viernes, 13 de diciembre de 2019

Valiente

Constanza Aimola




Sus padres la bautizaron Rosa, pero si me pidieran definirla en una palabra esta sería «valiente». Su nombre fue elegido muy detenidamente, la rosa es una flor muy bella que se encuentra en cientos de colores, aunque también la más fuerte, que resiste el clima adverso y con un poco de cuidado se recupera y se pone fácilmente en pie. Sus padres sembraron en ella semillas, talentos que fueron esparcidos sobre terreno fértil, ya que con un poco de amor ha hecho florecer en terreno árido, le ha sacado provecho a las situaciones más adversas y ha podido dar fruto a cada una de sus acciones, cuidadosamente pensadas con la cabeza y ejecutadas con el corazón.
La conocí en una importante etapa de mi vida y creo que nos conectamos por el vicio del cigarrillo, construyendo desde entonces nuestra historia a través del humo, sentadas por largas horas, hablando, contando y planeando.
Cada encuentro ha tenido su nivel de magia, siempre me quedo pensando en lo mucho que me identifico con su historia, acerca de la que permanentemente la razón me dice que muchas cosas son de no creer y otras veces, la mayoría para decir la verdad, me maravillo con tantas aventuras asombrosas.
Para que entiendan cómo me siento, les voy a describir a Rosa y contar algunas de sus experiencias.
Rosita tiene ahora sesenta y cinco años, tenemos una diferencia de edad de veinte nueve. Es sencilla y creo que es porque ha sido exitosa, pero también ha fracasado, trabajó como empleada y empresaria independiente, vivió con lujos y ahora ahorra y puede ser austera. Cuando pudo ayudó a sus amigos y se rodeó de personas de la alta sociedad y también se ha desilusionó cuando no recibió la ayuda de los amigos que consiguió cuando pasaba por las vacas gordas.
Es amable y empática, tiene un tono de voz que cautiva y encanta. Sus ojos muestran un toque de melancolía, tal vez por tantos años de dolor, sobre todo en lo relacionado con el amor. Es sensible y de esas personas que sabe hacer casi de todo y todo le queda rico o le sale bien. Cocina platos deliciosos para toda ocasión especialmente de repostería, puede vender muchas cosas, organiza eventos, administra negocios, labra en madera, pinta, cuida niños, animales y ancianos, conduce carro, bus y camión, cultiva variedad de alimentos, da consejos y alivia el corazón de quien la consulta, esto solo por poner algunos ejemplos, porque seguro más de una cosa que alguno de ustedes se imagine ella no podrá hacer.
Rosa fue la menor de ocho hermanos, criada en una familia común y corriente, un papá que trabajaba y la mamá que se queda en casa cuidando los hijos, hasta ya grandes porque, en esa época no entraban a la guardería al cumplir un año o al jardín entre los dos y los cinco, a los siete o tal vez ocho entraban al colegio, por eso las madres debían echar mano de las personas que podían, los hijos mayores, hermanas menores, vecinas, amigas, para poder sacar adelante a todos sus hijos. Nada más contando esto me siento cansada, porque con toda la ayuda que tenemos ahora, no me imagino cómo era lavar en piedra la ropa incluidos los pañales con caca, planchar y cocinar con carbón y vivir con el sueldo mínimo de un papá ausente porque no le quedaba tiempo por tenerse que doblar en turnos para responder con el dinero que debía llevar a casa para el sustento de su familia.
Cuando Rosa cumplía veintiún años aún vivía en la pequeña ciudad en la que nació, era una mujer con cualidades de líder por lo que desde esa edad ya se proyectaba en la política. Recién empezaba a tener admiradores y sentía algo así como agradecimiento por los piropos de sus pretendientes, pero no le movían ni un pelo.














A los veinticinco, ingresó a estudiar economía y a conocer personas en la universidad que apoyaban sus pensamientos y reforzaban su rebeldía bien orientada a los logros que se había planteado a lo largo de su vida. Era socialmente exitosa y todo marchaba bien en parte gracias a su madurez.
Una inolvidable mañana para Rosita, sábado del mes de agosto, se corría el rumor de la llegada de una familia proveniente de la capital. Entre sus integrantes Clara, una de las cinco hijas mujeres de esta familia. Con ella empezaría una etapa en la vida de Rosa que le trae recuerdos de esos en los que no es fácil pensar, no es como otros que le producen risas, tal vez algunos la hagan fruncir el ceño y hasta dolor en el pecho o el estómago, esto le genera un leve cosquilleo en la entrepierna inmediatamente acompañado de un suspiro en seco, después del que se tapa la boca. Mueve apresuradamente la cabeza de un lado a otro como dándole la orden a su cerebro de que no piense más.
A los veinticinco años, pero los de esa época, cuando se vivía despacio, la virginidad se perdía con el novio de toda la vida o el que la familia imponía, pero siempre después del matrimonio, se conoció con Clarita y empezaron una linda amistad, tal vez algo más, una íntima amistad después de darse cuenta de todo lo que tenían en común y compartían aunque fueran de lugares distintos y de familias tan diferentes.
Rosa empezaba a vivir una adolescencia tardía en cambio, Clara era una mujer hecha y derecha que había tenido varias experiencias sexuales de las que le hablaba impulsándola a ponerse al día. Entre todo lo que le enseñaba apareció el trago y la vida nocturna, el cigarrillo y a inventar disculpas para camuflar el olor de la ropa y las llegadas tarde.
Una noche de tantas que se volvieron muy frecuentes y después de que recientemente falleciera el papá de Rosa y en la víspera de su cumpleaños, Clara la sorprendió con un ramo de rosas color salmón, un color extraño que casi no se encontraba por esa época, pero que según ella significaba sus deseos de suerte, así como la buena energía que le proyectaba. Esa noche, sentadas en el suelo de la habitación de Clara, un lugar mucho más fino y decorado que la casa de Rosa, escuchaban música en una grabadora que en la época era un lujo, tomaban aguardiente y fumaban decenas de cigarrillos de una marca muy fuerte sin filtro y que solían consumir los señores muy adultos.
Poco a poco Clara se fue acomodando al lado de Rosa, se recostó sobre sus piernas y mientras se reían de un chiste la tomó del cuello y la besó. Esto desató en Rosa sentimientos confusos, pero a la vez un maldito gusto que no había podido despertar nada en su vida.
Con la muerte de su padre ya no la gobernaba sino su mamá, por juiciosa le daban cierta libertad y tenía como cómplices a sus hermanos mayores que la adoraban, la más grande la quería como una hija y así había sido siempre, por lo que pudo seguir teniendo este tipo de encuentros con Clara sin que nadie se enterara aunque su conciencia la atacara permanentemente sobre todo cuando sola se recostaba en su almohada y pensaba en toda la información acerca de lo que le habían enseñado sus padres, conceptos de familia y la religión, aun así no podía evitar enamorarse cada día más.
Así todo pareciera tranquilo Rosa nunca pudo contar que había tenido una relación con una mujer, en este país y más importante aún en esa época, esto hubiera sido castigado con el destierro. Su mamá y sus hermanos vivieron siempre en la ignorancia al respecto.
En pleno idilio, Clara sorprendió a Rosa con la noticia de que a su papá lo habían trasladado de ciudad, de hecho al otro lado del país y que se irían en una semana. Rosa quedó devastada y recibió la atención y el consuelo de toda su familia. Ya habían pasado tres años desde que se conoció con Clara y no era fácil de superar y aunque en su familia no sabían de la existencia de esta relación sí tenían pautas para creer que eran muy cercanas por lo que entendían que era una dolorosa pérdida, una relación que empezaría a terminarse tras la mudanza de Rosa y su familia a la capital y moriría luego de algunos meses de cartas.




Fueron años duros, pero finalmente Rosa empezó a recordar sin dolor la separación con Clara. No tuvo novios ni otras relaciones, casi no salía de su casa, solo iba a la universidad en la que terminó su carrera y regresaba para pasar horas y horas leyendo encerrada en su habitación.
Tenía varios compañeros en la universidad con quienes no había logrado entrar en confianza ni crear fuertes relaciones de amistad, eran todos menores que ella, y los consideraba inmaduros, no la hacían sentirse cómoda y en nada le aportaban.
Aunque también fueron varios los maestros que pasaron por su vida, uno le dictaba una cátedra de filosofía que le encantaba, era Ernesto, un hombre al que le brotaba por los poros inteligencia y conocimiento de toda clase. Una persona interesante que se logró ganar un espacio en su vida, ya que así fuera mayor que ella veinte años compartían intereses y gustos.
Físicamente no le encantaba, además era un hombre con ciertos problemas de salud, más callado de lo que ella prefería y con una vida hecha, me refiero a separado con dos hijos de casi su edad. Pero como Cupido no tiene límite, por fin entre café y cigarrillo, largas tertulias y compartir aventuras que a Rosa le parecían maravillosas, se enamoraron y se casaron.
Bueno, Rosa no se enamoró como de Clara, no era una relación ni parecida, Ernesto no le movía el piso, ni le paraba los pelos de los brazos, era más bien como un sentimiento de admiración que le generaba ganas de aprender y caminar a su lado así tuviera que bajar el ritmo.
Si en la vida el tiempo pasa rápido, en los relatos de Rosa aún más. Pasó en su narración de su unión con Ernesto al parto de sus dos hijas. Yo la interrumpía para preguntarle qué más había pasado en ese tiempo y me decía que nada, meses más tarde, después de una botella de güisqui y fumar medio cartón o cinco paquetes de cigarrillo las dos solas me dijo, que las únicas oportunidades que había tenido de intimidar con Ernesto habían sido cuando quedó en embarazo de sus dos hijas.
Siguió narrando rápidamente que después de unos seis años de matrimonio y justo antes de quedar en embarazo de su hija mayor se reencontró con Clara a quien invitó a vivir a su casa y compartir su habitación que Ernesto cedió amablemente. Mis ojos se abrieron como huevos fritos y tartamudeando le preguntaba que cómo podía ser esto realidad, se reía a carcajadas con esa voz ronca y me lo confirmaba, había vivido casi todo su matrimonio, crianza de sus hijas, vida de empleada y luego independiente al lado de su Clarita.
Con ella pusieron un negocio de pasteles, ricas y esponjosas tortas, flanes, chocolates, todo con las recetas milenarias de las dos familias. Luchó con Clara hombro a hombro por sacar adelante esta familia que pasó de tener lujos y comodidades a la quiebra cuando a Rosa la despidieron de un alto cargo en una prestigiosa empresa del Gobierno.
Y ustedes se preguntarán qué era de Ernesto en todo esto, pues yo también, Clara siempre lo dejó muy bien en todo diciendo que era un inteligente y letrado hombre, profesor universitario, entendido acerca de todos los temas y que ayudaba a sus hijas a hacer tareas y con los proyectos de la universidad, pero nada más, nunca hizo mella en su vida, Rosa lo consentía y cuidaba, cumplía con las responsabilidades y gastos propios del mantenimiento de la casa y se encargaba de hacerle su vida más feliz, dejándolo ser él entre sus libros.
Ernesto enfermó gravemente y después de varios años murió. Ese día fue tétrico para Rosa quien no solo recibió el adiós de su esposo sino también el de Clara su compañera de vida, quien le contó sin haber ella tenido alguna sospecha que se iría con una amante que frecuentaba hacía algunos años para nunca más volver.
Al principio cuando Rosa me contaba esto, le pregunté si Clara no estaría enamorada de Ernesto y cuando murió no había por qué más quedarse, además esto explicaba que no tuvieran sexo, ya que podría ser que lo tuviera con Clara, pero me confirmó que creía que nunca la había amado y que más bien había permanecido con ella por gratitud y para ayudarla con la carga de sus hijas y su esposo enfermo.
Vivieron en la bulliciosa capital y tras algunos años se trasladaron a un pueblo algo alejado en donde tenían una modesta casa. Tras la muerte de su esposo, las hijas de Rosa se mudaron, vivían juntas, pero de nuevo en la capital, rentaban un apartamento que les quedaba cerca a todo y Rosa se quedó completamente sola.
Es una rebuscadora, como ella dice «La plata está hecha, solo hay que encontrarla» se ha inventado de todo, desde comida de toda clase que lleva a domicilio, pasando con ebanistería y trabajos hechos a mano, hasta administrar negocios de sus amigas dándoles los mejores consejos de su vida como empresaria. Después de narrarme todo esto se ríe y le quedan los ojos llorosos, le resbalan algunas lágrimas que limpia con su saco de lana azul oscuro lleno de motas y pelos de gato y ahí entiendo que aunque lo cuente de forma jocosa no ha sido fácil. Me imagino lo que será no dormir pensando o inventando qué hacer para ganarse unos pesos y poderse comprar un chicote como le dice de cariño al cigarrillo.
Hoy me puse a escribir esto recordándola, mientras la extrañaba, me envió unas fotos en las que aparecía muy feliz en un viaje que emprendió hace unos meses a México en donde por fin encontró el amor de su vida, María F., una mujer quince años menor que ella, amante de Frida Kahlo, que la ha invitado a pasear por todo el país y con quien ha podido por fin estar tranquila y ser absolutamente feliz, aun conociendo la realidad de su historia y familia mágicamente inusual.


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