sí, por supuesto que iré con mi
hermana. Sí me deja salir mi madre pero igual debo pedirle permiso. –Sonrió Tina.
Zara, madre de Tina era una mujer
recta, mandona y celosa con sus dos hijas. Sobre todo con Tina que era la última.
Quizá porque enviudó a temprana edad y tuvo que hacer de padre, madre y
trabajar jornadas largas ya que la herencia que le dejó su esposo no le
alcanzaba para darles una buena educación y estilo de vida.
–Está bien, Tina, entonces lo doy
por hecho que irás.
–Claro que sí, Claudia, te dejo;
debo salir –y apresuradamente colgó el teléfono.
–Josefina, Josefina, apúrate
que tengo que contarte algo.
–Señorita Tina, no me apure pues,
estoy preparando su almuerzo antes que salga usted a estudiar, si no su mamá me
mata.
–Ya, Josefina pero almuerza
conmigo para conversar, aprovechemos que mi madre no está.
–Está bien, señorita.
Josefina era la nana; pero para Tina,
una segunda madre. Ella fue quien ayudó a Zara a criar a sus dos hijas. Su
madre estaba agradecida por todo lo que había hecho, pero ella era quien ponía
el orden porque Josefina era condescendiente, confidente y defensora de las
dos. La madre le decía que era blanda para cuidarlas, pero sabía que ella las
protegería y cuidaría bien.
–Señorita Tina, un día su mamá me
va a encontrar sentada chismeando con usted y de patitas me pondrá en la calle –dijo
entrelazadas sus manos hacia atrás.
–No digas eso, ella no llegaría a
esos extremos y si te bota, nos vamos juntas.
Las dos sonrieron, Josefina le
dio un beso en la frente, y se sentaron a almorzar.
El tiempo pasó rápido y llegó el día
de la fiesta. Zara aceptó que Tina fuera a la fiesta. Quien llevaba un vestido
negro con escote discreto, manga cero y de largo a la altura de la rodilla. Un
collar de piedras turquesas, su cabellera suelta tirada hacia atrás y una
cartera negra tipo sobre. Llegaron en taxi. Al tocar el timbre las recibió
Claudia y les ofreció asiento.
Durante la noche llegaron más
invitados y la reunión se hizo entretenida, bailaron, comieron y tomaron
algunos tragos, hasta la media noche.
Tina, rendida de bailar sin
parar, se recostó en un sofá sin darse cuenta de Roberto, hermano de Claudia,
quien había bailado dos o tres piezas, pero ninguna con ella la observaba de
lejos.
Tina se acercó y lo quedó
mirando.
–Es tu despedida y el cumpleaños
de tu hermana y no has bailado conmigo –le dijo mientras él estaba arreglando
los cables del equipo.
Roberto no levantó la mirada y se
quedó sin hablar por unos segundos, luego le respondió haciendo pausas para
tomar aire.
–Oh perdón tú eres hermana de
Alicia, ¿verdad? No te saqué a bailar porque estabas rodeada de amigos –sin levantar la mirada le respondió.
–Sí, Roberto, así es, dime y ¿cuándo viajas?
–Ehhh la próxima semana, lástima
que recién nos conozcamos –Roberto hablaba pausadamente como si le costase
decirlo.
–Dime, ¡por qué no me miras
cuando me hablas! Acaso te asusto –sonrió Tina.
–Perdón, ehhh no fue mi intención
incomodarte y para que veas que no me asustas,
prometo escribirte y contarte de Japón.
Ambos se dieron la mano en señal
de aceptación, Roberto como siempre sin poder sostener la mirada hacia Tina.
Al estar ya Roberto en Japón, cumplió
su palabra de escribirle frecuentemente. Se hicieron amigos a la distancia, él
le comentaba cómo era la cultura de Japón y las posibilidades que habían de
quedarse un tiempo más prolongado a trabajar y seguir estudiando.
Pasaron unos años y Tina inició
una relación con Renato, quien era un
joven atlético, bien parecido, alto y de tez clara. Trabajaba como subgerente
en la empresa de repuestos para autos de su padre, no sabía mucho pero lo asesoraban;
su padre deseaba que aprenda todo lo relacionado a la empresa, ya que Renato
era inmaduro, caprichoso, ostentoso e irresponsable. Hasta que conoció a Tina.
Él decía que el amor lo había cambiado.
A pesar de que Tina estaba con
Renato nunca dejó de escribirle a Roberto, ya que ella estaba contenta de tener
un amigo, un confidente, alguien con quien conversar.
Al cabo de cinco años Roberto
había terminado su maestría y con una propuesta de trabajo en Japón decide
tomarse un respiro para venir a Perú y conversar con Tina, deseaba hablarle de lo
que en verdad sentía por ella.
Una vez en
Perú coordinaron para verse.
–Roberto, no me asustes, ¿qué ha
pasado? –preguntó Tina luego de abrazarlo y mirarlo fijamente a los ojos.
–Hay que tomar asiento, no es nada
malo lo que te diré – respondió con una sonrisa.
–Qué bueno porque yo también debo
contarte algo bello por lo que estoy pasando.
–Entonces, dime tú primero –dijo.
Roberto se puso nervioso e
inclinó su cabeza.
–Roberto no sé por dónde empezar,
estoy embarazada, tengo tres meses, voy a ser madre y te juro soy la mujer más
feliz del mundo.
–¡Un hijo de Renato! ¡Vas a tener
un hijo de Renato! –con voz entrecortada, lo repitió.
Trató de relajarse y felicitarla
pero no pudo.
–Ahora te toca a ti hablar –susurró
Tina, sonriendo–. Roberto, te estoy
hablando, dime lo que deseas contarme.
Volvió en sí.
–He sido contratado por cuatro años más; vacaciones una vez al año con
viaje y todo pagado, entre otras gollerías, ¡qué te parece! Por otro lado te felicito por tu
embarazo, sé que serás una excelente madre. –¡Qué te parece! –exclamó Roberto.
Tina salta de alegría y le
pregunta:
–Pero, ¿eso nomás me ibas a
decir?
Él con tranquilidad le respondió
que eso era solamente.
Su rostro se desencajó al no
poder decirle lo que sentía por ella, trató de calmarse para que no se diera
cuenta. Solo quería salir de aquel lugar,
regresar a Japón y pensar bien en lo que haría.
Adelantó su viaje a Japón y continuó
escribiéndose con Tina, sin decir palabra alguna de lo que sentía por ella.
Así pasaron los meses y Tina fue
avanzando con su embarazo. Un día, mientras se recostaba en la banca de la
terraza, como siempre Josefina pendiente de ella, se acercó y le dijo:
–Señorita Tina, hace mucho frío
aquí afuera, le va agarrar el resfrío, pase a tomar algo caliente.
–Josefina, no exageres, es una
brisa suave que acaricia y tú sabes que me gusta, igual te haré caso porque si
no, te vas quedar parada sin moverte –sonrió Tina.
–Ay señorita Tina, su barriga
está linda, cada día crece más, tómeme del brazo y suba con cuidado.
–Ay Josefina, el estar embarazada
no es una enfermedad, estoy muy bien con mis ocho meses.
–Señora Tina, usted sabe cómo es
su mamá de celosa, me escucha llamarla Tina
y me va a gritar –ambas sonrieron.
Llegaron a la sala muertas de la
risa. Tina tomó algo ligero y salieron rumbo a la oficina de Renato. Ya que siempre se quedaba hasta largas horas
de la noche y Tina quería darle una sorpresa.
Subieron la escalinata, tomadas
del brazo, sin parar de reírse.
Al llegar a la oficina, Tina,
luego de abrir la puerta dio un grito de desesperación porque vio a Renato con
la secretaria abrazados y besándose.
–Tina perdóname te lo quería
decir, pero cuando me hablaste del bebé no supe cómo explicártelo, tampoco
quería tener un hijo, no me siento preparado.
–¡No puedo creer lo que me dices,
me juraste que me amabas, eres un maldito, cómo pudiste hacerme eso! Con razón
mi familia no te quería ni confiaba en ti y yo ciega te defendía, felizmente
nunca nos casamos –completamente desencajada le increpó.
Josefina no pudo detener a Tina, que
al retirarse le dio una bofetada a Renato.
Todo el camino lloró y tuvo que ir
de emergencia a la clínica, ya que le vinieron los dolores y dio a luz a una
hermosa niña.
Tina entró en una depresión en
donde su apoyo fue su familia, la sicóloga y Roberto, que siempre estuvo en
contacto con ella. Habían días en que conversaban por horas, él la escuchaba
desahogar toda la cólera, rabia que sentía, él la aconsejaba diciéndole que le
dé tiempo al tiempo y llegará el momento en que sea feliz.
Pasaron cuatro años y Roberto
terminó su segunda maestría.
Hasta que un diecinueve de diciembre, Tina
recibió una llamada.
–Hola Tina, soy Roberto iré a
Perú, por favor no avises a nadie.
–No me asustes Roberto, dime, ¿qué
pasa?
–Tranquila Tina, nunca podría decirte algo malo.
Efectivamente, llegó al Perú un
veintinueve de diciembre, como lo había acordado. Se quedó en la casa de sus
padres, en la playa de San Pedro, cerca de Lima, y en los siguientes días realizó un almuerzo al que estaba invitada Tina.
La tomó de las manos.
–Desde la primera vez que te vi,
me enamoré de ti, de tu sonrisa, tu
forma de ser alegre, de tu cabellera larga, hasta de tu forma de bailar entre
otras cosas –susurrando le dijo.
Roberto siempre fue un hombre
serio y no creía que algún día se enamoraría así, pensaba que eso solo sucedía
en las películas.
–Pero, ¿tú estás loco? ¿De qué
hablas? No me hagas esas bromas, tú sabes muy bien por todo lo que he pasado –Y lo soltó bruscamente de las manos.
–Lo sé muy bien, por favor
escúchame. Hace mucho tiempo quise confesártelo, pero no tenía nada que
ofrecerte.
–Pero Roberto, tú eres mi amigo,
yo aún no tengo la capacidad para enamorarme nuevamente. ¡Cómo me vas a decir
eso! –exclamó.
–Tina, no estoy bromeando, lo que
te digo es verdad, cásate conmigo, a eso he venido. Mis acciones harán que te
enamores de mí, solo tengo quince días para arreglar documentos y luego nos
vamos y al regreso nos casamos por la Iglesia.
Tina se quedó pensando, le había
demostrado durante años su lealtad y el interés por ella, siempre estuvo ahí,
aunque en el otro lado del mundo, nunca la dejó.
Le respondió que en unos días le
daría la respuesta, pero que no le prometía nada.
La madre de Tina no estaba de
acuerdo pero su hermana Alicia la hizo entrar en razón, diciéndole que Tina
había sufrido mucho, tenía todo el derecho de intentar algo y ser feliz. Roberto es un buen hombre, y había estado a su
lado siempre.
Tina aceptó casarse por civil e
irse con él y su hija a Japón.
Después de un año, regresaron al
Perú y se casaron según la religión católica.
Para ese entonces, debido a todas las atenciones y detalles que Roberto
había tenido con Tina, él logró que ella lo amara. El amor de Roberto traspasó
el dolor de Tina hasta curar su corazón.
Nuevamente salió embarazada de
una niña.
Él ahora está por jubilarse. Una
de sus hijas está casada y haciendo una maestría en economía en Estados Unidos
y la menor haciendo su último año de medicina.
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