Eliana Argote Saavedra
Leo estaba en la terminal esperando el bus que lo
trasladaría a Huancavelica. Tras la muerte repentina de un tío abuelo soltero
al que no veía jamás, se requería la presencia de los dos únicos sobrinos nietos
para la lectura del testamento, él era uno de ellos. Una curvilínea muchacha de
piel canela pasó delante de él, tenía el cabello lacio a la altura de la
cintura y caminaba con extremo cuidado pues llevaba unos tacones finísimos y
muy altos, la vio tambalearse, señorita, ¿está usted bien? Preguntó. La
muchacha le sonrió apenada, son estos zapatos, dijo en tono confidencial y se apoyó
sobre un brazo del asiento de Leo que disfrutó algo sorprendido de la generosa
imagen del escote que quedó a escasos centímetros de sus ojos. Una luz potente lo
hizo parpadear pero con la muchacha tan cerca, no le dio importancia. Disculpe,
le susurró ella al oído, no piense que estoy coqueteando con usted, es que si
no me agarro del asiento, termino en el suelo. La desconocida se sentó junto a Leo,
está haciendo mucho frío, le dijo en tono quejoso, mientras él se preguntaba cómo
podía estar tan desabrigada en pleno invierno. Hoy todo está tan lento, agregó
ella, iba por un café, soy Lisa, ¿me acompaña?; Leo se extrañó por la
invitación, acababa de conocerla, temo perder el viaje, dijo, llevo más de
media hora aquí y no anuncian la salida del bus; ya, lo que sucede es que ha
habido un accidente y la carretera está interrumpida, comentó ella, no va a salir
ningún transporte por lo menos en una hora. Caminaron hasta la cafetería, el
olor dulce a panqueques se hacía más fuerte a medida que avanzaban. Ella aspiró
el aire con complacencia, se colgó del brazo de Leo y le susurró al oído: son
los mejores, no te vas a arrepentir.
A esa hora, en la penumbra de su habitación, Carolina
observaba incesantemente el móvil, qué extraño, se dijo, por qué no llama, aún
hay tiempo, ¿y si le escribo y le confieso todo?… ¿Y si es cierto? Era Hugo
quien le había enseñado las fotos de la supuesta “amante”, ¿por qué iba a
mentirle? Encendió el móvil, en la carpeta de imágenes aparecía la foto de una
morena con expresión coqueta, en la siguiente foto, la misma chica con un
bikini turquesa, tenía una expresión juguetona. En ese instante las palabras de
Leo comenzaron a resonar en su cabeza: “Para qué casarnos, cuál es la
necesidad”.
Tres semanas antes
El matrimonio siempre estuvo en los planes de Carolina, la
idea sobre la realización femenina que le inculcaron desde pequeña se fue
acentuando cuando sus amigas comenzaron a casarse y a preguntarle, y tú,
¿cuándo? Eran doce años en los que su relación con Leo había cambiado, los
detalles, y los momentos apasionados se adormecieron bajo los horarios y las
responsabilidades. La rotunda y ya recurrente negativa de Leo, su rostro de
inconformidad, las razones que esbozó y con las cuales ella siempre dijo estar
de acuerdo, ahora eran como pequeños puñales clavándose en su ego de mujer, la
“vida perfecta” que imaginó se caía a pedazos, ¿estás seguro? Preguntó
intentando restarle dramatismo al asunto, ¿por qué tanta insistencia Carolina? ¿Crees
que no me he dado cuenta de tus indirectas?, sabes que no me gusta que me
presionen, siempre te dejas llevar por lo que dicen tus amigas, si tú lo
permites, es tu problema pero yo no voy a caer en ese juego… ya deja ese asunto
por favor, así estamos bien, no hay necesidad de casarnos, respondió él, con su
habitual hermetismo, no nos arruinemos el día por una tontería. Ella cambió de
tema, no quería demostrar cuánto le importaba, aunque sentía unas ganas
inmensas de reclamarle, pero no debía mostrar debilidad, no ante un hecho así,
se fue con cualquier pretexto y buscó a sus amigas, estaba rabiosa, necesitas
distraerte, le dijeron, si él no sabe apreciarte es su problema, la
convencieron de que un cambio de imagen le vendría bien. Al día siguiente, en
compañía de sus amigas fue a teñirse el cabello de rubio, se hizo colocar
lentes cosméticos azulados y renovó su vestuario. Los días siguientes, la
reacción de la gente ante su cambio, le proporcionó una sensación de seguridad,
de pronto se descubrió caminando con paso firme y respondiendo con coquetería
alguna de las miradas con las que tropezaba; se sentía admirada y comenzó a
saborear un concepto desconocido hasta entonces: la independencia.
La mañana en que Carolina
ingresaba a la peluquería acompañada de sus amigas, Hugo, el mejor amigo y
primo de Leo, regresaba de viaje luego de nueve años de vivir en el extranjero.
Cuando su madre le avisó de la muerte del tío abuelo y el asunto de la
herencia, dijo con voz triste que recordaba con mucho cariño a aquel anciano
solitario, que cómo no le avisaron que estaba enfermo, hubiese dejado todo por
pasar junto a él sus últimos días, no tenía sentido regresar ahora por un
asunto estrictamente económico, enfatizó; pero, en fin, era la última voluntad
del viejo. Durante el tiempo que permaneció fuera solo mantuvo correspondencia
con sus padres, fue a través de ellos que Leo y Carolina se enteraron que había
recibido una invitación para trabajar en la Bolsa de valores de Nueva York
donde se encontraba haciendo sus prácticas, la compra del departamento, el
auto… incluso nos ha convencido de invertir dinero, había comentado llena de
orgullo, Rosaura, madre de Hugo en una visita que hizo a casa de Leo, quien aún
vivía con sus padres.
Los tres habían
estudiado juntos en el colegio, cuando Hugo partió a los diecisiete años, era
un muchacho atractivo, alto, con los ojos verdosos y ese carisma tan especial
que lo hacía el centro de atención de las chicas. Leo era un joven espigado, formal,
de mirada soñadora y vivía enamorado de Carolina; la muchacha, con aquellos
gruesos anteojos, el cabello negro siempre atado y sus atuendos poco femeninos,
era su confidente, y después de tantos intentos por fin había aceptado ser su
enamorada.
Hugo acababa de
entrar a la sala de espera, dejó la maleta en el suelo y se sentó. Desde donde
estaba podía contemplarlo todo: maletas deslizándose sobre sus pequeñas ruedas,
gritos emocionados. De pronto su mirada se estacionó en la imagen de una
muchacha que acababa de llegar con las mejillas sonrojadas y el cabello rubio alborotado,
algo en ella despertó su interés aunque no lograba definir qué, ella observó la
sala de espera pero su celular sonó, y luego de responder se alejó a toda
prisa, llevaba un vestido lila, el abrigo apoyado en el brazo y unas botas, era
delgada pero su figura armoniosa se revelaba en los pliegues de la tela al caminar,
se parecía tanto a…
Aquel lunes por la
tarde, Hugo se encontraba en la notaría pues debía regularizar sus documentos,
estaba esperando ser atendido cuando alguien lo empujó al pasar, volteó
dispuesto a reclamar pero al hacerlo, vio a una muchacha rubia que se alejaba
envuelta en un vestido corto ceñido, observó su caminar estilizado y la vio
perderse en los últimos peldaños de la escalera. El abogado que debía
asesorarlo había pedido permiso para el resto de la tarde, le anunciaron, y un
gesto de contrariedad se plasmó en su rostro, en ese instante una llamada
ingresó a su celular, ¿Hugo?, qué suerte, por fin conseguí tu número, ¿Carolina?
Respondió emocionado, pensé que irían a recogerme al aeropuerto, estuve
esperando… pero fui, interrumpió ella, solo que debí regresar a la oficina, pero
dime, dónde estás. Estoy saliendo de la notaría, respondió él. ¿Dónde?, por la
avenida Javier Prado, entonces estamos cerca, dame la dirección que paso a
buscarte, tengo tantas ganas de verte, él le dio la dirección y ella estalló en
risas, ¿en la notaría Bramonte? Sí, ¿la conoces?, yo trabajo allí, espera que
te alcanzo. Él regresó sobre sus pasos y se quedó al pie de los amplios
escalones invadidos por la hiedra, unos minutos después descubrió con sorpresa
a la misma muchacha que había capturado su atención en el aeropuerto, casi
flotando sobre los peldaños, con una sonrisa enorme. Al verlo, se arrojó en sus
brazos, qué alegría verte, dijo, estampándole un beso en la mejilla y
embriagándolo con su perfume pero también con su cercanía; la observó de pies a
cabeza, ¿eres tú?, estás hermosa… ella continuó sonriendo con una seguridad
desconocida para él, sí, ya no uso anteojos… sí, claro, son los anteojos,
interrumpió él. Ya, basta, vamos a tomar un café, hoy me tomo la tarde libre en
honor al reencuentro.
Subieron a un taxi y
llegaron a un café; allí, con la suave música de fondo se animaron a pedir un
trago. Luego de algunas copas, las cosas no andan bien entre Leo y yo, manifestó
la muchacha, temo que esté con alguien más, me ha dejado muy claro que no
quiere casarse. Hugo escuchaba atento las confesiones de Carolina y un
sentimiento extraño comenzó a inquietarlo, se vía tan hermosa y desvalida… En
ese instante el problema que lo angustiaba desde hacía tiempo volvió a su
mente, hizo creer a todos que era exitoso pero realmente estaba urgido de
dinero, su vida era un cúmulo de mentiras, derrochó hasta el último centavo que
le enviaron sus padres para que estudie, y seguía viviendo a expensas de ellos
con el cuento de la rentabilidad de las inversiones, la oportunidad de heredar había
aparecido como un rayo de luz, sería tan fácil quedarse con todo, la condición
para heredar era que los aspirantes estuvieran presentes… si pudiera impedir
que Leo acuda… La mañana siguiente Hugo pidió un préstamo de dinero a su padre,
“salí con tanta prisa que no calculé bien mis gastos, viejo”, el padre estaba
tan feliz de verlo que no tuvo reparo en extenderle un cheque en blanco; con
ello podría conseguir al detective, necesitaba también a una chica linda,
ambiciosa y con pocos escrúpulos; un coqueteo y la promesa de un viaje al
extranjero, o una sesión de fotos con algún profesional de pasarelas bastaría; todo
quedó pactado a la medida de sus necesidades, solo faltaba alejar a Leo de
Huancavelica, ella podría serle útil, necesitaba convencerla. A partir de ese
día buscó a Carolina cada tarde, ella se mostraba encantada con sus coqueteos, él
la convenció de que no merecía que la traten así, que debía darse la
oportunidad de vivir nuevas experiencias y darle una lección a Leo. Una tarde,
cuando Hugo fue en busca de Carolina, se veía bastante afligido, es difícil
decirte esto, dijo colocando el celular en sus manos, las apretó entre las
suyas, tal vez no debí inmiscuirme pero no soportaba la idea de que te
estuvieran engañando, contraté un detective, es amigo mío, tu sospecha tiene
fundamento. Ella sentía que sus latidos la ahogaban, se apartó y encendió el
aparato, había un mensaje con un archivo adjunto, lo abrió llena de rabia y vio
las fotos de Lisa, ¿es ella? Preguntó. Sí, dejemos atrás este asunto, voy a
cancelar los servicios del detective, insistir en esto solo te lastimaría. ¿A
qué te refieres? Preguntó ella con urgencia, déjalo flaca, no vale la pena,
interrumpió él ¡No! Necesito saber, qué más ha averiguado ese detective, son
más fotos, respondió Hugo moviendo la cabeza mientras bajaba la mirada, la
gente cambia Carolina, se ha dado cuenta que necesita otras cosas, quiere
divertirse, conocer lugares, gente, antes de enfrascarse en un matrimonio. Tú
tampoco conoces otro tipo de vida más que el que llevas, no sabes lo que puedes
estar perdiéndote, agregó acortando la distancia entre ellos y acariciando
suavemente su barbilla. El resto de la tarde estuvieron en el malecón, allí, lejos de los ojos
de los curiosos, compartiendo algunas botellas de vino y el morir de la tarde,
ella lloró de rabia en sus brazos, los besos que él le daba en la frente fueron
a humedecerse en las lágrimas en una muestra de consuelo, ella se sintió
comprendida, consolada, levantó el rostro y su boca se estremeció con la
respiración de Hugo, se acercaron y aquel beso que fue una caricia se convirtió
luego en una mezcla de furia y deseo.
Leo y Lisa habían
retornado a la terminal, él se sentía mareado, algo le habría caído mal, pensó,
pero solo tomó café, ella misma fue a traerlo cuando tardaban en atenderlos en
la cafetería e insistió en que se recostara, se durmió. Cuando despertó, los
pasajeros descendían del bus, hemos llegado, decía una voz por un parlante,
bienvenidos. No recordaba cómo había subido, gotas gruesas resbalaban por el
vidrio de la ventana, se asomó y no pudo reconocer el lugar, en ese instante
notó que hacía mucho calor a pesar de la lluvia, estaba en la selva. Revisó el
billete en su bolsillo y descubrió que no era el que había comprado, buscó a
Lisa pero no estaba, nadie la conocía, no trabaja para la línea. Comenzó a
deambular porque el bus de regreso no salía hasta el día siguiente, luego de
caminar un poco llegó a una plazuela iluminada donde había varios negocios abiertos,
necesitaba buscar un lugar donde pasar la noche. Cómo llegó este ticket a mis
manos, se preguntó e intentó llamar a Carolina pero la batería se había agotado,
debe estar disgustada por mi desaparición, pensó. Entró a un hotel y se dirigió
al bar, allí, con un resto de adormecimiento en los músculos comenzó a recordar
su último encuentro con Carolina.
Luego de la
discusión ella no respondía el teléfono, él debió viajar fuera de Lima por temas
de trabajo, de allí se embarcaría para atender el asunto de la herencia pero se
sentía preocupado, quería aclarar las cosas. Faltaba un día aún para concluir
con su labor cuando recibió un mensaje de Carolina, “ven a verme antes de tu
viaje a Huancavelica, necesitamos hablar, es urgente”. Las cosas se arreglarían
por fin, pensó, “espérame mañana en el departamento” respondió en un mensaje de
texto. Cuando llegó, la sala lucía en penumbras, solo una tenue luz se filtraba
por la rendija de la puerta, caminó de puntillas pues pensó que ella estaría
dormida, pero al girar la manija de la puerta quedó en shock… En la cama había
una mujer completamente diferente a la que él conocía, estaba recostada con una
pequeña camisa de dormir que dejaba al descubierto parte de su anatomía, ¿Carolina?,
alcanzó a decir y ella volteó sonriéndole con una mirada penetrante, se dejó
llevar por aquel juego y se fue acercando, ella se levantó con actitud felina
sin dejar de mirarlo, le quitó la camisa y fue a colocarse tras él, bajó la luz
de la lámpara y metió una mano en el bolsillo trasero de Leo mientras lo besaba,
acto que repitió varias veces. Finalmente lo empujó a la cama y terminaron
aquella extraña jornada. Cuando Leo despertó, ella casi terminaba de vestirse, lo
miró con actitud desafiante y dijo: ¿sabes? Tienes razón, hay muchas cosas que
nos falta explorar antes de pensar en un matrimonio. Que tengas buen viaje… De
pronto recordó que aquella noche llevaba el ticket en el bolsillo de su
pantalón, al día siguiente salía de viaje y no tuvo tiempo de cambiarse porque
era tarde, se dio un duchazo rápido y volvió a colocarse la misma ropa, ¿acaso
ella...?, pero ¿Por qué?
La mañana siguiente
consiguió un teléfono público y llamó a casa, la voz de su madre sonaba
alterada, ¿dónde estás?, la lectura del testamento fue ayer. Lo sé, he tenido
un inconveniente, ¿sabes algo de Carolina? No la he visto, respondió la madre
pero tus tíos me han contado que ha pasado toda la semana con Hugo, que está
muy cambiada, él sí acudió a la lectura del testamento… está bien mamá, debo
colgar, hablamos.
A esa misma hora el
primo de Leo preparaba su viaje de regreso a Nueva York, sus problemas
financieros estaban resueltos, Carolina, en su habitación, observaba las fotos
que Hugo le había enviado antes de marcharse: Leo del brazo de una muchacha,
Leo embobado en el escote de la misma chica que le susurraba algo al oído, Leo dormido
sobre el pecho de la chica. Entonces era cierto, se dijo apagando el celular
mientras recordaba su encuentro con Hugo, cuando embriagada de ira por todo lo
que este le dijo de su novio, aceptó cambiar el ticket de viaje, aquella tarde
en que se permitió hacer caso solamente a sus instintos y se dejó dominar por
la pasión que las caricias de Hugo despertaban en su piel. Se había vengado de
Leo, él se lo merecía.
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