Camila Vera
Llevo unos cuarenta y cinco minutos desde
que abrió el bar a las diez de la noche, he venido a este mismo lugar por ya un
mes cuando me mudé al pueblo más recóndito de la ciudad por culpa de mi trabajo
como asistente médico; no he tenido suerte con hacer amigos, así que este jarro
de cerveza y la música de fondo son mi mayor compañía mientras espero que el
amanecer me abrace entre mis sábanas para escupirme en la realidad, que es
igual de solitaria que la luna.
Fred, el cantinero, puso una combinación
de blues, una melodía que hace que
agite mi cuerpo de lado a lado, cerrando mis ojos y pensando en lo que he
perdido y ganado para estar en este momento disfrutando de la soledad que ya
está cansada de acompañarme a cada lugar, quiere que la deje libre, me lo ha
dicho en mis sueños pero me aferro a ella porque, para ser sincero, es lo único
que tengo ahora.
La gente va llegando y la barra ahora se
llena de risas y manoseos, me centro en las burbujas de mi cerveza y me doy
cuenta de que es como observar un universo nuevo, fue un genio el que la
inventó, a la bebida más exquisita y la chica que ahora entra en el bar. Mi
mirada recorrió de forma perversa en microsegundos cada parte de su ser; desde
el movimiento de su cabello, el grosor de sus labios, la delicadeza de su
cuello, llegando a la gloria de sus senos para encontrarme con un vestido que
la envuelve toda como un regalo que mueres de ansias por descubrir. Caminaba
sola buscando entre la multitud un lugar adecuado para posar su belleza, rogaba
a todos los dioses que sea el taburete de mi lado, junto al tipo tímido con
barba desprolija que soy, que necesita de urgencia un corte de cabello y quizás
también una buena ducha; trataba de mantenerme calmado cuando nuestras pupilas
se cruzaron, notó mi presencia en el momento que ya había imaginado una vida
entera junto a esas caderas, sonrió y así empezó todo.
─¿Qué desea que le sirva? ─dijo el
cantinero preparando un vaso para coctel hacia la señorita.
─Dame una margarita, por favor. ─Tomó
asiento tan cerca de mí que olía su perfume.
Quería decirle algo pero las palabras no
salían de mí, en más de una ocasión me dirigí hacia ella pero su luz me
distraía y olvidaba qué decir, solo esperé ese segundo de valentía que uno tiene
en la vida, del que nunca se arrepiente para levantarme y tomar su mano ─algo
osado para un iluso retraído─. Me miró extrañada por un momento pero no se
alarmó de mis intenciones, le pedí que me acompañe a bailar una pieza, no
sonaba nada espectacular pero en ese momento me pareció la melodía perfecta, agachó
la cabeza y dijo que sí sonriendo, podía quedarme horas observándola.
Le pedí que bailemos, que dejemos nuestros
cuerpos inundarse con el sudor y las ganas de dos almas viejas que disfrutaban
solas en la pista de la música lenta ─dentro de mi cabeza sentía cómo me daba
palmaditas de aprobación por mi atrevimiento─; le puse mi mano en la cintura
que era muy pequeña y ella posó la suya gentilmente en mi hombro, el vaivén
hacía que quisiera nunca despegarme de esos minutos, que esa canción
desconocida armonice mi vida por siempre, porque así regresaría a este particular
momento donde el mundo se detuvo.
─Me llamo, Tess, es como quisiera que me
digas.
─Me llamo, Teo, pero puedes decirme como
te guste.
─No eres de aquí, tienes acento.
─Pero me quedaré por unos meses, aunque
ahora creo que vale cada momento en este lugar.
─Solo pretendes ser galán.
─Estoy muy nervioso. ─Le di una vuelta y
la pegué a mí nuevamente.
─No lo pareces.
─Solo no quiero desperdiciar este instante
con mis pensamientos.
─Quiero conocer tus pensamientos. ─Nos
miramos de frente.
─Pienso que por este segundo abandonaría
todo, solo porque esto está pasando.
─¿Quieres saber qué pienso?
─Solo si quieres que lo sepa ─respondí
titubeando.
─No me arrepiento de venir esta noche al
bar, estaba cerca del lugar y creí apropiado una margarita antes de regresar al
trabajo.
─¿Dónde trabajas?
─No muy lejos.
─¿Qué tan lejos es eso?
─¿En verdad, quieres desperdiciar este
momento con trabajo?
─No sería un desperdicio.
─Mejor, cuéntame algo que no sepa.
─¿Sabes los beneficios de un abrazo?
─¿Quieres abrazarme?
─Todo por tu salud.
─Convénceme.
─Hay una hormona en el cerebro, se llama
oxitocina, se segrega al recibir sensaciones placenteras ─en ese momento la
acerqué más a mi cuerpo─ si abrazas a alguien por cinco segundos se activa,
pero si es por veinte se dispersa por todo tu cuerpo, te da tranquilidad y hace
que no tengas estrés.
─Entonces, no me sueltes, disfruta de
estos veinte segundos como si no hubiera nada más en la Tierra.
Dejamos de movernos, varias parejas
estaban ya junto a nosotros, pero solo importaba aquel abrazo, cuando cerramos
nuestros ojos y sentíamos nuestros latidos, la respiración agitada por el
cansancio del baile, los aromas se mezclaban con el alcohol a nuestro
alrededor, dos desconocidos hechos uno por la simplicidad de la muestra de amor
más grande, el abrazo. Jamás había apreciado tanto los segundos como ahora.
Alzó la mirada, pero nuestros brazos
seguían aferrados a la pareja que la noche nos asignó, sonreímos porque es lo
que uno hace cuando encuentra la felicidad, en ningún momento me pasó por la
mente besarla a pesar de que mis impulsos carnales me gritaban que la haga mía,
pero lo que esos pensamientos no entendían era que yo le pertenecía de una
forma que no puedo describir.
─Y ahora, ¿qué piensas? ─le dije.
─Pienso que has embriagado mi cuerpo con
esa sustancia que dices.
─¿Y, te gustó?
─Necesitaré una dosis más seguida.
Volvimos a movernos con el ritmo de la
música que ahora había cambiado de ritmo, algunas personas ya estaban cediendo
a los efectos del alcohol así que el ambiente cambiaba de forma, se llenaba más
y hacía más difícil seguir conociéndola, por lo tanto solo decidimos bailar,
una pieza y luego otra. Después de ocho canciones regresamos a la barra, al
mismo lugar, en el mismo taburete en el cual la observé llegar, mi vaso de
cerveza seguía ahí con sus burbujas intactas, el reloj hizo un sonido
anunciando el cambio de hora, eran las once de la noche.
Alcé mi mirada y la bella señorita que
buscaba dónde sentarse entre tantos hombres desesperados escogió al caballero
de la otra esquina que inmediatamente le invitó un trago fuerte como estrategia
para embriagar a la presa que inocente había caído en la trampa del cazador,
intenté decirle algo pero mi cabeza me repitió que el cuento no sería como me
imaginaba, terminé mi cerveza porque es lo único seguro con lo que puedo
contar, pedí varias rondas más mientras mi mirada estaba fija en lo que yo
mismo me negaba por no levantar mi trasero e ir por ella. La noche, las parejas,
los tragos y las ganas fueron pasando frente a mi nariz, dejándome con mi
soledad que me torcía los ojos por tener que soportar una noche más mis
melancólicos pensamientos que le hacían tan sencillo su trabajo, se notaba
simplemente cansada.
Me levanté cuando el reloj indicaba las
tres de la mañana y fui a descargar el líquido que había consumido hasta ese
momento, recordé mi fantasía y me di golpes en la frente por lo cobarde y poco
hombre que soy al no poder ir tras la bella mujer del bar.
Respiré el aire nauseabundo para calmar mi
malestar con mi yo, abrí la puerta y la vi frente a mí, pasó su lengua por sus
labios y casi cae al intentar acercarse, le rogué a mi cabeza que esta vez no
fuera una farsa y entró de un golpe al baño, estaba entre la pared y el pecado
que me incitaba a seguir la corriente, le inundé un beso desesperado hasta que
los labios nos dolieron y los pulmones pidieron receso, cerramos la puerta y
dejamos que la situación nos consuma. Sus manos expertas sabían exactamente qué
querían de mí, así que empezó a buscarlo con desesperación, mi cuerpo reaccionó
inmediatamente ante la situación en la que me encontraba, estaba siendo arrastrado
a la mejor sensación antes pensada, la tomé con fuerza y puso ella sus piernas
alrededor de mi cuerpo con gran presión, su vestido se subía dejándome apreciar
sus muslos que se contraían de forma perversa, agarraba mi cabello y
continuaban sus besos su camino siniestro. Sabía tan bien lo prohibido. Solo
esperaba regresar a la barra y que el reloj no me vuelva a despertar frente al
mismo vaso de cerveza, que esta vez sí sea real, mientras lo descubro lo voy a
disfrutar.
Los personajes hay que desarrollarlos mas, pero la historia es muy buena.
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