lunes, 11 de febrero de 2019

¿Es real?


Camila Vera


Llevo unos cuarenta y cinco minutos desde que abrió el bar a las diez de la noche, he venido a este mismo lugar por ya un mes cuando me mudé al pueblo más recóndito de la ciudad por culpa de mi trabajo como asistente médico; no he tenido suerte con hacer amigos, así que este jarro de cerveza y la música de fondo son mi mayor compañía mientras espero que el amanecer me abrace entre mis sábanas para escupirme en la realidad, que es igual de solitaria que la luna.

Fred, el cantinero, puso una combinación de blues, una melodía que hace que agite mi cuerpo de lado a lado, cerrando mis ojos y pensando en lo que he perdido y ganado para estar en este momento disfrutando de la soledad que ya está cansada de acompañarme a cada lugar, quiere que la deje libre, me lo ha dicho en mis sueños pero me aferro a ella porque, para ser sincero, es lo único que tengo ahora.

La gente va llegando y la barra ahora se llena de risas y manoseos, me centro en las burbujas de mi cerveza y me doy cuenta de que es como observar un universo nuevo, fue un genio el que la inventó, a la bebida más exquisita y la chica que ahora entra en el bar. Mi mirada recorrió de forma perversa en microsegundos cada parte de su ser; desde el movimiento de su cabello, el grosor de sus labios, la delicadeza de su cuello, llegando a la gloria de sus senos para encontrarme con un vestido que la envuelve toda como un regalo que mueres de ansias por descubrir. Caminaba sola buscando entre la multitud un lugar adecuado para posar su belleza, rogaba a todos los dioses que sea el taburete de mi lado, junto al tipo tímido con barba desprolija que soy, que necesita de urgencia un corte de cabello y quizás también una buena ducha; trataba de mantenerme calmado cuando nuestras pupilas se cruzaron, notó mi presencia en el momento que ya había imaginado una vida entera junto a esas caderas, sonrió y así empezó todo.

─¿Qué desea que le sirva? ─dijo el cantinero preparando un vaso para coctel hacia la señorita.

─Dame una margarita, por favor. ─Tomó asiento tan cerca de mí que olía su perfume.

Quería decirle algo pero las palabras no salían de mí, en más de una ocasión me dirigí hacia ella pero su luz me distraía y olvidaba qué decir, solo esperé ese segundo de valentía que uno tiene en la vida, del que nunca se arrepiente para levantarme y tomar su mano ─algo osado para un iluso retraído─. Me miró extrañada por un momento pero no se alarmó de mis intenciones, le pedí que me acompañe a bailar una pieza, no sonaba nada espectacular pero en ese momento me pareció la melodía perfecta, agachó la cabeza y dijo que sí sonriendo, podía quedarme horas observándola.

Le pedí que bailemos, que dejemos nuestros cuerpos inundarse con el sudor y las ganas de dos almas viejas que disfrutaban solas en la pista de la música lenta ─dentro de mi cabeza sentía cómo me daba palmaditas de aprobación por mi atrevimiento─; le puse mi mano en la cintura que era muy pequeña y ella posó la suya gentilmente en mi hombro, el vaivén hacía que quisiera nunca despegarme de esos minutos, que esa canción desconocida armonice mi vida por siempre, porque así regresaría a este particular momento donde el mundo se detuvo.

─Me llamo, Tess, es como quisiera que me digas.

─Me llamo, Teo, pero puedes decirme como te guste.

─No eres de aquí, tienes acento.

─Pero me quedaré por unos meses, aunque ahora creo que vale cada momento en este lugar.

─Solo pretendes ser galán.

─Estoy muy nervioso. ─Le di una vuelta y la pegué a mí nuevamente.

─No lo pareces.

─Solo no quiero desperdiciar este instante con mis pensamientos.

─Quiero conocer tus pensamientos. ─Nos miramos de frente.

─Pienso que por este segundo abandonaría todo, solo porque esto está pasando.

─¿Quieres saber qué pienso?

─Solo si quieres que lo sepa ─respondí titubeando.

─No me arrepiento de venir esta noche al bar, estaba cerca del lugar y creí apropiado una margarita antes de regresar al trabajo.

─¿Dónde trabajas?

─No muy lejos.

─¿Qué tan lejos es eso?

─¿En verdad, quieres desperdiciar este momento con trabajo?

─No sería un desperdicio.

─Mejor, cuéntame algo que no sepa.

─¿Sabes los beneficios de un abrazo?

─¿Quieres abrazarme?

─Todo por tu salud.

─Convénceme.

─Hay una hormona en el cerebro, se llama oxitocina, se segrega al recibir sensaciones placenteras ─en ese momento la acerqué más a mi cuerpo─ si abrazas a alguien por cinco segundos se activa, pero si es por veinte se dispersa por todo tu cuerpo, te da tranquilidad y hace que no tengas estrés.

─Entonces, no me sueltes, disfruta de estos veinte segundos como si no hubiera nada más en la Tierra.

Dejamos de movernos, varias parejas estaban ya junto a nosotros, pero solo importaba aquel abrazo, cuando cerramos nuestros ojos y sentíamos nuestros latidos, la respiración agitada por el cansancio del baile, los aromas se mezclaban con el alcohol a nuestro alrededor, dos desconocidos hechos uno por la simplicidad de la muestra de amor más grande, el abrazo. Jamás había apreciado tanto los segundos como ahora.

Alzó la mirada, pero nuestros brazos seguían aferrados a la pareja que la noche nos asignó, sonreímos porque es lo que uno hace cuando encuentra la felicidad, en ningún momento me pasó por la mente besarla a pesar de que mis impulsos carnales me gritaban que la haga mía, pero lo que esos pensamientos no entendían era que yo le pertenecía de una forma que no puedo describir.

─Y ahora, ¿qué piensas? ─le dije.

─Pienso que has embriagado mi cuerpo con esa sustancia que dices.

─¿Y, te gustó?

─Necesitaré una dosis más seguida.

Volvimos a movernos con el ritmo de la música que ahora había cambiado de ritmo, algunas personas ya estaban cediendo a los efectos del alcohol así que el ambiente cambiaba de forma, se llenaba más y hacía más difícil seguir conociéndola, por lo tanto solo decidimos bailar, una pieza y luego otra. Después de ocho canciones regresamos a la barra, al mismo lugar, en el mismo taburete en el cual la observé llegar, mi vaso de cerveza seguía ahí con sus burbujas intactas, el reloj hizo un sonido anunciando el cambio de hora, eran las once de la noche.

Alcé mi mirada y la bella señorita que buscaba dónde sentarse entre tantos hombres desesperados escogió al caballero de la otra esquina que inmediatamente le invitó un trago fuerte como estrategia para embriagar a la presa que inocente había caído en la trampa del cazador, intenté decirle algo pero mi cabeza me repitió que el cuento no sería como me imaginaba, terminé mi cerveza porque es lo único seguro con lo que puedo contar, pedí varias rondas más mientras mi mirada estaba fija en lo que yo mismo me negaba por no levantar mi trasero e ir por ella. La noche, las parejas, los tragos y las ganas fueron pasando frente a mi nariz, dejándome con mi soledad que me torcía los ojos por tener que soportar una noche más mis melancólicos pensamientos que le hacían tan sencillo su trabajo, se notaba simplemente cansada.

Me levanté cuando el reloj indicaba las tres de la mañana y fui a descargar el líquido que había consumido hasta ese momento, recordé mi fantasía y me di golpes en la frente por lo cobarde y poco hombre que soy al no poder ir tras la bella mujer del bar.

Respiré el aire nauseabundo para calmar mi malestar con mi yo, abrí la puerta y la vi frente a mí, pasó su lengua por sus labios y casi cae al intentar acercarse, le rogué a mi cabeza que esta vez no fuera una farsa y entró de un golpe al baño, estaba entre la pared y el pecado que me incitaba a seguir la corriente, le inundé un beso desesperado hasta que los labios nos dolieron y los pulmones pidieron receso, cerramos la puerta y dejamos que la situación nos consuma. Sus manos expertas sabían exactamente qué querían de mí, así que empezó a buscarlo con desesperación, mi cuerpo reaccionó inmediatamente ante la situación en la que me encontraba, estaba siendo arrastrado a la mejor sensación antes pensada, la tomé con fuerza y puso ella sus piernas alrededor de mi cuerpo con gran presión, su vestido se subía dejándome apreciar sus muslos que se contraían de forma perversa, agarraba mi cabello y continuaban sus besos su camino siniestro. Sabía tan bien lo prohibido. Solo esperaba regresar a la barra y que el reloj no me vuelva a despertar frente al mismo vaso de cerveza, que esta vez sí sea real, mientras lo descubro lo voy a disfrutar.

1 comentario:

  1. Los personajes hay que desarrollarlos mas, pero la historia es muy buena.

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