viernes, 14 de enero de 2022

La última directriz

Omar Castilla Romero


Mucho tiempo después frente a un camino desolado, Daniel Flórez recordaba la vez que descubrió su talento como estafador. Fue en una concurrida discoteca donde se hizo pasar por agente del orden solicitando identificación a los presentes, entre ellos un importante político escapado de juerga con su amante, quien lo sobornó con un fajo de billetes para que no lo delatase. Desde entonces utilizó su capacidad de convencimiento para sacarle dinero a los incautos, pero con la llegada de la pandemia y las avenidas vacías, ya no pudo seguir en sus actividades delictivas, sintiendo un bajón de adrenalina que lo llevó a la depresión. Aquel día decidió salir a caminar a pesar del toque de queda. Era el diciembre más triste que había visto y las calles solitarias carentes de decoración hacían parecer a la ciudad un pueblo fantasma. Se dirigió a las afueras y en un área boscosa, se quitó el tapabocas dándole una bocanada a un porro que acababa de encender, luego de lo cual sintió dar vueltas todo a su alrededor, al punto que debió sujetarse de un roble cercano. En ese momento tuvo la sensación de que se elevaba «Carajo ta potente» pensó. Luego vio la Tierra alejarse y arriba suyo notó una estructura gris semejante a un caparazón de ostra decorado con formas geométricas, que no podía ser otra cosa sino una nave espacial. Lo siguiente que recordó fue estar en una estancia amplia y cálida, impregnada de luz blanca que tenía en su centro una mesa redonda y tres sillas, en una de las cuales se sentó.

—Bienvenido, Lord Flórez, espero se sienta cómodo —dijo un alienígena alto y delgado de rostro ovalado y piel traslúcida que apareció de la nada.

—¿Quie… quién es usted y cómo sabe mi nombre?

—Pero cómo no saberlo. Lo estábamos esperando para la reunión.

—¡¿De qué diablos habla?!, no volveré a fumar esa mierda.

—De la reunión, ¡¿lo ha olvidado?! ¿Llegó el otro invitado?

—Sí señor, ya está aquí —respondió un subordinado.

—Hazlo pasar, es mejor definir todo de una vez.

—Enseguida.

Al instante entró otro extraterrestre humanoide que sobrepasaba los tres metros de altura. Tenía hombros prominentes, abdomen globoso y mirada severa. Su piel azulada parecía apretujar sus marcados músculos. Vestía una túnica blanca de tela brillante parecida a la seda y tenía en su espalda una caja metálica cruzada por una espada.

—¿Qué hace aquí este insecto? —preguntó con voz gutural que resonó en la estancia.

—¿Por qué me llamas insecto? —indagó Daniel.

—Todos ustedes lo son. Solo un error de la naturaleza.

—Tranquilo, Enliuk, estamos aquí para charlar —dijo el anfitrión.

—Yo no hablo con seres inferiores —respondió.

Daniel percibió un odio visceral en él, por lo que se dirigió al otro ser.

—¿Podría decirme qué hago aquí?

—Permíteme primero me presento, mi nombre es Xénel Prim y voy a decidir si damos vía libre a la última directriz.

—¿La qué?

—Las directrices son reglas que deben seguir todos los seres evolucionados de la galaxia y la última directriz es la carta de salvación de un planeta cuando la especie dominante está a punto de llevarlo a la destrucción.

—Venga, ¿qué clase de delirio es este? —preguntó Daniel.

—No es ningún delirio. Hace un millón de años, dicha directriz fue activada en este sistema solar.

—¡Sí, cuando nos traicionaste! —gritó Enliuk.

—Nunca lo hice, lamentablemente llegué tarde para evitar que el demente de Lucfnak lanzara sus bombas nucleares sobre la superficie del planeta. Solo pudimos ayudarlos a evacuar a donde resurgiera su civilización.

—¡Cuándo digo que nos traicionaste, me refiero a lo que pasó después!

—No fui yo, fueron ustedes. Tomaron una decisión que nos obligó aplicar la séptima directriz, según la cual debían abandonar el planeta.

—Ustedes y sus estúpidas directrices—interrumpió Enliuk—. Dime Xénel, ¿qué nos impide reconquistar la Tierra por la fuerza?

—Pues, la octava directriz, que nos facultaría a intervenir.

—¿Y qué si lo hacen?

—Ustedes no están preparados para nuestro poder. Pueden tener naves y armas de avanzada, pero con solo desearlo convertiríamos su palacio celestial en cenizas.

—De pronto tenemos un haz bajo la manga.

—Eso habrá que verlo. Por cierto, ¿quién es el artífice de esta patraña?, ¿tú Enliuk?

—Ninguna patraña, los humanos están acabando con el planeta, a este paso no va a quedar nada, así que tenemos derecho a actuar.

—Aún no —respondió Xénel Prim—. Todavía hay posibilidades de salvación. Si en un lapso de treinta años las cosas no mejoran la Tierra será suya.

—Quieres dar la impresión de altruista, pero en el fondo solo ansías arrebatarnos lo que nos pertenece.

—¿Tiene algo qué agregar, Lord Daniel? —preguntó Xénel a la vez que daba la espalda a Enliuk. Daniel se encogió de hombros—. ¿Nada?, entonces doy por terminada la reunión. Acérquense para firmar el acuerdo.

—¡No voy a firmar nada! —dijo airado Enliuk.

—Lo harás antes de irte.

—Eso lo veremos.

Se marchó mirando con desprecio a Daniel y tomó rumbo al hangar donde lo esperaba su nave espacial. El humano se quedó de pie sin saber qué hacer.

—¿Y qué esperas?, firma.

Dio unos pasos y tomó la pluma de cristal con la que estampó su nombre en un pergamino holográfico. Xénel lo condujo a la cabina principal, un salón que recibía su iluminación de los rayos solares y los magnificaba. En frente podía verse el oscuro espacio exterior decorado por la Tierra del lado derecho. El ambiente estaba impregnado por un agradable olor que nunca había percibido.

—¿Esto es un sueño o el efecto del cannabis? —preguntó Daniel.

—Esto, ¿qué?

—Este silencio apacible, los colores vivos, tú y el psicópata que nos acompañaba.

—La existencia misma es un sueño. Pero ¿de quién? A pesar de nuestros miles de millones de años no hemos podido averiguarlo.

—¿Miles de millones?, no exageres.

—En absoluto es así, podría decirse que somos casi tan antiguos como el universo.

—Cuéntame más…

—Somos seres primigenios, surgimos en el centro de la galaxia dos mil millones de años después del Big Bang. Nuestro planeta al que ustedes llaman Matusalén inicialmente orbitaba una estrella parecida a su sol. Evolucionamos temprano, por eso nuestros cuerpos son menos densos. —Tocó a Daniel y este sintió como penetraba su piel—. El motivo es que las primeras estrellas tenían pocos elementos pesados, por tanto, la vida se las arregló para evolucionar en esas condiciones. Dominamos el viaje interestelar y empezamos a sembrar la galaxia de seres vivientes.

—¿Y qué tienes qué ver con el que se fue?

—¿Con Enliuk? Nada, él pertenece a los niuk.

—¿Quiénes son los niuk?

—Ellos crearon a la humanidad.

—Pensé que habían sido ustedes.

—No, nosotros los diseñamos a ellos.

—Ah veo, Xénel, pero ¿hay algo cierto en lo que dijo?

—La respuesta es compleja. Hace cuatro mil millones de años llegamos al sistema solar y vimos dos planetas con potencial de albergar vida, sin embargo, el único que estaba maduro en ese momento era el cuarto.

—¡Marte!

—Exacto.

—Entonces, ¿lo colonizaron?

—Ese no era nuestro interés en aquel tiempo, solo queríamos explorar y propagar la vida. En Marte moldeamos a los Niuk.

—¿Y qué hicieron con la Tierra?

—En ese momento nada, porque era una caldera hirviente. Continuamos nuestro camino por la galaxia y luego tuvimos que regresar a casa por un acontecimiento cósmico que ponía en riesgo la supervivencia de mi especie. Nuestro sol fue capturado por una estrella de neutrones que, por suerte, hacía tiempo que había dejado de ser supernova. Pasado el peligro, dos mil millones de años atrás, volvimos a nuestro devenir encontrando a la Tierra más propicia para la vida, por lo que instalamos una base cercana, que todavía está en uso.

—¿Y dónde se encuentra?

—Algunas noches habrás mirado al cielo maravillándote de ella.

—¿La Luna?, ¿es una base alienígena?

—Sí y sigue habitada, aunque no por nosotros. Luego bajamos a la Tierra y construimos un reactor nuclear. —Desplegó en frente un holograma donde se veían los continentes fusionados en la Pangea, demarcándose un punto que hoy correspondería a África ecuatorial.

—¡¿Cómo qué un reactor nuclear?!, si así fuera los científicos lo habrían descubierto.

—Y lo hicieron, pero no lo creyeron. Es más, a la fecha no pueden explicar lo que pasó en las minas de uranio de Oklo en Gabón. Comenzamos a generar organismos vivientes y al nacer las primeras algas se produjo un efecto inesperado, la atmósfera se llenó de más oxígeno del acostumbrado y esto produjo una sorprendente explosión de vida, aunque su existencia era corta. Incluso nuestros cuerpos, hasta ese momento perpetuos, se fueron deteriorando. Descubrimos que la Tierra, tan prolífica como era, generaba un efecto colateral: la muerte. De eso, hace quinientos millones de años. Coincidió con la inminente transformación de nuestro sol en una gigante roja que pronto devoraría el planeta. Regresamos y encontramos a los sobrevivientes en una nave nodriza de tamaño planetario que nos llevaría a viajar por la galaxia durante eones. Y es cierto, nos arrepentimos de no haber creado una colonia en algún otro planeta, por ejemplo, Marte y dado que nuestras directrices nos impedían invadir mundos civilizados, solo quedaba la Tierra, pero esto implicaba perder nuestra inmortalidad, por lo que preferimos seguir en la nave deseando que alguna de nuestras creaciones cometiera un error.

—Ya voy entendiendo. Dijiste que en Marte hubo una guerra. Supongo que, en lugar de ayudarlos, activaron la última directriz.

—Tienes un raciocinio muy agudo. La guerra destruyó su atmósfera con lo que se disipó el oxígeno y fue evaporándose el agua, haciéndolo adecuado para nosotros. Trasladamos a los niuk a la Tierra y de inmediato empezaron su colonización, pero era una labor ardua y decidieron crearlos a ustedes para que hicieran el trabajo duro. Fue un error, ahora había una especie autóctona inteligente y por lo tanto el planeta le pertenecía. Les dimos un ultimátum: o eliminaban a la raza humana o se marchaban.

—Por eso Enliuk nos odia.

—Exacto. Quien los diseñó fue su hermano Enkiuk. Se enfrentaron para decidir el futuro de la humanidad y Enliuk convenció a su líder, Yavhnak, de inundar la llanura entre el Tigris y el Éufrates donde se localizaban las primitivas aldeas humanas para borrarlas de la faz de la tierra.

—¡Guau!, el diluvio universal.

—Con ese nombre quedó en su historia. Enkiuk amaba a su creación y contradiciendo las órdenes de su amo, ayudó a unos pocos a escapar. Con los milenios, estos se multiplicaron y a los niuk no les quedó más remedio que marcharse a vivir a la base lunar. Mantuvimos la palabra de que, si algún día la raza humana era un peligro, ellos podrían activar la última directriz. La verdad nunca pensé que pasaran de la Edad de Piedra y mira hasta donde han llegado.

—Entonces nos subestimaste.

—En parte sí y en parte no. Ellos los han ayudado en los últimos siglos a que progresen.

—¿Y para que hicieron eso si nos odian?

—Sencillo, les dieron las soluciones más contaminantes para llevar al planeta a un punto de no retorno. ¿Cómo lo lograron?, reclutaron mentes brillantes en sociedades secretas y así los han ido guiando de invento en invento a su destrucción.

—¿Y ustedes piensan intervenir?

—Sí, pero no directamente. Por eso necesitamos personas como tú.

—Están en desventaja, ellos escogieron genios y ustedes en cambio...

—Hemos escogido bien, por ejemplo, tú tienes un talento que será útil a la hora de contrarrestar un arma que, sospechamos, han inventado los niuk.

—Pero ¿y cómo?

—En un momento lo verás.

Fueron interrumpidos por Enliuk con el rostro congestionado de ira.

—¡¿No me dejarás salir, maldito?!, ¡¿crees qué te tengo miedo?!

—Calma Enliuk.

—Entonces abre el hangar.

—No, hasta que firmes.

El niuk desplegó unas grandes alas metálicas que le permitieron elevarse, luego sacó la espada y la blandió en tono amenazante.

—Pues oblígame. —Dicho esto se abalanzó a gran velocidad y Xénel lo evadió mucho más rápido al desplazarse como si de un espectro se tratara. Tomó con una mano la espada y con la otra su cuello.

—Es tu última oportunidad.

Enliuk batió sus alas con lo que Xénel salió despedido hacia la pared. Se levantó de inmediato. —¿Es todo lo qué tienes?

El niuk oprimió un interruptor en la caja que pendía de su espalda y luego atacó. Xénel trató de esquivarlo, pero no se pudo mover.

—¿Sabes por qué estás inmóvil? Debido a esta caja que atrae tus abundantes átomos de hidrógeno como un imán. Ahora te llegó el momento de morir. —Levantó su espada y Xenel cerró los ojos.

—Espera un momento —dijo Daniel—, ¿es que acaso no lo sabes?

—Saber qué —preguntó Enliuk.

—Eh, la nave tiene un sensor y si deja de percibir la energía vital de Xénel, iniciará una secuencia de autodestrucción. Él me lo confesó.

—Eso lo acabas de inventar para que no lo aniquile.

—Es justo lo que él quiere, ¿no lo ves? Si morimos aquí, tus amigos creerán que el arma no funciona.

Enliuk contuvo el intenso deseo de asesinarlo y luego bajó su espada.

—Donde está el acuerdo —preguntó, firmó y antes de marcharse dijo—: Treinta años, que se cumplen el veintiuno de diciembre del dos mil cincuenta, ni un día más.

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