lunes, 2 de septiembre de 2024

Mala hierba

Lucía Yolanda Alonso Olvera


Calculo que llevo al menos tres días tirado sin poder levantarme, me duele todo el cuerpo, huelo mal, no he tenido fuerza ni para ir al baño. Me he orinado en la cama varias veces. Estoy hecho una mierda, siento la cara hinchada de la madriza que me dieron. Recuerdo que me pateó fuerte en el estómago, lo siento inflamado y me punza cuando respiro. No hay un solo pedazo de mi ser que no sienta dolor. Sin duda esto es lo que me merezco. He escuchado en sueños a mi madre repitiéndome que estoy pagando todo el daño y el mal que he hecho a los que me rodean. Maldita sea esa voz que me retumba cuando trato de descansar. Me lo dijo muchas veces y ahora no tengo manera de callarla en mi cabeza.

Quisiera morirme, no tengo fuerzas ni para levantarme de esta asquerosa cama que huele tan mal y está húmeda de tanto mearme encima.

Estoy solo, en este cuarto de azotea oscuro y espantoso donde vivo desde hace varios años, escucho a las ratas chillar y correr debajo de la cama, ¡qué repulsión!, ya no tengo a nadie y he perdido todo de nuevo. Las lágrimas no paran de brotar de mis ojos, me doy lástima.  

Lo único que me queda es hacer un recuento y arrepentirme para morir, si es que tengo suerte y acaban pronto mis días aquí como un perro abandonado.

No sé cuándo empecé a ser un gañán, desde muy chico he tenido muy mal carácter y siempre fui grosero con las mujeres, nunca las aprecié ni las respeté, excepto a mi madre que me consentía y me toleró toda clase de majaderías con las sirvientas y con mis hermanas.

¿Qué será de ambas víboras a quienes les hice tanto daño? Seguro que estarán bien, las dos consiguieron tener vidas prósperas, son profesionistas exitosas, unas burguesas de mierda a las que aborrezco. No son como yo, que tiré mi existencia al basurero, y estoy aquí en esta cloaca muriéndome del asco, en la pobreza y en la soledad más absoluta.

¿Dónde torcí el camino? ¿Por qué me empeñé en arruinarme la vida sabiendo que lo estaba haciendo?

Mis padres tuvieron gran parte de culpa, de niño me permitieron ser un patán, solo porque fui el alumno más destacado de la escuela y les llevaba las calificaciones más altas de la clase. Recuerdo al maestro Feliciano que tuve en la primaria, siempre me ponía de ejemplo en matemáticas y física, porque todos los problemas los resolvía en un santiamén. Nunca fui un pendejo, ni un mediocre, todos me envidiaban por mi talento e inteligencia. Pude haber llegado muy lejos si no me hubiera topado con tanta gente estúpida y viejas aprovechadas.

Recuerdo la cantidad de maldades que les hice a mis hermanas cuando éramos niños y lo que las disfrutaba. Les pegaba en la cabeza, las hacía tropezar y las insultaba cuando pasaban cerca de mí. Creo que fue en la niñez cuando aprendí a odiar a las mujeres, a maltratarlas, a aprovecharme de mi fuerza física para agredirlas y gozaba sabiendo que mi presencia les daba miedo. Repasando la historia de mi vida, mis hermanas y las sirvientas de la casa fueron mis primeras víctimas, las primeras mujeres a las que ofendí y luego odié con todas mis fuerzas. Mis hermanas también me aborrecen, sobre todo la mayor que fue la primera mujer con la que me di de golpes. Nunca olvidaré esa santa madriza que nos dimos y que fue la razón por la que nunca más me dirigió la palabra. Bueno, esa bruja, no me dejó de hablar para siempre, tan solo durante treinta años, porque fue quien me llamó para que fuera a ver a mamá cuando ya estaba en las últimas y no podía morir porque tenía pendiente despedirse de mí, su primogénito.

Ay, mamá. ¡Cuánto me amaste de niño y cuánto me rechazaste de adulto! Fuiste como dos madres. La tierna y adorable defensora del niño consentido a quien le permitiste todo y la progenitora severa que me despreció en la vida adulta cuando empecé a tirarlo todo por la borda.

Me voy a tratar de levantar a bañar, para luego comerme el yogur y el pedazo de torta de milanesa que dejé el otro día en el refrigerador, a ver si todavía están buenos, ya tengo hambre y creo que me puedo mover. Aprovecho a ver si puedo quitar las sábanas viejas y orinadas de esta asquerosa cama para tirarlas a la basura y oreo un poco el colchón antes de volver a acostarme. No me quiero asomar al espejo porque me imagino que debo parecer un monstruo. Tengo el ojo tan hinchado que no lo puedo abrir, ¡pinche guamazo que me dio en la cara ese cabrón!

¿Qué será de Carmina?, mi primera mujer. Era buena persona, pero tan sosa y mojigata en la cama. Pobre vieja, ¡cómo la hice sufrir!, nunca me porté bien con ella, la desprecié tanto. Los tres años que duramos casados le hice la vida imposible. Solo recuerdo sus reclamos porque siempre la dejaba plantada, terminábamos insultándonos y dándonos de golpes y ella encerrada en el cuarto llorando. Hasta que tuvimos a Jordi, mi hijo mayor, fue cuando decidí que esa existencia aburrida y llena de pleitos no era para mí. Los abandoné, sin ninguna culpa ni remordimiento. Me fui, no sin antes vaciarle el departamento y dejarla colgada con el pago de la hipoteca. Pobre inútil. Obvio tuvo que irse con el niño a vivir a casa de su madre, la bruja esa que jamás me trató bien. De lo que sí me arrepiento es de no haberme hecho cargo de Jordi. Por estas fechas andará cumpliendo los treinta. La última vez que lo vi fue en el velorio de mi padre. Me sorprendió que se parezca a mí físicamente, aunque dudo que sea tan mala persona como yo. Menos mal que su madre se hizo cargo de él. Ese día que nos vimos apenas y me saludó, por supuesto que está lleno de resentimientos y de rencor, todo eso se lo ha inculcado la mustia de Carmina.

Luego vino la debacle de mi vida, al lado de mi segunda mujer, Marlene, esa vieja que me engatusó en la cama y con quien tuve nada más y nada menos que cinco hijos. Esa cabrona me llevó a la ruina, me hizo hundirme en el fango. Con ella perdí el negocio que empecé cuando dejé a Carmina. Me endeudé hasta las chanclas pagando los gastos que teníamos con todos esos hijos que decidió tener. Acabé rematando las máquinas y quedándome sin la fábrica.

¡Ay! Cómo recuerdo mi pequeña fábrica de tapas de plástico, cuántos sueños tuve de hacerme millonario y todos se quedaron frustrados en el camino, todo por culpa de esa pinche Marlene que nunca me apoyó.

Mi madre me lo dijo muchas veces y no le hice caso: «Esa mujer no es de tu clase y te va a dejar en la ruina». Pero mientras más me lo decía más me encapriché en quedarme al lado de esa fodonga.

¡Ah!, porque esa sí que era floja y fodonga, tenía la casa toda puerca, llena de ropa y trastes sucios y los chamacos con los mocos verdes colgándoles, bien cochinos y apestosos, chillando día y noche. Quién sabe qué estaba pensando en esos momentos que me dejé hundir en la mierda de Marlene. Y es que esa vieja, como decía mamá, me arrastró al inframundo.

Haber estudiado ingeniería, becado en la mejor universidad privada de este país, no me sirvió de nada, terminé arruinado por culpa de la puta Marlene que no paraba de parir cada nueve meses y se sentía la mamá de los pollitos. Tanto pinche chamaco chillón que mantener me ponía siempre de malas, por eso les pegaba, sobre todo cuando vendí las máquinas del negocio y tuve que ponerme a trabajar de repartidor de pan Bimbo. Ese trabajo de mierda fue una tortura, todo el día en el tráfico lidiando con puro pendejo y ganando una miseria que apenas y nos alcanzaba para la comida. Fue entonces que Marlene puso su puesto de quesadillas al lado del zaguán de la casa y todas las noches cuando llegaba muerto de cansancio, todavía quería que le ayudara. Vaya vida de mierda la que tuvimos, puras penurias. Siempre de mal en peor, hasta que acabamos yendo a vivir a Chalco a la casa que se construyó Lalo, el hermano de Marlene porque ya no nos alcanzaba ni para la renta del departamento y además no cabíamos, ya estábamos llenos de escuincles mugrosos.

Allá en Chalco todavía empeoró más la situación familiar, Kevin y Alison mis hijos mayores abandonaron la secundaria y se metieron a trabajar en el maldito Ferrari Bar, ese antro de quinta al que iban los mafiosos del barrio. Mi pobre Alison se enamoró perdidamente del peor de todos y salió con su domingo siete. Al año de haber llegado a Chalco, acababa de cumplir quince cuando nació Zoé, mi primera nieta. Otra chamaca más para mi colección, porque de inmediato el muy ojete del Cristian se fue de mojado y nunca mandó dinero ni le volvimos a ver el pelo. Ya no teníamos cinco hijos, sino seis.

Ahí fue cuando empezamos a juntar los ingresos de todos y así a duras penas pagábamos los gastos de la tropa. A pesar de todas las penurias, esos años fueron los mejores porque todavía no nos caía la peor de las catástrofes.

Alison se metió a la venta de drogas por culpa del Cachuchas, ese muchacho que tenía la cara de mandril y era un verdadero rufián. Cuando descubrimos las bolsas de pastillas escondidas en el cajón de su ropa fue demasiado tarde para salvarla. Unos días después de cacharle la droga, Alison desapareció y luego de tres días espantosos de buscarla hasta por debajo de las piedras la encontraron con un balazo en la cabeza aventada en un terreno baldío cerca de la carretera a Puebla.

Ahí sí que todo se torció, la pinche Marlene, se puso como loca, me echó la culpa de todas las desgracias que habíamos vivido. Nos insultamos como nunca y nos dimos una golpiza suprema. Los niños se asustaron tanto, al ver como sangraba la cara de su pinche madre de los golpes que le di, que fueron a buscar a Kevin, que recién se había ido de casa con su novia, la Yoselyn, para que viniera a parar la bronca y esa noche la pasamos en el ministerio público para resolver la separación.

Obviamente, todos se pusieron del lado de Marlene, el abogado me acusó de violento y desde ese día me prohibieron legalmente acercarme a la casa y a mis hijos. Entonces decidí ya no volver nunca y dejarlos a que se las arreglaran ellos solos, así me libré de Marlene y de los chamacos mugrosos que viven envenenados por su madre contra mí.

Como no tenía donde vivir, me fui unos días a quedar con Kevin y Yoselyn que habían alquilado un cuarto y fue él quien me trajo mis cosas. No olvidaré las dos bolsas de basura de plástico negro con las que llegó, una con mi ropa arrugada y sucia y la otra con mis documentos oficiales hechos trizas. En venganza por la madriza que le puse, Marlene hizo pedazos mi título, mis actas de nacimiento, mi cartilla militar y todos los papeles que tenía guardados en el cajón del ropero que me heredó mi tía.

Pero yo también la jodí, decidí dejar el miserable trabajo de repartidor que tenía, porque si seguía ahí, me iban a descontar más de la mitad de mi salario para dárselo a Marlene y primero muerto que darle un centavo a esa hija de puta y a sus escuincles mugrosos. Por eso le fui a pedir trabajo al ojete de Pérez, que me había comprado las máquinas por tres pinches pesos cuando andaba ahorcado de deudas y me contrató de obrero para la producción de tapas de plástico para cartones de leche. Ahí fue cuando tuve que ayudarle a Kevin con los gemelos recién nacidos, porque la Yoselyn lo abandonó. Pobre de mi Kevin, que tuvo que hacerse cargo de los bebés durante el día mientras yo trabajaba y luego yo me quedaba con ellos en la noche cuando él se iba al bar. Fueron años duros. Mi mamá me decía que los gemelos estaban pagando el daño que le hice a Jordi al abandonarlo, y pues tal vez tenía razón.

Cuando Kevin encontró a Delfina y se juntó con ella me tuve que ir de ahí, y fue cuando empecé esta vida de perro que tengo y encontré esta inmunda pocilga llena de ratas y cucarachas en donde vivo desde entonces, si es que a esto se le puede llamar vida. Aquí he pasado los peores momentos solo y pobre. Pero ya no hay remedio, tengo sesenta y dos años y no puedo corregir nada de lo que hice. Estoy derrotado.

Hace cuatro años murió mi padre, que siempre fue un ejemplo de rectitud y responsabilidad. Cuando pienso en él, me siento avergonzado, por eso prefiero no traerlo a mis recuerdos, porque su imagen me juzga y condena. Siempre hice lo contrario de lo que me enseñó y sé que fui la principal razón de su depresión, sólo le di decepciones. Pero en este tema tengo mala conciencia y mejor ni acordarme.

Al año de morir mi padre, falleció mi madre. Fue cuando volví a ver a las desgraciadas de mis hermanas. Mis padres, al contrario de lo que soy, siempre fueron gente de bien, responsables y trabajadores.  Hasta nos dejaron dinero y bienes como herencia.

Con la lana que me dejó mi mamá y que me dieron las miserables de mis hermanas, pensé que podía rehacer mi vida, me compré el coche y me metí a trabajarlo de Uber. Pero como siempre, con mi mala suerte, este proyecto tampoco resultó.

Hace tres días andaba de madrugada trabajando, subí al fulano ese medio borracho a la salida de la cantina y ya íbamos llegando al destino cuando sacó la pistola y me encañonó. Qué pinche susto, pensé que me iba a dar un plomazo, pero el muy cabrón no quería matarme, me bajó a madrazos y como lo insulté y me puse muy gallito, me dio una santa golpiza que casi me quedo tieso. Se llevó el coche, mis tenis, mi cartera y mi celular y me dejó tirado en la banqueta.

No sé qué hubiera pasado si no me recoge el camionero que se apiadó de mí y me trajo hasta acá, tal vez ya estaría muerto y hubiera sido lo mejor. Ahora tengo que pensar cómo salir de esta pinche situación. Mañana que me sienta mejor voy a buscar entre los cachivaches que me traje de la casa de mi madre. Ahí tengo guardados los relojes de mi papá y los anillos de oro que les chingué a las brujas de mis hermanas cuando me quedé solo a cuidar a mi mamá antes de que muriera. Los voy a llevar a empeñar para ir tirando con ese dinero y ya veré qué me invento. Le pediré a Rosa, la dueña de la tienda de abajo, que le llame a Kevin para que venga y me traiga comida, y algo se me ocurrirá, porque, como me repetía mi mamá: mala hierba nunca muere y tengo que seguir viviendo esta pinche vida de mierda.

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