lunes, 3 de enero de 2022

Almas perdidas

Ricardo Sebastián Jurado Faggioni


Jaime se encontraba haciendo informes. De repente, una secretaria joven va hacia su oficina que era pequeña, pero cómoda para trabajar, para avisarle que alguien desea verlo con urgencia. Una señora de treinta años le cuenta que su hijo ha desaparecido. 

—¿Cuándo fue la última vez que lo vio? —preguntó el policía. 

—Vivimos al frente de un río y misteriosamente se esfumó—dijo la madre. 

—¿Alguien estuvo cerca de él?

—No, siempre sale a jugar solo.

—¿Podría describirlo?

—Mide cien centímetros y pesa dieciocho kilos, tiene el pelo negro, es blanco y delgado. Andaba con una camiseta roja y short blanco. 

—Gracias, escríbame su dirección.

La madre suspirando terminó de anotar donde vivía, además le entregó una fotografía del niño para que lo pueda identificar, luego se despidió amablemente del detective.

Al terminar de trabajar Jaime se dirigió a casa en su Volkswagen rojo. Esta era amplia, el color de las paredes era blanco, en la sala tenía un televisor. Lo prende y mira noticias, el reportero narra que varios jóvenes han desaparecido, la policía está averiguando el motivo de este misterio. 

Estos casos lo hicieron dormir intranquilo. Al despertarse, preparó el desayuno y al finalizar de comer fue a la dirección que indicó la madre del niño desaparecido. Ella vivía al sur de la ciudad, cerca de un río. 

—Cuéntame otra vez lo sucedido —dijo el policía.

—Mi hijo salió a jugar a la orilla del río a las diez de la mañana, sin embargo, no regresó y fue cuando me preocupé —comentó la madre.

—Entonces no se percató si se fue con alguien, ¿tenía motivos para irse?

—Con mi esposo hemos discutido, pero a él no le decimos nada. 

—Su marido, ¿dónde trabaja? 

—En un banco del centro de la ciudad. 

—¿Cómo se ha sentido? 

—Nunca muestra sus sentimientos, pero sé que sufre. 

—¿Me podría dar la hora cuando va a trabajar?

—Sale a las nueve de la mañana. 

—Gracias. 

El detective vestía de forma casual, es delgado, alto y joven. Al ir al río observó el horizonte. Había un bote y navegó hasta llegar al otro lado. Llevó el bote hacia la orilla, con una soga lo sujetó hacia una roca, para poder ir hacia el bosque. Quería encontrar alguna pista del niño perdido. Una mujer vestida de blanco se le aparece. No pudo ver su rostro, puesto que estaba tapado. 

—El niño está a salvo conmigo —dijo la mujer. 

—¿Por qué te lo llevaste? —preguntó el detective. 

—Está sufriendo en su hogar, debes investigar al papá. 

—¿Cómo sabes esto? 

—Escuchamos secretos, porque podemos oír conversaciones sin que nadie se de cuenta.

Quiso decir algo más, pero desapareció. Tomó aire y se fue. Regresó a la casa del chico perdido para averiguar sobre el papá.  La mamá comentó que el esposo tenía una amante, quería que se vaya de la casa. No obstante, él no hacía caso, no quería decirle antes por vergüenza. 

El detective se quedó a dormir en el carro, para el día siguiente seguir al marido. Este era alto, de compostura ancha y calvo. Andaba vestido en terno para irse al trabajo, sin embargo, el esposo no se fue a su hogar se encontró con una mujer en una cafetería, ella era más joven que la esposa. Estuvieron conversando por varias horas, luego se marcharon. El investigador también hizo lo mismo, pero él fue a la casa de la esposa que había solicitado su ayuda, conversaron el tema y ella está segura de la situación, luego Jaime se fue de aquel hogar.  

Al llegar a su apartamento, prendió la computadora e investigó sobre apariciones de mujeres fantasmales en bosques, ríos, montañas. Indagando descubrió la historia de una mujer que asesinó a sus hijos puesto que el amante que tenía no los reconoció y la echó de su hogar. 

En la mañana siguiente el cielo estaba despejado y con temor fue al lugar donde se topó con la chica de vestido blanco. Ella le contó su historia, arrepentida por haber asesinado a sus hijos, la vida eterna que posee la aprovecha para proteger a los indefensos. Detrás de unas ramas salió el niño perdido, pero antes de irse la mujer fantasmal mencionó que el papá haría algo terrible.  

Regresaron a la casa del chico, el esposo se encontraba furioso, iba a golpear a su mujer por echarlo de su vivienda. El detective detuvo el golpe a tiempo. Por agresión lo llevó a prisión. En la noche una mujer de blanco estaba llorando en la cárcel para atormentar a los prisioneros, caminando llegó a la celda del agresor que encerró al investigador, mostrando su verdadero rostro cadavérico y deforme para condenarlo por sus actos de infidelidad y violencia.

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