María Elena Rodríguez
Las cosas no cambian,
solamente tu forma de mirarlas
Suena la alarma del móvil, “choir of
angels” es el nombre de la melodía que escogió Adela para despertarse. Oír
esos amables acordes apenas abre los ojos, es una forma afectuosa de iniciar el
día, cualquier día, menos ese. Adela se voltea en la cama y lo desactiva, sin
darse cuenta, por el brusco movimiento de su mano, el portarretrato que está
junto a la lámpara cae sobre la alfombra. Esa música ahora le parece cursi. No
lee mensajes, ni noticias, tampoco entra al Facebook y
no da los buenos días a Martín, su novio; llevan tres meses juntos, convinieron
en saludarse por wasap apenas se levanten, hoy cree que ese es un acuerdo ridículo.
¡Qué odio!,
no quiero nada… por lo menos hoy es un día menos de vida…
Quiere volver a dormir, pero su mente está
ya despierta y lista para decirle lo
insignificante que es, que nada tiene sentido en su vida, que no importa que
sea viernes y que mañana es día de descanso, igual, todo, todo es absurdo,
aburrido, y ella, lo es más.
—Adela buenos días, hija, ya son las siete —le dice su madre mientras da
unos leves golpes en la puerta del dormitorio.
—Ya voy —responde, indiferente, abúlica,
algo adolorida, sin ganas de nada.
Antes de entrar a la ducha, no hace lo que
acostumbra, abrir la cortina de su
cuarto y ver ¿de qué color está el día?,
¿para qué? Luego escoge del armario lo primero que encuentra, a su trabajo
puede ir vestida de manera informal, no le preocupa lucir bien, le da igual.
Nada le motiva a combinar colores de ropa con bisutería, accesorios y maquillaje, ¿qué sentido tiene? Aunque no
sabe que tan luminosa será esa mañana o no, solo se pone en la cara bloqueador
solar, de todas formas, con ese rostro pálido y desmejorado, muy poco se puede
hacer, ¿y a quién le importa? Así piensa
mientras se mira al espejo antes de salir.
Estoy fatal, ¡odio mi vida! Dios… ¿hasta cuándo todo esto?
—Buen día Adela, ¿qué quieres de desayuno?
—le pregunta su padre, mientras termina de amarrarse el nudo de la corbata.
Ella pasa por el comedor, están en la mesa
sus dos hermanos menores, su padre ya
hizo el desayuno para todos, la madre frente al espejo termina de retocarse el
maquillaje.
—Buenos, días, no tengo hambre —nos vemos
en la noche.
Cuando sus padres quisieron decirle algo
más, Adela había dado un sonoro portazo. Todos se miran, nadie dice nada, ¿para
qué iniciar discusiones tan temprano?, la madre mueve negativamente la cabeza
mientras mira su agenda en el teléfono
celular.
En la calle la temperatura es agradable,
rayos de sol discretos, las nubes en el cielo
prometen refrescantes sombras. Subida en el autobús, Adela se sabe
insignificante y hasta mediocre. Sentada en el último asiento, se molesta
cuando el chófer prende la radio, detesta el estridente reggaetón. Mira
displicente a través de la ventana, luego, saca del bolso su teléfono celular.
Martín Love: bella, buen díaaaaa
Martín Love: te quiero preciosa… saliendo a
la universidad t mando un beso
Martín Love: despierta dormilona zzzz
Martín Love: Ade andas por ahí?... Ade,
Ade, Ade, Ade Adeeeeeee
Su wasap tiene también mensajes de
amigas, amigos y grupos a los que pertenece, puro mensajito ñoño —pensó —lleno
de llamados a la conciencia.
¡Hipócritas, falsos!
Decide responder con un saludo simple a su
novio, cualquier monosílabo. Sus leves dolores del cuerpo se hicieron más
agudos. No se siente bien, antes de bajarse en la parada, recuerda que no ha
comido todavía.
¿Qué podré comer?, debí haberme llevado una
fruta… no… ¡que asco!
Adela, tal vez por sus dieciocho años y su
despreocupada forma de actuar, no se fija mucho en los temas de nutrición y
salud, si tiene una molestia se auto medica, algo ha oído de que todos los
nutrientes y remedios, el cuerpo humano los almacena de forma natural, pero
claro, es un conocimiento en el que ella no ha profundizado. Trabaja en una
compañía constructora, es la asistente de la división de decoración, como aun
no decide qué carrera estudiar en la
universidad, optó por trabajar, además, dos veces por semana sale un poco más
temprano de la oficina para ir a clases de inglés.
Su labor consiste en coordinar citas,
cotizar productos, materiales, y establecer acuerdos con clientes. En general
es buena trabajadora, así lo creen sus jefes, apenas está cuatro meses; la
única observación que suelen tener respecto a ella es que tiene una actitud de
indiferencia cuando se trata de observar pequeños detalles, particularidades y minucias que para la decoración
de interiores son básicas.
Adela, identifica bien las gamas de colores
verde veronés no es lo mismo que verde arlequín los fondos del brocado para
tapizar los muebles son diferentes a los de los cojines no puedes poner un
visillo tramado para sala de estar en un dormitorio las alfombras deben tener
más nudos no olvides colores fríos y calientes gustos del cliente Adela hay que
mimarlo Adela Adela… a mí me da exactamente igual… qué aburrido qué sueño...
—Si claro, lo tomaré en cuenta.
Esas eran las permanentes exigencias de sus
jefes, Santiago y Osiris, sofisticados y excéntricos decoradores. Todos esos
detalles a Adela le producen pereza, y ese día más, solo al pensar que pronto
tendría que hacer recuento de texturas, colores, pesos y demás cosas para
iniciar el plan de ornamento de dos departamentos nuevos, sentía que su cabeza
iba a estallar del dolor.
¡Absurdo!, ¿para qué tanta tontera?, ¿qué
sentido tiene?, ¡tarea de ridículos!
Inmediatamente que llegó a la oficina
inició la primera reunión de la mañana, lleva su computadora personal, con
desgano se preparó un té. Todos le hablaban, le hacían anotar cosas, le
entregaban materiales, ella mira, mira, solo mira…
Ojalá pudiera morirme, ¿quisiera ver qué
harían todos?, ¡no los soporto!
La junta se extendió hasta las dos de la tarde. No tiene idea
de cómo pudo aguantar tanta estupidez, y
sus dolores ahora son más intensos. Habla con Damiano, el mensajero de la
empresa, le solicita que le compre un sándwich vegetariano, ese sería su
almuerzo. Cuando recibió el pedido vio
que no estuvo acorde a su gusto, apenas
dio un mordisco se enfureció, se contuvo las ganas de insultar a Damiano,
enseguida fue al baño, echó la comida al tarro de basura, se miró al espejo
indignada, presa de la derrota, rompió en llanto, era demasiado por ese día.
¡Dios mío!, ¿qué hago?, no soporto esto, ¿qué va a ser de mi
vida?
Cuando salió del baño se sintió un poco más
relajada, pero de nada le sirvió ese pequeño hálito de esperanza.
—Adela, ¿qué te sucede?, qué mal luces hoy,
estás tan pálida —le dijo Osiris.
Adela no respondió, le pareció una
impertinencia lo que acababa de oír, sus ojos nuevamente se llenaron de
lágrimas. Fue a su escritorio, miró su teléfono celular, encontró llamadas de
su madre y su padre, les mandaría un recado breve, se animó a publicar un
“estado”, para que todos miraran y así desistan de enviarle mensajes, saludos
ridículos.
Ade: EN REUNIÓN TODO EL DÍA… NO MOLESTAR
También le escribió Martín, no leyó lo que
él decía, solo se limitó a responderle que está muy ocupada, él ya sabe que
cuando están armando proyectos de decoración, ella no tiene tiempo para nada.
Le tocó trabajar casi hasta las siete de la noche. Al salir le es difícil
encontrar un autobús, hace frío, Adela
se siente desfallecer.
Es horrible vivir en estas circunstancias y estoy tan sola Dios tan sola…
Llega a su casa, abre la puerta, la escena
familiar con la que se encuentra es la
misma de la mañana.
—Buenas noches —saluda.
—Adela, pedimos una pizza, vamos a ver una
película —le dice su madre.
—Estoy muy cansada —responde y se va
directamente al dormitorio.
Su madre, antes de terminar de arreglar la
mesa para comer, sube a su alcoba y entra al baño para constatar que el
botiquín esté correctamente abastecido, siempre lo hace. No molestará a su
hija, también está cansada, pero relajada, con emoción de compartir esos
momentos con su esposo y sus dos hijos, seguro que al día siguiente Adela
hablará con ella, lo sabe.
Adela encuentra su recámara impecable, lanzó la cartera en el sofá que está junto a la ventana, se siente
rendida, las cortinas están abiertas y
ella no las toca, no las cerrará, tiene
pereza, solo se pone la pijama y se echa a la cama, toma el celular y escribe a
Martín.
Ade: día a full de trabajo cansada, mañana
te escribo.
Martín Love: muñequita mañana…
No ve el último mensaje que recibe como
respuesta, siente dolor en su alma, solo emite un vencido suspiro… la mañana es
fría y Adela no puede casi cargar
con su propio cuerpo, además el odio y la furia no le estimulan a nada. Llega
Martín en un enorme Jepp blanco, ella le espera en una esquina solitaria, hay
una minúscula garúa, él le saluda muy cariñoso, ella apenas responde, además que no escucha bien su
propia voz, le parece muy extraño, él se
baja y carga su bicicleta en el carro… ¡claro!, el mensaje que no leyó… sí, los
días sábados siempre andan en bicicleta en el Parque Nacional Federal, ahora lo
recuerda. Aparecen ya montados, Martin quiere hacer carreras, ella le reclama,
empieza a escuchar su propia voz, ahora con un
eco defectuoso y distorsionado.
—¡No ves cómo me siento, eres necio,
impertinente, déjame en paz!
Parece que Martín tampoco escucha sus
palabras, pero no deja de sonreírle. Ahora Adela está sentada al pie de un
árbol, tiene frío… Martín no está, ella se impacienta, la suave garúa se vuelve
continua, se levanta furiosa y va en busca de su novio, supone que estará esperándola en el parqueadero a la
salida del parque. Llega al lugar y ya no están ni él ni su carro, pero oye que un motor se enciende, se molesta más,
—¿cómo puede ser capaz de hacerme esto? —piensa.
Adela corre, tiene la respiración
entrecortada, violenta; el parque está vacío, siente pánico. A lo lejos divisa
a un corpulento hombre, era extraño,
vestido de rojo total, está enmascarado
y sube a una bicicleta roja también, pedalea
con fuerza, se dirige hacia donde está
ella. Adela quiere huir pero no puede, llama a Martín, su voz no le sale, en ese momento, el extraño
individuo estando muy cerca se empieza a
elevar e inflarse hasta quedar del
tamaño de un descomunal globo, intempestivamente se revienta y sobre ella cae un líquido rojo y viscoso que le cubre
todo el cuerpo, ese lugar se transforma en un pantano sanguíneo, burbujeante, Adela se
ahoga, antes de hundirse, en su desesperación alcanza a gritar…
—¡Martín, Martín!, ¿dónde estáaaaaaas?
En el cielo aparecen los rostros de Osiris
y Santiago, cantan con la melodía de “choir of angels”…
—Recuerda los detaaaaaaaaalles Adela, las
gamas del rojooooooo… rojoooooooo…
Sigue sonando “choir of angels”, es día
sábado. ¡Qué insólito es todo!, Adela se
despierta y se da cuenta de que cayó
en un sueño profundo. Sintió escalofrío y algo extraño entre sus
piernas, levanta las cobijas y ve como sus sábanas están manchadas de
sangre, le llegó el período.
—Uf…. siempre me olvido, ya me tocaba, ¡por
Dios!, ¡qué descuido!
Otra vez dejó de lado sus fechas de la menstruación. Hace dos meses
fue donde una ginecóloga con su madre, le habló de la importancia de estar
pendiente de esos días y tomar en cuenta los signos, hasta le dio unos
calendarios para que aprenda a calcular su ciclo. A pesar de que siente fuertes dolores en el cuerpo está de mejor ánimo,
enseguida toma el celular, iba a
escribir un mensaje pero prefirió llamar a Martín.
—¿Martín?, hola mi vida, ¿cómo estás?
—¡Adela!, por fin, ¿que pasó contigo?, ayer no hablamos.
Adela le explica que tuvo demasiado
trabajo, y ahora se siente mal, le dijo que no iría a montar bicicleta, está
indispuesta.
—Te quiero mucho mi vida —le dijo.
—Yo también—le respondió él y se despidió.
Adela mientras va al baño piensa que ayer
trató mal a sus padres y a sus hermanos ni los miró, se merecen una disculpa,
hablará con su madre primero. Le apetece
comer algo muy ligero y tal como le había dicho la ginecóloga, tomará las
tabletas para el cólico. El mes pasado le sucedió lo mismo y su madre le dijo
que tenga en el baño los comprimidos, Adela
no le hizo caso, así que ella se los guardó en su botiquín, le
pedirá luego.
Cuando cerró el teléfono, Martín se quedó más
tranquilo, ayer llegó a pensar que esa actitud
de Adela significaría que ella tal vez no quería seguir con él, pero no fue así, estaba contento,
además, él sabe lo que significa cuando las mujeres dicen que están
indispuestas, no en vano tiene tres
hermanas, conoce lo especiales que se ponen en “esos días”, inclusive su madre. Sube a
su carro, ya cargó la bicicleta, él sí
iría a montar en el parque, le fascina hacer deporte muy temprano los días sábados, piensa en su
novia, realmente se siente enamorado.
Adela vuelve a la cama y mira el portarretrato con la
fotografía en la que está abrazada junto a Martín. Han pasado alrededor
de unos veinte minutos desde que habló con su novio, suspira, cierra los ojos, se imagina a él ya en el Parque Nacional Federal, sonríe,
está feliz.
Martín está subido en su bicicleta,
y lo hace a toda velocidad inusual,
está desesperado, con angustia,
presa del pánico; detrás suyo le
persiguen amenazantes cinco corpulentos hombres vestidos de rojo, montados en
bicicletas de igual color. El parque está vacío, hay neblina, mientras pedalea
con una fuerza salvaje, su corazón late con ímpetu y grita desesperado, nadie,
nadie le escucha…
—… Adelaaaaaa… Aldelaaaaa… Adelaaaaa.
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