jueves, 12 de septiembre de 2024

Una aventura en Rishikesh

Elena Virginia Chumpitazi Castillo


Había soñado con este viaje durante años. Siempre quise experimentar la espiritualidad y la paz de Rishikesh, en la India. Era temporada alta y, al llegar, me di cuenta de que encontrar alojamiento sería más difícil de lo que pensaba.

Bajé del tren aquella mañana, siendo recibida por la cantidad impresionante de turistas y locales que alimentaban el gran bullicio, el calor era abrumador y el aroma a incienso y especias llenaba el aire. Decidida, comencé mi búsqueda de alojamiento.

Me dirigí a un acogedor hostal cerca del Parmarth Niketan Ashram, conocido por su tranquilidad y hermosos jardines. Al llegar, una amable recepcionista me dio la bienvenida con una sonrisa apenada, me informó que todas las habitaciones estaban ocupadas.

—Lo siento mucho, pero no tenemos disponibilidad hasta dentro de una semana.

—Gracias de todos modos —le respondí.

Las calles estaban llenas de mercados y tiendas de artesanías. A medida que caminaba me maravillaba con la belleza y la energía reinante, aunque la preocupación por encontrar un lugar donde quedarme no me abandonaba.

Pasé por varios hostales y hoteles, pero en todos recibí la misma respuesta: no había habitaciones disponibles. Me detuve en una cafetería local para descansar y tomar un chai. Allí conocí a un mochilero australiano llamado Jack, que también estaba buscando alojamiento. Conversamos y me dio algunas recomendaciones.

—Es un alojamiento humilde, pero la gente es muy acogedora.

—Entonces iré, ¿me puedes dar las indicaciones de cómo llegar?

—¡Vamos juntos! —me dijo.

Al llegar descubrimos que la habitación ya había sido alquilada a otra persona. Nos miramos con frustración, sin darnos por vencidos. Luego nos dirigimos al río Ganges, esperando que el sonido del agua y la tranquilidad que ofrecía nos ayudaran a pensar con claridad.

Sentados sobre una gran roca junto al río, cerré los ojos y respiré profundamente, justo cuando comenzaba a relajarme, un amable monje se nos acercó y nos preguntó si necesitábamos ayuda. Le expliqué nuestra situación y nos sugirió que visitáramos un pequeño ashram al otro lado del puente Lakshman Jhula. «Es un espacio acogedor y muy tranquilo», nos dijo. «Tal vez encuentren lo que buscan allí».

Agradecidos por la sugerencia, nos levantamos y cruzamos el puente. La vista panorámica del río y las montañas nos llenó de esperanza. Al llegar al ashram, fuimos recibidos por un hombre mayor que parecía estar esperando nuestra llegada. «Bienvenidos», nos dijo con una sonrisa. «¿En qué puedo ayudarles?».

Le explicamos nuestra necesidad de encontrar alojamiento. El hombre nos escuchó y nos dijo que, por casualidad, tenía una última habitación disponible. En ese momento una señora de edad avanzada llegó y no nos quedó más remedio que ceder ante su necesidad de alojamiento. La situación nos dejó desanimados y agotados.

Decidimos explorar otros destinos. Caminamos hacia otro ashram que nos recomendaron. Al llegar, nos encontramos con un gran evento que ocupaba todas las habitaciones. Con las piernas cansadas y el ánimo decaído, seguimos buscando. En una esquina del mercado, conocí a Priya, una joven india que estudiaba en la universidad local. Nos pusimos a hablar y me contó sobre su pasión por el yoga y la meditación. Nos dirigimos a las orillas del río, ya que estaba por empezar a dar una clase de yoga, me invitó a participar y heme ahí «aprendiendo a respirar» algo que había hecho toda mi vida en forma automática, pero esta vez tomando conciencia de ello, una de sus frases fue: «La verdadera paz viene de dentro». La frase resonó profundamente en mí, llenándome de tranquilidad y esperanza para continuar con nuestra búsqueda.

Caminábamos cansados, poco a poco el sol se iba escondiendo, Jack y yo decidimos probar suerte en un último hospedaje. Nos dirigimos a un pequeño hotel boutique que habíamos visto desde el río. Al llegar, la dueña nos recibió amablemente.

—Solo me queda una habitación individual —nos dijo.

—Tómala tú, yo pasaré la noche al aire libre, bajo las estrellas —me dijo Jack, haciendo gala de su caballerosidad.

Mientras me preparaba para dormir, sentí mucho agradecimiento por haber encontrado finalmente alojamiento; si bien es cierto, no había habitación para Jack, las noches eran cálidas al aire libre y pronto se desocuparía alguna para él.

Al día siguiente, me levanté temprano y fui a explorar los alrededores, Jack decidió descansar en la terraza del hotel. Caminando por la selva cercana, me encontré con una pequeña cascada. Al llegar, me detuve para meditar. Cerré los ojos y dejé que el sonido del agua me envolviera. Sentí una conexión profunda con la tierra, una sensación de pertenencia y paz interior.

De regreso al hotel, conocí a Suresh, un anciano sabio que había vivido allí durante décadas. Cada noche, se sentaba alrededor de una fogata y compartía historias y enseñanzas con los residentes. Una noche, me habló de la importancia del desapego y me dijo que la felicidad no venía de poseer cosas, sino de liberar el corazón de los deseos innecesarios. Sus palabras me hicieron reconsiderar mis prioridades y la manera en que me aferraba a ciertos aspectos de mi vida.

Las estrechas calles llenas de vida eran una caja de sorpresas, un día me encontré con un grupo de jóvenes artistas callejeros. Se reunían cada tarde para tocar música y bailar. Me uní a ellos y, en ese momento, entendí la verdadera esencia de la cultura india: la alegría, la comunidad y la celebración de la vida. La música resonaba en mi corazón y los ritmos me conectaban profundamente con el lugar y su gente. Una de las chicas, llamada Asha, me enseñó algunos pasos de baile tradicional. Sentí cómo mi espíritu se liberaba a través del movimiento.

Luego de unos días conseguí alojamiento en un pequeño ashram donde conocí a Arjun, un joven monje que había renunciado a su vida material para dedicarse al servicio. Pasamos varias tardes conversando sobre filosofía y espiritualidad. Arjun me habló de la importancia de vivir en el presente y de aceptar la brevedad de la vida. Esta enseñanza me ayudó a dejar ir el miedo al futuro y disfrutar más de mis vivencias en el mismo momento.

Un día, durante una ceremonia de fuego en el ashram, experimenté una epifanía. Mientras las llamas danzaban y los mantras resonaban en el aire, sentí una profunda gratitud por todo lo que había vivido hasta ese momento. Comprendí que los obstáculos y desafíos que enfrenté me habían preparado para este viaje. La incertidumbre, la desesperación y la perseverancia fueron parte del proceso de crecimiento y descubrimiento personal.

Cada mañana, despertaba con el sonido suave de los cantos devocionales que se elevaban desde el templo cercano. El aire fresco de la montaña y el aroma a sándalo me llenaban de una paz indescriptible. Caminaba descalza hasta el Ganges y, junto a otros peregrinos, me sumergía en sus aguas sagradas. Sentía cómo el río lavaba no solo mi cuerpo, también mis preocupaciones y ansiedades.

A medida que los días pasaban, fui conociendo a más personas en el ashram. Compartíamos nuestras historias, risas y sueños. Había viajeros de todo el mundo, cada uno con su propio camino y búsqueda.

Cuando llegó el momento de partir, me sentí triste pero llena de muchas experiencias inolvidables que me acompañarían por mucho tiempo.

Me despedí de mis nuevos amigos. Llena de gratitud, me subí al tren que me llevaría a mi próximo destino, con un pedazo de este pueblo en mi corazón.

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