viernes, 25 de octubre de 2019

El último asesinato


Constanza Aimola

Con solo mirarlo pude meterme en su cerebro, nadie apuesta nada por un asesino serial condenado a cadena perpetua. No tuve que tocarlo, me dediqué a escuchar corriendo el riesgo de que me estuviera mintiendo.
Casi toda mi vida había sido una mujer asustadiza, pero en esta ocasión no tenía miedo, me había documentado acerca de quién era este hombre, por qué estaba en una prisión de máxima seguridad y llegué a la conclusión de que me da más miedo la gente que anda por ahí suelta cometiendo los más retorcidos crímenes sin ser atrapados, los de cuello blanco o los psicópatas que logran saltarse los controles que la sociedad ha implantado. 
Perdí la cuenta de las veces que nos encontramos, sin percatarme llegó el momento en el que no escribí más y me dediqué a escuchar dejándome llevar por mi instinto que preguntaba.
Era un hombre elocuente, con un rico vocabulario que reflejaba educación formal y los años que había durado institucionalizado, ya que, a pesar de ser ingeniero de profesión, conocía el léxico médico y psiquiátrico perfectamente. 
Durante el tiempo que cursé la carrera de psicología, siempre me apasionó lo anormal, sin embargo, mis primeros acercamientos fueron fallidos porque mi intuición estaba virgen y el sexto sentido no había nacido en mí. Ahora con cincuenta, he desarrollado habilidades casi de adivina y mi intuición es una inquisidora con vida propia que recaba información de todos lados. 
No puedo negar que, después de saber que este hombre había abusado de más de cien mujeres, matado y vuelto a violar los cuerpos ya sin vida, mi lado morboso se regodeaba cuando estaba en frente de él. En las entrevistas no parpadeaba escuchando sus aventuras y lo pensaba todo el tiempo fuera de ellas, se me volvió una obsesión y creo que yo me convertí en algo parecido para él, sentía que era su más reciente fijación y lo peor es que me gustaba. 
Al inicio de los encuentros, tenía muy clara la teoría y la técnica se atravesaba en mi lenguaje corporal y verbal, luego cuando me di cuenta de que él lo identificaba totalmente y es más me parafraseaba y copiaba mis movimientos, técnica que se utiliza frecuentemente en terapia, solo me dejé llevar y todo empezó a fluir de forma más natural. 
Pasó poco tiempo fuera de las instituciones y cuando lo hizo no tuvo oportunidades con el amor, ni siquiera el de su madre, quien identificó su psicopatía desde los cinco años, cuando ahogó su cachorro porque no dejaba de ladrar. 
Todo el tiempo que pasamos juntos debí morderme la lengua para no hablar, limitarme a intervenir para preguntar de vez en cuando y darle el poder de la palabra, pude identificar que como yo este hombre tenía una gran necesidad de contar, narrar y describir con detalle cada episodio de su vida, lo que resultaba para mí y la investigación muy enriquecedor. 
Faltando tres encuentros para terminar, me dijo que yo era muy bonita y que nunca había estado con una mujer que no quisiera matar, me confesó que conmigo habría ido despacio y me «lo habría pedido» con paciencia, refiriéndose a la solicitud de que tuviéramos sexo, me repetía que no me hubiera maltratado y tal vez me hubiera hecho su mujer, se habría casado conmigo y hubiera tenido una familia normal. 
Mi cara no encontró un gesto para aprobar, despreciar o aceptar tal afirmación, mejor me dediqué a pensar en la razón de sus actos desde una perspectiva de la ciencia, crítica y racional.
Desde que empecé este proceso de investigación pienso frecuentemente en si yo sería capaz de matar, cuál sería mi móvil y a quién habría aplicado la pena de muerte, tal vez y sobre todo, porque me ha resultado lejano al estereotipo que tenía de asesino, violador y manipulador. Lo que tengo en mente es un hombre de baja estatura, sobrepeso, cara grasosa y ahuecada por el rastro que le dejó el acné, ese mismo que mira con la cara gacha solo levantando la mirada, ya cincuentón, de familia de pobres recursos, viviendo en una casa de malos olores revueltos, creo que por eso este hombre me ha llamado fuertemente la atención y es que es totalmente lo opuesto a esta imagen. 
Su familia empezó siendo de clase media, de la trabajadora y poco a poco, generación tras generación acumuló fortuna, no se puede mentir, han protagonizado escándalos de corrupción en el país, por pertenecer al cartel de la contratación en el sector de la construcción.
Era de esos adolescentes que sabía que no necesitaba de la gente y que había sido maleducado especialmente para no deberle favores a nadie y menospreciar a quienes trabajaban para él y su familia. 
Lo acostumbraron a darle todo sin tener ni siquiera necesidad de pedir, antes de terminar el bachillerato ya conducía un carro último modelo y desde antes de cumplir la mayoría de edad tenía un apartamento para que hiciera rumbas sin molestar a sus padres y hermanos. 
Lo tuvo todo y le parecía obvio que todos a su alrededor debían rendirle pleitesía, más que empleados tenía esclavos que cumplían todos sus caprichos y le ayudaban a esconder los vergonzosos hechos que cometía desde adolescente, inclusive cuando fue adulto y empezó a cometer feminicidio.
El día que mi hija mayor se graduaría de la universidad, después de haber ido al salón de belleza para adelantar el tiempo y no llegar tarde a la ceremonia, asistí a una sesión decisiva para mi trabajo de investigación, me contó acerca de su último asesinato y profundizó en algunos detalles acerca del paradero de los cuerpos, la rutina que tenía con cada violación y ejecución, el tipo de mujeres que prefería y sus edades. Su actitud no era la misma de siempre, no me miraba la cara, estuvo narrando todo de forma más fría que lo normal dirigiendo sus ojos exclusivamente a mis piernas. De un momento a otro y sin advertirlo, sacó su miembro y comenzó a tocarlo mientras su rostro palidecía y se transformaba. Sentí el peor miedo de mi vida, miraba por encima de su hombro tratando de encontrar el guarda que estaba por lo general en la puerta de la sala de visitas en la que nos habíamos reunido, pero al parecer no estaba allí, no podía verlo y este hombre se transformaba más rápido en el peor monstruo de cualquier escena de terror.
–Estás asustadita, tranquila, no te vas a dar ni cuenta de lo que te pase, relájate que así sufres menos y a mí me gusta más, ¿cómo es que te gusta? A mí me gustas tú.
–Raúl, me está asustando, ¿qué le pasa hoy?, está muy raro, no quiero gritar por favor deténgase.
–Grita que así me gustan, gritonas, cuando te pienso teniendo sexo te imagino agresiva y loca, como una potra salvaje, ¿cierto? ¿Así eres?
–No le he dado señales para nada de esto, tenemos una relación profesional, por favor deténgase.
–Claro que me diste señales todo el tiempo o explícame ¿por qué hoy viniste mostrando piernas, peinada, arreglada con esa boca roja que busca fijar mis ojos ahí, acepta que querías que imaginara lo que hay debajo de esa falda.
Todo el tiempo hablaba casi susurrando, siendo suave como si me estuviera acariciando con la voz, pero parecía otra persona. El lugar en el que nos encontrábamos no era una simple celda, era una sala de visitas con cámaras de seguridad, al principio él estaba atado a la mesa con las esposas, luego cuando empecé a sentir que no era una amenaza pedí que se le quitara esta restricción. En ese momento no dejaba de pensar en el error que había cometido y que definitivamente no era nadie especial, solo un asesino con muy buenos contactos con quienes había planeado que nadie iba a intervenir mientras me atacaba.
—No se lo permito, ¡guaaaarda! —grité mientras se me abalanzaba.
—Tengo muchos contactos en la cárcel, aquí me voy a morir, no hay nada que agrave más mi situación, en este país no hay pena de muerte y nos les importa una más.
Me tapaba con fuerza la boca, cuando hablaba apretaba los dientes y su saliva espesa me salpicaba la cara. Su miembro seguía erecto afuera de su pantalón, con la otra mano me intentaba subir la falda, le mordí la mano y me cogió más fuerte contra el escritorio mientras me mordía la oreja hasta arrancarme un pedazo, no sentía dolor, pero sí el olor a sangre que se mezclaba con su mal aliento, loción y cigarrillo.
Le mordí la boca y logré que se apartara unos segundos y yo corrí a la puerta, me alcanzó y golpeó fuerte contra la pared, quedé algo mareada pero no perdí el conocimiento, cuando lo notó me levantó la falda tomándome por la cintura y desde atrás me intentó penetrar aún con mi ropa interior puesta, le di una patada en los testículos y mientras se retorcía en el piso unos segundos yo trataba de huir pegada a la pared y gritaba auxilio, pero nadie me ayudaba, se me abalanzó de nuevo y me clavó un cuchillo hecho con el mango de un cepillo de dientes. Solo lo hizo una vez porque cuando pude le enterré un lápiz muy afilado en el ojo y al caer hacia atrás tomé el cuchillo que dejó caer y le corté la garganta, seguí apuñalándolo en la cara, los hombros, el tórax, hasta que no se movía más. La sangre empezó a derramarse en el lugar y fue entonces cuando los guardas aparecieron.
No sabemos de lo que somos capaces hasta que nos vemos enfrentados a situaciones que nos acorralan y nos dejan sin salida. Hasta que no logramos vivir una situación extrema no alcanzamos a dimensionar la respuesta que tendremos. Yo, por ejemplo, ese día lo tuve que matar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario