Lucía Yolanda Alonso Olvera
Calculo
que llevo al menos tres días tirado sin poder levantarme, me duele todo el
cuerpo, huelo mal, no he tenido fuerza ni para ir al baño. Me he orinado en la
cama varias veces. Estoy hecho una mierda, siento la cara hinchada de la
madriza que me dieron. Recuerdo que me pateó fuerte en el estómago, lo siento inflamado
y me punza cuando respiro. No hay un solo pedazo de mi ser que no sienta dolor.
Sin duda esto es lo que me merezco. He escuchado en sueños a mi madre
repitiéndome que estoy pagando todo el daño y el mal que he hecho a los que me
rodean. Maldita sea esa voz que me retumba cuando trato de descansar. Me lo dijo
muchas veces y ahora no tengo manera de callarla en mi cabeza.
Quisiera
morirme, no tengo fuerzas ni para levantarme de esta asquerosa cama que huele
tan mal y está húmeda de tanto mearme encima.
Estoy
solo, en este cuarto de azotea oscuro y espantoso donde vivo desde hace varios años,
escucho a las ratas chillar y correr debajo de la cama, ¡qué repulsión!, ya no
tengo a nadie y he perdido todo de nuevo. Las lágrimas no paran de brotar de
mis ojos, me doy lástima.
Lo
único que me queda es hacer un recuento y arrepentirme para morir, si es que
tengo suerte y acaban pronto mis días aquí como un perro abandonado.
No
sé cuándo empecé a ser un gañán, desde muy chico he tenido muy mal carácter y
siempre fui grosero con las mujeres, nunca las aprecié ni las respeté, excepto
a mi madre que me consentía y me toleró toda clase de majaderías con las
sirvientas y con mis hermanas.
¿Qué
será de ambas víboras a quienes les hice tanto daño? Seguro que estarán bien, las
dos consiguieron tener vidas prósperas, son profesionistas exitosas, unas burguesas
de mierda a las que aborrezco. No son como yo, que tiré mi existencia al basurero,
y estoy aquí en esta cloaca muriéndome del asco, en la pobreza y en la soledad más
absoluta.
¿Dónde
torcí el camino? ¿Por qué me empeñé en arruinarme la vida sabiendo que lo
estaba haciendo?
Mis
padres tuvieron gran parte de culpa, de niño me permitieron ser un patán, solo
porque fui el alumno más destacado de la escuela y les llevaba las
calificaciones más altas de la clase. Recuerdo al maestro Feliciano que tuve en
la primaria, siempre me ponía de ejemplo en matemáticas y física, porque todos
los problemas los resolvía en un santiamén. Nunca fui un pendejo, ni un
mediocre, todos me envidiaban por mi talento e inteligencia. Pude haber llegado
muy lejos si no me hubiera topado con tanta gente estúpida y viejas aprovechadas.
Recuerdo
la cantidad de maldades que les hice a mis hermanas cuando éramos niños y lo
que las disfrutaba. Les pegaba en la cabeza, las hacía tropezar y las insultaba
cuando pasaban cerca de mí. Creo que fue en la niñez cuando aprendí a odiar a
las mujeres, a maltratarlas, a aprovecharme de mi fuerza física para agredirlas
y gozaba sabiendo que mi presencia les daba miedo. Repasando la historia de mi
vida, mis hermanas y las sirvientas de la casa fueron mis primeras víctimas,
las primeras mujeres a las que ofendí y luego odié con todas mis fuerzas. Mis
hermanas también me aborrecen, sobre todo la mayor que fue la primera mujer con
la que me di de golpes. Nunca olvidaré esa santa madriza que nos dimos y que
fue la razón por la que nunca más me dirigió la palabra. Bueno, esa bruja, no me
dejó de hablar para siempre, tan solo durante treinta años, porque fue quien me
llamó para que fuera a ver a mamá cuando ya estaba en las últimas y no podía
morir porque tenía pendiente despedirse de mí, su primogénito.
Ay,
mamá. ¡Cuánto me amaste de niño y cuánto me rechazaste de adulto! Fuiste como
dos madres. La tierna y adorable defensora del niño consentido a quien le
permitiste todo y la progenitora severa que me despreció en la vida adulta
cuando empecé a tirarlo todo por la borda.
Me
voy a tratar de levantar a bañar, para luego comerme el yogur y el pedazo de
torta de milanesa que dejé el otro día en el refrigerador, a ver si todavía están
buenos, ya tengo hambre y creo que me puedo mover. Aprovecho a ver si puedo
quitar las sábanas viejas y orinadas de esta asquerosa cama para tirarlas a la
basura y oreo un poco el colchón antes de volver a acostarme. No me quiero
asomar al espejo porque me imagino que debo parecer un monstruo. Tengo el ojo
tan hinchado que no lo puedo abrir, ¡pinche guamazo que me dio en la cara ese cabrón!
¿Qué
será de Carmina?, mi primera mujer. Era buena persona, pero tan sosa y mojigata
en la cama. Pobre vieja, ¡cómo la hice sufrir!, nunca me porté bien con ella,
la desprecié tanto. Los tres años que duramos casados le hice la vida imposible.
Solo recuerdo sus reclamos porque siempre la dejaba plantada, terminábamos insultándonos
y dándonos de golpes y ella encerrada en el cuarto llorando. Hasta que tuvimos
a Jordi, mi hijo mayor, fue cuando decidí que esa existencia aburrida y llena
de pleitos no era para mí. Los abandoné, sin ninguna culpa ni remordimiento. Me
fui, no sin antes vaciarle el departamento y dejarla colgada con el pago de la
hipoteca. Pobre inútil. Obvio tuvo que irse con el niño a vivir a casa de su
madre, la bruja esa que jamás me trató bien. De lo que sí me arrepiento es de no
haberme hecho cargo de Jordi. Por estas fechas andará cumpliendo los treinta. La
última vez que lo vi fue en el velorio de mi padre. Me sorprendió que se
parezca a mí físicamente, aunque dudo que sea tan mala persona como yo. Menos
mal que su madre se hizo cargo de él. Ese día que nos vimos apenas y me saludó,
por supuesto que está lleno de resentimientos y de rencor, todo eso se lo ha
inculcado la mustia de Carmina.
Luego
vino la debacle de mi vida, al lado de mi segunda mujer, Marlene, esa vieja que
me engatusó en la cama y con quien tuve nada más y nada menos que cinco hijos.
Esa cabrona me llevó a la ruina, me hizo hundirme en el fango. Con ella perdí
el negocio que empecé cuando dejé a Carmina. Me endeudé hasta las chanclas
pagando los gastos que teníamos con todos esos hijos que decidió tener. Acabé
rematando las máquinas y quedándome sin la fábrica.
¡Ay!
Cómo recuerdo mi pequeña fábrica de tapas de plástico, cuántos sueños tuve de
hacerme millonario y todos se quedaron frustrados en el camino, todo por culpa
de esa pinche Marlene que nunca me apoyó.
Mi
madre me lo dijo muchas veces y no le hice caso: «Esa mujer no es de tu clase y
te va a dejar en la ruina». Pero mientras más me lo decía más me encapriché en
quedarme al lado de esa fodonga.
¡Ah!,
porque esa sí que era floja y fodonga, tenía la casa toda puerca, llena de ropa
y trastes sucios y los chamacos con los mocos verdes colgándoles, bien cochinos
y apestosos, chillando día y noche. Quién sabe qué estaba pensando en esos
momentos que me dejé hundir en la mierda de Marlene. Y es que esa vieja, como
decía mamá, me arrastró al inframundo.
Haber
estudiado ingeniería, becado en la mejor universidad privada de este país, no
me sirvió de nada, terminé arruinado por culpa de la puta Marlene que no paraba
de parir cada nueve meses y se sentía la mamá de los pollitos. Tanto pinche
chamaco chillón que mantener me ponía siempre de malas, por eso les pegaba,
sobre todo cuando vendí las máquinas del negocio y tuve que ponerme a trabajar
de repartidor de pan Bimbo. Ese trabajo de mierda fue una tortura, todo el día
en el tráfico lidiando con puro pendejo y ganando una miseria que apenas y nos
alcanzaba para la comida. Fue entonces que Marlene puso su puesto de
quesadillas al lado del zaguán de la casa y todas las noches cuando llegaba
muerto de cansancio, todavía quería que le ayudara. Vaya vida de mierda la que
tuvimos, puras penurias. Siempre de mal en peor, hasta que acabamos yendo a
vivir a Chalco a la casa que se construyó Lalo, el hermano de Marlene porque ya
no nos alcanzaba ni para la renta del departamento y además no cabíamos, ya
estábamos llenos de escuincles mugrosos.
Allá
en Chalco todavía empeoró más la situación familiar, Kevin y Alison mis hijos
mayores abandonaron la secundaria y se metieron a trabajar en el maldito Ferrari
Bar, ese antro de quinta al que iban los mafiosos del barrio. Mi pobre Alison
se enamoró perdidamente del peor de todos y salió con su domingo siete. Al año
de haber llegado a Chalco, acababa de cumplir quince cuando nació Zoé, mi
primera nieta. Otra chamaca más para mi colección, porque de inmediato el muy
ojete del Cristian se fue de mojado y nunca mandó dinero ni le volvimos a ver el
pelo. Ya no teníamos cinco hijos, sino seis.
Ahí
fue cuando empezamos a juntar los ingresos de todos y así a duras penas
pagábamos los gastos de la tropa. A pesar de todas las penurias, esos años
fueron los mejores porque todavía no nos caía la peor de las catástrofes.
Alison
se metió a la venta de drogas por culpa del Cachuchas, ese muchacho que tenía
la cara de mandril y era un verdadero rufián. Cuando descubrimos las bolsas de pastillas
escondidas en el cajón de su ropa fue demasiado tarde para salvarla. Unos días
después de cacharle la droga, Alison desapareció y luego de tres días
espantosos de buscarla hasta por debajo de las piedras la encontraron con un
balazo en la cabeza aventada en un terreno baldío cerca de la carretera a
Puebla.
Ahí
sí que todo se torció, la pinche Marlene, se puso como loca, me echó la culpa
de todas las desgracias que habíamos vivido. Nos insultamos como nunca y nos dimos
una golpiza suprema. Los niños se asustaron tanto, al ver como sangraba la cara
de su pinche madre de los golpes que le di, que fueron a buscar a Kevin, que
recién se había ido de casa con su novia, la Yoselyn, para que viniera a parar
la bronca y esa noche la pasamos en el ministerio público para resolver la
separación.
Obviamente,
todos se pusieron del lado de Marlene, el abogado me acusó de violento y desde
ese día me prohibieron legalmente acercarme a la casa y a mis hijos. Entonces
decidí ya no volver nunca y dejarlos a que se las arreglaran ellos solos, así
me libré de Marlene y de los chamacos mugrosos que viven envenenados por su
madre contra mí.
Como
no tenía donde vivir, me fui unos días a quedar con Kevin y Yoselyn que habían
alquilado un cuarto y fue él quien me trajo mis cosas. No olvidaré las dos
bolsas de basura de plástico negro con las que llegó, una con mi ropa arrugada
y sucia y la otra con mis documentos oficiales hechos trizas. En venganza por
la madriza que le puse, Marlene hizo pedazos mi título, mis actas de
nacimiento, mi cartilla militar y todos los papeles que tenía guardados en el
cajón del ropero que me heredó mi tía.
Pero
yo también la jodí, decidí dejar el miserable trabajo de repartidor que tenía,
porque si seguía ahí, me iban a descontar más de la mitad de mi salario para
dárselo a Marlene y primero muerto que darle un centavo a esa hija de puta y a sus
escuincles mugrosos. Por eso le fui a pedir trabajo al ojete de Pérez, que me
había comprado las máquinas por tres pinches pesos cuando andaba ahorcado de
deudas y me contrató de obrero para la producción de tapas de plástico para
cartones de leche. Ahí fue cuando tuve que ayudarle a Kevin con los gemelos
recién nacidos, porque la Yoselyn lo abandonó. Pobre de mi Kevin, que tuvo que
hacerse cargo de los bebés durante el día mientras yo trabajaba y luego yo me
quedaba con ellos en la noche cuando él se iba al bar. Fueron años duros. Mi
mamá me decía que los gemelos estaban pagando el daño que le hice a Jordi al
abandonarlo, y pues tal vez tenía razón.
Cuando
Kevin encontró a Delfina y se juntó con ella me tuve que ir de ahí, y fue
cuando empecé esta vida de perro que tengo y encontré esta inmunda pocilga llena
de ratas y cucarachas en donde vivo desde entonces, si es que a esto se le puede
llamar vida. Aquí he pasado los peores momentos solo y pobre. Pero ya no hay remedio,
tengo sesenta y dos años y no puedo corregir nada de lo que hice. Estoy
derrotado.
Hace
cuatro años murió mi padre, que siempre fue un ejemplo de rectitud y
responsabilidad. Cuando pienso en él, me siento avergonzado, por eso prefiero
no traerlo a mis recuerdos, porque su imagen me juzga y condena. Siempre hice
lo contrario de lo que me enseñó y sé que fui la principal razón de su
depresión, sólo le di decepciones. Pero en este tema tengo mala conciencia y mejor
ni acordarme.
Al
año de morir mi padre, falleció mi madre. Fue cuando volví a ver a las desgraciadas
de mis hermanas. Mis padres, al contrario de lo que soy, siempre fueron gente
de bien, responsables y trabajadores. Hasta
nos dejaron dinero y bienes como herencia.
Con
la lana que me dejó mi mamá y que me dieron las miserables de mis hermanas, pensé
que podía rehacer mi vida, me compré el coche y me metí a trabajarlo de Uber.
Pero como siempre, con mi mala suerte, este proyecto tampoco resultó.
Hace
tres días andaba de madrugada trabajando, subí al fulano ese medio borracho a
la salida de la cantina y ya íbamos llegando al destino cuando sacó la pistola
y me encañonó. Qué pinche susto, pensé que me iba a dar un plomazo, pero el muy
cabrón no quería matarme, me bajó a madrazos y como lo insulté y me puse muy
gallito, me dio una santa golpiza que casi me quedo tieso. Se llevó el coche, mis
tenis, mi cartera y mi celular y me dejó tirado en la banqueta.
No sé qué hubiera pasado si no me recoge el camionero que se apiadó de mí y me trajo hasta acá, tal vez ya estaría muerto y hubiera sido lo mejor. Ahora tengo que pensar cómo salir de esta pinche situación. Mañana que me sienta mejor voy a buscar entre los cachivaches que me traje de la casa de mi madre. Ahí tengo guardados los relojes de mi papá y los anillos de oro que les chingué a las brujas de mis hermanas cuando me quedé solo a cuidar a mi mamá antes de que muriera. Los voy a llevar a empeñar para ir tirando con ese dinero y ya veré qué me invento. Le pediré a Rosa, la dueña de la tienda de abajo, que le llame a Kevin para que venga y me traiga comida, y algo se me ocurrirá, porque, como me repetía mi mamá: mala hierba nunca muere y tengo que seguir viviendo esta pinche vida de mierda.
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