Teresa Kohrs
No me quiero
levantar. Sí, anda, arriba. Encuentra tu voluntad Martha Gabriela. ¡Levántate ya!
Palabras mágicas que generalmente funcionaban, aunque a veces una parte de mí
deseaba ejercer esa voluntad de forma rebelde, quedándome en cama, tapada hasta
las orejas con el edredón, profundamente dormida. En vez de eso me arrastro,
tomo mis cosas, zapatos, lámpara y me envuelvo en una cobija. Sin pensar salgo
de la rústica cabaña. Una espesa neblina y cerca de cero grados centígrados me reciben.
Cualquier rastro de sueño que hubiera quedado se congeló al instante. Las regaderas
ecológicas te esperan… sigue avanzando… no te fijes que todavía está obscuro…
no pienses en los animales nocturnos… deja de castañetear los dientes. Esto es
la verdadera fuerza de voluntad. ¿Quién diablos me manda utilizar mis
vacaciones en esta tortura china? ¿Por qué no estoy tirada bajo el sol junto a
mi esposo frente al mar como él quería? Recuerda Martita, me digo cerrando los
ojos y apretando la quijada, el agua fría activa las terminaciones nerviosas
promoviendo salud y energía. ¿A quién se le ocurre bañarse a esta hora al aire
libre?
Por supuesto no
hay electricidad en las regaderas, sin embargo cuando llego escucho el golpeteo
del agua sobre el cemento y se alcanza a ver la tenue iluminación de una
lámpara de pilas. Alguien ya está ahí. Me asomo en silencio y lo primero que
veo son un par de musculosos y peludos glúteos. Llevo mi mano a la boca para
sofocar el grito que quiere salir y doy media vuelta de puntitas hacia el otro
lado de la barda. ¡Estos hippies no tienen el menor pudor! Por un momento mis
mejillas se sienten calientes a pesar del frío.
Doy vuelta a la
construcción y después de torcer ligeramente mi tobillo, encuentro otro acceso que
supongo es la zona de mujeres. Por lo menos esta sección tiene cuatro paredes casi
completas. Estoy a favor de aceptar tu cuerpo y amarte cómo eres, pero el
exhibicionismo no es lo mío. Moviendo la cabeza de lado a lado y exhalando vaho
por la boca encuentro por fin donde dejar la cobija y mi ropa. Saco de la
bolsita el champú y jabón rezando intensamente porque el congelado piso no
albergue ningún tipo de animal rastrero. Estoy en este lugar con un solo
propósito, crecer espiritualmente, pero esta íntima relación con la naturaleza
me causa cierto conflicto.
Al momento de
poner la pierna derecha bajo aquella gélida agua empiezo a pensar cosas
horribles del guía quien dijo que el baño matinal era obligatorio. Pero cuando
intento meter la cabeza y el aire sale en pequeños jadeos de mi boca, todas las
malas palabras que conozco y desconozco circulan por mi mente saliendo en
sonidos inteligibles. Desesperadamente meto mis dedos entre el cabello tratando
de quitar la espuma. Durante unos segundos pensé que moriría congelada o de un
paro cardíaco.
Finalmente,
vestida y debo admitir, revigorizada, llego a la palapa, una especie de gran
isla de concreto cubierta por un techo elaborado con hojas de palma, construida
estratégicamente al centro de una explanada. Todos los candidatos nos sentamos
en unos cojines especiales con las piernas cruzadas de frente al maravilloso
volcán.
Después de una
hora de cantos y meditación cubiertos bajo el manto de aquella misteriosa energía,
recibiendo el calor de los primeros rayos del sol, regreso del éxtasis
espiritual sintiéndome parte de algo más grande. Hace varios años, antes de
casarme y de tener hijos, este tipo de prácticas llenaban mi existencia de
propósito. Dicen por ahí que lo único verdaderamente seguro es el cambio. Estoy
de acuerdo. Las prácticas de entonces poco tienen que ver con las actuales. A
través del tiempo me he vuelto más escéptica, y aunque disfruto intensamente
esos momentos de expansión, una parte de mí duda y se pregunta si el ego no se
estará identificando con la experiencia.
Como preparación
para la ceremonia de iniciación tomaríamos un desayuno frugal consistente en
fruta, semillas e infusiones. Desde nuestra llegada ayer por la tarde nos
informaron que deberíamos mantener un estricto silencio evitando el contacto
con las demás personas, por lo que en el comedor solo se escuchaba el sonido de
los cubiertos chocando con los platos, una que otra masticación y los sorbidos
de alguna persona que tomaba el té demasiado caliente. En otra ocasión ya me
había tocado comer en silencio. La verdad es que cuando te concentras en lo que
toca tu paladar el alimento sabe mejor y no solo eso, los aromas son
fascinantes pues se distinguen más claramente, sobre todo las especias fuertes
como la canela, clavo, cardamomo y jengibre. La fruta es más jugosa, se percibe
más dulce, además de que se hace evidente cómo las almendras y nueces satisfacen
plenamente el apetito aumentando la energía natural del cuerpo.
He intentado
llevar este tipo de alimentación a mi hogar con frustrantes resultados. Los
sentidos pueden llegar a ser armas de dos filos y el placer emocional que un
platillo rico en grasa animal provee es difícil de vencer. La desconexión que existe
entre el alimento que el cuerpo realmente necesita y lo que le damos es
alarmante. Una vez más pienso en la fuerza de voluntad y no puedo evitar
observar a mis compañeros. La mayoría de aspecto hippy, de veinte a treinta
años, delgados, con un físico escuálido pero curiosamente manifestando una piel
luminosa, digna de cualquier anuncio de cremas. La minoría compuesta de
personas desde rellenitas hasta obesas. Es curioso, no me identifico con
ninguno de los dos grupos.
Estaba preocupada
por la ceremonia que se llevaría a cabo en algunas horas. Los candidatos eran
elegidos a través de un comité de maestros los cuales invitaban a sus mejores
alumnos a enviar la solicitud, proceso que parece ser incongruente con la
búsqueda de elevación espiritual. Había escuchado historias sobre rechazos, pleitos,
egos sobrevaluados. También conocía personas que evitaban el tema pero que
evidentemente habían logrado un cierto grado de paz ya que se les veía emocionalmente
estables, manifestando una personalidad sencilla pero a la vez muy atractiva.
El contacto con ellas logró encender una chispa dentro de mí, motivándome a dar
el paso y aceptar la invitación.
Pocas cosas son
tan gratificantes como escuchar el sonido de las hojas secas bajo los pies al
caminar en fila india por el bosque, sentir la protección de enormes pinos y
aspirar su esencia. Una ardilla lanzó un proyectil desde lo alto llamando mi
atención. Por un momento miré la punta de aquel gran árbol, los rayos de sol
buscaban acariciarlo y una palabra se dibujó en mi imaginación. Detente. Parpadee
y desapareció.
Una advertencia
de mi subconsciente aterrado, pensé. Había escuchado relatos sobre personas
fallecidas durante pruebas emocionales, pero nada se decía de este grupo en
particular. Nos dirigíamos hacia el lugar de la ceremonia, una cueva, decían.
¿Será verdaderamente peligroso o solo mis dudas manifestándose? Por unos
segundos la aprensión me detuvo. ¿En qué me metí? Decidí no hacerme caso. Un aspecto
de mi carácter es la parálisis por miedo, algo mío que reconozco pero que lucho
constantemente por superar. Me forcé a seguir caminando antes de perder de
vista a mis compañeros.
Más adelante el
espeso follaje obscureció el camino y el viento frío del volcán nevado comenzó
a circular. Con él llegaron las voces y susurros entre las hojas. Detente,
parecían murmurar. La piel se me erizó en la nuca, pero una vez más hice el
esfuerzo de vencer la sensación y avanzar.
Una hora o dos
después, cansada, sudando a pesar del clima y con el comienzo de un dolor de
cabeza, por fin nos detuvimos. Diez minutos para descansar, ir al baño entre
los árboles comer frutas secas y tomar agua. El nerviosismo estaba tan a flor
de piel en todos mis compañeros que era casi palpable. Aun así, en silencio,
aprovechamos el tiempo.
Posteriormente
nos congregaron en un pequeño claro al frente de la entrada a una cueva, la
cual se veía obscura y húmeda. Tan solo imaginarme dentro de ella me provocó un
escalofrío.
—Candidatos —dijo uno de los
maestros de mayor edad— han sido
elegidos entre muchas solicitudes para esta ceremonia de iniciación. Antes de
seguir adelante, es necesario que firmen una carta en la cual nos eximen de
cualquier responsabilidad. La cueva es profunda y podría haber accidentes. Solo
si están seguros se les permitirá seguir adelante, de otra manera les pediremos
se retiren.
La firma de un
papel de esa naturaleza podía significar muchas cosas, desde pruebas
verdaderamente peligrosas hasta un juego de la mente. El hormigueo subiendo por
mis piernas manifestaba claramente mi temor. Nos volteamos a ver unos a otros,
algunos con asombro, otros mostrando desconfianza o incredulidad, pero finalmente
la mayoría nos paramos con determinación. Un compañero de edad avanzada y con
problemas de sobrepeso fue el único que partió, probablemente dudando de su
fortaleza. Volví a sentir ese escalofrío recorriendo mi cuerpo y escuché el
miedo gritando dentro de mi cabeza: detente, detente, detente. Rechacé los
pensamientos inseguros, reprimí las dudas recordándome las capacidades que me
permitieron estar dentro de este selecto grupo. Me quedé en mi lugar, entre mis
compañeros.
—Hay una diferencia entre querer y desear —continuó el mismo maestro cuando nuestro compañero
se perdió de vista— el deseo es más profundo —hizo una pausa
deteniéndose en cada uno de nosotros, atravesándonos con su mirada— la intención es un deseo expresado fuertemente a
través de una acción. Si este es puro, podrán entrar por ese portal —dijo señalando la entrada de la cueva— para lo cual
tendrán que contestar una pregunta correctamente.
Tras ese
pronunciamiento cinco personas vestidas de blanco portando un antifaz del mismo
color salieron de entre los árboles caminando hacia nosotros. En una mano
traían las cartas, las cuales firmamos. En la otra cargaban telas gruesas que
empezaron a colocar frente a nuestros ojos dejándonos en la obscuridad,
aumentando la sensación de vulnerabilidad. Estaba prohibido hablar. Varias preguntas
se atascaron en mi garganta. Me quedé ahí, parada, no sé cuánto tiempo. Solo se
escuchaba el rozar de la ropa de mis compañeros que parecían alejarse y algunos
susurros que no sabía si eran debido al viento entre los árboles o la voz de
alguien murmurando.
Brinqué al
sentir una mano en el brazo. El toque era suave pero firme. Me guío unos pasos
hacia abajo. Sentí de pronto su aliento cálido y húmedo en mi oreja.
—¿Cuál es el camino hacia la verdadera felicidad?
Ah, la famosa
pregunta. El primer filtro. No sé qué cara habré puesto que se volvió a acercar
y la repitió de forma más pausada. Asentí para confirmarle que había escuchado.
Hm, por supuesto que es una que me he hecho miles de veces y la respuesta ha
variado durante el tiempo. Podría hablar de la familia, amigos, trabajo y
estudios, pero estaba segura que en esta ocasión no iba por ahí. Visualicé todo
lo que hicimos hoy para llegar hasta aquí. En la mañana quería quedarme dormida,
deseaba agua caliente para bañarme, café y panecillos para desayunar. Durante
el trayecto sentí incertidumbre, dolor de piernas y cansancio. Tuve miedo al
firmar la famosa carta responsiva y sin embargo elegí libremente seguir los
pasos necesarios para esta iniciación. Ejercí mi voluntad. También recordé los cambios
a mi estilo de vida a través de varios años de prácticas meditativas y estudios
espirituales, los cuales me han llevado a una existencia cada vez menos
agresiva, más sencilla, tanto en mi forma de pensar y sentir como en cada una
de mis relaciones. Este tipo de vida, inevitablemente me ha llevado a ser más
consciente de todo cuanto me rodea. Sin lugar a dudas ahora soy más feliz. A
tientas, busqué el rostro de mi acompañante y me acerqué a su oreja esperando el
permiso de hablar.
—Es utilizar la libertad de ejercer un autocontrol en
todo lo que hacemos, cultivando hábitos de una vida sencilla con un pensamiento
elevado –dije con más seguridad de la que sentía y agregué otra frase de mi maestro— la felicidad depende principalmente de las
condiciones creadas por nuestra propia mente.
No pude evitar
la mueca al finalizar mis palabras. Di dos respuestas en vez de una sola. ¿Me
penalizarían por eso? La persona se quedó tanto tiempo en silencio que pensé
que tal vez ya se había ido y yo no me di cuenta. Estaba segura que las
respuestas eran correctas, aunque parecían diferentes, en realidad eran
complementarias. Volví a brincar cuando sentí su toque. Me tomó con más firmeza
y me llevó hacia arriba reafirmándome con un apretón antes de dejarme de pie en
un lugar completamente silencioso. Tiempo pasó y como nadie me quitaba la venda
de los ojos supuse que las respuestas habían sido aceptadas, pero no me atreví
a cantar victoria hasta que otra persona, o tal vez la misma, vino por mí para
llevarme a lo que claramente se sentía como la entrada a la cueva. Ahí escuché
una voz masculina en un tono alto y claro. No supe si solo me hablaba a mí o si
éramos varios.
—Satanás es la fuerza consciente del engaño que hace
parecer lo infinito finito, constantemente transformando el primero en lo
segundo. Todas las creaturas animadas e inanimadas, en vez de darse cuenta que
son inmortales, se sienten solas y separadas, por lo que tienen origen y fin.
Las almas individualizadas se sienten apegadas al estado temporal de vida. Si
todos actuáramos en sintonía con el Infinito, no habría miedo, enfermedad o
muerte, solamente ilusiones sugeridas, no más que un sueño común —dijo con una voz grave que retumbaba en su pecho— si renuncias a tus apegos temporales podrás
continuar.
¡Qué! Grité en
mi mente. ¿De qué está hablando? Abrí la boca como para reclamar pero recordé a
tiempo que antes de entrar me reafirmaron que no debía hacerlo. La cerré en una
línea delgada, por un momento enojada con todo esto. No entendía qué debía
hacer y no podía preguntar, tenía frío y miedo. Calma Martha Gabriela, me dije
a mí misma. Me forcé a respirar pausadamente, poniendo especial atención en la
inhalación y exhalación. No era que no hubiera comprendido el discurso. Sí lo
entendí, y no solo eso, estaba de acuerdo. ¿Cuáles eran mis mayores apegos? No
tenía que pensarlo mucho. Mi esposo e hijos. ¿Qué me estaban pidiendo? En mi
mano izquierda siempre llevaba mi argolla de matrimonio y colgando de una
cadena un dije en forma de candado dentro del cual guardaba una pequeña foto de
mis tres hijos. ¡No! Grité en mi cabeza. No me voy a deshacer de estas dos
cosas, nunca me las quito, ni siquiera para dormir. Mi marido me apoyó para
venir aquí, es mi mejor amigo, mi amante, además del mejor compañero del mundo.
¿Cómo voy a renunciar al símbolo de nuestra unión? Empecé a sentir el pecho
apretado y lágrimas detrás de los ojos. Cerré con fuerza la quijada. La humedad
y falta de aire dentro de la cueva me hicieron sentir mareada. Por un momento
pensé que me iba a desmayar.
Escuché movimiento
y una persona se acercó. Levanté la mano evitando que me tocara. Respiré
despacio una vez más. Estos símbolos, el anillo y el collar, eran importantes.
Pero el amor que sentía por mi familia no estaba atado a ningún objeto. Era un
amor libre. Tiempo atrás había ya comprendido que entre más espiritual era mi
experiencia de vida, mayor capacidad tenía de amarlos a ellos y a los demás.
Temblando levemente desaté el collar y quité el anillo extendiendo la mano.
Escuché una exhalación y alguien los tomó. Por un segundo me creí vacía, pero
luego sentí una expansión en mi corazón que me hizo sonreír.
Circulamos un
poco más entre pasajes estrechos, teniendo que agachar la cabeza para no
golpearme, hasta detenernos en un lugar cerrado. Pequeñas gotas de agua
comenzaron a caer sobre mi rostro. Una voz femenina me habló.
—El cuerpo y la mente son solo dos aspectos del
Espíritu. El océano sigue siendo océano dentro de una tormenta, en la calma o
durante un tsunami. Cuando navegamos en el océano del Espíritu en forma de
pequeñas olas no podemos ver su inmensidad. Frente a ti hay un vaso que
contiene veneno. Tienes el poder de decidir tomarlo.
Uf. Ya me habían
advertido de este tipo de pruebas en donde te enfrentan a romper paradigmas y
te obligan a ver más allá. La mano que chocó con la mía parecía contener una copa.
¿El veneno? Empecé a sentir resequedad en la boca e imaginé el sabor amargo que
experimentaría al darle un trago. Utilicé la punta de los dedos para palpar lo
que me ofrecían. El vidrio estaba helado, pero curiosamente la copa se sentía
ligera. Acerqué mi nariz para confirmar mis sospechas. No había nada dentro,
solo aire. La toma del veneno no era real, solo un símbolo. Exhalé un aire que
no sabía estaba conteniendo. Supuse que lo importante ahora era mi respuesta,
la cual tendría que manifestar esa comprensión de algo que va más allá de la
materia separada del todo. Otro empujón a mis dedos invitándome a tomar. Moví
la cabeza en negación.
—Puedes hablar —me dijo la misma
voz.
Carraspeé un
poco pues sentía la garganta cerrada. Busqué contestar desde mi centro.
—Mi meta es vivir cada vez más a través del poder de
la mente. Sin embargo, no me siento espiritualmente tan avanzada para vivir
solamente de ella, por lo tanto, aun sabiendo que podría contrarrestar el
efecto del “veneno” en el cuerpo tomándolo solo como la ilusión que es, no he
llegado al punto de poder lograrlo con éxito. Decido no tomarlo.
El corazón me
palpitaba tan fuerte que lo podía escuchar en mis oídos. Las pequeñas gotas ya
habían mojado mi cabello haciendo pesada la cabeza. Me tomaron otra vez del
brazo y continuamos avanzando. Atrás quedaron las gotas de agua. Después de
atravesar un pasillo muy estrecho llegamos a un espacio que parecía ser muy
grande pues se escuchaba el eco de pasos y la respiración de más personas. Me dijeron
que me sentara. El suelo estaba duro, húmedo y rocoso, pero mis pantalones de
algodón grueso podían soportarlo. Una vez sentada, alguien se acercó a
susurrarme una nueva pregunta cuya respuesta requería tiempo, concentración y
profunda meditación. Me costó trabajo encontrar la paz necesaria para comenzar.
Estaba incómoda, tenía hambre, sed y ganas de ir al baño además de que empezaba
ya a titiritar. Con gran fuerza de voluntad hice todo a un lado. Fui apagando
cada uno de los sentidos y empecé la práctica que llevaba años realizando.
Estoy casi segura que pasaron horas. Algunas señales en mi cuerpo me lo
confirmaban, pero estaba determinada a superar esta prueba, así que cada vez que
me distraía regresaba una y otra vez a mis técnicas hasta que finalmente
alguien me sacó de ese estado a través de un pequeño toque en el hombro. Con
las piernas dormidas, tuve que detener a mi ayudante hasta que la sensación
regresó a ellas para poder levantarme. En un murmullo me pidió la respuesta. De
la misma forma se la di.
Al empezar a
caminar me di cuenta que otros hacían lo mismo. Se escuchaban sus movimientos,
palabras en secreto y en ocasiones hasta nos rozábamos. De pronto un sonido empezó
a vibrar. Nuevos sonidos lo acompañaron. Música que nacía de tazones de cristal
de cuarzo, utilizados especialmente para sanar, cuya resonancia en las paredes
cavernosas aumentaba exponencialmente su efecto en el cuerpo, empezando por la
piel, palpitando hacia adentro, llegando hasta lo profundo, haciéndome sentir
aún más en armonía. Era como un instrumento que poco a poco se va afinando,
provocando un indescriptible efecto de libertad.
Seguimos
avanzando y la música quedó atrás. Al primer paso fuera de la cueva me
sorprendí al recibir un fuerte abrazo, luego otro y otro, muchos de ellos, cada
uno parecía ser más poderoso que el anterior. Una luz se expandió detrás de mis
párpados, blanca y clara, tan intensa que sentí el impulso de volver a taparme
los ojos. Al mismo tiempo experimenté la felicidad absoluta, irradiando de mi
pecho como una bomba en expansión. Seguía en medio de abrazos, cuerpos que
olían a la cueva, sudor, pino y aire fresco. La potencia de la unión en altísima
frecuencia. Un canto entre gutural y nasal comenzó a circular, palabras en un
idioma antiguo, suaves como un murmullo, se transmitieron de persona a persona
en menos de un minuto. Cantábamos en armonía provocando una sensación de
absoluta paz. Al terminar me sorprendí a mí misma limpiándome las mejillas con
el dorso de la mano. Había llorado.
Posteriormente recibimos
la instrucción de escuchar atentamente. Hablaron de la importancia de mantener
los detalles de la iniciación de forma hermética. Finalmente nos permitieron
quitar las vendas. Me devolvieron el anillo y collar, los cuales guardé en la
bolsa de mi pantalón. Estaba amaneciendo, el bosque ya no se veía igual,
nosotros tampoco éramos los mismos. Las repercusiones del cambio lograrían su
cometido. Habíamos alcanzado una elevación en la consciencia. Partimos sin
despedidas, agradecidos, de vuelta a nuestras vidas.
EXCELENTE CUENTO MUY BIEN LLEVADO Y NARRADO FELICIDADES
ResponderEliminarEXCELENTE CUENTO MUY BIEN LLEVADO Y NARRADO FELICIDADES
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