Yadira Sandoval Rodríguez
¡Se terminó el
papel higiénico! No encuentro por ningún lado, fui a Wal-Mart, Soriana, Cosco,
Benavides, hasta a las tienditas del barrio y nada. La ciudad se ha quedado sin
papel, es asombroso e inquietante, ¿qué vamos a hacer sin él? Estoy molesta, pude
obtener un paquete, pero una señora se me vino encima y me lo quitó de las manos,
en su rostro había desesperación y pánico, no quise defenderme porque me dio
miedo, se me hizo absurdo reñir por un rollo de papel, ni que fuera el siglo XV,
es decir, no es exclusivo de unos cuantos, lo voy a conseguir con mis
familiares y amigos, tanto barbarismo no lo tolero, la educación está de por
medio.
Salgo enojada, me
dirijo hacia el estacionamiento, escucho pelear a las personas, otros mirando
sus celulares, en sus rostros traen tapabocas, pero no dejan de sudar, estos se
ven mojados y sucios, ¿para qué sirven?, los médicos mencionaron que aunque los
trajéramos no íbamos a impedir el contagio. Buena estrategia psicológica que
están utilizando las tiendas: vender seguridad a costa del miedo. Con esta
pandemia varios van a llenar sus bolsillos de lana. ¿Por qué no soy rica?
Manejo rumbo a casa de mi comadre, toco su puerta, no me
abre, pero me grita desde dentro:
—Comadre no le
puedo abrir, porque nos vamos a contagiar, es mejor que regrese dentro de dos
semanas o nos comunicamos por teléfono.
—Está bien,
debemos pensar en los niños. Comadre, de casualidad no tendrá un paquete de
papel higiénico que me venda, no alcancé en la tienda.
—¡¿Qué comadre?!
—Que te digo que
no encontré papel, se terminó, la gente enloqueció y compró de más.
—Estás loca, cómo
no pudiste encontrar papel, ¿qué no viste las noticias?, en todas partes está
el virus, esa cosa es mundial.
—Lo sé, pero tuve
un compromiso laboral, con decirte que no me dieron días libre por cuarentena.
Así que tendré que ir a trabajar.
—No puedo,
comadre, conoces cómo es Héctor, si se entera que faltan rollos se me va a
armar. Él piensa en mis suegros. Los dos están mayores y, pues este virus ataca
a los viejitos.
—No pasa nada,
comadre, lo comprendo, tendré que irme, la veo en unas semanas.
—Claro, comadre,
por acá la esperamos con una tacita de café. Dispense la situación, pero usted
ya sabe.
—No se preocupe,
reciba un abrazo y beso. Cuídense, me saluda al compadre.
La comadre siempre
tan exagerada, pero bueno, así es ella. Tendré que ir con mi tío Leonardo.
Manejo por las calles principales, todo se ve solitario, sin un alma en pena,
la imagen de la ciudad pareciera sacada de la serie The Walking Dead, todos nos convertiremos en zombies, o, ¿ya lo
somos? Llego a su casa, me estaciono, bajo y toco la puerta:
—Tío, soy
Margarita, su sobrina, la más hermosa.
—Hola, hija, ¿qué
la trae por acá?
—Vengo a
visitarlo, tío, ¿me puede abrir la puerta?
—Mmmmm… hija mejor
regrese otro día, parece que tengo tos.
—¿Tos? ¿No tendrá
temperatura, tío? ¿Ya fue al hospital?
—Sí, hija, me
dijeron que tengo el virus, por lo tanto, debo guardar reposo.
—¿Por qué no
avisaron?
—Ya sabes cómo es
tu tía, no quiere asustarte.
—Hablando del rey
de Roma y mire quién se asoma, tío, aquí va llegando mi tía. Y con varios
paquetes de papel higiénico, ¿qué le dio diarrea, tío?
—Ay, sobrina. Es
para la cuarentena.
—Oiga, tío, no habrá
la manera de que me venda un paquete, la verdad no conseguí por ningún lado.
—Sobrina, ya le
dije que estoy enfermo, que tengo el virus.
—Pero no tiene
diarrea, tío, eso es de aislarse y si se complica tendrá que ir al hospital.
—¿Por qué al
hospital?
—Porqué sus
pulmones estarán infectados y no va a poder respirar, lo cual provocará su muerte.
—¿Y qué estás
haciendo aquí, sobrina?, se puede infectar, mejor retírese a su casa.
La tía me guiña el
ojo y me susurra:
—Conoces a tu tío,
no te puedo vender papel porque ya le dije cuantos paquetes compré, lo siento,
bella.
—Gracias, tía.
Me despedí de mi tía, subo al carro, busco a otros compadres,
pero todos están en la misma situación: nadie quiere abrirme la puerta de
sus casas y venderme papel higiénico. Empiezo a carcajearme por la situación,
en eso recuerdo a Felipe mi amigo de la secundaria y recurro a él. Al llegar a
su casa, veo una fila enorme de personas, me estaciono, pregunto qué ocurre, me
dice que el aguaje de caguamas se cambió por venta de papel. No lo podía creer,
me pregunté, cómo era posible eso: sustituir las cervezas por papel, en una
sociedad que demanda grandes cantidades de esta, a parte es un bichito que se
deshace con agua y jabón, ¡increíble!, el miedo no anda en burro. Busco a mi
amigo entre todas las personas, hasta que lo encuentro y le digo:
—Véndeme papel, me
estoy cagando, wey.
—Hola, Margarita,
qué onda, qué te trae por acá.
—¿Qué no
escuchaste, wey? Me estoy cagando y
necesito papel.
—Si gustas puedes
pasar al baño del aguaje.
—La última vez que
entré vomité, está asqueroso. Necesito, papel, préstame el de tu casa.
—Mmmm… no se puede,
está mi vieja y se va a enojar.
—¡¿Qué?! ¿Desde
cuándo tienes pareja?
—Hace dos semanas.
—¿Y no me dijiste
nada?
—Margarita, si
gustas, te vendo papel.
—¿Cuánto cuesta?
—Doscientos pesos
el rollo.
—¡Estás, loco!
Vete mucho a la chingada, Felipe.
Mi estómago no lo
aguanto, deseo un rollo de papel higiénico, lo deseo con toda el alma, tenerlo
en mis manos, tocarlo, olerlo, acariciarlo. En eso veo a una señora con varios
paquetes, me acerco a ella, le pido que se apiade de mí.
—Señora, mucho
gusto, mi nombre es Margarita y deseo comprarle un paquete de papel higiénico.
—Señorita no puedo,
estos paquetes van directo al hospital.
—Señora, yo estoy
enferma y necesito un paquete.
—Está bien,
señorita, le regalo un rollo.
—Gracias, señora,
usted es un ángel.
Tomé el rollo de papel, subí al carro, me dirigí a casa,
cerré de un portazo la puerta, corrí hasta el baño, abrí desesperada el paquete
y este cayó a la taza del sanitario.
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