Elvira Villafuerte
Veinte años de
matrimonio. Susana suspiró. Nunca hubiera imaginado que su vigésimo aniversario
fuera a ser así. A sus cuarenta y dos, le parecía que una vida de ama de casa
merecía una recompensa y en vez de eso, se encontraba en sesiones de terapia de
pareja.
Pensativa salió del
colegio, al que llegaban corriendo los últimos niños. Esquivó a tres o cuatro,
cruzó la calle, subió a la camioneta y cerró la puerta, pero no arrancó; se
quedó contemplando a través del parabrisas las hojas de los árboles, que caían
una tras otra con el viento. Era como ver sus planes, sus sueños e ilusiones ir
flotando por el aire hasta depositarse en el piso.
Hija de padres
divorciados, su infancia y juventud fueron difíciles. Primero, tener que tomar
una decisión, elegir con quién vivir. Ella hubiera preferido quedarse con el
padre, pero le remordió la conciencia dejar sola a su mamá: fue su primer
error. Cuando se presentó la oportunidad de estudiar fuera, en otra ciudad,
Susana la tomó sin pensarlo dos veces; era la solución perfecta, la huida más
elegante. En la universidad se sentía sola, pero al menos nadie la atosigaba
todo el día con demandas imposibles, reproches injustos, chantajes sentimentales.
En el segundo semestre
de la carrera conoció a David. Caballeroso, serio, con un fino sentido del
humor y extremadamente inteligente, le pareció la personificación del príncipe
azul. No le cupo duda de que estaban hechos el uno para el otro. Sabía que él
venía saliendo de una relación tormentosa, por así llamarla; pero ¡qué
importaba! Eso había sido antes. Fue su amiga, su compañera, su cómplice
durante los meses en que él terminó la tesis y se tituló de ingeniero. Eran
inseparables. Veinte años después, Susana sonrió entre un par de lágrimas. Indiscutiblemente,
en la juventud una es más inocente.
La tarde que le
mencionó a su padre, en una conversación telefónica, que estaba pensando en
casarse con David, su papá montó en cólera. Por supuesto que no, le dijo;
primero debía terminar sus estudios, prepararse, tener una carrera. A Susana le
pareció injusto. ¿Qué tenía qué ver que estudiara soltera o casada? Pero su
padre no lo vio así y le retiró todo su apoyo, empezando por el dinero. Ella recurrió
a su novio, su único recurso, y él no le falló. Se casaron una hermosa mañana
de septiembre. Cinco años después nació su hijo Alejandro y tras otros dos,
Paola.
Susana se dedicó a sus
hijos, cuidando que no les faltara el amor y cuidados que ella no recibió de su
madre. Y pues sí, tenía que reconocer que descuidó un poco a David. Los niños
eran tan absorbentes, él trabajaba todo el día… además, después de que nació
Paola, a ella le dolía cada vez que hacían “aquello”, así que empezó a buscar
pretextos para evitarlo. Le salió tan bien que David dejó de insistirle, y ella
se sintió aliviada. De repente parecía que David estaba un poco lejano, pero él
siempre lo atribuyó a problemas del trabajo y de salud, y ella en realidad
tampoco se preocupó mucho.
Hasta que dos meses
atrás, David le dijo, sin más, que deseaba el divorcio. A Susana se le cayó
encima el mundo. ¿Divorcio? Pensó en sus hijos. ¿Iba ella a repetir el fracaso
de sus padres, iban sus hijos a pasar por lo mismo que ella había padecido?
¡No! Imposible. Adicionalmente, ¿qué haría ella? David le comentó que no se
preocupara por el dinero, que él se encargaría de que a sus hijos no les
faltara nada. No, a sus hijos no, pero ¿a ella? No tenía una carrera, no había
trabajado nunca. Su vida la dedicó a su familia. ¿Y estas eran las gracias que
recibía? David reconocía que existía otra mujer. A Susana le daban ganas de
matarlo, pero no le convenía hacerle dramas; era mejor aceptar la situación,
ser paciente. En días pasados logró que en vez de un divorcio, él consintiera
en asistir a terapia de pareja. Ella se esforzaba por devolverle a su
matrimonio la emoción del noviazgo. Al parecer para David era muy importante el
sexo, y bueno, ella estaba dispuesta a cooperar. Llevó a su marido a la
consulta con el ginecólogo y le demostró que efectivamente, fue una herida
infectada y mal cerrada tras el parto lo que le provocaba el dolor. No era que
ella no quisiera... El médico recomendó una operación y, mientras se recuperaba,
Susana hacía esfuerzos para complacer a David: ligueros, tacones, sexo oral.
Cosas que en realidad ella no disfrutaba, pero en fin.
Estaba decidida a
recuperar y retener a su marido. Susana buscó un pañuelo, se sonó la nariz y se
miró en el espejo de la visera. ¡Qué cara, Dios mío! Ya estaba bien de auto
compadecerse; así no iba a solucionar nada. Arrancó la camioneta, haciendo
volar un montón de hojas a su paso. Esta Navidad la pasarían con la familia de
David, por mucho que a ella le costara. Cualquier cosa valía la pena.
-§-
Sentado en su oficina,
David miraba por la ventana. Los árboles se sacudían con el fuerte viento,
mientras que las nubes viajaban a todo correr por un cielo azul. Un rayo de
sol, colándose sobre su escritorio, le estaba calcinando el brazo, por lo que
se levantó a entrecerrar las persianas. Se quedó pensativo, observando las
hojas arremolinarse por aquí y por allá, abandonadas en montones junto a las
banquetas, acumulándose en los parabrisas de los coches estacionados. Le daban
una indefinible sensación, como de tristeza.
Volvió la vista hacia
el interior y la paseó por el pizarrón blanco lleno de diagramas, por los
sillones de piel y la mesa, deteniéndose sin querer en las fotografías de su
familia. Su esposa y sus dos hijos lo miraban con reproche (o así le pareció) desde
uno de los libreros. ¿En qué se había ido a meter?
Recordaba a la Fabiola
de veintidós años atrás. Una cosita menuda y alegre, que derrochaba energía por
donde quiera que iba. Le había gustado desde que la vio, y más aún cuando
empezaron a convivir. Estudiaban la misma carrera, tenían gustos muy parecidos,
ideas similares. Pero ella era un monumento a la indecisión: un día lo amaba
con locura, al siguiente le decía que lo quería como si fuera su hermano. Bastaba
que lo viera con otra para que le surgiera el amor, pero en cuanto retomaban su
noviazgo, ¡zas! Empezaban los problemas, se acababa la atracción, le comenzaba
a contar que se sentía muy atraída por alguien más. Era una tortura.
Después conoció a
Susana, y le pareció la respuesta a sus plegarias. Una relación tranquila,
donde ella lo adoraba y acompañaba a todas partes. No era la montaña rusa de su
relación con Fabiola, y si bien le faltaban esos momentos cargados de
adrenalina en los que se sentía en las nubes, tampoco tenía los valles cargados
de angustia y celos que Fabiola le hacía pasar. Habían congeniado muy bien.
Susy era dulce, tierna y cariñosa, y a él le encantaba estar con ella.
Solo que ahora que lo
pensaba, probablemente lo manipuló a la perfección. Cierto que hablaron de
casarse, pero él no pensaba que sería tan pronto. Apenas llevaba unos meses
trabajando cuando ella le comentó a su papá que querían casarse y su suegro le
puso el alto. Nada de matrimonio hasta que ella terminara la carrera. Y pues
según David esa era la idea, pero de pronto se encontró a su adorada novia en
la puerta de su casa, cargando maletas, llorando y sin tener adónde ir. David
era quizás un tanto chapado a la antigua; cualquier otro le habría dicho que
esperara, que le dijera a su papá cualquier cosa, que no lo metiera en problemas.
Pero para él la única solución fue adelantar la boda. Susana no había terminado
la universidad, pero bueno, para cuidar la casa no necesitaba una licenciatura.
Durante diez años fueron, a decir verdad, muy felices.
Después de que nació
Paola las cosas cambiaron para mal. Ciertamente ella se enfocaba en sus hijos,
y al principio él vio como algo muy normal y hasta admirable tanta dedicación.
Pero con el pasar de los años comenzó a sentirse solo, aislado, como un
invitado en su propia casa. Al llegar del trabajo, Susana estaba con los niños,
haciendo la tarea, hablando por teléfono o tomando café con las mamás de los
amigos de sus hijos. David saludaba cortésmente e iba a encerrarse en su
despacho, o al cuarto de televisión a ver alguna película. Para cuando los
niños se dormían y todas las cosas del colegio estaban listas para el día
siguiente, Susy estaba demasiado cansada para conversar. Claro que de sexo, ni
hablar siquiera.
David comenzó a
presentar síntomas de depresión y lo atribuyó a su trabajo. Se sentía incómodo,
no dormía, tenía un sin número de problemas digestivos. Lo operaron de hemorroides,
tuvo colitis, le extirparon la vesícula… ya era cliente permanente del
hospital. Le recetaron antidepresivos y pastillas para dormir. Finalmente decidió
cambiar de empleo y las cosas mejoraron por un tiempo.
Un día, mientras comía con
el jefe del departamento de Recursos Humanos, éste le hizo una sencilla prueba.
-Escribe en esta
servilleta todas las cosas que te gustan y te hacen sentir bien -le dijo.
David se puso a
escribir. Comer, viajar, tomar vino, dormir, hacer deporte, ir al cine, el
sexo, el fútbol, hablar con amigos, jugar
juegos de computadora, estar con su familia.
-Y de todas estas
cosas, ¿cuántas haces con frecuencia?
David contempló la
servilleta y se le erizó el pelo. Comía y dormía, eso sí. Cuando llegaba a
viajar era por razones de negocios. No iba al cine porque no tenía con quién
dejar a los niños. A Susana no le gustaba el vino, ni sus amigos, por lo que
los había ido perdiendo con los años. Odiaba el fútbol y no le gustaba que
fuera al gimnasio porque dejaba la ropa muy sucia, así que David dejó de ir. En
el momento en que encendía la computadora, ella ponía cara larga porque “no
puede ser que a tu edad te gusten esas cosas”. En cuanto a estar con su
familia, Susana era posesiva al grado de que no le gustaba que viera a sus hermanos,
ni a sus padres; la única familia que contaba eran ella y sus hijos. Y
sinceramente, tenía que hacer un esfuerzo para recordar la última vez que tuvieron
relaciones sexuales. ¿Seis meses? ¿Siete? Lo peor era que en esas esporádicas ocasiones
en las que Susana accedía a tener sexo, David sentía que lo hacía por
obligación. Varias veces, mientras él hacía su mejor esfuerzo, le pareció que
ella estaba a punto de comentarle que hacía falta pintar el techo.
A partir de entonces,
sintió hacia su esposa un enojo mayúsculo; sabía que era injusto, pero no podía
evitarlo. Y luego vino el encuentro casual con Fabiola. Bueno, quizás casual no era la palabra. David comenzó
a buscar a sus antiguas amistades, primero a los más cercanos, después se
involucró en las redes sociales. Una cosa llevó a la otra y pareció algo muy
simple: una invitación entre viejos amigos a tomarse un café y hablar de los
tiempos de universidad, de sus vidas, ponerse al tanto.
Con lo que no contaba
era que ella estuviera sola, y sobre todo, que se disculpara con él.
-No sabes cómo lamento
las cosas que te hice. Sé que estás felizmente casado y tienes unos hijos
hermosos, y no es mi intención meterme en tu vida, pero sí quería decirte que
estoy arrepentidísima de haberte dejado ir…
De ahí al motel no pasó
mucho tiempo, y ahora se encontraba entre la espada y la pared. Al principio fue
como estar de vuelta en los veinte años, el sexo era fantástico, congeniaban en
tantas cosas, seguían teniendo las mismas ideas. Le pidió el divorcio a Susana,
reclamándole por tantos años de abandono, le contó que había alguien más.
Esperaba que ella explotara y lo corriera de la casa, pero no fue así. En lugar
de eso, se mostró comprensiva, triste pero dispuesta a cambiar. Le explicó que tras
nacer Paola, el sexo le provocaba molestias, y hasta lo llevó a la consulta con
el médico para que viera que era verdad. Le servía de cenar sin un reproche,
aunque él llegara tarde; no pedía explicaciones, cocinaba lo que a él le
agradaba, incluso quitaba a sus hijos de la computadora para que él pudiera
jugar. David se ahogaba de culpa.
Pero las medidas
correctivas llegaban tarde, cuando él ya estaba decidido a cambiar su vida. Probablemente
lo mejor sería salirse de su casa para poder pensar, tomar una decisión
objetiva. Sólo que ahora Fabiola lo presionaba para que se divorciara y se
casara con ella, y eso no era algo que David deseara. Para empezar no quería
lidiar con su pequeño hijo ¡por Dios! Los suyos ya estaban grandes, no iba a
volver a empezar con pañales y cuidados. Además, si bien esa primera vez se le
escapó decirle que ella era el amor de su vida y que quería vivir a su lado, Fabiola
no era ninguna niña, debería saber que nada de lo que se dice en la cama debe
contar como cierto. Se la pasaba fantástico con ella, pero… después de todo,
Fabiola estaba en la etapa de ventas. ¿Y si después cambiaba? ¿No sería mejor
quedarse como estaba?
Qué complicación.
Cualquier otro hombre se hubiera sentido feliz de tener a dos mujeres peleándose
por él, pero a David le remordía la conciencia, le pesaban la docilidad y los
esfuerzos de Susana, sus muestras de cariño; y lo espantaba el espíritu
dominante de Fabiola. Lo que él anhelaba
era la libertad, paz, tranquilidad. Aunque por otro lado, tenía que reconocer
que le asustaba la soledad. Esto sí que era un tremendo lío.
El viento comenzó a
soplar todavía más fuerte y azotó las persianas. El sonido lo sacó de sus
pensamientos y se apresuró a cerrar la ventana. Se acercaba ya el invierno, la
Navidad, las fiestas familiares. David sintió un escalofrío. Probablemente lo
mejor sería que esta Navidad la pasara en Las Vegas, con Gerardo que tenía años
de decirle que fuera a visitarlo.
-§-
En la sala de juntas de
la Gerencia Regional, proyectistas, técnicos, clientes y abogados afinaban los
detalles del proyecto. El ambiente estaba tenso, lleno del aroma del café y del
cigarro; aunque en teoría estaba prohibido fumar dentro del edificio, en la
práctica todas las salas de juntas tenían ceniceros. Cuando empezaban las
negociaciones salía por la ventana la salud.
-…por otro lado, deseamos
que en el contrato queden establecidas las especificaciones de los equipos y el
modelo de la red que ustedes desean. Cualquier modificación posterior se hará
con cargo aparte.
-Pero ingeniero, usted
debe comprender que la universidad tiene un presupuesto establecido y nosotros
no podemos comprometernos…
Sentada en un extremo
de la mesa, Fabiola dejó que los demás continuaran con la discusión y se
abstrajo pensando en David. Había sido realmente muy tonta en la universidad.
Se dio cuenta años después, con su primer marido, que era un patán. David
siempre fue tan paciente, tan caballeroso, chapado a la antigua pero con un
cierto encanto. Mientras que Javier ¡bueno! Infeliz mantenido que jamás cooperó
en lo más mínimo a los gastos de la casa, y aparte se atrevió a ponerle los
cuernos. Vaya tipo. Después del divorcio conoció a Gabriel, se enamoraron, se
fueron a vivir juntos, hablaron de una familia. Cuando descubrieron que Fabiola
no podía embarazarse, la apoyó en su deseo de adoptar a un bebé… al menos
mientras no hubo riesgo de que se los dieran. Pero en cuanto vio que la cosa
iba en serio, prefirió salir corriendo y dejarla con bebé y con todo.
Pues ni quien lo
necesitara. Ella sola podía mantenerse y mantener a su hijo, faltaba más.
Luego, como un rayo en un día de sol, apareció David, cuando ella no lo
esperaba ni en sus más lejanos sueños. Seguía siendo encantador, eso era
innegable. Al verlo ese día en el café, Fabiola quiso darse de topes contra la
pared por haberlo dejado escapar. En un arranque de sinceridad se lo dijo, sin
imaginarse que él no era feliz en su matrimonio.
Aunque siendo
totalmente sinceros, ¿acaso podía esperarse que lo fuera, casado con esa mujer
tan insípida? Fabiola recordaba haber visto a Susana con David en los tiempos
de su noviazgo de estudiantes. De pelo lacio, voz bajita y sin personalidad,
era como el anexo de David: una mujer sin ninguna gracia. Eso sí, paciente y por
lo visto más inteligente de lo que parecía. Había sabido salirse con la suya y
casarse con David en cuanto él se recibió de la universidad.
Pero con los años el
destino quiso que David y ella se reencontraran, y en el momento preciso. Esta
vez no lo dejaría escapar. Susana podía retorcerse y hacer berrinche todo lo
que quisiera, Fabiola siempre conseguía lo que quería y lo que quería era
casarse con David. Sabía que a él no le gustaba mucho la perspectiva de un niño
de tres años interponiéndose en su relación, pero Andrés y él parecían
entenderse muy bien y sólo era cuestión de tiempo para que David se acostumbrara
a la idea. Andrés era un niño tranquilo, inteligente, tierno; imposible no
quererlo. Y le hacía falta un padre…
-…y eso es algo no
negociable. ¿O qué dice usted, licenciada?
Fabiola regresó a la
realidad a velocidad luz.
-Creo que lo mejor será
que el vicerrector firme de aprobado el proyecto. Si los cambios se hacen
ahora, no perderemos más que unos días, quizá un par de semanas. Pero hacerlos
a mitad del desarrollo nos costaría mucho más.
-Muy bien, pues
entonces que así sea.-Su jefe cerró la carpeta y la entregó a la secretaria.-
¿Les parece si nos vemos la próxima semana con avances?
Fabiola echó un vistazo
por la ventana. Las ramas de los árboles se agitaban de un lado al otro con
fuerza, haciendo llover una cascada de hojas secas sobre el suelo del
estacionamiento.
Quizás esta Navidad
podrían pasarla juntos los tres.
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