miércoles, 13 de mayo de 2020

Papel higiénico


Yadira Sandoval Rodríguez

¡Se terminó el papel higiénico! No encuentro por ningún lado, fui a Wal-Mart, Soriana, Cosco, Benavides, hasta a las tienditas del barrio y nada. La ciudad se ha quedado sin papel, es asombroso e inquietante, ¿qué vamos a hacer sin él? Estoy molesta, pude obtener un paquete, pero una señora se me vino encima y me lo quitó de las manos, en su rostro había desesperación y pánico, no quise defenderme porque me dio miedo, se me hizo absurdo reñir por un rollo de papel, ni que fuera el siglo XV, es decir, no es exclusivo de unos cuantos, lo voy a conseguir con mis familiares y amigos, tanto barbarismo no lo tolero, la educación está de por medio.  
Salgo enojada, me dirijo hacia el estacionamiento, escucho pelear a las personas, otros mirando sus celulares, en sus rostros traen tapabocas, pero no dejan de sudar, estos se ven mojados y sucios, ¿para qué sirven?, los médicos mencionaron que aunque los trajéramos no íbamos a impedir el contagio. Buena estrategia psicológica que están utilizando las tiendas: vender seguridad a costa del miedo. Con esta pandemia varios van a llenar sus bolsillos de lana. ¿Por qué no soy rica?
Manejo rumbo a casa de mi comadre, toco su puerta, no me abre, pero me grita desde dentro:
—Comadre no le puedo abrir, porque nos vamos a contagiar, es mejor que regrese dentro de dos semanas o nos comunicamos por teléfono.
—Está bien, debemos pensar en los niños. Comadre, de casualidad no tendrá un paquete de papel higiénico que me venda, no alcancé en la tienda.
—¡¿Qué comadre?!
—Que te digo que no encontré papel, se terminó, la gente enloqueció y compró de más.
—Estás loca, cómo no pudiste encontrar papel, ¿qué no viste las noticias?, en todas partes está el virus, esa cosa es mundial.
—Lo sé, pero tuve un compromiso laboral, con decirte que no me dieron días libre por cuarentena. Así que tendré que ir a trabajar.
—No puedo, comadre, conoces cómo es Héctor, si se entera que faltan rollos se me va a armar. Él piensa en mis suegros. Los dos están mayores y, pues este virus ataca a los viejitos.  
—No pasa nada, comadre, lo comprendo, tendré que irme, la veo en unas semanas.
—Claro, comadre, por acá la esperamos con una tacita de café. Dispense la situación, pero usted ya sabe.
—No se preocupe, reciba un abrazo y beso. Cuídense, me saluda al compadre.
La comadre siempre tan exagerada, pero bueno, así es ella. Tendré que ir con mi tío Leonardo. Manejo por las calles principales, todo se ve solitario, sin un alma en pena, la imagen de la ciudad pareciera sacada de la serie The Walking Dead, todos nos convertiremos en zombies, o, ¿ya lo somos? Llego a su casa, me estaciono, bajo y toco la puerta:
—Tío, soy Margarita, su sobrina, la más hermosa.
—Hola, hija, ¿qué la trae por acá?
—Vengo a visitarlo, tío, ¿me puede abrir la puerta?
—Mmmmm… hija mejor regrese otro día, parece que tengo tos.
—¿Tos? ¿No tendrá temperatura, tío? ¿Ya fue al hospital?
—Sí, hija, me dijeron que tengo el virus, por lo tanto, debo guardar reposo.
—¿Por qué no avisaron?
—Ya sabes cómo es tu tía, no quiere asustarte.
—Hablando del rey de Roma y mire quién se asoma, tío, aquí va llegando mi tía. Y con varios paquetes de papel higiénico, ¿qué le dio diarrea, tío?
—Ay, sobrina. Es para la cuarentena.
—Oiga, tío, no habrá la manera de que me venda un paquete, la verdad no conseguí por ningún lado.
—Sobrina, ya le dije que estoy enfermo, que tengo el virus.
—Pero no tiene diarrea, tío, eso es de aislarse y si se complica tendrá que ir al hospital.
—¿Por qué al hospital?
—Porqué sus pulmones estarán infectados y no va a poder respirar, lo cual provocará su muerte.
—¿Y qué estás haciendo aquí, sobrina?, se puede infectar, mejor retírese a su casa.
La tía me guiña el ojo y me susurra:
—Conoces a tu tío, no te puedo vender papel porque ya le dije cuantos paquetes compré, lo siento, bella.
—Gracias, tía.
Me despedí de mi tía, subo al carro, busco a otros compadres, pero todos están en la misma situación: nadie quiere abrirme la puerta de sus casas y venderme papel higiénico. Empiezo a carcajearme por la situación, en eso recuerdo a Felipe mi amigo de la secundaria y recurro a él. Al llegar a su casa, veo una fila enorme de personas, me estaciono, pregunto qué ocurre, me dice que el aguaje de caguamas se cambió por venta de papel. No lo podía creer, me pregunté, cómo era posible eso: sustituir las cervezas por papel, en una sociedad que demanda grandes cantidades de esta, a parte es un bichito que se deshace con agua y jabón, ¡increíble!, el miedo no anda en burro. Busco a mi amigo entre todas las personas, hasta que lo encuentro y le digo:
—Véndeme papel, me estoy cagando, wey.
—Hola, Margarita, qué onda, qué te trae por acá.
—¿Qué no escuchaste, wey? Me estoy cagando y necesito papel.
—Si gustas puedes pasar al baño del aguaje.
—La última vez que entré vomité, está asqueroso. Necesito, papel, préstame el de tu casa.
—Mmmm… no se puede, está mi vieja y se va a enojar.
—¡¿Qué?! ¿Desde cuándo tienes pareja?
—Hace dos semanas.
—¿Y no me dijiste nada?
—Margarita, si gustas, te vendo papel.
—¿Cuánto cuesta?
—Doscientos pesos el rollo.
—¡Estás, loco! Vete mucho a la chingada, Felipe.
Mi estómago no lo aguanto, deseo un rollo de papel higiénico, lo deseo con toda el alma, tenerlo en mis manos, tocarlo, olerlo, acariciarlo. En eso veo a una señora con varios paquetes, me acerco a ella, le pido que se apiade de mí.
—Señora, mucho gusto, mi nombre es Margarita y deseo comprarle un paquete de papel higiénico.
—Señorita no puedo, estos paquetes van directo al hospital.
—Señora, yo estoy enferma y necesito un paquete.
—Está bien, señorita, le regalo un rollo.  
—Gracias, señora, usted es un ángel.
Tomé el rollo de papel, subí al carro, me dirigí a casa, cerré de un portazo la puerta, corrí hasta el baño, abrí desesperada el paquete y este cayó a la taza del sanitario.

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