Javier Oyarzun
Era una tranquila
noche londinense caminábamos junto con mi compañero realizando la última ronda
de nuestro patrullaje, el sueño y el cansancio iban haciendo mella después de
una larga jornada. La luna llena solo dejaba ver a unos metros entre la densa
neblina que cubría las calles. La luz de la farola comenzaba a titilar, signo
inequívoco de que quedaba poco gas, pero qué importaba, ya terminaba nuestro
turno.
Nos
disponíamos a volver al cuartel cuando un grito angustioso de una mujer nos despabila de nuestra modorra. Corrimos en
dirección al ruido, cuando llegamos no encontramos a nadie, acerqué la lámpara
al piso para encontrar algún rastro, un líquido viscoso que resultó ser sangre saltó
a nuestra vista.
Apuramos el paso siguiendo el rastro
de la sangre, al llegar a la siguiente esquina, vimos que una figura de unos
dos metros arrastraba a una persona a toda velocidad en dirección a los
alcantarillados. Gritamos: «¡Alto!», disparamos a la distancia, pero no
obtuvimos ninguna respuesta.
La cloaca era un túnel amurallado
con ladrillos por donde pasaban los líquidos de desecho provenientes de las
casas cercanas, el olor era insoportable. Al alumbrar la entrada con la poca
luz que nos quedaba cientos de ratas se escabulleron dejándonos el paso libre.
Al menos eso creí yo, porque a una distancia prudente se observaban varios ojos
rojos que nos seguían expectantes.
Avanzamos unos pocos metros más y
nos encontramos con un bulto, al alumbrarlo pudimos notar que era una mujer de
mediana edad que tenía su abdomen destrozado. Las ratas se acercaron a donde
estábamos, en una rápida visualización pude calcular su número en varios
cientos, no quedaba ningún espacio vacío, estaban sobre el cuerpo de la mujer y
algunas comenzaban a encaramarse por nuestras piernas.
Mi compañero empezó a dispararles,
pero fue inútil eran demasiadas, por suerte nunca les he tenido miedo, pero su
número era francamente ridículo. Un chillido espeluznante se escuchó en el túnel,
no podría decir exactamente de dónde venía, porque retumbó en todos lados, como
si hubiera salido de las paredes.
Las ratas huyeron despavoridas,
aprovechamos de tomar el cuerpo y salir por donde habíamos ingresado, mi
compañero corrió al cuartel a buscar refuerzos, yo me quedé esperando mientras
protegía el cadáver de la mujer.
Cuando llegaron mis compañeros, el
cuerpo fue tapado y llevado a la morgue para su estudio, recorrimos la
alcantarilla rincón por rincón, pero no encontramos ningún rastro del asesino.
Debía ir a dormir para pensar con más claridad, me retiré a mi casa que estaba
a unas cuadras del lugar.
No puedo decir que fue un sueño
reparador, la imagen del cuerpo destrozado, las ratas y el extraño chillido me
tenían intranquilo. Decidí entonces volver al cuartel a media mañana, me dirigí al despacho del comandante y le
dije:
―Señor, buenos días,
¿ha habido novedades en cuanto al caso de la mujer asesinada anoche?
―Regresó temprano,
detective Johnson.
―No pude dormir
mucho.
―Quién podría, lo
entiendo.
―Gracias.
―Ante su pregunta,
no, no hemos tenido novedades.
―Cualquier cosa,
señor, estaré en mi escritorio.
―Me olvidaba,
usted y Smith quedan a cargo de la investigación.
―Muchas gracias
por la confianza, señor.
―Ahora puede
retirarse, y si sabe algo no dude en informarme.
―Así lo haré.
Una vez sentado
frente a mi escritorio ordené los papeles que tenía sobre la mesa y traté de
recordar casos similares resueltos en el pasado que pudieran ayudarme, no se me
vino nada a la mente en aquel instante. Como mi compañero no llegaba aún,
decidí hacer una visita al forense en solitario.
Llegué a la morgue del distrito, me
encontré con el forense, un viejo regordete de bajo tamaño y abundante bigote,
su cara siempre risueña y amabilidad a toda prueba, lo hacen un tipo de trato
fácil. Apenas me ve en el pasillo me saluda con efusividad.
―Señor Smith, ¿qué
lo trae por acá?
―Un muerto.
―Está hablando con
el hombre correcto entonces ―contestó riendo de buena gana.
―Vengo a averiguar
por la mujer que trajimos.
―La que tenía el
abdomen destrozado ―indicó, mientras abría la puerta de una sala―. Pase usted
por acá.
Sobre una camilla
de metal estaba tendido el cuerpo blancuzco de la mujer que habíamos sacado
dese el alcantarillado al amanecer, el doctor me pide que me acerque y me
muestra unas heridas en ambos hombros.
―¿Qué significan
esas heridas, doctor?
―Si te fijas bien,
a la occisa la sostuvieron con mucha fuerza.
―Pero qué puede
hacer un daño de esa magnitud.
―Buena pregunta,
estas son heridas producidas por garras muy fuertes. Como las de los felinos de
gran tamaño.
―No puede ser, lo
que yo vi fue una figura que caminaba erguida en dos patas, no un animal
salvaje.
―Pero eso no es
todo, fíjese acá ―me dijo, mientras indicaba el estómago de la muchacha―. Esto
es un desgarro, es un daño provocado por una mordida.
―Muchas gracias,
doctor, es mucha información para procesar.
―Algo más,
muchacho, ha desaparecido el hígado.
―¿Cómo?
―Todos los demás
órganos se encuentran destrozados, pero el hígado fue arrancado de cuajo.
―¡Qué extraño!
―No lo es tanto.
―¿Hay más casos?
―Sí, recuerdo dos.
Acompáñame.
Seguí al forense a
su oficina, me mostró el registro de dos señoritas que habían muerto en
circunstancias similares. Nadie reclamó sus cuerpos y fueron enterrados en una
fosa común.
Regresé al
cuartel y ahí estaba Smith bromeando con otros compañeros, al ver mi cara seria
se acercó raudo.
―¿Cómo estás
Johnson?
―No tan bien como
tú.
―Nos asignaron el
caso.
No pude evitar
reírme, llevaba horas trabajando en el caso y este imbécil me avisaba ahora. Al
menos logre relajarme.
―Vengo de donde el
forense.
―¿Qué te dijo?
―No tan rápido, ya
te contaré.
―¿En qué puedo
ayudar?
―Busca los
registros de dos mujeres asesinadas, cuyos cuerpos nunca fueron reclamados, y
con toda seguridad nadie hizo una denuncia.
―Muy bien y tú, ¿qué
harás?
―Iré al lugar
donde encontramos la sangre e indagaré ahora con luz solar, cuando vuelva
intercambiaremos información.
En la calles las
señoras con sus vestidos ajustados y sombreros coloridos se pavonean atrayendo
las miradas disimuladas de caballeros vestidos de trajes grises, sin sospechar
siquiera los peligros que deparan las noches en esta ciudad; cuerpos mutilados
enterrados en el más absoluto anonimato.
La acera donde encontramos los restos
de sangre la noche anterior había sido lavada, mire alrededor y ya no había pistas
en ese lugar, permanecí un momento en cuclillas absorto en mis pensamientos,
cuando me di cuenta de que una mujer mayor que lucía un vestido floreado y
cubría su cabeza con un pañuelo me miraba fijamente.
―Sé lo que buscas
policía ―me dijo, al acercarse.
―Y ¿qué busco?
―Extrañas
criaturas que esconde la noche.
―Te escucho.
―Entonces sígueme.
Después de un par
de cuadras de estrechos callejones llegamos a una vivienda adornada por
coloridas figuras religiosas, inciensos y piedras de todo tipo. Me senté en un
sillón negro de felpa y la mujer hablo: «Mi nombre es María, soy una vieja
adivina de origen gitano, nací en Europa oriental, lo que le voy a contar es
difícil de creer, pero debe abrir su mente. La criatura que busca es un hombre
condenado por una ancestral maldición, cada día de luna llena su cuerpo se
transforma en algo parecido a un lobo, pero tiene mucha más fuerza e inteligencia que el animal».
Permanecí en silencio varios minutos
tratando de asumir lo que acababa de escuchar, no podía ser real, esta mujer me
estaba tomando el pelo.
―¿No me cree?
―Es muy difícil de
creer lo que me dice.
―Tome ―me dijo,
cuando me entregó una bala plateada.
―¿Y esto por qué?
―Con esa bala de
plata podrá matarlo, es la única forma.
―La guardaré.
―Recuerde, creer
es lo único que lo salvará.
Me despedí y volví
al cuartel, por supuesto no le dije a nadie de mi encuentro con la adivina.
Smith me informó que ambos cuerpos eran de dos prostitutas nacidas en Rumanía,
nadie había reclamado sus cadáveres porque no tenían familiares en Londres.
Luego de comparar las fechas en que
murieron las chicas con el calendario lunar, descubrimos que ambos asesinatos
fueron perpetrados en noches de luna llena, a pesar de mi racionalismo, estaba
empezando a creer lo que decía la gitana, había algo sobrenatural en todo esto.
Fueron pasando los días,
entrevistamos gente, revisamos la alcantarilla una y otra vez, pero no
lográbamos obtener pruebas para encontrar al asesino. Estuve tentado a contar
lo que me había dicho la gitana a mi compañero y a mi superior, pero no lo hice
para no parecer loco o un fantasioso, cómo les demostraría algo de lo cual no
tenía pruebas.
Estábamos tranquilos cada uno
sentado en su escritorio en el cuartel, no habíamos logrado ningún avance en el
caso, ya tenía pensado no investigar más y archivar los antecedentes, decidí
echar una última ojeada a las fichas para ver si se me había escapado algo, en
ese instante volví a ver el calendario lunar entre los papeles, la luna llena
aparecería ese día, de solo pensar en que podría morir alguien más me puso en
acción.
Tomé los archivos y le demostré a mi
jefe, sin nombrar al hombre lobo por supuesto, que el asesino actuaba en las
noches de luna llena, ya con tres muertes ocurridas en esas fechas era un
patrón innegable. Ante la evidencia el jefe decidió que todos los policías
deberían hacer el turno de esta noche para tratar de detener al asesino. Mis
compañeros al salir de la reunión me miraban con caras de odio, porque yo era
el causante de su trabajo nocturno.
Los detectives salimos en parejas y
nos dividimos por todo el distrito para patrullar las calles, con Smith nos
dirigimos a las cloacas, ambos con algunas antorchas y suficiente aceite para
encenderlas. Además nos pusimos un pañuelo que filtraba algo del mal olor del
lugar.
Una vez ahí, encendimos una antorcha y
comenzamos a caminar en la misma dirección hacia donde anteriormente habíamos encontrado
el cuerpo. Tuvimos que repetir varias veces la operación, ya que el viento que
entraba por varios orificios en el en las murallas del conducto nos la apagaba.
Las ratas corrían alejándose de la luz y el calor que emitía el fuego,
avanzamos unos metros hasta que salimos del canal amurallado a un zanjón a
cielo abierto.
Saliendo del agua pudimos observar
una casa patronal en medio de una plantación de cereales, apagamos la antorcha
para evitar causar un incendio, y nos dirigimos a la casa para hablar con los
residentes. Miré al cielo y puede notar que la luna llena se mostraba en todo
su esplendor, recordé lo que me contó la adivina y saqué la bala de plata que
llevaba en el bolsillo de mi chaqueta y la puse en el revólver de servicio.
Tocamos varias veces la puerta de la
entrada principal como la puerta trasera de la casa y no salió nadie. Había un
sótano en un costado de la casa, cuya entrada tenía dos puertas selladas con un
candado. Vi en una muralla cercana troncos de madera, en uno de ellos estaba
incrustada un hacha. Saque la herramienta y golpee el candado hasta que cedió y
pude abrir las puertas del sótano, sentí un olor nauseabundo desde el interior,
al alumbrar con un antorcha pudimos ver algunos huesos y un par de cráneos
humanos desde la superficie. Cerramos el subterráneo trancando la entrada con
un palo, para dirigirnos a la casa.
Rompí la cerradura de la puerta principal
y recorrimos la casa tratando de encontrar algún habitante o alguna otra pista
que incriminara al asesino, pero todo estaba en orden y no había nada. Volvimos
al salón de entrada en momentos que sentimos un crujido de madera y un gran
estruendo, la bestia a toda velocidad se abalanzó sobre mi compañero. Reaccioné
rápido y disparé de inmediato, la bala se incrustó en la espalda del hombre
lobo, el cual emitió un chillido espeluznante antes de morir.
Junto a mi compañero vimos cómo la
bestia se iba transformando en un hombre delgado de piel blanca y cabello oscuro,
Smith miraba anonadado el espectáculo, y ese fue el momento de contarle lo que
había dicho la gitana.
―¿Cómo
explicaremos esto?
―¿Qué cosa?
―Lo de la gitana,
lo del hombre lobo, todo lo que paso aquí.
―Yo no veo ningún
hombre lobo, solo a un asesino de mujeres.
Ese fue el secreto
de ambos, nunca más volvimos a tocar el tema, pero cada vez que siento un
aullido o veo la luna llena, no puedo dejar de pensar en los acontecimientos de
aquel día o si en algún lugar oculto de la ciudad se estará gestando alguna
otra criatura maligna.
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