Sonia Manrique Collado
Ese martes José salió de su departamento como
siempre. Pero algo estaba diferente, desde que abrió los ojos percibió un ambiente distinto. Incluso mientras tomaba
desayuno creyó ver una sombra, pero trató de no darle mayor atención. Ahora
bajaba por las escaleras pensando en todo lo que siempre pensaba: dinero y más
dinero. De pronto sintió una presencia que lo sobresaltó. Sin girar totalmente
la cabeza pudo ver a alguien exactamente igual a él que también bajaba. Estaba
a su lado, sus movimientos parecían una copia de los suyos. Se detuvo, la
figura también lo hizo. ¡Era él! La misma cara, idéntica ropa. Sólo había una
diferencia: los colores eran muy pálidos.
─No hay lugar para ambos en este mundo –dijo la
figura. Era la voz de José.
Él no pudo responder, había quedado paralizado. ¿Era
cierto eso que veía? ¿Estaba soñando quizás? De repente la figura desapareció y
él siguió bajando como un autómata. Quería ver a otros seres humanos de
inmediato. Al llegar al primer piso todo volvió a la normalidad y José se
sintió mejor, aliviado. ¿Había sido verdad eso que le pasó? Muy extraño. Estás loco, Pepe.
El día laboral transcurrió normalmente. Pero al
terminar la jornada José tuvo la necesidad de contarle lo sucedido a su amigo
Daniel. Siempre salían juntos para tomar algo en el café de la esquina.
Caminaron por el largo pasillo que conducía a la calle, entre otros empleados
que también se dirigían hacia la puerta principal. Algunos conversaban
animadamente, otros sólo caminaban rápido, impacientes. “Es un pasillo muy
angosto para tanta gente”, pensó José.
─Te veo extraño, Pepe –dijo Daniel sonriendo y
dándole una palmada en la espalda-. ¿Pasa algo?
José dudó un momento. Miró alrededor como buscando a
alguien pero sólo estaban los mismos edificios, los automóviles estacionados y
la gente que salía de sus trabajos a esa hora.
─Hay mucha gente en esta ciudad –dijo mientras
miraba a todos.
─¿Estás buscando a alguien? ¿Qué te pasa? –insistió
Daniel-. De veras que estás raro.
─No sé si contarte. Hoy pasó algo perturbador en el
edificio donde vivo. Hasta ahora estoy pensando en eso.
─Cuéntame, brother
-dijo Daniel-, así te lo quitas de encima.
Entraron al café y se sentaron. José miraba a los
lados, sus ojos parecían temerosos.
─¿Se puede saber qué te pasa? –dijo Daniel-. Ya me
estás llegando.
─En la mañana se me apareció un hombre –dijo José.
Daniel no pudo evitar soltar la risa. Se acomodó en la silla dispuesto a
escuchar más.
─¿Se te apareció un hombre? ¿Y qué pasó entre los
dos?
─Cállate, carajo –casi gritó José-. He visto un
hombre igual a mí, es como si fuera yo. Yo lo vi, yo lo vi.
─Tranquilízate amigo –dijo Daniel condescendiente-.
Cuéntame todo.
José le contó el episodio de las gradas y del hombre-sombra que había
visto.
─Me dijo que no había lugar para los dos –concluyó-.
Su voz era la mía pero podía ver a través de su figura, no tiene cuerpo. Es
como una sombra.
Daniel se quedó pensando un momento. No sabía qué
decir.
─¿Estás seguro que no fue una pesadilla? –dijo
torpemente.
─¿No te digo que fue mientras bajaba las gradas? No
fue ninguna pesadilla, me pasó.
─Pucha, de repente en ese edificio penan. ¿Has
escuchado de las casas embrujadas? Mi abuela contaba de una casa así.
─Vivo ahí hace cinco años y nunca he visto nada.
Minutos después José se dirigió a su edificio, no se
había atrevido a decirle a Daniel que tenía miedo de ir solo. Además, pudo
notar en sus ojos una pizca de burla. ¿Pensaría que se estaba volviendo loco?
Al llegar a la puerta del edificio se detuvo a ver si venía alguien más para subir
juntos. Pero nadie llegaba, entonces entró.
Subió hasta el segundo piso normalmente, siguió
hacia arriba un poco más tranquilo. Faltaba el último tramo y nuevamente fue
allí cuando esa presencia extraña lo asaltó.
─No hay lugar para los dos, ya te dije –escuchó que
decía una voz idéntica a la suya.
Quiso hablar pero el miedo le impidió emitir sonido.
Giró la cabeza y vio su figura, su cara.
─No hay lugar para los dos –repitió la voz. Luego la
figura desapareció.
Pasados algunos segundos, José se recuperó y siguió
hacia su departamento. Necesitaba llamar a alguien, sentirse acompañado. ¿Qué
sería de Teresa? Habían terminado su relación dos meses atrás y desde entonces
no la vio. Cogió el teléfono y marcó su número. Al escuchar su voz experimentó
alivio.
─Teresita –dijo con voz cariñosa-, te estoy llamando
para saludarte.
─¿Saludarme?, ¿lo ves tan simple? –dijo ella con voz
hostil.
─Sí. Bueno, no hay motivo para quedar como enemigos,
¿no te parece?
─De veras que tú te pasas, parece que no te acuerdas
las cosas que me dijiste. Por lo menos debías pedir disculpas.
─Claro que sí –dijo él en forma sumisa-. Discúlpame
por lo que pasó esa vez. Yo quería saber si podías venir.
─¿Ir a tu casa? Estoy ocupada, ¿qué es lo que
quieres?
─Conversar un rato nada más. Por favor, ven. Me dijo
que no había lugar para los dos.
─¿Para los dos? ¿A qué te refieres? A ver si hablas
claro –dijo Teresa con voz molesta.
─Han pasado cosas raras aquí. Ven y te explico, por
favor.
Teresa aceptó y dijo que iría dentro de una hora.
Ella se encontraba de vacaciones y los días se le hacían eternos, su amor por
José seguía vivo y la llamada aumentó sus esperanzas de una reconciliación.
Cuando terminaron ella no lloró ni suplicó, se condujo de manera muy digna.
Pero la procesión iba por dentro.
En su departamento José encendió el televisor y
empezó a buscar algo interesante. Noticias políticas, partidos de fútbol,
telenovelas, recetas de cocina. Rápidamente se sintió aburrido y deseoso de ver
a Teresa, sabía que ella le escucharía con atención. ¿Le creería?
Un rato después sonó el timbre y José fue presuroso
a abrir. Pero al hacerlo el miedo se apoderó de él nuevamente y la voz fue
clara:
─No hay lugar para los dos en este mundo.
Trató de gritar pero la voz no le salió, estaba inmovilizado.
Frente a él estaba otra vez la figura, su mirada era penetrante. No vio más.
Cuando Teresa llegó al departamento, se sorprendió
al encontrar la puerta abierta. Entró y llamó a José en voz alta.
─¿José? ¿Estás aquí? Te olvidaste la puerta abierta
–dijo mientras se dirigía a la cocina.
─Sí, aquí estoy –respondió la figura.
─Hola, de veras que me sorprendió tu llamada –dijo
Teresa mientras le daba un beso en la mejilla.
─No te preocupes –dijo la figura-. Te estaba
esperando. Te ves bonita.
─Gracias –sonrió ella-. Bueno, vamos a la sala a
conversar.
Teresa echó una mirada alrededor y recordó los
tiempos cuando amanecer en ese lugar era algo que sucedía con frecuencia. ¿Se
repetiría?
─Me llamó la atención eso que me dijiste por
teléfono, algo de que no había lugar para los dos. No entendí.
─Ya no te preocupes, no pasó nada. Sólo fue un
pretexto para verte.
En un rincón, José observaba como la figura se había
apoderado de su cuerpo y actuaba igual que él: la amenaza se había cumplido. La
figura y Teresa se quedaron conversando mucho rato, se reían ruidosamente. Se
podía decir que lo pasaron muy bien. Afuera la vida seguía igual para el resto
de personas.
─¡No hay lugar para los dos! -gritó José en medio de
la gente. Fue en vano, ya no existía para los demás.
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