viernes, 1 de julio de 2022

Avisos nocturnos

Amanda Castillo

 

Aura María se levantó muy temprano a pesar de la mala noche que había pasado. De nuevo una inquietante pesadilla se apoderó de ella mientras dormía. Todo empezó siendo muy niña, soñaba que un hombre la perseguía con un cuchillo, ella corría con todas sus fuerzas hasta que lograba llegar a un pasadizo oculto entre la maleza, al pie de una enorme roca, el cual conducía a una cueva dentro de la misma. La sensación de terror que sentía durante sus espejismos, la falta de sueño y la angustia sufrida toda la noche, la dejaban en una lamentable condición que la acompañaba al siguiente día y como resultado de ello, su estado de ánimo era susceptible e irritable.

Después de vivir el mismo sueño cada noche durante años, Aura María había llegado al máximo nivel de desespero y se preguntaba si algún día podría superar aquella tortura que la atormentaba desde que tenía memoria.

A pesar de su juventud, se percibía a sí misma como una persona mucho mayor, amargada y de pocos amigos. Ni siquiera en su vida universitaria había logrado interactuar con más personas de las estrictamente necesarias.

Con el paso del tiempo   y a medida que leía diferentes explicaciones sobre el significado de los sueños, empezó a sospechar que algo en ella no estaba bien. En especial, intuía que aquella recurrente pesadilla debía tener un trasfondo que no lograba descifrar. Cuando su madre vivía, ella la consolaba con abrazos y mimos, dándole explicaciones banales sobre lo que le sucedía mientras dormía, pero ya ni siquiera contaba con ese alivio momentáneo. Ahora los sentimientos de soledad y tristeza formaban parte de su día a día.

Después de la muerte de su madre, no pudo seguir pagando sus estudios de literatura, y buscó trabajo como mesera o expendedora de tiendas de ropa, ya que en estos lugares podía trabajar por turnos, y el resto del tiempo lo dedicaba a tomar clases de baile. Había decidido retomar este sueño, el cual se había truncado por presión de su progenitora, quien veía este oficio como superficial y sin futuro para su hija, pero en realidad a la madre le avergonzaba que, en su condición de maestra, este aspecto de su hija fuera mal visto por las monjas del colegio donde ella había enseñado por más de treinta años educación religiosa y moral.

Aura María hacía un gran esfuerzo por conservar su trabajo como mesera en el restaurante de comida mexicana. Llevaba tres meses en el sitio y la trataban bien, sin embargo, ya empezaba a sentirse incómoda. Desde que llegó a la ciudad había tenido un sin número de empleos temporales, de los cuales se aburría con facilidad y cuando llegaba a este punto, siempre cometía un error de manera voluntaria para que la despidieran y así no tener que despedirse ni dar explicaciones.

Fue en uno de sus peores días, cuando aquel hombre visitó el lugar por primera vez. Era alto y muy atractivo pese a su edad, su cabello color ceniza combinaba perfectamente con el tono bronceado de su piel. Se sentó en una de las mesas con vista al mar. La fresca brisa de la marea, el vaivén de las palmeras y las aves revoloteando alrededor de los chinchorros, formaban un espectáculo digno de admirar.  Aura María se acercó de manera rápida hacia el recién llegado para tomar su pedido.

—Buenas tardes, señor.

—Buenas tardes —respondió el hombre, mientras se quitaba las gafas oscuras y la taladraba con la mirada.

Al ver los ojos de aquel hombre, ella sintió un vuelco en el corazón. Quedó paralizada por la sorpresa y creyó tambalearse a causa del temblor en sus piernas, mientras un sudor frío corría por su frente.

—¡No puede ser!, ¿usted es real?

La chica deseó salir corriendo del lugar, estaba aterrada, sin saber qué hacer y qué decirle al protagonista de sus pesadillas. No tenía ninguna duda, se trataba de él. El hombre que la había perseguido durante años, noche tras noche mientras dormía.

La voz de aquel hombre la sacó del letargo en que se encontraba:

—¿Qué le sucede, señorita?

Aura María lo miró fijamente y de manera inesperada, los recuerdos irrumpieron como una cinta de película que corre a toda velocidad en milésimas de segundos.

Su estado de turbación era tal, que no logró pronunciar palabra alguna. Su mente divagaba.

Él volvió a hablarle:

—Disculpe, ¿qué le pasa?, ¿me toma el pedido?

A pesar de su confusión, la muchacha recobró la compostura y respondió pausadamente:

—¿Qué desea pedir, señor?

Tomó la orden y se dirigió al mostrador. Una vez hubo solicitado el pedido se fue al baño para tranquilizarse y tratar de entender lo que estaba sucediendo. Necesitaba una explicación y quizá de esta manera podría exorcizar sus demonios y por fin comprender la oscuridad que cubría su vida.

Cuando fue la hora de llevar el contenido solicitado por el cliente, ella no dudó en hablar con él:

—No lo conozco, pero llevo veinte años de mi vida soñando con usted. Lo veo perseguirme con un cuchillo en su mano e intenta asesinarme, cada vez que está a punto de hacerlo me despierto gritando como loca.

El hombre quedó atónito, guardó silencio por varios segundos hasta que se atrevió a preguntar:

—¿Qué? ¿Usted me está diciendo que sueña conmigo? ¿Por qué está tan segura que soy yo la persona de sus sueños?

—Su rostro es imposible de olvidar. Lo he visto toda mi vida.

—No comprendo, ¿me puede explicar?

Ella lo hizo de manera seca y breve, sintiendo una mezcla de rabia y miedo al mismo tiempo.

—¿Pero usted me había visto antes en algún lugar de esta ciudad?

—No señor. No soy de aquí, llegué hace algún tiempo.

Aquel desconocido fijó la mirada en un punto indeterminado y se quedó callado por varios e interminables segundos, absorto en sus pensamientos. El rostro de aquella muchacha le era familiar, aunque no sabía exactamente donde la había visto antes.

—Los dos necesitamos explicaciones —dijo por fin—. Quizá debemos conocernos más a fondo para descubrir por qué aparezco en sus sueños.

Aura María, aunque un poco temerosa, estuvo de acuerdo con aquel hombre desconocido en apariencia y de común acuerdo decidieron conocerse mejor.

—Soy Horacio Santacruz, a sus órdenes.

—Aura María.

 Desde ese día él acudía con frecuencia al restaurante y sostenían cortas conversaciones, generalmente relacionadas con asuntos cotidianos. Él era un hombre educado y respetuoso. Tenía alrededor de sesenta años y una expresión de amargura en su rostro lo acompañaba siempre. A medida que pasaba el tiempo, el temor inicial de la muchacha fue disminuyendo, a pesar de que las pesadillas nocturnas no desaparecían de su vida.

Una idea había empezado a incrustarse en su mente. Quizá esta sería la única manera de liberarse de su tortura. Debía investigar más sobre su nuevo amigo. Así que hizo los ajustes necesarios en su trabajo y sin dudarlo un día le dijo que la invitara a conocer su casa, estaba convencida de que nada de lo que estaba sucediendo era casualidad, y que según había leído, en la mayoría de las ocasiones los sueños se relacionan con situaciones del pasado o del futuro de las personas.

El día acordado llegó y la chica se dirigió a la dirección que el hombre le había dado. Tenía curiosidad por conocer a su familia y saber mucho más de su vida. La casa de él era lujosa y estaba ubicada en el mejor sector de la ciudad. La muchacha observaba con detenimiento la decoración de la sala y las obras de arte que pendían de las paredes.

Luego de sentarse cómodamente en uno de los sofás, él la invitó a un café y le pidió que lo esperara un momento mientras traía algo que le quería mostrar.

Aura María seguía explorando visualmente el recinto hasta que sus ojos encontraron una imagen que la sacudió. De inmediato se puso de pie y ya no tuvo control sobre sus emociones. El miedo se apoderó de ella y desencadenó sus instintos más primitivos, sin dejarle mayor posibilidad de reflexionar. La chica fue presa de una terrible confusión mental, al ver en una de las paredes una réplica exacta de la foto en blanco y negro que conservaba de sí misma siendo niña. Como era de suponerse, su reacción no se hizo esperar. Entró en pánico: su corazón latía con fuerza, sus grandes ojos negros parecían desorbitados, su mirada se trasladaba de manera muy rápida de un lugar a otro, con en búsqueda de algo. Por su mente pasaron las peores ideas: Le habían tendido una trampa.

 Cuando él regresó, la chica le increpó con voz temblorosa:

—¿Quién es usted? ¿Qué quiere de mí?

—¿Dime qué te sucede? ¿De qué se trata, podrías explicarme por favor?

—¿Por qué tiene una foto mía? ¿Qué me va hacer?

Al ver su reacción, él intentó acercarse tratando de encontrar explicaciones a lo que estaba sucediendo. Por alguna razón desconocida, sentía cierta afinidad con la muchacha y una extraña necesidad de protegerla.

—No lo sé, estoy tan desconcertado como tú.

—Claro que lo sabe, por eso me buscó en el restaurante y logró traerme hasta aquí.

—¡¡Nooo!! ¡¡Noooo!! Estás equivocada. Llegué a ese sitio por casualidad.

—¡¡Mentiroso!!

—Desde que te vi me recordaste a alguien, por eso quise conocerte para descubrir quién eras. Ahora creo que lo sé. —Él se aproximó, y la muchacha dio un paso atrás.

—No se me acerque —le dijo con un tono amenazante.

—Créeme, no voy a hacerte daño.

—¡No confío en usted!

—Déjame explicarte por favor, y al decirlo, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta para sacar algo.

Ella aterrada e imaginando un ataque corrió hasta la cocina. Tomó un brillante y afilado cuchillo que estaba sobre el mesón de mármol italiano. Su mente obnubilada lo vio caminar de prisa hacia ella y extender el brazo con intención de tocarla. Aura María, con el rostro desencajado y bañado en lágrimas, se hallaba descontrolada. El sueño ahora era real, tenía al hombre de sus pesadillas frente a ella.

Horacio, creyéndola más calmada se le acerca decididamente, extendiendo sus brazos para abrazarla. Ella lo esperó inmóvil, él tomó su rostro entre las manos, la muchacha imaginó que la intención del hombre era estrangularla, entonces emitió un ruido fiero y sacó el puñal que ocultaba en la parte posterior de su pantalón, lo empujó con todas sus fuerzas y se lo clavó a la altura del abdomen. Horacio Santacruz tambaleó hasta caer de rodillas, levantó su rostro y la miró incrédulo, mientras sostenía el mango del cuchillo entre sus ensangrentadas manos.

Murmuró con dificultad ahogándose con su propia sangre:

—Te que… rí…a… expli…car. Esa …es… la fo…to de... la... la hija que aban... doné ha... ce años. La he... bus... ca... do por... mu... cho... tiem… po.

De su boca salió un chorro de sangre espesa y brillante. Su cuerpo se dobló hacia un lado y tocó el suelo. Sus ojos estaban desorbitadamente abiertos. Mientras agonizaba, estiró el brazo y de su mano inerte cayó un relicario con forma de corazón, dentro contenía las fotos de una pareja. Aura María lo tomó por instinto. Se sintió morir. No cabían dudas. La joven mujer de la fotografía era su madre.

La muchacha emitió un grito desgarrador, aún al borde del desmayo tuvo fuerzas para correr en busca de ayuda.

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