miércoles, 18 de abril de 2018

Mujeres invisibles


Luz Hernández


Pasando por un puente llega Mariana a una calle, en la cual observa un área de edificios destinados al campus universitario con dos portezuelas de madera, una de ellas abierta, en la que se encuentra un señor uniformado que da la bienvenida y permite el acceso de las personas observándoles su respectivo carnet estudiantil.

A primera vista se aprecian diferentes entornos; una zona verde, el teatro, la cafetería (uno de los lugares más frecuentados), así como la biblioteca y los salones para las diversas cátedras.

Por estos senderos sigue caminando Mariana respirando el aire y aroma de los arbustos, de los eucaliptus, hasta llegar a la biblioteca; allí se dirige al anaquel del servicio de préstamo de libros. Al salir, recorre los jardines, que incentivan las corrientes de aire por la diferencia de temperatura entre el exterior y el interior, haciendo que las aulas a través de la ventilación cruzada se refresquen. En los lugares abiertos se ven grupos de jóvenes recostados en el césped estudiando, leyendo, charlando, escuchando música, comiendo pizza, o bebiendo una cerveza, para refrescarse y algunas parejas dedicadas al cortejo amoroso.

Estos son espacios para el debate, intercambio de criterios acerca de una sociedad conflictiva, consumista, conservadora, intolerante. Hacia el anhelo de poder construir una más condescendiente, justa, igualitaria.

Los pasos de Mariana se detienen, sus mejillas se enrojecen al ver a José. Quería silenciar los latidos de su corazón. Era muy extraño, no entendía lo que le sucedía, porque era la primera vez que le veía y desconocía lo que le pasaba.

Iba a buscar el autobús rumbo al lugar donde vivía, con el propósito de revisar y corregir unos trabajos de sus estudiantes. De pronto se le caen dos libros que sujetaba en el brazo. Quizás él la había atrapado.  

Ella se ladeó a recogerlos y dejó al descubierto, sin intención, una parte de su figura delgada, torneada y del bronceado de sus piernas. Vestía de azul. El cabello rizado miel sobre su frente. Él también se agachó y quedaron enfrentadas sus miradas: ojos almíbar contra negros azabache del gentil hombre, de cabello negro, liso, piel acanelada de sonrisa profunda. Quien recoge primero los libros. Se incorpora, le ofrece la mano para ayudarla a levantarse. María accede, le agradece y se despide tímidamente.

Pasando una semana vuelven a encontrarse. Ella saliendo de la cafetería. Él cruzando por aquel lugar. Pero esta vez, venciendo el recelo. Mariana le dice:

−Me llamo Mariana, ¿le agradaría acompañarme a la cafetería a tomar algo? Quiero agradecer su gentileza del otro día.

–Mi nombre es José, ahora tengo clase, pero ¿qué tal si nos encontramos el fin de semana y vamos a almorzar fuera de la ciudad? Si puede, claro está. Me encantaría que nos conociéramos y fuéramos amigos.

–Me agradaría mucho que nos encontráramos, ¿Dónde y a qué hora?

–A las diez de la mañana, el sábado en la fuente de la plaza de las Nieves para arribar el bus intermunicipal. ¿Te parece?

–De acuerdo –afirma Mariana. A partir de este momento inician una gran amistad.

Como José vivía muy lejos de la universidad y Mariana a unas pocas cuadras, al año ella le pregunta si quiere compartir la vivienda y él acepta. 

Así transcurre otro año conviviendo en el mismo apartamento, el cual tenía grandes ventanales por donde se colaba la luz de los rayos del sol, calentando el ambiente. Con dos amplias alcobas, para conservar cierta intimidad, cada una con su baño privado. Tenían camas sencillas, armarios, mesas auxiliares. Los pisos relucientes de madera rojiza, que aportaban un aire de pasión. Las puertas de madera de color caoba con vidrio de vitrales en la parte superior. Reflejando diversos matices. Las paredes de tonalidades suaves de violeta, azul, verde; un hornillo para calentarse en la sala, rodeada de cojines sobre una alfombra rojiza. El comedor de sillas rústicas y mesa redonda acanelada de mimbre, que utilizaban para estudiar con otros compañeros.

Una cocina en la cual se turnaban para prepararse sus platillos preferidos. Algunos recipientes, un patio, un fregadero y un colgadero para tender la ropa. Esto era de todo lo que disfrutaban.

Pero lo más importante era el cariño con el que se seducían. Algunos fines de semana los aprovechaban para el orden y el aseo, otros para viajar, conocerse, acompañarse, compartir sus confidencias: actitudes de personas que han querido interponerse en su relación. Pero lo más importante era la confianza que existía entre ellos. Todos los acaecimientos se los comunicaban. Aprovechaban cada momento para estar juntos: estudiando, laborando. Queriéndose y contradiciéndose. Aproximándose y apartándose, riñendo y reconciliándose, hasta aceptar sus defectos de carácter. Conociendo sus diferencias y debilidades. Cuando ella se encrespaba él se retiraba, hasta que le pasara. Y cuando él la increpaba, ella lo escuchaba en silencio. Luego le explicaba. Aunque ambos eran muy egóicos. Siempre uno de los dos cedía, domando al propio orgullo para buscar al otro. Quitándose la máscara.

Al finalizar los estudios, Mariana requiere realizar una práctica de un año fuera de la ciudad en una zona rural. Esta situación es una gran prueba para su relación. Él solo puede ir cada dos meses a visitarla.  

Aunque en este período se le sigue presentado a Mariana la presión de salir con el director; Jonathan, y el profesor teniente Carlos, que es muy amigo de él. Ella mantiene distancia de ellos, porque tienen mucho poder por los servicios que prestan al alcalde, que es muy amigo de varias personalidades políticas, que a su vez le deben favores principalmente en el tránsito por conducir en estado de embriaguez de él y de familiares y amigos, evitando en varias oportunidades el ser multados y detenidos.

Mariana prefiere pasar inadvertida y encontrarse con otras personas para compartir en grupo y evitar salir sola con ellos. Es por fidelidad hacia sus propios sentimientos y también por su prometido.

Ella viaja para asistir a la graduación de José y luego en la reunión en el salón, después de bailar un poco, él le dice:

–Te extrañé… Quiero que estemos juntos, que seas mi compañera.

Una de las alumnas de José, se acerca tomándolo del brazo y le dice a Mariana que otro poco y se queda sin novio, porque él tiene varias admiradoras por ser un gran compañero, comenta Romelia.

Mariana le contesta:

–Sí, sé que es un gran amigo y solo nos queda un mes para volver a estar juntos. Termino la práctica, recibo titulación y viajo definitivamente para laborar en la ciudad.

Romelia, un poco enfadada, se despide.

Al siguiente mes, José y Mariana, se encuentran en la notaría para celebrar una sencilla boda, con el acompañamiento de algunos pocos compañeros. El notario lee las palabras usuales y les hace firmar el compromiso.

Comparten con los amigos en su apartamento una rica ensalada, una crema de tomate, con un delicioso pavo horneado que degustan con agrado. Bailan un poco y luego se despiden porque salen de viaje. Desean conocer el mar.

José va a conducir quince horas. Con algunos descansos para comer y estirar las piernas.

Al llegar a la playa se descalzan para sentir como las olas cubren sus pies y se hunden en la arena como si fuese un tapiz. Les fascina ver el reflejo de la luna en el agua, el cielo estrellado, revelando un ambiente cálido y sereno.
Se abrazan, acarician y besan intensamente. Se recuestan cerca de una palmera a observar el movimiento de las olas. Y a beber agua fresca de coco. Se hospedan en una cabaña cerca del mar. La habitación es muy confortante, los pescadores con sus atarrayas de madrugada les ofrecen pescado asado fresco con caramañola, tajadas de plátano y café.

Al cabo de ocho días de una apasionada convivencia regresan a la ciudad y José sigue ejerciendo como docente universitario. Ella continúa como maestra de primaria inicialmente. Y posteriormente en el área de consejería en bachillerato. A los dos años llega su hijo Julio, el cual alegra con sus tiernos balbuceos y risas el hogar. Cuando tiene cuatro años es acompañado por su hermana Milena que es la gracia de papá, cuando lo ve, levanta los brazos con alegría, para acunarse en su regazo. Él todas las noches le cuenta historias, la arrulla con música. Hasta que se duerme.

Mariana realiza el trabajo en casa de directora de trabajos de grado, para cuidar a sus hijos. Y mayor comodidad deciden vivir cerca de la universidad para que sus chiquilines estén en el colegio de esta institución universitaria.

Como pareja cada encuentro nocturno era un redescubrir de sí mismos. Una experiencia ligada a la vida cotidiana de ambos, de un intercambio de criterios acerca de cómo afrontar los retos laborales. La crianza de sus hijos, su relación de pareja. Las experiencias respecto a las presiones sexuales externas, que abordaban con tranquilidad y la certeza de una relación sólida. A veces se bañaban juntos y jugaban con sus olores, se observaban sin tocarse, se acariciaban sin mirarse, después de una noche de pasión saboreaban ese dulce que se derretía en sus bocas y terminaban compartiendo en un beso que tocaba sus corazones conectándose con su propia respiración. En otras ocasiones jugaban a disfrazarse y desempeñar diferentes roles para realizar las fantasías del otro.

Cumplían veinte años de haberse encontrado. Con sus dos hijos: Julio, que había cumplido diecisiete y Milena quince. Habían superado muchas situaciones. Entre ellas: La de Mariana de trabajar a veces en el anonimato, para recibir los trabajos de la universidad, a través de José.

La noche anterior Mariana les comenta a sus hijos que desea celebrar en familia el aniversario de su casamiento. Que los tres buscarán a José en el trabajo.

Ese día Mariana sale temprano de la institución y se encuentra con ellos para ir a almorzar. Pero al ver a José por la ventana del segundo piso abrazando y besando en la mejilla a una mujer su corazón se encoge, siente que le faltan las fuerzas, decide sentarse con sus hijos sobre el césped y deja caer la cabeza entre sus manos, entrelazando su cabello con dedos temblorosos. 

Julio y Milena no se dieron cuenta, por eso no entendían lo que le sucedía a su madre. Sin embargo, se acercan y la rodean con sus brazos. De pronto una ola de rabia pasa por la mente de Mariana y a pesar de ser para ella José, su gran amor. Recuerda con mucho dolor lo que les decía a sus estudiantes: «El amor más grande es por nosotras mismas».

Se incorpora, mirando a sus hijos y les dice que van a esperar a su padre en el restaurante.

Milena lo llama por teléfono. Pero no le contesta.

Al ingresar al establecimiento el mesero se acerca con el menú. Julio y Milena piden solo pollo frito con papas y limonada. Mariana prefiere una ensalada y jugo.

«Hasta las ganas de comer se le han esfumado»

Cuando van saliendo los tres. Ven a José que ingresa al restaurante y una mujer lo acompaña. Milena le dice:

–¿Dónde estabas, papá? Yo te llamé para avisarte de que veníamos por ti, para ir a almorzar, pero no contestaste. ¿verdad, mami? 

José, un poco nervioso, les dice:

–Les presento a mi jefe, Romelia.

Mariana le responde:

–Mucho gusto, ya te conozco. Pasaste de alumna a jefe muy rápido. Tienes muy buen padrino, ¡felicitaciones! José le dice a Romelia: –¡Qué pena! Me voy con ellos a celebrar en familia.

–Tranquilo, me quedo a almorzar, que estén muy bien, gusto en conocer a tus hijos –responde Romelia.

Salen e ingresan a otro restaurante. José les dice: –Les pido excusas, se me olvidó esta fecha, he estado con mucho trabajo y muy distraído. 

Julio, mirando fijamente a su padre le pregunta: –¿Estás enredado con esta vieja desteñida, que sale con cualquiera?

Milena responde: –¿Cómo se te ocurre? Respétalo.

José baja la cabeza y dice: –Perdónenme, me equivoqué, solo fue una aventura. Ya le expliqué a ella, que mi hogar es lo más importante. Que a ustedes los amo y a Mariana, que son lo único que tengo.

Comen una torta de café con té helado; luego, salen rumbo a casa, en un trémulo silencio. Los tres se sientan en el asiento trasero. Al llegar, cada quien se despide y se dirige a su cuarto respectivo.

Mariana lleva al cuarto contiguo, las sábanas, cobijas, almohada, se despide y cierra la puerta.

Al día siguiente José le pide perdón a Mariana y le explica que fue solo algo pasajero. Que eso ya se acabó. Ella le contesta:

–Lo siento, este matrimonio también terminó.

–¿Recuerdas que lo primero que nos prometimos era la sinceridad? Pudiste haberme contado, habríamos buscado soluciones, pero en este momento ya es muy tarde. Ahora entiendo por qué estabas tan cansado, desmotivado para compartir los fines de semana con los muchachos y por las noches conmigo. Ya estás libre nuevamente. 

Voy a aceptar el trabajo con mujeres fuera de la ciudad, en la cooperativa de apoyo solidario. Viajo en un mes con mis hijos. ¡Gracias! Por todo lo que vivimos. Y por estos tiernos hijos. Me avisas cuando los quieras ver.

José dejóse caer sobre el sillón. Estaba pálido, mudo, inmóvil. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y suspirando le dice:

–Ella es mi jefe. Estuve muy presionado. A ustedes los amo. ¡Son mi vida! Fue solo una aventura de unos dos meses.

–Yo quiero estar con mi familia. Ya hablé con ella y entendió. Eso se acabó. Te iba hoy a contar, aunque tenía miedo. Porque tuve muy presente algo que nos prometimos: «Que, si alguna vez aparecía otra persona en nuestras vidas y le permitíamos entrar, era porque se había acabado la magia entre nosotros, el respeto, la confianza y para no dejar que la culpa nos hundiera e hiciera daño, era mejor separarnos.» Esto me deprimió, me llenó de temor y me dejó en la oscuridad más grande.  

Pero Mariana ya no escuchaba, estaba dolida, había decidido ya la separación. Ese mes se había pasado volando. José dormía en el cuarto de estudio. La casa ya estaba helada por la falta de comunicación, ya nadie se reunía a la mesa a cenar, las cortinas palidecieron por efectos del sol y las ventanas permanecieron cerradas, las puertas solo se abrían cuando sus habitantes salían, se despedían y luego al atardecer, cuando regresaban. Estaban desolados. Cada uno se quedaba encerrado en su respectiva habitación.

Cuando él estaba trabajando… Mariana decide viajar con sus hijos. Sin despedirse, pero Milena llama a su padre y le avisa. Solo llevan las maletas con la ropa. Su amiga Rosa, le ofreció una nueva vivienda y un trabajo con la cooperativa solidaria, los acompaña para viajar. Pero cuando iban a abordar el avión Milena había desaparecido. Y como no la encuentran, deciden aplazar el viaje.

José que había ido al aeropuerto estaba con su hija, que lo vio desde lejos, corrió a sus brazos sollozando y no se desprendía de él.

En este momento llegan unos detectives que se identifican y le piden a José, apuntándole con su arma, disimuladamente en su espalda, que los acompañe. Él pregunta: 

¿Cuáles son los cargos? 

Le responde uno de ellos:

–Ya pronto lo sabrá.

Suben al auto blindado: José y los dos hombres.

Al siguiente día. Llaman para advertir que José ha sido secuestrado y que si acuden a la policía. «José desaparece.»

Le tapan los ojos a José, le amarran las manos y lo llevan a una casa retirada del centro de la ciudad. Las paredes eran heladas y enmohecidas, olía a mugre, comida descompuesta y licor.  El frío calaba los huesos. Solo hay una pequeña ventana enrejada, por donde penetra un poco de luz. Dejan a José en un catre con los tendidos revueltos y mal olientes, unas pocas hebras de cobijas, la almohada desbaratada, una mesa con solo dos patas, unas cucarachas que salen de las rendijas. Le quitan la venda y lo desanudan, le dejan una taza de café con pan y cierran con llave la puerta.

En la habitación contigua se escucha la voz del sargento mayor hablando con un amigo político, que dirigía la cooperativa que trabajaba con mujeres y sería el jefe de Mariana. El teniente Carlos le da un apretón de manos y le dice:

–Te debo una. Cuando necesites una ayudita me avisas. Y tú también, Romelia. Gracias por este gran favorcito.

José se acerca a la puerta y lo escucha todo. ¡Ahora cae en cuenta! Todo fue una trampa.

Mientras tanto Mariana llama a Ernesto, el abogado y él le da una cita. Ella guarda el celular por prevención en el bolsillo de la chaqueta rápidamente, lo deja en estado mudo y en grabación, al darse cuenta de que se le acercan dos hombres, armados, los mismos que se llevaron a José y la agarran de los brazos para forzarla a entrar a un carro blindado conduciéndola a un lujoso apartamento, de los edificios inteligentes, en total orden y brillantez…  

A un tronar de dedos de uno de los hombres, se abre la puerta en donde se encuentra el teniente Carlos. Un hombre de unos cincuenta y cinco años, de escaso cabello, de peso pesado y estatura media. Quien le dice:

—¡Hola! ¿Cómo estás? ¡Gusto en verte! Vas a aceptar el nuevo trabajo que te ofrece Rosa, mi hermana, ¿verdad?

Ella, sorprendida, le contesta:

Ahora… No sé. Por la situación de José… ¡No sabía que Rosa era tu hermana!

–Pues si quieres verlo libre, tendrás que aceptar el trabajo que te ofrezco.

–¿Por qué haces esto?

–¿Ya no lo recuerdas? Tú me gustabas cuando era tu profesor, te propuse que saliéramos y me rechazaste. Además, Carlos siempre se lucía contigo y me tiene embejucado, pendiente de mis triquiñuelas, de mis negocios… Algunos los perdí por su intromisión y vigilancia.

–No sabía nada de esto ya pasaron varios años. Estaba enamorada de José y saliendo con él. Así que no podía aceptarte.

–Pero ahora sí podrás acceder. Porque Romelia, mi amiga, la jefa de tu esposo, lo tiene enredado, ¿verdad? Ella aceptó darme una manito, a cambio de su ascenso laboral; eso se llama tener el poder.

–Si me niego, ¿qué sucederá?

–Que José será procesado. Tengo todo planeado. Le encontrarán vínculos con grupos extremistas y por narcóticos. Por ahora lo tengo secuestrado.

–Déjame pensarlo. En este momento quiero ir con mis hijos. Deben de estar preocupados.

A unas palmas como señal del jefe, los dos hombres vestidos de negro conducen a Mariana y la dejan cerca de su casa.

Mariana recordó el celular. Ahora vería si había funcionado. Al llegar a casa escucha la grabación. Volvió a sentir la esperanza que había perdido. Acudiría al abogado para que la orientara y saber qué hacer al respecto.

Sus hijos la estaban esperando y le preguntaron qué había pasado. Ella les cuenta y advierte que no contesten el teléfono, ni abran la puerta a nadie.

«Tengo que salir a encontrarme con Ernesto el abogado amigo de tu padre, para ver cómo le ayudamos». 

Cuando llega al apartamento de Ernesto lo ve nervioso. Él le dice que el teléfono está intervenido, porque escuchó una plática al levantar el auricular. Mariana le cuenta lo sucedido y le coloca la conversación que logró grabar. Que mejor se dirijan a la fiscalía para denunciar el secuestro de su esposo para que lo busquen y pidan medidas de protección. Porque el teniente Carlos es un hombre poderoso con mucha influencia política. Transcurren dos meses y José sigue secuestrado. Mariana acepta el nuevo empleo; puesto que pidió una licencia anual. Luego se instalan en la nueva vivienda rural.  Allí encuentran un poco de paz, porque nadie los conoce. Entablan amistad con algunos vecinos.

Durante este tiempo resolvieron suspender los estudios presenciales por seguridad. Y dedicarse a reconstruir la casa de campo otorgada, con estructura de madera y ladrillo, que requería de ciertos arreglos como sus tejas blancas, algunas rotas y la terraza que era amplia, pero le faltaba aseo y pintura. Las paredes las pintaron de colores vivos y llamativos, para que la vivienda luciera diferente, cálida y vibrante.

Las grandes puertas y ventanas necesitaron ser ajustadas, siempre abiertas, para tener un contacto permanente con la naturaleza y apreciar el maravilloso ambiente silvestre entre las montañas. La piscina ubicada en la parte trasera, necesitó fumigación, buen aseo y desinfección. Al terminar las jornadas de limpieza el aire rústico, cálido y fresco se respiraba en el entorno.

Entre los tres se animan para comprender y olvidar lo sucedido y poder ayudarle a José cuando regrese a recuperar su vida. Deciden volver a vivir juntos como antes. Aunque saben que ya se perdió la confianza, sin embargo, nadie es perfecto y merecen darse una nueva oportunidad.

Mariana conoce varios casos de mujeres que han vivido situaciones más difíciles. Y ella las ha apoyado para recuperar sus vidas.

En un día inesperado, Milena recibe una llamada del abogado diciéndole que ya tienen pistas de dónde está José. Que estén tranquilos.

De pronto Mariana escucha a sus hijos que la llaman y hacen algarabía. Cuando se levanta escucha:

Unos golpes en la puerta… Y tres guardas de seguridad que dicen:

–¡Encontramos al señor José, después de una búsqueda intensa!

–He vuelto, los extrañé. Perdónenme ¡Por favor, déjenme estar con ustedes! ¡Me equivoqué!

Al encontrarse y recordar por lo que habían tenido que pasar. Se abrazan los cuatro y comprenden que el amor es superior a los sucesos del pasado.

Detienen al teniente Carlos por varios cargos, entre ellos el secuestro, la extorsión, soborno, tráfico de influencias, desaparición forzada. A los dos meses pide la extradición y le es concedida.

Los cuatro, deciden quedarse durante este año en esta labor y todos colaboran y se incorporan en este proyecto de trabajo con las mujeres que se han invisibilizado en la sociedad.

Construyen una habitación doble con baño, el estudio, un gran ventanal, para José; al lado de la morada donde mamá dormita.  

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