viernes, 29 de mayo de 2020

2090

Diego Velásquez González



Una suave música despierta a Jamal. Es un sonido envolvente que cubre el espacio y a medida que el tiempo transcurre va en aumento. El cuarto de su habitación se encuentra pintado de color blanco en el que predomina un estilo minimalista. Por un momento se resiste a abrir los ojos y se deja permear por las sensaciones auditivas, olfativas y táctiles de la cama y el entorno. Después de algún tiempo, gira la cabeza a la derecha y proyecta su mirada a través del ventanal que ha ido cambiando de acuerdo a la luminosidad interna y externa, hacía lo que será otro día plomizo y gris, reflejo de las paradójicas y rigurosas condiciones del clima que caracterizan la vida en EcoVillage, una ciudad pensada ecológicamente sobre los restos de una parcialmente desaparecida en el mar Caribe como consecuencia del deshielo de los polos terrestres.
Recuerda su sueño con una mujer. Mira a su lado y Alexis ya se ha levantado. Debe estar en el gimnasio. El sonido de la música aumenta hasta hacerse estridente lo que obliga a Jamal a sentarse de manera definitiva y pulsar el botón ubicado al lado de la cama para apagar el equipo. Al tocar el piso, siente el frio en sus pies y se estremece. Se estira de nuevo en la cama. Se siente cansando. Finalmente, después de cierta modorra, toca otro botón del tablero y se abre una ventana tridimensional, 6:28 a.m., 22 de marzo de 2090 y algunos titulares de las noticias del día. Un nuevo viaje a Encélado, la luna de Saturno, la alerta roja de contaminación radiactiva en el norte del planeta y el presagio de una tarde de lluvia acida en la región.
Mientras camina hacía la cocina, un suave aire frio lo hace estornudar y regresa a su habitación a ponerse su camiseta preferida. «Qué sueño tan extraño. Creo reconocerla, pero no sé quién es» —piensa para sí. Considera por un momento que debe decirle a Alexis, su pareja o más bien su compañero desde hace cuatro años porque nunca formalizaron nada, pero cree que a lo mejor no le dirá nada, como nada dice desde hace tiempo. La noche anterior, Jamal se había quedado hasta tarde terminando el informe de la investigación del proyecto en el que trabaja con el propósito de recuperar el sistema agrícola en una de las naciones en el continente al sur y que empieza a recuperarse de la crisis que se desató a mediados del siglo como consecuencia del colapso ambiental y  que en sus inicios nadie prestó atención, al menos en los niveles donde se podían tomar las decisiones políticas y económicas adecuadas que demandaban hasta que final se llegó al límite en el que parecería que no había marcha atrás.  
Mira en la despensa. Encuentra insectos congelados y almidón de cedro. «Tal vez pueda preparar una torta, aunque no sé qué más le puedo poner a esto puesto que ya no hay mercado» —habla para sí mismo en voz baja mientras continúa abriendo los tarros y cajones de la cocina. Encuentra algo de especias, sal y pimienta negra. En ese momento el elevador se abre y entra Alexis sudoroso. Viene del Centro de entrenamiento donde asiste asiduamente mientras no tiene competencias atléticas alrededor del mundo. Jamal lo observa mientras se desnuda. Piensa que sigue siendo un hombre atractivo. Su cuerpo es delgado, trigueño, refleja unos rasgos definidos y duros producto de entrenamientos extenuantes y la dieta que le exigen para mantenerlo activo como deportista. Alexis pregunta si encargaran lo necesario para la despensa o irán juntos. Jamal solo afirma:
―Cómo quieras —Expresa simplemente. No quiere hablar.
No acaba de entender sus actitudes provocadoras de conflictos y que luego quiera continuar la vida como si nada hubiese ocurrido, sin disculparse o hacer algo para restaurar la armonía. Y procede a vestirse para terminar el informe de su trabajo y que debe enviar a primera hora. Tiene por delante un día bastante ajetreado y muchas cosas por hacer.
Olvida el tema de la torta, devuelve todo a su sitio y se sirve de la caja del jugo de probióticos. Al ver a Jamal casi indiferente, Alexis cede y señala:
―Pasaré por el supermercado y enviaré los víveres, ya no tenemos nada. Eso que desayunas no es saludable.
Jamal no presta atención, va a su escritorio, se sienta y pronto está absorto en la pantalla del computador. Alexis procede a activar la barredora. La máquina gira sobre ella misma y se va desplazando por el apartamento sin chocar con los escasos muebles. Entra al baño, se da un breve duchazo y sale a cumplir su promesa. En el camino piensa en lo insensible que puede ser y que Jamal tiene el derecho de sentirse molesto, cansado y aburrido de la monotonía desesperante en la que ha ido cayendo la relación. Toma un articulado de Metrolínea. Hoy no siente interés en usar el auto personal. Desde allí, a medida que el aparato se traslada por las calles, puede observar una ciudad que reverbera de actividad comercial. Nuevos y modernos edificios reemplazan las ruinas de la gran guerra. En otros lugares de la ciudad todavía se pueden apreciar los restos abandonados de otras tantas estructuras enfrentando el impacto de los elementos de un clima cada vez más riguroso y que los mantiene enfermos.
Va hacía el mercado al otro lado de la ciudad. Espera que no lo detengan. Quiere darse la oportunidad de mirar todas las cosas, la gente y la vida de manera más tranquila, aunque sabe que ese gusto tendrá un costo adicional. Una de las condiciones que se estableció para garantizar un abastecimiento a los hogares era comprar cerca al sitio de origen y la norma ordenaba una tasa extra para quien fuera más lejos. Al llegar, una hermosa mujer en la puerta lo saluda. Por un momento se siente confuso con esos robots humanoides que se implementaron hace cerca de veinte años y que con cada nueva versión parecen más humanos mientras que a su vez estos van perdiendo su carácter dejando de ser lo que deben ser para ser maquinas insensibles. Programa el carrito del mercado aportando los datos necesarios y mientras deja que haga su tarea, va a la cafetería. Observa el menú y escribe en el teclado 1230, correspondiente a una taza de café caliente. Lo toma y se sienta en una mesa junto la ventana. Puede ver desde allí un pequeño jardín. Allí hay un roble morado que, aunque sembrado hace algunos meses, lo supo por la noticia del inicio de un programa de arborización urbano del cual hubo diversos informes en los canales y sistemas informativos, parece que no ha avanzado mucho. Contempla un nuevo brote pequeño, de un color verde intenso con algunas vetas moradas saliendo del tronco en una lucha incesante por sobrevivir. Siente que quizás todos, humanos y demás seres vivos solo podemos hacer eso mismo, sobrevivir. Quizás su relación con Jamal está enfrentada al mismo dilema con la esperanza que surja un nuevo brote que revitalice la vida. No hay muchas personas en aquel lugar y solo se percibe la influencia omnisciente de la IA (Inteligencia Artificial) en la vida social, cultural y económica. La misma que había servido de instrumento para la guerra, ahora permitía ir construyendo un mundo nuevo en medio de la tensión permanente entre la esperanza y la desesperanza.
Al terminar su recorrido, la máquina vuelve, entrega los productos de la compra al robot humanoide y ve empacar las cosas y como las despachan en un vehículo de transporte de alimentos a la dirección que ya aparece registrada en el SDRC (Sistema Digital de Registro Ciudadano). Mientras está allí, recuerda cuando se conoció con su pareja. Eran muy jóvenes. Jamal tenía unos veintiún años y Alexis veinticuatro. Aquel día caminaba en la universidad hasta que vio en uno de los prados a Jamal. Un muchacho de raza negra, buen cuerpo y sonrisa encantadora. Lo miró y sonrío. El sintió que aquella mirada era cautivante y se sonrojó. Jamal toma la iniciativa y saluda,
―¿Eres Cael, el deportista?
Un poco turbado, sin salir de su sensación de verse en evidencia a pesar que eso de las preferencias sexuales es algo que ya no importa a nadie, responde:
―Sí, lo soy. Alexis Cael, mucho gusto.
―Hola, Jamal Sakho, pronto seré Ingeniero Ambiental.
Alexis sintió que algo nuevo fluía en él. Todo brillaba de nuevo y tuvo la certeza de que al lado de este hombre su vida tendría un nuevo sentido. Pronto hicieron un acuerdo y adquirieron una vivienda para los dos en los suburbios, uno de los sectores más exclusivos y a la vez costosos de la ciudad. Más que amantes, se consideraron amigos de viaje por la vida, de ese viaje que siempre es incierto pero que en compañía se hace más tranquilo. No obstante, hoy se pregunta, ¿Qué ha pasado entre los dos? ¿Por qué no logran encontrar la armonía adecuada? ¿Quizás es que tratan de resolver sus desavenencias de la misma manera como lo habían venido haciendo desde que empezaron las peleas? Recuerda cuando se escuchó a sí mismo decirle «Te amo». Aquellas palabras fueron casi un murmullo, dichas con miedo a lo que otros pensarán y se da cuenta que hace mucho no las escucha de la boca de Jamal.
Al abandonar el mercado se activa la alarma climática. En esos momentos es restringida la circulación de personas y se hace necesario usar mascara para respirar si es estrictamente necesario estar en la calle. «Pensé que me iba a dar algo de tiempo, pero bueno esto es así», piensa.  Cruza la calle buscando donde meterse porque el transporte público se bloquea en aquellos momentos. Encuentra un salón de café abierto. Al disponerse a entrar, puede ver una chica en la otra acera que mira hacia él con curiosidad. La chica sonríe y se acerca. Se presentan. Es Kayra. Tiene la misma edad de Jamal. Pasan gran parte del día en aquel lugar casi de manera inadvertida. Conversan, se cuentan sus secretos y esperanzas mientras ella toma uno, dos, tres cafés y él solo agua. Entre ambos va emergiendo el deseo de intimidad y sin esperarlo mucho cuando las alertas pasan, van en busca de otro lugar. Alexis no sabe cuánto tiempo ha pasado. Despierta en una cama al lado de aquella mujer. Jamal lo llamaba en sueños. Se siente de nuevo molesto. Todo parecía ser solo un sucedáneo a lo que debería ser su centro de atención porque sabe que si opta por una vida independiente está sería caótica por el costo que demandaría en tiempo, recursos y sobre todo los elevados impuestos a los que están sometidos los hogares unipersonales. Despierta a la mujer. Afuera la vida parece retomar su normalidad si es que se le pueda llamar así. Poco supo de la vida de Kayra, pero quedaron de volver a hablar. Intercambian sus contactos digitales y cada uno marcha por su lado.
Al llegar al apartamento, Jamal pregunta:  
—¿Dónde has estado? —y lo invita a sentarse.
—Por ahí, quería respirar. —Expresa de manera tajante y agrega—: Después de hacer las compras me entraron ganas de caminar y tuve problemas para volver, todo se volvió un caos.
—¿No viste la noticia que hoy había lluvia acida? Pero no es de esto que quiero decirte algo. Tengo una hermana y hoy me ha contactado. No he salido de mi asombro. Está en la ciudad desde ayer. Quiere verme. Nos separamos cuando éramos niños. Vendrá al apartamento en la noche. Esta mañana cuando desperté, creo que soñaba con ella, pero no sé si es como la imagine. No tengo idea de sus rasgos, ni que hace, ni que ha pasado con su vida. Parece que vive con alguien en la lejana Guajira Colombiana.
Alexis está en silencio. Su mente no para de pensar en el parecido de Kayra y Jamal. Son sus mismos ojos, facciones e incluso huelen parecido y no me había percatado de ello se cuestiona internamente. Ahora lo entiende, son de la misma familia. Y es ella quien pronto llegará allí y se verán de nuevo, ¿qué hago? Se pregunta.
―¿Qué te pasa? Debes estar feliz por mí —afirma Jamal ante el silencio de Alexis―, estas muy callado.
―Claro que estoy feliz por ti, es solo que no sé qué pensar. ¿Cómo es que no has sabido de ella? Recuerda que estamos escaneados biométricamente desde hace años. Podías haberla buscado en los sistemas digitales.
―Creía que había muerto. Desde niño nos separaron. Apenas recuerdo cosas vividas entre los dos. Después se me dijo que solo era una de las hijas de las empleadas de la casa y las cosas entonces quedaron allí.
El resto de la tarde Alexis no deja de sentirse inquieto por la situación. «¿Qué es esto?» se pregunta una y otra vez. Después de las siete de la tarde, el portero informa que la visita está presente. Ambos vestidos de la mejor manera van a la puerta. Ya no había asomo del disgusto que los separaba en la mañana. Se habían reconciliado de la manera como se estaban acostumbrando.  Suena el timbre, allí esta ella, Kayra observa Alexis desde cierta distancia de Jamal. Ella lo observa al hombre con quien estuvo en el día mientras abraza a su hermano. Se separan y hay un inquietante silencio. De pronto, ella dice:
—Hola.
—Él es Alexis, mi pareja. Sigue por favor.
Se sientan a conversar. Alexis escucha, pero poco a poco se va integrando a la dificultosa conversación entre hermanos. Los observa y comprende que aquello que lo enamoró de Alexis sigue presente en su versión femenina. Se siente turbado puesto que creía tener las cosas lo suficientemente claras acerca de sus intereses y deseos. Pero ahora sabe que el amor puede tener diversas expresiones que para él antes eran incomprensibles. Los días pasan y algo novedoso para los tres surge sin ninguna expectativa, sin forzarlo, como resultado del gozo de estar juntos, de compartir sueños, historias y experiencias hasta llegar al goce mismo de sus cuerpos.
Pronto Kayra va a vivir con ellos. Han pasado cuatro meses. En apariencia todo fue muy rápido, pero no es así. Los parámetros de la vida de Jamal y Alexis cambian con los días. Vuelven a ser dulces, amables, cariñosos. Aprenden a ceder, a versen como son y a aceptar sus diferencias. Una mujer introduce un nuevo elemento en una relación de estos dos hombres lo que se refleja en el orden y distribución de los espacios. Se organiza un nuevo cuarto. Allí duerme Kayra algunos días de la semana. Incluso Jamal, que inicialmente se cuestionaba el vínculo de sangre con Kayra, pronto deja de pensar en ello y se centra en vivir en el presente, en lo que son en aquel momento, disfrutando de lo nuevo. Las cosas están bien, la vida poco a poco va poniendo todo en su lugar.

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