Constanza Aimola
Con
solo mirarlo pude meterme en su cerebro, nadie apuesta nada por un asesino
serial condenado a cadena perpetua. No tuve que tocarlo, me dediqué a
escuchar corriendo el riesgo de que me estuviera mintiendo.
Casi
toda mi vida había sido una mujer asustadiza, pero en esta ocasión no tenía
miedo, me había documentado acerca de quién era este hombre, por qué estaba en
una prisión de máxima seguridad y llegué a la conclusión de que me da más miedo
la gente que anda por ahí suelta cometiendo los más retorcidos crímenes sin ser
atrapados, los de cuello blanco o los psicópatas que logran saltarse los
controles que la sociedad ha implantado.
Perdí
la cuenta de las veces que nos encontramos, sin percatarme llegó el momento en
el que no escribí más y me dediqué a escuchar dejándome llevar por mi instinto
que preguntaba.
Era
un hombre elocuente, con un rico vocabulario que reflejaba educación formal y los
años que había durado institucionalizado, ya que, a pesar de ser ingeniero de
profesión, conocía el léxico médico y psiquiátrico perfectamente.
Durante
el tiempo que cursé la carrera de psicología, siempre me apasionó lo anormal,
sin embargo, mis primeros acercamientos fueron fallidos porque mi intuición
estaba virgen y el sexto sentido no había nacido en mí. Ahora con cincuenta, he
desarrollado habilidades casi de adivina y mi intuición es una inquisidora con
vida propia que recaba información de todos lados.
No
puedo negar que, después de saber que este hombre había abusado de más de cien mujeres,
matado y vuelto a violar los cuerpos ya sin vida, mi lado morboso se regodeaba cuando
estaba en frente de él. En las entrevistas no parpadeaba escuchando sus
aventuras y lo pensaba todo el tiempo fuera de ellas, se me volvió una obsesión
y creo que yo me convertí en algo parecido para él, sentía que era su más
reciente fijación y lo peor es que me gustaba.
Al
inicio de los encuentros, tenía muy clara la teoría y la técnica se atravesaba
en mi lenguaje corporal y verbal, luego cuando me di cuenta de que él lo
identificaba totalmente y es más me parafraseaba y copiaba mis movimientos, técnica
que se utiliza frecuentemente en terapia, solo me dejé llevar y todo empezó a
fluir de forma más natural.
Pasó
poco tiempo fuera de las instituciones y cuando lo hizo no tuvo oportunidades
con el amor, ni siquiera el de su madre, quien identificó su psicopatía desde
los cinco años, cuando ahogó su cachorro porque no dejaba de ladrar.
Todo
el tiempo que pasamos juntos debí morderme la lengua para no hablar, limitarme
a intervenir para preguntar de vez en cuando y darle el poder de la palabra,
pude identificar que como yo este hombre tenía una gran necesidad de contar,
narrar y describir con detalle cada episodio de su vida, lo que resultaba para
mí y la investigación muy enriquecedor.
Faltando
tres encuentros para terminar, me dijo que yo era muy bonita y que nunca había
estado con una mujer que no quisiera matar, me confesó que conmigo habría ido
despacio y me «lo habría pedido» con paciencia, refiriéndose a la solicitud de que
tuviéramos sexo, me repetía que no me hubiera maltratado y tal vez me hubiera
hecho su mujer, se habría casado conmigo y hubiera tenido una familia normal.
Mi
cara no encontró un gesto para aprobar, despreciar o aceptar tal afirmación,
mejor me dediqué a pensar en la razón de sus actos desde una perspectiva de la
ciencia, crítica y racional.
Desde
que empecé este proceso de investigación pienso frecuentemente en si yo sería
capaz de matar, cuál sería mi móvil y a quién habría aplicado la pena de muerte,
tal vez y sobre todo, porque me ha resultado lejano al estereotipo que tenía de
asesino, violador y manipulador. Lo que tengo en mente es un hombre de baja
estatura, sobrepeso, cara grasosa y ahuecada por el rastro que le dejó el acné,
ese mismo que mira con la cara gacha solo levantando la mirada, ya cincuentón,
de familia de pobres recursos, viviendo en una casa de malos olores revueltos,
creo que por eso este hombre me ha llamado fuertemente la atención y es que es totalmente
lo opuesto a esta imagen.
Su
familia empezó siendo de clase media, de la trabajadora y poco a poco,
generación tras generación acumuló fortuna, no se puede mentir, han
protagonizado escándalos de corrupción en el país, por pertenecer al cartel de
la contratación en el sector de la construcción.
Era
de esos adolescentes que sabía que no necesitaba de la gente y que había sido
maleducado especialmente para no deberle favores a nadie y menospreciar a
quienes trabajaban para él y su familia.
Lo
acostumbraron a darle todo sin tener ni siquiera necesidad de pedir, antes de
terminar el bachillerato ya conducía un carro último modelo y desde antes de
cumplir la mayoría de edad tenía un apartamento para que hiciera rumbas sin
molestar a sus padres y hermanos.
Lo
tuvo todo y le parecía obvio que todos a su alrededor debían rendirle pleitesía,
más que empleados tenía esclavos que cumplían todos sus caprichos y le ayudaban
a esconder los vergonzosos hechos que cometía desde adolescente, inclusive
cuando fue adulto y empezó a cometer feminicidio.
El
día que mi hija mayor se graduaría de la universidad, después de haber ido al
salón de belleza para adelantar el tiempo y no llegar tarde a la ceremonia,
asistí a una sesión decisiva para mi trabajo de investigación, me contó acerca
de su último asesinato y profundizó en algunos detalles acerca del paradero de
los cuerpos, la rutina que tenía con cada violación y ejecución, el tipo de
mujeres que prefería y sus edades. Su actitud no era la misma de siempre, no me
miraba la cara, estuvo narrando todo de forma más fría que lo normal dirigiendo
sus ojos exclusivamente a mis piernas. De un momento a otro y sin advertirlo,
sacó su miembro y comenzó a tocarlo mientras su rostro palidecía y se
transformaba. Sentí el peor miedo de mi vida, miraba por encima de su hombro
tratando de encontrar el guarda que estaba por lo general en la puerta de la
sala de visitas en la que nos habíamos reunido, pero al parecer no estaba allí,
no podía verlo y este hombre se transformaba más rápido en el peor monstruo de
cualquier escena de terror.
–Estás
asustadita, tranquila, no te vas a dar ni cuenta de lo que te pase, relájate
que así sufres menos y a mí me gusta más, ¿cómo es que te gusta? A mí me gustas
tú.
–Raúl,
me está asustando, ¿qué le pasa hoy?, está muy raro, no quiero gritar por favor
deténgase.
–Grita
que así me gustan, gritonas, cuando te pienso teniendo sexo te imagino agresiva
y loca, como una potra salvaje, ¿cierto? ¿Así eres?
–No
le he dado señales para nada de esto, tenemos una relación profesional, por
favor deténgase.
–Claro
que me diste señales todo el tiempo o explícame ¿por qué hoy viniste mostrando
piernas, peinada, arreglada con esa boca roja que busca fijar mis ojos ahí,
acepta que querías que imaginara lo que hay debajo de esa falda.
Todo
el tiempo hablaba casi susurrando, siendo suave como si me estuviera
acariciando con la voz, pero parecía otra persona. El lugar en el que nos
encontrábamos no era una simple celda, era una sala de visitas con cámaras de
seguridad, al principio él estaba atado a la mesa con las esposas, luego cuando
empecé a sentir que no era una amenaza pedí que se le quitara esta restricción.
En ese momento no dejaba de pensar en el error que había cometido y que
definitivamente no era nadie especial, solo un asesino con muy buenos contactos
con quienes había planeado que nadie iba a intervenir mientras me atacaba.
—No
se lo permito, ¡guaaaarda! —grité mientras se me abalanzaba.
—Tengo
muchos contactos en la cárcel, aquí me voy a morir, no hay nada que agrave más
mi situación, en este país no hay pena de muerte y nos les importa una más.
Me
tapaba con fuerza la boca, cuando hablaba apretaba los dientes y su saliva
espesa me salpicaba la cara. Su miembro seguía erecto afuera de su pantalón,
con la otra mano me intentaba subir la falda, le mordí la mano y me cogió más
fuerte contra el escritorio mientras me mordía la oreja hasta arrancarme un
pedazo, no sentía dolor, pero sí el olor a sangre que se mezclaba con su mal
aliento, loción y cigarrillo.
Le
mordí la boca y logré que se apartara unos segundos y yo corrí a la puerta, me
alcanzó y golpeó fuerte contra la pared, quedé algo mareada pero no perdí el
conocimiento, cuando lo notó me levantó la falda tomándome por la cintura y
desde atrás me intentó penetrar aún con mi ropa interior puesta, le di una
patada en los testículos y mientras se retorcía en el piso unos segundos yo
trataba de huir pegada a la pared y gritaba auxilio, pero nadie me ayudaba, se
me abalanzó de nuevo y me clavó un cuchillo hecho con el mango de un cepillo de
dientes. Solo lo hizo una vez porque cuando pude le enterré un lápiz muy
afilado en el ojo y al caer hacia atrás tomé el cuchillo que dejó caer y le
corté la garganta, seguí apuñalándolo en la cara, los hombros, el tórax, hasta
que no se movía más. La sangre empezó a derramarse en el lugar y fue entonces
cuando los guardas aparecieron.
No
sabemos de lo que somos capaces hasta que nos vemos enfrentados a situaciones
que nos acorralan y nos dejan sin salida. Hasta que no logramos vivir una
situación extrema no alcanzamos a dimensionar la respuesta que tendremos. Yo, por ejemplo, ese día lo tuve que matar.
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